SEXO EN ROMA (Desperta Ferro Arqueología nº 39).
Líos de familia. Sexo, afecto y política a finales de la República romana por Joaquín Ruiz de Arbulo (URV-ICAC)
Para las grandes familias senatoriales de finales de la República los divorcios y las bodas consecutivas estaban a la orden del día. Las muertes durante el parto de las mujeres casadas eran muy frecuentes, y los matrimonios pactados habían sido siempre esenciales en una sociedad basada en las relaciones de patronazgo y clientela. En el año 59 a. C., a nadie pudo extrañar que Julio César, el nuevo cónsul de la República, habiendo repudiado a su anterior esposa años atrás, anunciara su boda con Calpurnia, hija de Lucio Pisón, al saber que este le sustituiría como nuevo cónsul al año siguiente. Simplemente César necesitaría su aprobación para obtener un mando provincial proconsular. Y no solo eso, al mismo tiempo César ofreció también a su hija Julia en matrimonio a su aliado, el famoso general Pompeyo el Grande. Se trataba de sellar el pacto que ambos, en compañía del multimillonario Publio Craso, líder de los equites u hombres de negocios, habían establecido el año anterior y que conocemos hoy con el nombre del primer triunvirato: una alianza de sus intereses respectivos para controlar las votaciones senatoriales. Porque de eso se trataba.
Mujeres y sexualidad por Patricia González Gutiérrez
Un orador griego, Demóstenes (59.122), explicaba tranquilamente la utilidad de las mujeres. Las esposas para tener hijos, las concubinas para el servicio diario y las prostitutas para el placer. Los romanos, aunque con una legislación más elaborada sobre las uniones y el deseo, pensaban más o menos lo mismo. La sexualidad femenina, como en todo el mundo antiguo, se concebía solo como un elemento de utilidad para los hombres. Las mujeres, además, no eran tanto individuos por sí mismos –al menos en este aspecto–, sino más bien receptáculos y representantes del honor familiar. Para las mujeres romanas –y también para las no tan antiguas– su sexualidad no era suya, sino de su comunidad, de su familia y de su marido.
La leyenda negra de los emperadores. Mitos y realidades por Jerry Toner (University of Cambridge)
Los emperadores romanos con peor reputación son conocidos por su falta de tapujos sexuales. Pongamos por ejemplo el adolescente Heliogábalo. Colocado en el trono en 218 d. C. tras un golpe de palacio orquestado por su abuela, este espíritu libre se sintió eximido de las conservadoras normas sociales de Roma. Es conocido, entre otras cosas, por su afición a vestirse como una mujer y por haber querido castrarse. Tuvo una serie de amantes varones, prodigándose en favores a ellos, y seleccionó candidatos para su gabinete en función del tamaño de sus penes. Leyendo estos relatos sensacionalistas, resulta sencillo formarse una impresión de que este tipo de ilimitados e ingeniosos comportamientos sexuales eran algo normal en la corte imperial. Esta idea fue además avivada por los escritores cristianos, interesados en trazar una estricta división entre su propio énfasis en los beneficios morales de la castidad y la represión sexual en oposición a la lascivia típica de sus predecesores paganos.
Perspectivas romanas de las relaciones homoeróticas Patricia González Gutiérrez
Aunque las prácticas homoeróticas han existido siempre, conceptos como la homosexualidad, la heterosexualidad o la bisexualidad son contemporáneos. De hecho, mientras que el término “homosexualidad” surgió en 1869, el de “heterosexualidad” no empezó a usarse hasta 1892. La alteridad, como siempre, se nombra antes que lo considerado “natural” o “normal”. Así pues, resulta extremadamente complejo aplicar estas categorías al pasado, y nunca acaban de encajar del todo bien, y tampoco nos resulta fácil en algunas ocasiones clasificar de qué nos están hablando las fuentes. Quizás es mejor simplemente analizar las disidencias sexuales y de género desde el propio prisma del pasado, desde su propia normatividad y siendo conscientes de las dificultades de (re)pensar la sociedad romana desde nuestro prisma. Así que, en realidad, es mejor hablar de prácticas homoeróticas que referirnos a conceptos como homosexualidad o bisexualidad, y de transgresiones a la normatividad en vez de intentar encajar esas realidades en nuestras propias identidades.
El precio de la infidelidad. El adulterio como delito sexual por Thomas McGinn (Vanderbilt University)
La definición de los delitos, los métodos para perseguirlos y los castigos que se imponen varían considerablemente de una sociedad a otra. Esto es especialmente cierto en la definición de los delitos sexuales, a la que, aunque en ocasiones se le ha querido dar una amplia validez, incluso universal, contemplada con detenimiento emerge claramente como un constructo cultural con significativas diferencias entre distintas sociedades. Esta cuestión es particularmente significativa en el mundo romano, donde los delitos sexuales servían para ordenar el estatus personal, sobre todo de acuerdo con el género.
Veneris figurae. La imagen y la provocación por David Vivó (UdG)
La representación de escenas sexuales, ya sean mitológicas, de creencias populares o simplemente de pornografía, eran un hecho corriente y no ofensivo, per se, a ojos de los romanos. Sin embargo, esto no quiere decir que todas tuvieran la misma consideración, puesto que el concepto de obscenidad e incluso de pornografía se asociaba a cierto estatus social y cultural. En general, las clases altas y adineradas elegían las escenas mitológicas, ya fueran estas más o menos sexuales, por su contenido “cultural”, mientras que las clases populares eran mucho más explícitas y crudas en sus repertorios. En ambos casos, y específicamente en las pinturas murales, no había una especialización temática de talleres eróticos, sino que era el comitente quien elegía, según el público al que iba dirigido, la temática a representar.