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Mensaje
por Darkhuwin » 21 Sep 2019, 10:49
(Cap 16, Parte II)
Aunque la hija de la Cacofonía siempre parecía estar abstraída y en su mundo y no paraba de entonar su intrigante melodía, Lázaro se dio cuenta, al igual que el resto, de que, como si de alguna manera hubiese hablado con el gigante nosferatu antitribu, Musa les estaba incitando a seguirla hacia el túnel que ellos pretendían explorar. Todos parecieron, en cierto modo aliviados, después de haber escuchado las inquietantes palabras de Elías y se dispusieron a ser guiados, manteniendo, como siempre, una prudente cautela y los sentidos alerta.
Los túneles que ahora recorrían, cada vez presentaban un aspecto más lúgubre. Envejecidos y aparentemente poco transitados, los Silver Rockets que habían estado, coincidían todos en que no se parecían en nada a las alcantarillas que recorriesen días atrás en Ottawa. El ladrillo era tosco, y la arquitectura mucho más antigua. La humedad era menos pronunciada que en la capital, según De Paso, pero desde luego, el olor a podredumbre que emanaba de aquellas vías acanaladas, no podía compararse con nada que el pander hubiese experimentado hasta la fecha. Y lo peor era que, según avanzaban, la cosa empeoraba. Aquello era un puto laberinto subterráneo, una trampa mortal para cualquiera que no supiera por donde se estaba moviendo.
Lázaro era novato en aquellas lides y desde luego estaba bastante intranquilo ya de por sí, pero ver como la expresión en el rostro de sus nuevos hermanos y camaradas iba transformándose a medida que recorrían más y más secciones de aquel entramado de salas y galerías, de grutas y túneles, que parecían no tener ninguna lógica técnica o arquitectónica, le estaba llevando al límite de su cordura. Se fijó en que Pantera, en más de una ocasión, miraba hacia atrás, como intentando recordar por dónde habían pasado, pero en seguida sacudía la cabeza negativamente, visiblemente contrariado por no conseguir hacerse una idea mental. Y como él, muchos de los otros. Todos sabían que a aquel ritmo y en aquel inhóspito lugar, estaban completamente en manos de su guía. Y la hija de la cacofonía continuaba su camino incesante y sin hacer caso a las preguntas de los otros, como un pastor que oyese balar a sus ovejas. Si aquello era una trampa, habían caído de lleno y sin resistencia posible al internarse de aquella forma.
Por si fuera poco, el enrarecido ambiente que se respiraba en aquella maldita oscuridad, empezaba a jugarles malas pasadas a sus sentidos. Las paredes, a veces parecían latir, el agua vibrar, y bajo la melodía incesante de la ciega cainita, podían escucharse siseantes susurros, el eco de risas fugaces o lejanos llantos incontenibles. Pero Musa no se detenía nunca. No paraba de avanzar ni de cantar, como si le fuera la no vida en ello y, a Lázaro, no le extrañaría que aquel fuera el caso. Porque el terror que empezaba a sentir, no podía describirse con palabras. Imaginaba seres en aquellas sombras, más allá su vista, en los rincones, tras las puertas, en los otros túneles, acechando, observando.
Aparentemente condenados ya a su incierto destino, ahogados, como si pudieran estarlo, por aquella aura sofocante que les envolvía, recorrían las tinieblas en singular comparsa, durante horas y horas. Quizás días. Habían perdido la cuenta del tiempo, que allí parecía relativo y cambiante. La única nota de esperanza que iluminaba sus mentes, impidiéndoles caer en la más absoluta desesperación, era encontrar, cada cierto tiempo, símbolos en forma de espiral dibujados en las paredes; lo que les llevaba a pensar, al menos momentáneamente, que iban bien encaminados en su búsqueda, que existía algún sentido para seguir con aquella oscura odisea, con aquel periplo irreal a través del inframundo. Lázaro escuchó como los demás susurraban entre ellos preocupados pero animados por los hallazgos. Apenas entendió las palabras que De Paso le dirigía, pues su mente estaba embotada por el terror, y sus sentidos seguían buscando sin cesar a aquellos que permanecían sin ser vistos, en los límites de su percepción. Por eso, cuando lo que le habían parecido muchas horas después, comenzó a escuchar un claro y amenazador rugido gutural, le faltó muy poco para abandonarse a su miedo y salir corriendo.
