[Recurso] Edad Oscura: Córdoba
Publicado: 18 Jul 2019, 11:46
EDAD OSCURA: CÓRDOBA
Por Magus
HISTORIA
Según las últimas investigaciones, el primer asentamiento estable en el actual territorio ocupado por la ciudad de Córdoba apareció en torno al 5000 a.C., y ya hacia el siglo VIII a.C. ocupaba una superficie considerable de más de 50 hectáreas, debiendo su prosperidad a la metalurgia de cobre y plata de las cercanas minas de Sierra Morena. También se cultivaron las tierras adyacentes.
El asentamiento prerromano atrajo la atención de los cartagineses, que comerciaron con los habitantes del asentamiento y terminaron conquistándolo, construyendo una colonia a la que llamaron Kart-Juba (“La ciudad de Juba”), en honor a un general que combatió y murió en una batalla en la región hacia el 230 a.C. Otras hipótesis atribuyen el nombre de Karduba a un origen tartésico, pero ninguna de las hipótesis es generalmente aceptada.
Sin embargo, la ciudad permaneció poco tiempo en manos cartaginesas, pues durante la Segunda Guerra Púnica los romanos la conquistaron tras la batalla de Ilipa en el 206 a.C. y la llamaron “Corduba”. En el año 169 a.C. junto al asentamiento prerromano se construyó una colonia latina fundada por el pretor Marco Claudio Marcelo.
La ciudad sufrió los asedios de tribus ibéricas que saqueaban los campos y robaban el ganado, luchando contra el dominio romano. El caudillo Viriato sitió Corduba en dos ocasiones en los años 143 y 141 a.C. Tras la pacificación de la Bética y Lusitania la ciudad atravesaría un período de expansión económica y desarrollo de la ciudad romana, que terminó convirtiéndose en capital de provincia.
Hacia el año 49 a.C. el general Julio César reunió en Corduba a los representantes de las ciudades de Hispania Ulterior, y la ciudad resultó parcialmente destruida por el pretor Casio Longino tras una conjura y un levantamiento contra César. Sin embargo, hacia el año 43 a.C. Corduba recuperó su papel político en la Hispania Ulterior, siendo convertida en su capital.
Con la llegada al poder del emperador Cayo Octavio Augusto, Corduba fue refundada hacia el año 25 a.C., concediéndosele el título de Colonia Patricia. La ciudad se extendió hacia el río Betis, construyéndose un teatro, anfiteatro y acueducto. Sus sucesores añadieron nuevos monumentos en los siglos posteriores, entre ellos templos y circos. La ciudad llegó a poseer más edificios lúdicos que la propia Roma y a rebasar los 250.000 habitantes.
A partir del siglo III el cristianismo comenzó a jugar un papel cada vez más importante en Corduba. La persecución del emperador Diocleciano causó numerosos mártires entre la población, entre ellos los santos Ascisclo y Victoria. El Obispo Osio de Corduba presidió el Primer Concilio de Nicea y fue consejero del emperador Constantino I, que convirtió el cristianismo en religión oficial del Imperio.
Con la caída del Imperio Romano y las invasiones de los bárbaros, Corduba fue saqueada por los vándalos, que la ocuparon temporalmente en el año 411. Por esta época las autoridades de la ciudad gobernaban de forma prácticamente independiente ante la debilidad del gobierno de Roma, aunque seguían utilizando las instituciones romanas.
Los vándalos fueron expulsados por los visigodos, que practicaban el cristianismo arriano. Debido a la fuerte implantación del catolicismo en Corduba y por afinidad al Imperio Romano, la ciudad se resistió a aceptar el poder visigodo, mediante numerosas revueltas. El enfrentamiento contra los visigodos provocaría a largo plazo una reducción de la influencia cordobesa frente a otras ciudades béticas como Hispalis. El rey visigodo Agila I profanó la tumba de San Acisclo, lo que provocó la rebelión de la ciudad y su saqueo. El rebelde Atanagildo pidió ayuda al emperador Justiniano I de Bizancio para expulsar a los visigodos. Los bizantinos ocuparon Corduba y gran parte de la región de la Bética hacia el año 550, derrotando a Agila con el apoyo de los ciudadanos de la zona.
Aprovechando la guerra entre bizantinos y persas en Oriente, el rey Leovigildo conquistó Corduba hacia el año 572, pero la ciudad fue recuperada al poco tiempo por los bizantinos. La rebelión del príncipe Hermenegildo contra su padre fue apoyada por Corduba y otras ciudades béticas. Tras ser derrotado, Hermenegildo se refugió en Corduba y los visigodos reconquistaron definitivamente la ciudad hacia el año 584. Poco después, a la muerte del rey Leovigildo, su hijo Recaredo se convertía al catolicismo en el año 589, poniendo fin a las querellas religiosas entre católicos y arrianos. La reticencia de la ciudad a aceptar a los visigodos debilitaría su posición en el conjunto del reino.
En el año 711 los árabes del Norte de África invadían la península ibérica, aprovechando la debilidad interna del reino visigodo y ocuparon rápidamente el sur peninsular. Córdoba fue conquistada por el general Mugith al-Rumí ese mismo año. En el año 716 Córdoba se convirtió en capital de la provincia conquistada, dependiente del califato de Damasco.
En mayo de 756, Abderramán, un príncipe Omeya procedente de Damasco, se refugió en la península ibérica huyendo del derrocamiento de su linaje y la matanza de sus parientes, y se proclamó emir independiente de Córdoba, iniciando una dinastía de emires. Sus sucesores engrandecerían sucesivamente la ciudad, convirtiéndola en capital de Al-Ándalus, la Hispania musulmana. Los sucesivos emires atrajeron a los pensadores musulmanes más brillantes y convirtieron Córdoba en un importante centro cultural. Sin embargo, durante el siglo IX Córdoba atravesaría un período de penurias y ocasionales revueltas.
