
Desaparecido desde nuestro encarcelamiento, nuestro escudo muestra una estrella púrpura sobre un fondo negro. Aunque no resulta correcto según las tradiciones heráldicas posteriores, nuestro escudo fue creado antes de que mandaran esas reglas. De esta manera, nuestro escudo inusual describe bien a nuestra Casa, pues hemos existido fuera de las normas de las hadas. Esta estrella oscura es tanto nuestro faro como nuestra carga, haciéndonos testigos de la llegada del Invierno sin Fin y a combatir a quienes lo traen al Mundo del Otoño y al Ensueño.
La Casa Beaumayn: Los Cruzados de un Destino Maldito -”¡Gracias!” Ha dicho. ¡No des las gracias a las Parcas, soñador! ¡Ja,ja,ja! ¡Eeeh! ¡No te hemos ayudado! ¡Tus problemas acaban de empezar!
-Las Hecateae, Sandman n.º 2.
Profecías del pasado lejano
Para: <Nombres eliminados>
De: <Remitente eliminado>
Tema: Historia de la Casa
Soy Brendan. He incluido aquí los anhelados escaneos reconstruidos del texto del Manuscrito Marvejols. Estoy muy satisfecho de la calidad de las reproducciones, considerando la cantidad de traducción al inglés moderno que han costado. Sin embargo, todo lo demás fue recreado de la forma más auténtica posible, así que lo que ves es lo que realmente habrías visto, suponiendo que pudieras leer francés antiguo. Recuerda darle las gracias a la Dama Lillian la próxima vez que la veas; sin sus esfuerzos todavía se encontraría bajo una colina en Francia, y habríamos perdido una parte vital de nuestra historia. Resulta difícil hacer lo que hacemos incluso con estas palabras, pero sin ellas la vida sería insoportable. Así que lee, aprende, disfruta y recuerda de dónde venimos y por qué estamos aquí.
-Conde Brendan Beaumayn
La Edad Mítica
Del Manuscrito Maruèjols
Nosotros siempre hemos comenzado en tiempos gloriosos, cuando los reinos todavía conservaban el calor de la forja y el propio mundo podía tomar forma simplemente con el poder de la imaginación. Incluso en los primeros tiempos a lo largo y ancho del mundo se extendió la noticia del ascenso del Gwydion el Gris y su banda de nobles guerreros, que trajeron orden y justicia a las tierras donde no había ninguna. En uno de los primeros viajes que hicieron Gwydion y su séquito, atravesaron una aldea de mortales que estaba masacrando a otra, pasando a las mujeres y a los niños por la espada y quemando los hogares de sus enemigos con familias enteras atrapadas dentro. Pero lo que sorprendió a Gwydion que un guerrero Sidhe contemplaba la destrucción desde una colina cercana, llorando como si su corazón le quemara y sin embargo, sin hacer ningún esfuerzo por detener la matanza. Creyendo que era un cobarde, la banda de Gwydion trató de pasar y salvar a quienes pudieran, pero cuando los escuchó aproximarse, el joven noble se puso en pie y les bloqueó el camino.
Gwydion estaba furioso.
-¿Cómo se hace llamar un guerrero como tú, que puede contemplar la matanza de inocentes y sin embargo no hace nada excepto llorar?
Al oírle, el joven Sidhe se comportó noblemente, sus ojos brillando con la luz de dos luna gemelas sobre un páramo embrujado, sus palabras resonando como un trueno lejano.
-Soy el guerrero Jalendrel, extraño señor, y no soy un cobarde, pero lloro sólo por el conocimiento de que así estaba destinado a ser. -Levantó su espada y los nobles reunidos vieron entonces que una de sus manos estaba retorcida y oscurecida, como si la llama la hubiera quemado-. Debéis saber esto: ni vos, ni yo, ni ninguno de vuestros caballeros puede cambiar eso, aunque me duela la vida, o un mal mayor ocurrirá.