Sin embargo, la visión de los Silver Rockets preparándose profesionalmente para la caza, en aquel escalofriante entorno, fue tan inspiradora que consiguió apaciguarlo. Pese a toda la tensión, la desorientación y las dudas, aquel grupo de seres sobrenaturales era capaz de sobreponerse y actuar como un equipo coordinado y efectivo. Todos interpretaron al unísono el rugido como proveniente de un cambiaformas. El Lupino que andaban buscando se encontraba muy cerca y por lo que parecía, no pensaban dudar a la hora de actuar en consecuencia. Desenvainaron sus armas, prepararon sus mentes y se dispusieron a pelear hasta la muerte incluso allí, en lo que podría denominarse como ‘la guarida del lobo’.
El gruñido fue creciendo en intensidad. Se acercaba cada vez más. Musa se detuvo y abrió los brazos. Lázaro se fijó en que estaba sonriendo. Seguía cantando, pero sonreía. ¿Significaba aquello que les había traicionado? ¿Podría estar ella aliada con sus enemigos?
Dos enormes ojos rojos aparecieron frente a ellos. Mas cuando De Paso intentó apartar a la hija de la cacofonía para ponerla a salvo, ella se zafó con destreza y se lanzó hacia la oscuridad donde estos se hallaban. Y la abrazó. En ese momento, el pasillo fue iluminándose poco a poco. La cainita estaba arrodillada rodeando con sus brazos a una especie de hombre de avanzada edad, de piel arrugada y curtida y abundante cabello canoso. Su complexión era fibrosa, de marcados y delgados músculos. Su desnudo cuerpo, mostraba muchas cicatrices y tatuajes de espirales por todos lados. El rugido había cesado.
- ¿Quién eres? - Preguntó Pantera adelantándose a los demás. El hombre tardó en contestar. Bastante tiempo como para que Lázaro pudiera notar los nervios en sus cofrades, pero no el suficiente como para que se abalanzaran sobre él.
-Lo importante no es quién soy yo - Comenzó, prácticamente susurrando. - Sino qué supongo para vosotros. – su voz era áspera y seca.
-Supones una buena pieza para nuestra colección de chuchos malolientes. - Replicó Lupus. Al pander le pareció que su chulería y la sonrisa que mostraba, tenían que ser una forma de contener los nervios y aplacar la tensión de la situación. No había visto esa faceta del gángrel antitribu hasta ahora.
-Oh, claro... Sin duda, podría serlo. Sois unos excelentes cazadores. Eso lo huelo. Pero también hace mucho tiempo que sé reconocer a mis aliados. – Aquellas palabras confundieron al novato y tampoco convencieron para nada a los demás, que se miraron intrigados.
- ¡Dejate ya de boludeces chucho! Alejate de la mina y pelea por tu vida, aunque ya te adelanto que no te va a servir de nada. Aquí venimos forrados de plata y rituales como para asaltar a toda tu estirpe. - Amenazó De Paso, enfervorizado.
-Ji,ji,ji,ji. ¿Mi estirpe? … ju,ju,ju,ju. – La risa de aquel extraño sujeto se asemejaba mucho a la de alguien trastornado. No dejó de mirar al suelo mientras continuó diciendo: - Si te refieres a los Garou, los hombres lobo, los cambiaformas. Sí… mi tribu fue una vez parte de su ‘estirpe’. Pero ya no. Desde hace muchos siglos, los míos nos dedicamos a lo mismo que vosotros. A aniquilarlos. Y por eso mismo, porque es a lo que os dedicáis vosotros, digo que, en realidad, sois mis aliados. Todos servimos al Wyrm, aunque yo sé que lo hago y vosotros aún no. –
Lázaro ya no entendía nada de lo que estaban hablando, por lo que se dedicó a pensar de qué manera podría atacar a aquel personaje sin dañar a la mujer que lo abrazaba.