El emir Abderramán III, para hacer frente a la expansión de los califas fatimíes en el norte de África, se proclamó a su vez califa de Córdoba hacia el año 929, momento en que la ciudad alcanzó su mayor esplendor demográfico, llegando en el año 1000 a superar los 450.000 habitantes (algunas fuentes sin evidencias afirman que llegó al millón de habitantes), convirtiéndose en un centro financiero, comercial y cultural de primer orden. Por esta época se terminó la construcción de la Mezquita de Córdoba. En sus alrededores se construyeron hermosas ciudades palaciegas como Medina Azahara o Madinat al-Zahra (“La ciudad de la flor”).
Sin embargo, los califas cordobeses cayeron cada vez más bajo la influencia de los clanes cortesanos. Durante el reinado del califa Hisam II, nieto de Abderramán III, el general Muhammad ibn Abi Amir, de la familia de los amiríes, se convirtió en el verdadero hombre fuerte del califato, y se hizo construir su propia ciudad residencial, Medina Alzahira (“La ciudad brillante”), a donde trasladó todas las instituciones de gobierno. Al mismo tiempo comenzó una serie de expediciones contra los reinos cristianos, saqueando varias ciudades y consiguiendo numerosas victorias, por lo que recibió el nombre de Al-Mansur (Almanzor: el victorioso).
Almanzor murió en el año 1002 y fue sucedido por su hijo, que fue asesinado en una intriga cortesana orquestada por su hermano. Los enfrentamientos dentro de la familia de Almanzor llevaron al derrocamiento del califa Hisam II, que fue sustituido por su pariente Muhammad II, que a su vez sería asesinado por los mercenarios.
Los enfrentamientos internos del califato de Córdoba provocaron numerosos saqueos y la destrucción de los palacios de Medina Azahara y Medina Alzahira. La propia Córdoba fue saqueada en el año 1013. Finalmente tras una serie de guerras civiles el califato fue disuelto en noviembre del año 1031, en medio de la decadencia de la ciudad, que fue saqueada por los ejércitos de los reinos cristianos del norte. El califato se fragmentó en una multitud de pequeños reinos de taifa enfrentados entre sí y brevemente unidos tras la invasión de varios poderes del norte de África.
Los almorávides conquistaron la ciudad hacia el año 1091, y la ocuparon militarmente, lo que provocó una revuelta en 1121. Córdoba recuperó brevemente su independencia en 1144 sólo para ser conquistada por los almohades en 1146, que trasladaron la capital de Al-Ándalus a Ishbiliyya (Sevilla), comenzando así su progresiva decadencia.
Tras la batalla de las Navas de Tolosa en el año 1212, los ejércitos cristianos comenzaron la extenderse hacia el sur, obligando a los almohades a realizar numerosas concesiones. En 1226 los cordobeses se rebelaron contra el califa almohade Al-Bayasí, por haber colaborado con los cristianos. El califa intentó huir, pero fue apresado y asesinado en el camino a Almodóvar. Estalló un período de enfrentamiento entre los nobles cordobeses hasta que el caudillo almohade Ibn-Hud se proclamó rey. Sin embargo, vencido por los cristianos y obligado a solicitar una tregua, incrementó los impuestos a los cordobeses, lo que significó su ruina. Finalmente, con ayuda de la propia población, la ciudad sería conquistada el 29 de junio de 1236 por el rey Fernando III de Castilla, que nombró gobernador de la ciudad a su propio hermano Alfonso Téllez. Con la caída de Córdoba otras localidades cercanas también fueron conquistadas mientras que otras les abrieron sus puertas. Parte de las antiguas fincas romanas serían repartidas entre los nobles que participaron en la conquista, procedentes de Burgos, León, Navarra, Talavera y Toledo.
LA CIUDAD MUSULMANA
La ciudad de Córdoba se encuentra bien comunicada durante la Edad Media, pudiendo accederse a ella a través del río Guadalquivir. La abundancia de agua es complementada por muchos arroyos procedentes de la cercana Sierra Morena. Además, desde la antigüedad constituía una importante encrucijada de rutas entre el norte y el sur y entre el Atlántico y el Mediterráneo. Por otra parte su enclave era defendible gracias a la presencia del Guadalquivir y su emplazamiento sobre una elevación, con todos los recursos necesarios en las proximidades: bosques, ganadería y minas.
Cuando los musulmanes conquistan la ciudad en el siglo VIII, todavía seguía siendo una ciudad próspera. El primer emir, Abderramán I reconstruyó las murallas y el palacio del gobernador, ensanchó las calles e inició la construcción de la Mezquita Aljama en la antigua basílica de San Vicente. Su sucesor reconstruyó el antiguo puente romano y los emires y califas posteriores hicieron numerosas ampliaciones y añadidos como correspondía a la capital de sus dominios.
A grandes rasgos, la ciudad musulmana de Córdoba puede dividirse en tres partes, que abarcó durante su mayor esplendor 21 barrios con sus propias mezquitas, baños y alcazabas. El perímetro aproximado abarcaba aproximadamente 24 x 6 km:
Medina: La zona noble de la ciudad está amurallada y contiene el palacio de los gobernantes y la Mezquita Aljama. Su perímetro corresponde en gran parte a la antigua ciudad visigoda.
Extramuros: Consiste en los arrabales o barrios amurallados, en los que vive la gente humilde. Llegó a haber veinte, entre los que destacan el arrabal de al-Sarquiyya al este de la medina, el de al-Garbi al oeste y el de Saqunda al sur, que ordenó arrasar el emir Al-Hakam I.