-¿Qué mal más grande hay que las muertes de inocentes mientras los guerreros permanecen impasibles sin hacer nada? -preguntó Gwydion.
-El mal más grande, extraño señor -respondió Jalendrel, ni su voz ni su espada temblaban ante el Sidhe más poderoso que el mundo había visto- es que un hombre bueno no debería actuar si sabe que sus acciones harán que se cumpla un plan malvado.
Antes de que el sorprendido señor pudiera responder, un monstruo terrible apareció entre las llamas de la aldea que ardía, su antigua guarida había terminado siendo expuesta por la destrucción. Rugiendo fuego y derramando veneno de sus fauces, la feroz criatura comenzó a atacar a los atacantes y defensores por igual en medio de su furia. Gwydion y sus seguidores retrocedieron, sorprendidos, pero Jalendrel se preparó y entrecerró sus ojos en aquel momento. Entonces se lanzó contra el monstruo con una furia igual de salvaje, esgrimiendo su gran espada con una mano mientras golpeaba el pellejo pétreo de la bestia. Una y otra vez se enfrentaron, y la sangre de ambos combatientes se derramó, pero al final el joven guerrero consiguió vencer y mató al monstruo con un tremendo tajo final que atravesó su corazón.
La fascinación había caído sobre Gwydion y sus seguidores, y gritaron triunfantes mientras se dirigían al encuentro de Jalendrel. Sin embargo, su alegría enmudeció cuando lo vieron llorando de nuevo.
-Habéis matado a la bestia, noble señor, y por ello deberíais estar orgulloso, porque si no hubierais aguardado como hicisteis, un monstruo como ése habría tomado diez mil vidas inocentes en lugar de la población de esta humilde aldea.
Jalendrel irguió su cabeza y la luz del ocaso en sus ojos brilló mientras miraba a Gwydion con dolor. Sus palabras eran tranquilas y medidas cuando respondió.
-Es verdad, extraño señor, pero entre el pueblo de esta humilde aldea se encontraban mis parientes. Aunque otros se han salvado por mis actos, debo llevar hasta mi muerte el conocimiento de que las vidas de mi familia han sido el precio que he pagado por esta victoria. El futuro siempre ha sido mi maldición -susurró-, porque veo lo que ha de ocurrir, pero con ese poder también viene el conocimiento de que a veces no puedo hacer nada para evitar que las cosas ocurran -reuniendo toda su voluntad, levantó su mano ennegrecida-. Lo intenté en una ocasión, y me gané esto por mi locura, porque no era el momento destinado para matar a la bestia, y lo sabía.
Tras decir eso, se derrumbó en el suelo, mezclando su sangre con las cenizas.
Conmovido por semejante devoción al deber, Gwydion convocó a sus mejores curanderos, que utilizaron su magia para devolver la salud al noble joven guerrero; sólo su mano, quemada por el fuego de la bestia hacía mucho tiempo, no se pudo salvar. Gwydion le dio la bienvenida en su compañía, y con el tiempo Jalendrel el de la Buena Mano se convirtió en uno de los más grandes caballeros de su época, renombrado no sólo por su coraje y la fuerza de sus armas, sino también por su compasión por los humildes, mortales y hadas. Cuando al final terminó desvaneciéndose en el Ensueño, una lluvia de estrellas cayó del cielo en homenaje, y flores azules crecieron en los lugares donde habían caído. Hasta el día de hoy se dice entre los sabios del mundo que cuando las flores azules vuelvan a florecer, Jalendrel regresará de nuevo y dirigirá a su Casa contra los males que sus profecías anunciaron hace mucho tiempo.
