El bloque de apartamentos no estaba en las mejores condiciones. No es que no lo limpiaran, pero el resto del mantenimiento estaba dejado. El cristal de la puerta estaba rajado, y al abrirla, un par de surcos dibujados en el suelo describían perfectamente su trayectoria. En los azulejos aquí y allá había algunas manchas de óxido que ya jamás saldrían. La mayoría de las plantas de las macetas estaban escuálidas. Otras ni siquiera daban la impresión de estar vivas.
En la entrada, un hombre pequeño que vestía una camisa dos tallas más grande hacía de vigilante. No se ganaba mucho ese nombre, sin embargo, pues apenas apartó los ojos de un periódico que en sus manos también parecía de talla superior.
El ascensor bamboleaba mientras alcanzaba la sexta planta. El pasillo estaba pobremente iluminado, y aunque estaba limpio como la entrada al bloque, tenía un aspecto desordenado porque algún vecino había decidido usarlo como trastero, acumulando al final del corredor algunos muebles y cajas.
El timbre sonó como un zumbido alto y molesto. No tardó mucho en abrir Linh, vestido con su camisa blanca (a él sí le quedaba bien).
- Muy puntual, Suong, por favor, pasa.
Era evidente al olfato que nadie vivía allí. Es decir, nadie vivo habitaba la casa. No había rastro de olores humanos: ni sudor, ni comida, ni perfumes. Sólo un ligero aroma a cerrado y a humedad. El aire acondicionado no estaba conectado, lo que provocaba que en la sala hiciera un calor que hubiera sido agobiante para los vivos.
El salón estaba adornado con muebles muy viejos y desgastados. Estaba todo razonablemente limpio, salvo algo de polvo en ciertos estantes, y razonablemente ordenado, aunque en la mesa se acumulaban, al lado de un antiguo portátil, muchos documentos y libros. Pero el libro más interesante, uno que daba la impresión de ser realmente viejo, descansaba sobre una mesa baja delante del sofá.