Almunias: La ciudad de Córdoba está rodeada de numerosas almunias, fincas de recreo y explotación agraria de los terratenientes, bien en la vega o en la sierra. Pueden ser tanto de propiedad real, como la al-Rusafa, como de propiedad privada.
En la ciudad se encuentran numerosos edificios de funcionalidad diversa. La Mezquita Aljama concentra la función religiosa y es el centro neurálgico de Córdoba. Además de la gran mezquita existen otras mezquitas de barrio, de las que al-Maqqari contabilizó más de 3.800, aunque ninguna tan importante como la Mezquita Aljama. Junto a la Aljama se encuentra el Alcázar de función política.
Por lo que se refiere a los edificios de funcionalidad económica destacan zocos, alcaicerías, alhóndigas, cecas y el Tiraz. Los zocos son mercados abiertos que consisten en un conjunto de calles habitadas por artesanos con talleres y tiendas en la planta baja de los edificios; se suelen agrupar por oficios (caldereros, cedaceros…). Las alcaicerías también están dedicadas al comercio pero agrupan diversos establecimientos que ofrecen productos de lujo como joyas o tejidos selectos, distribuidos en torno a un patio o galería que por la noche se cerraba e incluso vigilaba. Las alhóndigas son alojamientos para los comerciantes, que además de habitaciones para sus huéspedes cuentan con establos para las bestias de carga y almacenes para las mercancías. En cuanto a las cecas son factorías para acuñar moneda, mientras que el Tiraz es una fábrica de tejidos de lujo creada por el emir Abderramán II.
En época de Almanzor se contabilizaban más de seiscientos hammanes, baños donde se atendía la higiene corporal y la purificación. También existen maristanes u hospitales, habiéndose creado uno específico para la lepra. Los cementerios o raudas se encuentran situados en los extramuros de la ciudad. Los emires y familias nobles disponen del suyo propio, existiendo otros para los demás habitantes y algunos para judíos y cristianos. Destaca la Rauda del Alcázar, donde están enterrados los miembros de la familia real Omeya.
Los emires y gobernantes han creado edificios públicos como la casa de correos, la casa de rehenes y la casa de limosna, así como recintos al aire libre como la musara, para desfiles militares, y la musalla, lugar para procesiones religiosas que cuenta con un oratorio al aire libre. Además, Córdoba cuenta con una serie de infraestructuras y obras públicas para su defensa, abastecimiento y comunicación. La muralla ciñe la medina y presenta varias puertas en los cuatro puntos cardinales, como la Puerta del Puente (sur), la Puerta de los Leones (norte), la Puerta de Toledo (este) y la Puerta de Sevilla (oeste). También existe un foso con un perímetro de 21 km que protege todos los arrabales. Varios acueductos procedentes de la sierra abastecen el agua, y los puentes atraviesan ríos y arroyos, como el puente sobre el Guadalquivir o el de los Nogales hacia Medina Azahara. Numerosos caminos (al-rasif) comunican la capital con todos sus dominios. Entre ellos destacan el propiamente llamado al-Rasif (Arrecife) que transcurre en dirección este-oeste entre la orilla derecha del Guadalquivir y la medina.
Sin embargo, esta próspera ciudad que llegó a ser una de las mayores y más importantes de su época, sufre una pavorosa destrucción desde comienzos del siglo XI, con el estallido de sucesivas revueltas y luchas dinásticas por el poder. A principios del siglo XIII sólo sobrevivían la medina y una pequeña parte del al-Chanib al-Sharqui (los arrabales de la zona occidental de la ciudad). Y alrededor de ellos campos llenos de espantosas ruinas que durante años han dejado patente la auténtica extensión de la ciudad en sus mejores tiempos.
ALGUNOS LUGARES IMPORTANTES
Al-Rusafa: Una vez afianzado su poder sobre Córdoba, el emir Abderramán I ordenó la construcción de una hermosa finca que le recordara la hermosa residencia Al-Rusafa de Damasco que había abandonado durante su huida, y donde se encuentra un jardín diverso y florido.
Alcázar visigodo: Se trata de la primitiva fortaleza visigoda, construida por el duque Jeufredo, padre del rey Don Rodrigo, que fue convertido en Alcázar de emires y califas durante el período musulmán. Consiste en un extenso complejo en el que se encuentran diversos edificios y palacios construidos para los emires y sus seguidores. Los omeyas lo abandonan en el siglo X para trasladarse a la ciudad palaciega de Medina Al-Zahara, y tras la caída del califato vuelve a ser la sede de los gobernantes de Córdoba.
Casa de la Alhóndiga: Cerca del adarve del río Guadalquivir se encuentra un almacén municipal utilizado para guardar todas las mercancías que llegan a la ciudad (si así lo desea el propietario, ya que existen otras alhóndigas de uso privado), además de para vender trigo y cebada. La Casa también dispone de algunas habitaciones para hospedar a los propietarios de las mercancías almacenadas.
Fortaleza militar: Antes de la llegada de los musulmanes a la península en este lugar se encontraba la Iglesia de los Cautivos, templo de los Caballeros de San Jorge, donde los cordobeses se refugiaron durante la conquista de la ciudad por los soldados de Al Rumí. Por desgracia el refugio se convirtió en su tumba, ya que los árabes incendiaron el templo con todos sus ocupantes cristianos. Desde la época del califato el lugar se ha convertido en una fortaleza militar en la que se encuentran acantonadas la mayor parte de las tropas cordobesas.
Iglesia de San Pedro: Ubicada sobre las ruinas de la basílica de los Tres Santos (Fausto, Januario y Marcial), tres mártires de época romana, San Pedro es la principal iglesia de los cristianos durante la época musulmana.