La Separación
Como los nobles de la Casa Liam, cuyas tierras compartíamos con frecuencia, nos unimos a los mortales que nos rodeaban, tanto en tributo al aprecio que les había mostrado Jalendrel como nuestra fascinación con su belleza. Nuestra reputación entre las hadas también creció. Fuimos conocidos como grandes videntes, más fiables que las víboras de Eiluned. Nuestra habilidad en el campo de batalla también era apreciada. Siempre que los caballeros de Gwydion cabalgaban a la batalla, encontrarías a los miembros de nuestra Casa a su lado. Así que cuando la Separación llegó, y poco después le siguió la Primera Cruzada, era natural que nuestros más grandes nobles pidiera dejar a la Casa Gwydion para acompañar a nuestros aliados mortales en su búsqueda, con la esperanza de encontrar también ayuda de los reinos de las hadas. Como durante mucho tiempo habíamos servido con distinción a la Hueste Resplandeciente, y los Señores y Damas de las cortes de las hadas también buscaban el remedio a la Banalidad, nuestra búsqueda fue concedida. La fueza del Duque Geremin fue despedida con gran ceremonia y celebración, y así la última vez que nuestra Casa se reunió...hasta nuestro juicio.
La Ruptura
La Casa Beaumayn quedó devastada cuando un círculo de juramento de los Heraldos del Éxodo fue descubierta mientras regresaba de un pequeño fuerte cerca de Antioquía en Tierra Santa. Llevaban un cargamento de armas de hierro frío y pergaminos con muchos rituales horribles que requerían el sacrificio de hadas y otras prácticas malignas; entre los nombres que aparecían en esos libros malditos se encontraban algunos de los más grandes de nuestra Casa. Por lo tanto, se convocó un gran tribunal de señores de las hadas y toda nuestra Casa fue puesta a juicio. La mitad de la Casa fue acusada de disculpar esos horribles experimentos y la otra mitad de ocultar a sus compañeros mientras cometían esos actos horribles. ¿Qué podíamos hacer? Nuestros labios estaban sellados por el juramento hacia nuestros hermanos, así que aceptamos los insultos y condenas con un estoico silencio. No comprenderían la agonía que había sido contemplar a nuestros hermanos volverse locos en sus forjas de hierro, el dolor de luchar contra ellos al mismo tiempo que luchábamos contra el mal, y así todos fuimos declarados culpables por los crímenes de unos pocos.
El juicio de nuestra traición terminó así: Los Nobles fueron aprisionados en las mazmorras de Arcadia, y los Plebeyos que se encontraban entre nosotros fueron condenados a muerte. Tan horribles habían sido considerados nuestros crímenes, que nuestro estandarte fue arrancado de todas las paredes, y un gran ritual conocido como la Crisálida del Silencio fue realizado por los Eiluned, borrando cualquier recuerdo de nuestra existencia de las mentes de quienes se encontraban fuera de las puertas de Arcadia. Se nos dio una estación de tiempo -bajo vigilancia- para solucionar nuestros asuntos, y después marcharíamos a las celdas que nos aguardaban, para permanecer encerrados para siempre. Todavía puedo oír la risa de los Oscuros…
No les dimos nada salvo la verdad, y nos recompensaron con el olvido.
La Herejía de Geremin
Como puede que te hayas dado cuenta, existe una omisión importante en el manuscrito -en concreto, el texto original de la leyenda del Duque Geremin. La buena noticia: hemos encontrado el manuscrito original de la leyenda. La mala noticia: Por desgracia para todos los interesados, las páginas se encuentran muy deterioradas, mucho más que el resto del manuscrito. Teniendo en cuenta el estado fragmentado y frágil de las páginas, no he querido exponerlas al escáner, así que he elaborado un resumen a continuación. Léelo con cuidado porque es el corazón del odio hacia nuestra Casa.
