Los tres cainitas salieron de la residencia de ancianos con más preguntas que respuestas. Pero creo que a estas alturas, aquello no sorprendía a nadie. A cada paso, el abanico cada vez se llenaba de más y más interrogantes, como si los caminos se multiplicaran por mil, y la senda correcta, siguiera siendo solo una.
Para Francesc aquello estaba siendo una auténtica pesadilla. Una patada en el estómago para su legal forma de hacer las cosas. Ahora habría que añadir un allanamiento y hasta una posible extorsión a un octogenario. Pero eso, tampoco le sorprendía ya. Aquella especie de atmósfera opresora y pesimista, donde casi todo lo que podía salir mal, saldría mal, se había apoderado de él. En realidad, aquel sentimiento le acompañaba desde lo de Verónica, pero ahora parecía más acentuado. Desde que Paula lo metiera en aquel fregado, la sensación se multiplicaba exponencialmente a cada noche que pasaba. Cada vez estaba más dentro del laberinto, y los setos cada vez más gordos y frondosos.
En realidad, cada vez más, se sentía sin ningún control sobre aquello. Cómo si la investigación les quedara demasiado grande. No podía evitar pensar, como era posible que la Sheriff confiara en un grupo de neonatos desconocidos en un trabajo que colocaba su cabeza en peligro. Aquello sólo le llevaba a dos potenciales soluciones. O Paula estaba realmente desesperada o solo eran víctimas de un engaño. De un cruel juego, en que como marionetas, seguian las migas de pan, hasta Caín sabe donde. En cualquiera de los casos, ya tenía la pata (la buena) totalmente dentro de el asunto, como poder echarse fuera. Y parecía que aquella sensación de estar cogido por los huevos era extrapolable a sus compañeros de coterie.
Cesc tenía que tener cuidado con lo que decirle al paria Jean-Luc. Ahora mismo le había entregado una carta muy importante. Un as bajo la manga en forma de sobre con la sobreimpresión de un carmín azul, que probablemente escondiera muchos de los secretos inconfesables de Fornals, y lo más jodido, algunos que quizás hasta él mismo desconociera.
La cosa con Egwu tampoco pintaba más colorida. La advertencia de Daren sobre Verónica había sido, seca, directa y tajante. Y totalmente comprensible... ¿o ácaso su cruzada tenía menos valor que la suya?. No lo creía el abogado, que se crujía el cerebro intentando no pensar en el día que aquella situación pudiera recrearse en la realidad.
El ventrue permanecía apoyado con la cabeza en el cristal trasero de aquel pequeño utilitario, como Bill Murray en Lost in Translation. Con la misma sensación de desvarío, pérdida y desasosiego. Pero al menos tenían un nuevo clavo ardiendo al que aferrarse. Un nombre. Un nombre nada cómodo, pero un nombre al fin y al cabo. Velasco. Primogénito de los hijos de Malkav. Aquello le hacia recordar los hechos del templo de Sahil. Las tripas se le revolvían y la cabeza le daba vueltas. Sentía que si seguían jugando como su cabeza acabaría peor que el pobre Donat, cuyos gritos aterradores, de "papá, papá" aún se le filtraban en su cada vez más oscurecida alma.
El silencio en el minúsculo coche era abismal. El ruido del motor invadía el interior del coche, mezclado con una música ridícula proveniente de un cassette, donde aparentemente habría grabado a veinte rusos hasta las cejas de vodka, cantando su particular versión de Vladimir el Chocolatero. Intentó salir de aquella espiral desmotivadora, intentando averiguar el siguiente paso que la desquebrajada coterie tenía que dar. Asomó la cabeza entre ambos asientos. Aparentemente Jean-Luc conducía sin un destino claro, con el brazo relajado sobre el volante. Daren permanecía sumido tambien en sus propios pensamientos, con la aquella extraña mirada entre perdida y concentrada, sobre la carretera.
Y llegó la pregunta del millón. La aterradora pregunta que un ventrue con la cabeza amueblada como Francesc Fornals Labadía, nunca haría:
-¿Y ahora que hacemos?...