Judería: El barrio judío de Córdoba está rodeado de su propio recinto amurallado, aislando a sus habitantes…y protegiéndolos de la ocasional ira de sus vecinos. Dentro de sus muros los judíos tienen todo lo que necesitan, incluyendo sus propias fuerzas de orden y seguridad. Sólo se puede entrar por la Puerta de la Judería, aunque también existe otra puerta, oculta y secreta, que sólo se utiliza en momentos de emergencia.
Molino de Kulayb: Este molino de agua, construido durante el reinado de Abderramán II y cuyo nombre quiere decir “de la buena suerte” se utiliza para subir el agua del Guadalquivir hasta los baños y jardines de los palacios cordobeses. Gira continuamente y produce un desagradable y chirriante ruido, al que se han acostumbrado los vecinos, aunque puede molestar a todo el que visite la ciudad por primera vez.
Palacio de Almanzor: Aunque saqueado durante las guerras civiles que arrasaron la ciudad de Córdoba, el palacio del antiguo caudillo árabe todavía conserva parte de su estructura, con una extravagante decoración de relieves y yeserías en los que se puede leer “La Eternidad para Alá” o “La Gloria para Alá.”
Puente romano: El puente romano que cruza el río Guadalquivir es el comienzo del camino que conduce de Córdoba a Écija. Durante todo el día multitud de viajeros y carros llenos de mercancías entran y salen de la ciudad o lo cruzan en dirección hacia las fincas y cultivos que la rodean. Posee 16 arcos y fue construido por los romanos en el siglo I a.C. Desde entonces ha sufrido multitud de reparaciones y reconstrucciones.
LA MEZQUITA ALJAMA DE CÓRDOBA
El terreno que ocupa actualmente la mezquita de Córdoba era en principio una hondonada utiliza por los primeros cordobeses para echar sus desperdicios o enterrar a sus muertos. Durante la ocupación de Roma se construyó un primer templo dedicado a los dioses de Roma que sería convertido en la basílica visigoda de San Vicente.
Abderramán I, el primer emir independiente adquirió la basílica de San Vicente a los cristianos y el 31 de agosto del año 786 comenzó la construcción de la nueva mezquita, ante la necesidad de un lugar de culto para la creciente población musulmana y como una forma de redimirse ante la inminencia del fin de sus días.
Durante los reinados de los sucesivos emires el recinto que albergaba la gran mezquita aljama se fue ampliando con el crecimiento de la ciudad y de la población. Aunque mantuvo la planta cuadrada típica en este tipo de construcción, fue ampliada hacia el sur en varias ocasiones, añadiendo más naves, arcos y columnas, decorando el mihrab y la Mansura con nervios, mosaicos bizantinos y relieves con versículos del Corán. La primera de las ampliaciones la realizó Aberramán II entre 833 y 848 y la segunda Al-Hakam II entre 971 y 976, que fue la renovación más lujosa y que contó con arquitectos traídos desde Bizancio.
La última ampliación que sufrió la mezquita tuvo lugar en el año 987 cuando Almanzor amplió el edificio hacia el oeste. Esta obra fue realizada con esclavos cristianos y se añadieron las campanas saqueadas de la catedral de Santiago de Compostela (que fueron convertidas en lámparas).
La mezquita consiste en un edificio de 19 naves, 36 tramos, decenas de lámparas, un exquisito y lujoso mihrab, una brillante Mansura y un número casi infinito de columnas, de todos los colores y estilos conocidos (muchas de ellas aprovechadas de antiguos templos y edificios romanos y visigodos).
MEDINA AL-ZAHRA
Cuando Abderramán III se convierte en califa decide construir la ciudad palatina de Madinat Al-Zahra (La Ciudad Resplandeciente), según la leyenda por motivos amorosos, pero realmente por razones estrictamente políticas y de prestigio personal, para realzar su título de califa y rivalizar con los califas de Bagdad y El Cairo. Las obras se iniciaron en el año 936 y para ellas se trajeron materiales ricos incluso desde otros países. Su diseño resulta sorprendente frente a la idea difundida del urbanismo islámico como laberíntico. A unos 5 kilómetros de Córdoba en dirección oeste y a los pies de Sierra Morena, se delimita un rectángulo amurallado, un tanto irregular en su lado norte para adaptarse a la topografía, que tiene casi 1.800 metros de este a oeste y 800 de norte a sur. Su trazado interior es rectilíneo y está bien abastecido por acueductos procedentes de la sierra. En el centro de su lado norte, con planta cuadrada y amurallamiento propio, se levanta el alcázar, sede de la corte y residencia del califa y los altos cargos del gobierno. Tal área ocupa un 10 por ciento de la superficie de la ciudad y es la única que se ha excavado hasta la actualidad, junto con la mezquita, que se encuentra adosada al lado oriental del alcázar aunque extramuros de él. El conjunto se extiende en terrazas, correspondiendo la superior al alcázar y la inferior a la ciudad propiamente dicha, dónde se levantan la mezquita y las casas de sus habitantes. En el alcázar los edificios se agrupan en torno a patios; excepto el principal de ellos: el Salón del Trono, también conocido como Salón Rico o de Abderramán III, que se abre a un espacio ajardinado donde el agua adquiere protagonismo con la presencia de cuatro albercas y canales que lo recorren.