El Duque Geremin era un líder popular en los tiempos de la Primera Cruzada. Al contrario que muchos miembros de nuestra Casa, era carismático, extrovertido y un guerrero valiente, un amante apasionado, y un cortesano ingenioso a la vez. Durante la Cruzada, el Duque Geremin se enamoró de Zobeida, una princesa Eshu. Sin embargo, su amor fue cortado de raíz por una espada de hierro frío, y el duque se volvió loco de dolor con su muerte, cayendo en una profunda depresión y murmurando horribles profecías a quien quisiera escucharle, hasta que una noche simplemente desapareció. En su ausencia comenzaron a circular acusaciones de asesinato, y el Califato Eshu no tuvo otra opción que escuchar la voluntad de sus vasallos y declarar la guerra a la Casa Beaumayn en su dominio, dejando que sólo unos pocos supervivientes regresaran con la historia. Pero éste no fue el final de la historia -todavía.
Doscientos años después, el Duque Geremin reapareció en el Feudo de dos hermanos Sidhe, los señores más elevados de nuestra Casa en aquella época. Haciéndoles jurar que mantendrían el secreto, les contó su historia. Consumido por el dolor, había vagado errante hasta que al final había llegado hasta la frontera de un extraño reino, con un camino gris que se adentraba en un bosque de plata, donde había una luz cegadora como si el sol estuviera amaneciendo entre los árboles. Mientras observaba, Zobeida había salido de la luz con una amplia sonrisa. Después de un momento quedó claro que ninguno de los dos podía atravesar la frontera de aquella tierra, y el Duque le rogó que le explicara lo que le había ocurrido, cómo había conseguido escapar de la maldición del hierro. Ella le contestó que el hierro no era el final de nuestras almas; siendo la esencia de todo a lo que nos oponemos, el hierro quema las impurezas que adquirimos con nuestro contacto con el mundo humano, dejando sólo nuestra naturaleza de hadas para que comience un nuevo viaje.
Entonces Zobeida le dijo a Geremin que debía encontrar el Camino de Hierro, el camino que ella había atravesado para llegar hasta aquel bosque, y guardarlo, porque es el único camino que siempre permite llegar hasta allí. En segundo lugar le dijo que debido al dolor que causaba, pocos aceptarían el hierro voluntariamente, así que tenía que encontrar entre su linaje a los que fueran dignos y adiestrarlos en una serie de ritos para que fueran capaces de mostrar a otros el camino para darles así la liberación del paraíso. El Duque Geremin les dijo a los dos hermanos que no debían hablar de eso con nadie que no fuera de nuestra sangre, porque de la misma forma que ocurría con las profecías que anunciábamos, nadie nos creería hasta que ocurriera, y mientras tanto seríamos perseguidos e insultados.
El Duque advirtió que si no seguían sus instrucciones, el Ensueño continuaría debilitándose y marchitándose hasta que llegara el momento en que una estrella oscura brillara en el cielo. Bajo su luz, los Fomorianos volverían a alzarse de nuevo de las profundidades del Ensueño, enviando una hueste de Thallain ante ellos, barriendo a los Kithain de la Tierra y arrojándolos al gélido frío del Invierno. Así habló, antes de desenvainar un cuchillo de hierro y suicidarsse, con una sonrisa contenida en su rostro.
La Guerra de los Hermanos
Pero la historia no terminó ahí. De inmediato los dos hermanos comenzaron a discutir por lo que Geremin les había contado. El más joven afirmó que todo eso confirmaba las visiones cada vez más oscuras que recibían los miembros de la Casa, y que era una cuestión de lealtad de sangre que cumplieran la última petición de un héroe. El mayor desconfiaba de la historia del paraíso y creía que fuerzas siniestras estaban tratando de manipular el don de sus visiones para traer la ruina al Ensueño. Tras un tiempo la discusión se convirtió en hostilidad abierta cuando cada uno intentó convencer al otro de que tenía razón en su postura y pronto la Casa Beaumayn se dividió en dos facciones. Sin embargo, ambos bandos seguían atados por el juramento de secreto de sus líderes, y no podían revelar la “herejía” fuera de la Casa, por lo que comenzó una guerra en las sombras, hermano contra hermano, en una lucha que duró hasta la llegada de la Ruptura.