-Te equivocas pendejo. - Dijo Pantera, indignado - Nosotros no servimos a nadie, solo a la espada de Caín y a su causa.
-Eso es lo que creéis, sin duda. – Le respondió el otro divertido. Sin moverse. – Solo veis una parte del cuadro, como todos los de vuestra clase.
-Explícamelo entonces – Intervino Lilith, impaciente. -¿Qué es el Wyrm? ¿Es acaso el Decani? ¿Eres tú un danzante de la Espiral Negra? – La tremere antitribu parecía tener muchas preguntas que necesitaban respuesta. Y era obvio que no quería perder la oportunidad.
- ¿Es que no escuchaste lo que tú misma nos dijiste? – la cortó el templario tzimisce. – ¿Lo de que son tramposos, mezquinos y mentirosos? ¿Ahora le vas a conversar? ¿Realmente pensas que es nuestro amiguito porque también mata pulgosos?
-¡No tenemos nada, joder! – Se revolvió ella de repente. - ¡No sabemos una mierda! – Su reacción sacó al pander de sus planes de ataque y dejó a todos sus cofrades sorprendidos. – Y vamos a continuar totalmente perdidos si no hacemos más que pelear y matar a todo lo que se mueve. ¿Es que no lo entendéis?
Desde luego, el ambiente estaba enrarecido. Algo estaba alterando sus ánimos. Todos estaban actuando de forma desproporcionada e histriónica desde hacía un rato. Lázaro acababa de darse cuenta de ello, pero el caso es que no sabía cómo evitarlo.
-¿No os sentís… diferentes? – preguntó.
-Está afectándonos la mente con algún sucio truco – Dijo entonces Quatemoc.
-Hum, hum, hum. No seríais rivales para mí. Si fuéramos enemigos. Pero no lo somos.- Mientras decía esto último, se desembarazó gentilmente de la cantarina cainita que lo abrazaba y se puso de pie, despacio, antes de decir. - Y os lo demostraré. - Los Silver Rockets se pusieron en guardia. El cambiante abrió los brazos y se expuso totalmente a ellos mientras sonreía. - Adelante. Haced lo que hayáis venido a hacer. Sois mi liberación, mi destino, mi regalo...y yo el vuestro.
Y antes de que se le escapara la oportunidad, Lázaro se abalanzó sobre él con total determinación. Era su momento, quizás no hubiera otro. Alcanzó a oír un 'espera', posiblemente de Lilith. Captó como sus hermanos se habían quedado congelados, demasiado sorprendidos y seguramente reticentes a confiar en las palabras de aquel ser que decía ser su aliado imposible, que se ofrecía de alguna manera en sacrificio. Pero él no se lo pensó. Lo agarró por el cogote y comenzó a golpearle con todas sus fuerzas y velocidad en el rostro con su nueva arma de aleación de plata. Con el empuje, cayó sobre él a horcajadas y siguió golpeando sin piedad, clavando una y otra vez aquellas puntas afiladas en el rostro del lupino. Estaba cumpliendo con su deber, si iba a formar parte de aquella manada, tenía que demostrar su valía, sería la consecución de su misión, su ascenso al estatus de miembro de pleno derecho. Creía sentir como una gorjeante risa bajo aquella masa de hueso y sangre que se había formado. Ningún grito de dolor ni quejido bajo sus propios alaridos de furia que acompañaban los golpes. Cuando paró, parecía que su presa ya no respiraba. Nadie dijo nada. Todo había quedado en silencio. Demasiado silencio, porque Musa había dejado de cantar.
Era la primera vez, desde que se adentraran en aquel lugar, que no oían la voz de la hija de la cacofonía entonando su melodía. Ahora, solo un casi imperceptible pero profundo lamento surgía de su garganta, acompañado de cortos sollozos que iban convirtiéndose poco a poco en un llanto cada vez más roto. Aquello no solo les estaba afectando a ellos, sino que parecía estar alterando el total de su entorno.