A pesar de ser una magnífica creación fruto de un reino en su cenit, y a pesar de la solidez y riqueza de los materiales empleados, Medina Azahara no llegó a sobrevivir ni siquiera un siglo a su creación. Marginada primero con la fundación de Madinat al-Zahira por parte de Almanzor al filo del milenio, fue destruida a causa de la fitna o guerra civil acaecida hacia el año 1010, que acabó poniendo fin al califato de Córdoba y dando lugar a la creación de los débiles reinos de taifas musulmanes. Desde entonces, y hasta el mismo siglo XX, sus materiales fueron objeto de desmantelamiento y saqueo para embellecer construcciones islámicas posteriores en al-Ándalus y en el norte de África. De ahí que no sea extraño ver un fuste o un capitel procedente de Medina Azahara en alguna casa andalusí o de Marruecos. Peor suerte corrieron los mármoles de sus pavimentos, muchos de ellos triturados para ser convertidos en cal.
CULTURA Y CIENCIA
En principio Al-Ándalus, como el resto de territorios conquistados por los musulmanes, asimiló la cultura y ciencia de los califatos de Damasco, Bagdad y de los reinos persas, terminando por establecer una cultura andalusí original, desarrollada principalmente en los siglos X, XI y XII, convirtiéndose en una referencia para Europa y el resto del Islam y transmitiendo los conocimientos grecorromanos, árabes, chinos e indios llegados de Oriente. El árabe se impuso como idioma culto, aunque gran parte de la población hablaba lenguas romances (principalmente mozárabe) o hebreo. Esta diversidad lingüística se reflejó en la literatura de la época. Durante el auge del califato, Córdoba fue uno de los centros culturales más importantes de Europa.
Todas las disciplinas científicas se impartían en madrasas, en las que el intercambio de estudiantes con el resto del mundo islámico era importante. El emir Abderramán II fue uno de los primeros gobernantes que se esforzó por convertir la corte cordobesa en un centro cultural, reclutando numerosos sabios del mundo islámico. Los sabios cordobeses destacaron en el ámbito de la música, la astronomía, geografía, medicina, botánica y farmacología. Destacan especialmente las figuras de:
Abbas Ibn Firnás: maestro de música cordobés, pero que también se interesó por el vuelo de las aves. Sería el inventor de un aparato volador de madera y plumas (una especie de ala delta). Decidido a probar su obra se tiró desde un punto alto de la ciudad y según los relatos, consiguió volar un tiempo pero acabó por despeñarse, resultando herido. En su casa también construyó un planetario, que no sólo reproducía el movimiento de los planetas, sino también fenómenos como la lluvia y el granizo.
Al-Zarqali: Vivió en Toledo y Córdoba durante el siglo XI, habiendo inventado la azafea, un tipo de astrolabio muy utilizado en la Edad Media. También defendió que la órbita de los planetas no era circular, sino elíptica, adelantándose a Johannes Kepler.
Al-Zahrawi: fue médico de la corte del califa Al-Hakam II, y un importante cirujano. Es el autor de la enciclopedia Tasrif, donde presentó sus procedimientos quirúrgicos, convirtiéndose en una obra de referencia en toda Europa durante la Edad Media.
Ziryab: Este nombre que significa mirlo o pájaro negro es el apodo de un músico bagdasí de la corte de Abderramán II. Además de sus innovaciones en la técnica y la instrumentación musical se convirtió en un árbitro de la elegancia en la Córdoba del siglo IX. Introdujo el ajedrez en la corte, las copas de cristal, procedimientos de protocolo y elementos gastronómicos como los espárragos trigueros.
EMIRES Y CALIFAS DE CÓRDOBA
Abderramán I (756-788): Abderramán era un príncipe de la familia de los califas Omeyas, que tras el asesinato de sus parientes en Damasco, huyó hasta Al-Ándalus, donde proclamó un emirato independiente en el año 756. Intentó crear un estado sólido, aunque tuvo que hacer frente a tres revueltas que sometió gracias al apoyo de los nobles árabes y del ejército.
Ante el incremento de la población musulmana comenzó la construcción de la Mezquita de Córdoba en el año 785, inspirada en la de Damasco. También levantó el palacio Al-Ruzafa en las afueras de la ciudad, que durante su reinado incrementó su extensión.
Hisam I (788-796): Abderramán I designó como su sucesor a su hijo Hisam I, al considerarlo más cualificado para gobernar que su primogénito, Suleimán. Éste se consideró agraviado y se rebeló contra su hermano menor, pero fue derrotado. Durante el reinado de Hisam I apenas se produjeron revueltas, pues el monarca dirigió los ánimos guerreros contra los reinos cristianos del norte, llegando hasta la región de Aquitania en el sur de Francia.
Durante el reinado de Hisam se introdujo en Al-Ándalus la escuela teológica malikí, y en Córdoba se restauró el puente romano y continuó la construcción de la Mezquita, completándose el al-mihrab.
Al-Hakam I (796-822): Al-Hakam sucedió a su padre Hisam I antes de la muerte de éste. Como su padre, tuvo que enfrentarse a un intento de derrocamiento, en éste caso por parte de sus dos tíos. La revuelta fue pronto sofocada por la muerte de uno de sus tíos y el reconocimiento de su autoridad por parte del otro. Sin embargo, al año siguiente los conflictos internos volvieron a estallar, cuando los nobles de Toledo se negaron a reconocer al nuevo emir, por lo que fueron ejecutados. En el año 805 y en el 818 estallaron nuevas revueltas en Córdoba, conocidas como “La revuelta del Arrabal” y la represión del ejército del emir fue despiadada, arrasando los arrabales y ejecutando a 3.000 supervivientes.
