El abogado había tomado control de la voluntad de pobre hombre, y con ella, de la totalidad de la situación. El arma bajó obedeciendo el gesto del ventrue, y tanto él como su hijo, que eso sí aun os observaba desconfiado, entraron con vosotros y os dejaron cerrar la puerta con discrección. La habitación, de escasos 10 metros cuadrados, estaba atestada de enseres personales, y además de la puerta metálica que acababais de franquear había dos salidas más. Una daba a una cocina pequeña, desde la que tres pares de ojos os observaban con miedo. El chico joven en seguida se acercó a la que podría ser la madre y dos niñas pequeñas, tranquilizándolas en árabe. La última puerta daba a un pasillo en el que un par de literas se habían dispuesto de tal manera que casi no dejaban espacio para llegar a una puerta al fondo, de aspecto más robusto.
- La puerta de la vivienda principal es esa - te dijo el magrebí, manso a tus preguntas - conduce a las escaleras del edificio, señor policía. El arma es sólo de aire comprimido, me la vendió un libio que llegó hace tres años al barrio y que montó un bar con el dinero de la droga de un hermano; él es el padre de un compañero de clase de mi hijo...
- ¡Papá! - le cortó el chaval del bate de inmediato, claramente desconcertado por el comportamiento de su padre.
El fuerte olor a hierbas de la estancia enmascaró por un momento ese aroma penetrante a vitae que venía molestando a Cesc desde hacia algún tiempo ya. Como muchas molestias y dolores, sólo con su alivio momentaneo fue consciente el abogado hasta que punto era potente e inhabilitante la misteriosa sensación. En los picos de actividad era como tener una copa de sangre a breves centímetros de la nariz, hacía hasta dificil que no se le dispararan los colmillos...
Y de repente, un ruido suave, de pasos pesados, en la azotea de la que acabais de salir.