Cientos de sonidos que hasta ahora se habían mantenido acallados por la canción, comenzaron a surgir de las profundidades de aquel oscuro mundo. Las paredes realmente palpitaban y las sombras pronunciaban impíos mensajes de locura, oprobio y desesperación. La sensación que había percibido Lázaro de la existencia de seres ocultos a su alrededor se tornó en certeza. Estaban ahí, acechando, encaramados tras el velo de la cordura que hasta ahora había separado su mundo del de ellos. Dispuestos a cruzar la frontera y hacerles trizas en cualquier instante.
-Sea lo que sea lo que habite o domine este lugar, parece que acaba de darse cuenta de nuestra presencia – Lilith expresó lo que todos estaban pensando.
En el momento en que Musa comenzó a elevar su llanto de plañidera y su voz se convertía ya en una tormenta alarmante, el pander se dio prisa en seguir las instrucciones que Lupus le había explicado para hacerse con el corazón de su víctima y guardarlo para más tarde y todos salieron corriendo de allí sin casi mirar atrás.
Pero aquella no sería una huida fácil. Lázaro suponía que sus cofrades estarían sintiendo las mismas presencias, los mismos peligros que los amenazaban. Sus mentes no estaban al cien por cien y estaba casi seguro de que ninguno era capaz de recordar el camino por el que habían llegado hasta allí. No obstante, Lilith lideraba la marcha y había recurrido a algún tipo de truco ritual con el cuál pretendía guiarles hacia la salida. Los túneles y galerías se sucedían como a la ida, sin aparente orden ni concierto. Apenas se fijó en si volvían a ver las marcas espirales o algún otro indicio de que habían pasado por allí anteriormente. Toda su concentración estaba dirigida a no resbalar o trastabillar y no perder el ritmo de los demás, intentando apartar de su cabeza las visiones que lo acuciaban.
Pronto empezaron a escuchar el zumbido. Aquel terrible sonido no vaticinaba nada bueno. Algo de tal magnitud solo podía significar una cantidad desproporcionada de insectos que se acercaba de forma inminente. Y para más inri, otros sonidos provenientes del suelo y las paredes parecían augurar que algo más se movía dentro de aquella tierra maldita.
En cierto momento, Lázaro finalmente no pudo evitar tropezar y calló de bruces contra el húmedo pavimento. En su intento de seguir avanzando para no quedarse atrás, trató desesperadamente de levantarse, asiéndose a la pared que se hallaba a su izquierda, pero ésta, pareció resistirse a su agarre con una especie de palpitación ondulante. Una extraña sensación repulsiva le recorrió el cuerpo, dejándole aturdido durante unos instantes, incapaz de entender que acababa de ocurrir. Y entonces, una mano surgió de la pared y lo aferró por el cuello.
Perdió unos cuantos segundos intentando zafarse de ella, sin acordarse de que ya no necesitaba respirar. La mano se fue convirtiendo en un brazo y una horripilante cara apareció tras este, atravesando el muro de forma incomprensible. Cuando quiso darse cuenta, una criatura deforme y monstruosa se le había echado encima y trataba de separarle la cabeza de los hombros con una fuerza descomunal. Los colmillos que asomaban del orificio que una vez pudo ser una boca, le sugirieron a Lázaro que aquel engendro quizás fue uno de los suyos en el pasado. O tal vez fuese uno de los que llamaban nosferatu, pero la piel entremezclada con la tierra y las raíces hacían suponer que vivía, de alguna forma, enterrado allí abajo y el brillo amarillento de sus ojos y la locura que transmitía su mirada, dejaba claro que no era dueño de sí mismo.