Durante su reinado Al-Hakam I envió a sus ejércitos a la conquista de las islas Baleares y Córcega. Su guardia personal fue incrementada con mercenarios beréberes y eslavos. Estaba formada por mil hombres, que no hablaban el árabe (por eso les llamaban los silenciosos) y mandada por un cristiano. Tuvo un plan para elevar el nivel cultural de sus súbditos, importando maestros orientales, pero falleció al poco tiempo de ponerlo en práctica
Abderramán II (822-852): Abderramán II recogió los frutos de la política de su padre y durante su reinado el emirato de Al-Ándalus alcanzó su primer esplendor. El refinamiento oriental llegó a la corte cordobesa, se edificaron importantes obras públicas y Al-Ándalus vivió una etapa de apogeo económico. Se empezó a acuñar moneda de plata. Las compras se efectuaban con dinero contante, que se acuñaba en la Ceca de Córdoba, primero, y de otras ciudades en época de taifas. Dinares, dirhams y feluses eran moneda de pago corriente (en oro, plata y cobre respectivamente).
Su gobierno aportó gran prosperidad a Al-Ándalus y especialmente a Córdoba. Debido a su actuación cultural, al traerse figuras de todas las ramas del saber de Oriente, su corte se convirtió en una de las más brillantes del momento y el nombre de Córdoba empezó a tener resonancia universal, entablando relaciones con Bizancio. La ciudad se extendió muchísimo e hizo una nueva ampliación de la Mezquita.
Muhammad I (852-886): Muhammad I continuó con la prosperidad del período anterior, pero su reinado fue salpicado de sublevaciones en las regiones fronterizas, en Zaragoza y Toledo, donde los nobles locales gobernaron de forma semi-independiente durante años.
Sin embargo, la principal amenaza al gobierno del emir surgió de las revueltas de los mozárabes, cristianos que vivían en Al-Ándalus, lo que provocó ejecuciones, destrucción de iglesias y limitaciones al culto cristiano. Hacia el año 880 un grupo de mozárabes dirigidos por el muladí Umar ibn Hafsun, se rebeló en la serranía de Ronda, manteniendo en jaque a las fuerzas del emirato durante décadas.
Almundir (886-888): El corto gobierno de Almundir fue dirigido a acabar con la revuelta mozárabe en el corazón de sus tierras. Murió durante el asedio de Bobastro, donde el rebelde Umar ibn Hafsun se había hecho fuerte. Fue sucedido por su hermano Abdalá.
Abdalá (888-912): Abdalá continuó luchando contra los mozárabes, pero también se enfrentó a las luchas entre árabes y muladíes (hispanomusulmanes) cada vez más violentas. La debilidad del emirato de Al-Ándalus llevó al rey Alfonso III de Castilla a extender sus territorios a costa del emirato. El poder efectivo de Abdalá hacia el final de su reinado se reducía a Córdoba y el territorio circundante. Su reinado fue muy crítico y abordó escasas reformas y construcciones. Murió tras designar sucesor a su nieto Abderramán.
Abderramán III (912-961): Con 21 años, Abderramán III asumió el trono de Al-Ándalus en medio de perspectivas desfavorables. Consiguió sofocar la revuelta mozárabe de Umar ibn Hafsun hacia el año 928, tomando la plaza de Bobastro y restauró el orden interno sometiendo los dominios independientes de Badajoz (930), Toledo (932) y Zaragoza (937). Una vez unificada de nuevo Al-Ándalus dirigió su atención hacia los cristianos, consiguiendo varias victorias hasta la derrota de Simancas (939). Sin embargo, la debilidad interna de los reinos cristianos permitió que hacia el año 950 impusiera su soberanía a los reyes de León y Navarra y a los condes de Barcelona y Castilla, exigiéndoles un tributo anual.
Sin embargo, la principal amenaza a Al-Ándalus procedía del norte de África, donde los fatimíes extendían su influencia. Para enfrentarse al califa fatimí, en el año 929 Abderramán III adoptó a su vez el título de califa, reivindicando su independencia política. Más allá de este gesto político actuó decisivamente conquistando varias plazas en el norte de África y extendiendo su influencia hacia el sur.
Tras pacificar su reino el califa emprendió un próspero gobierno orientado a la construcción de numerosas obras públicas y monumentos en Córdoba, destacando la edificación de la ciudad palaciega de Medina Azahara.
Al-Hakam II (961-976): Al-Hakam II recibió una educación exquisita y tomó el poder con 47 años, a la muerte de su padre. Su política continuó la de su progenitor, manteniendo la paz y prosperidad de Al-Ándalus. En general su gobierno fue pacífico, dando órdenes para primar la diplomacia y evitar crueles matanzas. Durante su reinado no obstante tuvo que hacer frente a los ataques de los vikingos y de los reyes cristianos, por lo que se hizo rodear de eficaces funcionarios como el chambelán al-Mushafi, el visir Ibn Abi Amir (Almanzor) y el general Galib.Su acción política era la de demostrar a los reinos cristianos que Córdoba no iba a perder su hegemonía sobre los mismos y la de mantener el prestigio cordobés en tierras africanas. Al-Ándalus dominaba la mayor parte de la Península Ibérica y del norte de África para proteger las caravanas que le traían el oro del Sudán, con el cual se acuñaba monedas.
La gran pasión de Al-Hakam II fueron las artes y letras. Reunió una biblioteca de más de 400.000 volúmenes y fundó 27 escuelas públicas en las que los eruditos enseñaban a los pobres y huérfanos a cambio de atrayentes salarios. Convirtió Al-Ándalus en una de las regiones más esplendorosas y brillantes de Occidente.
Hisam II (976-1013): Al-Hakam II fue sucedido por Hisam II. El califato entró en un periodo de crisis, cuya gestación fue causa de que el poder quedara en manos Muhammad ibn Abi’Amir (al-Mansur o Almanzor 938-1002), un miembro de la familia de los amiríes, originaria de Yemen. A la muerte de Al-Hakam II Almanzor aprovechó la minoría de edad de su sucesor para convertirse en visir y tutor del monarca, del cual consiguió poco después poderes absolutos para gobernar. El rey era una persona amante de la paz y la tranquilidad, y finalmente terminó siendo recluido por su visir, que tomó las riendas del poder al instaurar un régimen dictatorial, dejando al califa recluido en el Alcázar o en Medina Azahara y con una autoridad meramente representativa.
A la muerte de Almanzor en el año 1002, el califa Hisam II nombró como visir a Abd-al-Malik, hijo de su ministro, pero pronto dentro de la familia de los amiríes comenzaron intrigas que llevarían al enfrentamiento interno y el debilitamiento del califato. Con el comienzo de las revueltas y enfrentamientos por el poder, Hisam sería depuesto y nombrado califa en varias ocasiones. Posiblemente murió asesinado.
LOS VAMPIROS DE CÓRDOBA
Aunque es posible que vampiros tartesios, lusitanos y prerromanos recorrieran el territorio sobre el que actualmente se asienta el dominio de Córdoba, el primer gobernante no muerto fue el prestigioso Cneo Junio Venturus, chiquillo de Tito Camilo Venturus, Princeps de la ciudad de Roma. Cneo Junio llegó a Córdoba acompañando a las legiones romanas durante el siglo II a.C., acompañado de varios Cainitas de los clanes Lasombra y Ventrue. A medida que los mortales consolidaban su dominio sobre el territorio, los no muertos que los acompañaban se repartían zonas de influencia.
A Cneo Junio le correspondió el dominio de Corduba y las ciudades de la Bética, mientras sus aliados continuaban hacia el oeste y el norte. Pronto Cneo demostró ser un administrador capaz, pacificando su dominio de los ataques de los Brujah y Gangrel que seguían resistiendo entre los pueblos lusitanos y Abrazando una progenie para consolidar su influencia sobre el territorio. Gracias a la presencia y habilidad de Cneo, el clan Ventrue extendió su influencia sobre gran parte de la Bética Ulterior, compitiendo con otros clanes romanos, especialmente Lasombra y Toreador.
Cneo, que era un fiel adorador de los dioses romanos, se mostró bastante irritado ante la progresiva extensión del cristianismo, y de hecho él y sus chiquillos colaboraron fomentando algunas persecuciones. Sin embargo, hacia el siglo IV los vampiros cristianos comenzaron a organizarse bajo el liderazgo de Patricio, un antiguo Lasombra de origen itálico, que consideraba que la nueva religión le resultaría útil y se proclamó Obispo de los Cainitas cristianos de Córdoba para consolidar su propio poder. Buena parte del siglo transcurrió entre las luchas de poder entre Cneo y Patricio. Sin embargo, después de que el emperador Constantino declarara el cristianismo religión oficial, Patricio y sus partidarios confiaron en que con el paso del tiempo terminarían imponiéndose a sus rivales paganos. La conversión en las décadas siguientes (por conveniencia o sinceridad) de algunos vampiros cordobeses, pareció darle la razón. Hacia finales del siglo IV, Cneo y sus partidarios apenas mantenían el control de la ciudad y habían perdido el control de varias ciudades de la Bética.
Las invasiones germánicas supusieron un alivio temporal para los vampiros paganos. Aunque en la primera oleada de los vándalos viajaban pocos Cainitas, el saqueo de Córdoba por parte de los invasores mortales supuso un gran trastorno para los vampiros cristianos, que vieron cómo sus refugios e iglesias eran saqueadas, provocando la destrucción de algunos. Patricio consiguió sobrevivir, al igual que Cneo, que vio en los nuevos invasores una herramienta que podía utilizar contra sus adversarios.
Cneo envió varios embajadores y finalmente estableció un pacto con Odoín, un Gangrel de origen visigodo, que junto con sus partidarios llegaron a Córdoba en el año 421. Necesitaron pocas excusas para atacar a Patricio y sus partidarios, y al poco tiempo el antiguo Obispo Patricio era destruido. Sus seguidores fueron destruidos o expulsados, aunque Cneo se mostró magnánimo con algunos…a cambio de Juramentos de Sangre para garantizar su lealtad.
Gracias a la ayuda de Odoín y su progenie, Cneo consiguió mantenerse como Príncipe de Córdoba y buena parte de la Bética, Abrazando entre los visigodos y a cambio concediendo a los Gangrel que le habían ayudado dominios y legitimidad en su gobierno. Gracias a esta alianza entre los dos clanes consiguieron mantenerse en el poder durante el reinado de los visigodos, a pesar de que Córdoba cayó brevemente en manos bizantinas, ayudando a los visigodos mortales a recuperar el territorio perdido. La conversión del rey Recaredo al catolicismo en el año 589 constituyó una gran decepción para el Príncipe Cneo y sus partidarios, pero siguieron aferrados a sus creencias paganas y arrianas.
El dominio del Príncipe Cneo llegó a un abrupto final con la invasión musulmana de Córdoba en el año 716. Odoín y varios de sus seguidores perecieron durante el saqueo de Córdoba, atrapados en un incendio que devastó su refugio comunal durante el día –muy oportunamente. Por la noche el refugio del Príncipe fue atacado por varios guerreros Assamitas y Brujah, dirigidos por Hilel al-Masaari, que reclamó el trono de Córdoba en nombre de los Banu Haqim.