Gracias al cielo, el pander era duro, realmente duro. No había sido el único superviviente de la capilla de Atlanta por nada. Él mismo se sorprendía de que la criatura no estuviera consiguiendo dañarlo de verdad, así que, en cuanto tuvo la oportunidad, dirigió voluntariamente la sangre hacia sus músculos, incrementando su fuerza de forma ostensible y se desembarazó de su opresor con un movimiento que aprendió en clases de judo en su vida mortal. Escuchó un disparo de fusil y la cabeza de aquel ser, reventó de pronto junto al suelo. Lázaro levantó la mirada para ver como De Paso recargaba y le gritaba:
- ¡Levantate, dale!, no tenemos todo el día, novato. - Y justo cuando ya pensaba que había superado el contratiempo inicial y que podría recuperar la verticalidad, varios pares de manos más atravesaron las paredes. Aquello tenía que ser el infierno, tenía pocas dudas al respecto, pero Lázaro se levantó y corrió. Corrió como nunca había corrido. Ahora era consciente de lo poco que duraría su inmortalidad si no ponía todo su empeño en salir de aquel lugar. Siguieron corriendo como alma que llevara el diablo durante un buen rato hasta que se dieron cuenta de que no parecía que las criaturas les estuvieran persiguiendo.
Sin embargo, cuando pensaban que estaban un poco más a salvo, en la siguiente galería los alcanzó el enjambre. Cientos de insectos les rodearon y se les metieron por todos los orificios del cuerpo. Se les apelotonaron en los ojos y los oídos, dejándolos ciegos, sordos y mudos. El pander, entonces, prácticamente perdió toda esperanza. El sonido que llegaba amortiguado por la masa de bichos que lo taponaba, era un atronador zumbido incesante. Por lo demás, el único contacto con el mundo exterior era su piel y estaba siendo mordida y aguijonada en toda su extensión. Tenía la impresión de que se habían convertido en una especie de crisálida rebozada, como una colmena repleta de abejas en la que éstas intentaran sorber toda la miel.
Casi incapaces de moverse o actuar, notó como algunos de sus hermanos caían, posiblemente secados por dentro y otros se tiraban a revolcarse para intentar quitarse aquella segunda piel. Pero él, una vez más, se dio cuenta de que las mordeduras y picaduras apenas lo dañaban. Su dermis era dura como la roca, incluso los tejidos dentro de sus cavidades. Así que, trató de relajarse y se concentró en apartar suavemente de sus ojos los insectos para poder ver algo, aunque fuera solo por unos segundos, e intentar buscar una salida. Su sorpresa fue mayúscula al descubrir, en un lateral de la galería, la rejilla de un colector secundario de agua. Un canal, posiblemente de aguas fecales, que corría bajo el suelo hacia alguna depuradora o salida de residuos. Lázaro se dirigió hacia allí determinado a escapar. No iba a morir allí, aquel no era su destino. Pero entonces notó algo que no había notado en toda su vida de mortal. Miró hacia atrás, apartándose nuevamente el enjambre de los párpados y, viendo a sus cofrades, sintió que no podía abandonarlos a su suerte. Que no podía perderlos. Sin ellos no era nadie, no era nada. Los necesitaba, los amaba. Aquella sensación era prácticamente nueva para él, pero era tan fuerte, que no podía resistirse a ella.
Por lo que había aprendido en el poco tiempo que llevaba de su nueva existencia como cainita, sabía que aquel impulso venía provocado por los vínculos que creaba el compartir su vitae con sus hermanos de manada en los ritos de Vaulderie. Pero el hecho de saberlo, no hacía que pudiese evitar sentirlo, por mucho que lo intentara. Así pues, una vez que consiguió retirar la rejilla, arrancándola de sus ya herrumbrosas bisagras para que pudiera caber alguien por la abertura, fue arrastrando los cuerpos atestados de parásitos de sus cofrades e introduciéndolos uno a uno. Él fue el último en entrar a la corriente de agua, así que pudo ver cómo los bichos quedaban flotando impotentes cada vez que los cuerpos se sumergían y eran rápidamente arrastrados por ella. Aquello podía funcionar, tenía que hacerlo, aunque no tenía ni idea de a dónde les conduciría. En su última visión de aquel lugar, le pareció como si toda la nube de insectos enloquecidos estuviera formando una cara, una expresión de odio terrible.
"El Espíritu libertario será el principio fundamental de la secta. Todos los Sabbat tienen derecho a esperar y reclamar libertad de sus líderes." Código de Milán. artículo XI.