El golpe de estado de Hilel fue rápido y efectivo. Los chiquillos de Cneo y sus partidarios fueron cazados uno tras otro o huyeron, aunque hubo algunas resistencias puntuales. De todas formas, tras dejar a un grupo de partidarios sin un líder claro, el guerrero Assamita partió hacia el norte, acompañando a los ejércitos musulmanes. Su intención era apoyar la expansión del Islam por Europa, impidiendo que fuera entorpecida por otros Cainitas, sin embargo la derrota de los musulmanes ante los francos en la batalla de Poitiers (732) y varios reveses, frustraron sus esperanzas. Además, varios de sus seguidores, que lo habían acompañado en la conquista de Al-Ándalus, habían permanecido atrás, consolidando su poder en los dominios conquistando, luchando y negociando con los Cainitas nativos.
Finalmente Hilel regresó a Córdoba hacia el año 756, poco después de que el emir Abderramán I se hiciera con el poder de la ciudad. Los Ashirra cordobeses lo invitaron a ocupar la posición de sultán, y de esta forma las facciones desunidas lo aceptaron como un candidato que contentaba a todas. Durante este período el poder vampírico de Córdoba se encontraba en manos de los Banu Haqim (Assamitas), Mushakisin (Brujah) y los Qabilat al-Khayal (Lasombra). Al-Masaari demostró ser un buen estratega, dirigiendo a otros Ashirra en la conquista de nuevos dominios en la península ibérica, al mismo tiempo que dejaba los asuntos administrativos y de gobierno en manos de visires Assamitas y consejeros Lasombra.
En general durante el gobierno de la dinastía Omeya el gobierno del sultán Al-Masaari fue próspero. La única amenaza grave a su dominio tuvo lugar durante el siglo IX, debido a la conspiración de un grupo de fanáticos Cainitas Abrazados por los Lasombra, y que desestabilizaron su dominio fomentando la disensión religiosa. Los Lasombra musulmanes se desligaron de sus hermanos cristianos y poco a poco se hicieron con el poder. Sin una amenaza para el Islam en la península el papel de los Assamitas guerreros perdió influencia en las cortes andalusíes. Solamente en Córdoba el sultán Al-Masaari mantenía una autoridad realmente respetada por sus súbditos, y a menudo se encontraba distraído tratando de mantener la paz entre las diversas facciones de los Ashirra, lo que permitía a los Lasombra incrementar tranquilamente su influencia.
Muchos Ashirra culpan a la ambición y las manipulaciones de los Lasombra la caída del califato de Córdoba, desviando el poder del califa hacia su visir Almanzor. Aunque muchos consideran a Almanzor un peón del Qabilat al-Khayal, gran parte de sus acciones fueron motivadas por sus propios intereses, sin necesidad de manipuladores vampíricos. Es cierto que los Lasombra musulmanes y cristianos sintieron gran admiración por Almanzor y que siguieron de cerca su carrera, pero la verdad es que interfirieron muy poco en sus decisiones y respetaron su voluntad de rechazar el Abrazo cuando se le ofreció. Cuando murió, los Lasombra musulmanes creían haber construido un imperio que duraría siglos.
Sin embargo, las acciones poco ortodoxas de Almanzor para conseguir el poder habían generado un gran descontento, y en apenas unos años estallaron guerras sucesorias que acabarían con el califato, extendiendo la anarquía y provocando la aparición de los reinos de taifas.
Aunque la caída del califato supuso el derrumbe de la autoridad del sultán Al-Massari y el fin de su proyecto de un dominio global sobre Al-Ándalus, no lo supuso de sus consejeros, que vieron en el surgimiento de las taifas un terreno en el que prosperar individualmente. Los Assamitas se volvieron contra los Lasombra, y los Brujah, la facción más débil, perdieron toda su influencia, dedicándose a tratar de salvar y conservar el legado cultural y literario creado por los califas de Córdoba.
En medio de las guerras civiles del califato, el sultán Al-Masaari trató de reclutar nuevos guerreros vampíricos a su causa. La conversión al Islam en el año 1005 del antiguo Shabaqo el Nubio, del clan Gangrel, y la formación de la facción de los Gangrel de Taifa, permitió proteger a los Cainitas cordobeses de interferencias externas, pero el fortalecimiento del poder vampírico no sirvió para traer la estabilidad que tanto necesitaban los mortales andalusíes.
Mientras los viejos consejeros Lasombra eran desplazados del poder, en el nuevo escenario de las taifas surgió la figura de Miriam bint Aisha, una intrigante que comenzó a tejer una telaraña de influencias, despreocupada por el debilitamiento de Al-Ándalus. La inestabilidad de las taifas se ajustaba a sus necesidades.
La llegada de los almorávides desde el norte de África pareció que traería el impulso y revitalización que el Islam necesitaba. Con ellos llegaron varios vampiros, entre ellos el visir Assamita Umar al-Rashid, que respetando la autoridad del sultán al-Masaari se instaló en Sevilla. Sin embargo, su proyecto de unidad fue neutralizado por las maquinaciones de Miriam bint Aisha, iniciando una rivalidad entre ambos que continúa hasta hoy. Umar no se desanimó, y ante el fracaso de los almorávides para consolidar sus conquistas, intentó de nuevo establecer la unidad de Al-Ándalus recurriendo a las dinastías beréberes del norte de África y actuando entre bastidores para debilitar a las taifas y evitar que se opusieran a la llegada de los almohades.
El proyecto de Umar fracasó nuevamente tras la batalla de las Navas de Tolosa en el año 1212. Desde entonces el avance cristiano parece imparable. La reacción frente a los almohades ha provocado nuevamente el surgimiento de taifas, que desunidas no pueden hacer frente a los cristianos, y van cayendo una tras otra en la Reconquista.
Como parte de su fracaso, en 1226 los cordobeses se rebelaron contra el califa almohade Al-Bayasí, que fue asesinado. Los disturbios fueron fomentados por Miriam bint Aisha y los Lasombra, que han colocado a su peón Ibn Hud en el poder en 1228.