[Narrativa] La noche de las ratas.

Moderador: Darkhuwin

William "Bill" Duffy (Corso)
Ductus de Las Cinco Puntas

Re: [Narrativa] La noche de las ratas.

#21

Mensaje por Corso » 03 Abr 2021, 20:49

En la actualidad.
Imagen Las preguntas se sucedieron con el estrépito de un mar impetuoso chocando contra un rompeolas. ¿Podía ser posible que hubiese encontrado una nueva conexión y, ciego de él, no la hubiese visto teniéndola delante? Duffy apretó con fuerza la mano apoyada en el puño de su bastón, y a punto estuvo de destrozarlo si no hubiese sido porque, tras unos segundos de rabia proyectada sobre sí mismo, una voz interior relajó la tensión con que aquella epifanía había atenazado su cuerpo.

Fue una sensación intensa que, aunque breve, le sirvió para darse cuenta de que el estrés que sentía, en realidad, le llevaba acompañando desde el encargo de Benezri. O al menos, desde que la petición del encargo había vuelto a traerle esa angustia que creía tener controlada.

La bestia comenzó a removerse cuando al fin salió de La Fontaine, sugiriéndole calmar sus nervios con la sangre de alguno de los borregos que encontrase de camino al refugio, pero la mirada perdida del lasombra estaba fija en una sucesión de nombres e imágenes. Y en un maletín.

A su alrededor, los sonidos nocturnos de Montreal se distorsionaron bajo el clamor de un viejo eco conocido. Eran los sordos golpeteos de aquel corazón que había encontrado en el nido de las serpientes, mucho tiempo atrás, cobrando presencia en su memoria. Sus pasos de entonces le habían valido algunas noches al abrigo de los "cuidados y atenciones" de la Inquisición de la secta. Noches imposibles de olvidar y que habían dejado una gruesa cicatriz en su bagaje como sabbat. Incluso, aun tras no encontrar actos infernalistas manchando las manos del lasombra, Vasilescu pasó una temporada en la que parecía querer estar lejos de él; quizá no de una forma física, pero Bill podía leer la duda en los ojos del tzmisce.

Quizá hubiese llegado el momento de volver a enfrentarse a mucho de todo aquello. A la corrupción, las acusaciones y las presuntas traiciones. También a las desapariciones. Y a la maldad que habitaba dentro de él, tan real como cualquiera de sus propios órganos. La diferencia estribaba en que Bill ya no pretendía escapar de su oscuridad interior, pues había aprendido a amarse en ella. ¿Se le respetaría aún así?

¿Podrían los demás - o al menos sus hermanos e íntimos- con ello en pos de proteger Montreal de la traición de su Arzobispo y de su lucha contra lo desconocido? A veces el mal solo puede ser vencido a través del mal. Pensó por un segundo más en Jerar y Moise, Valez, Benezri y Jason Harold: en la tela de araña que cubría la ciudad de los Milagros Negros, la urbe de Las Desapariciones Inexplicables, la cuna de Lo desconocido.

Después, como alma que lleva el diablo, se lanzó dentro de una boca de metro y se tiró a las vías oscuras y desiertas camino del refugio comunal. Corriendo bajo tierra como un poseso, al encuentro de sus hermanos y del futuro incierto que les aguardaba a partir de esa noche, con la única compañía de un pensamiento dirigido a todos aquellos enemigos que con malas artes pretendían prevalecer por encima de la secta y de la verdad.

Cerdos traidores avariciosos, déspotas y egoístas.

- Si, para respetarme, esperáis que obedezca, no rechiste y que me eche a un lado entonces, la nuestra, no será una relación basada en el respeto.



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Cánticos de guerra en la distancia.

Ya no hay hierba, ni arroyo. Ni cueva, ni valle. Solo un páramo sembrado de cadáveres. Sobrevolando las exangües hogueras, el graznido del gran cuervo trona entre los gritos de agonía de los nativos. Vuela trazando una espiral de desolación sobre el monte que les dio cobijo y sustento. Allí, donde nació, ya no nacerá ningún otro. Solo queda una tumba solitaria. Y el gran cuervo dándose un festín con los órganos de aquellos de los suyos que no han sido enterrados.

El cazador lo mira todo desde su exilio. Su mirada denota vértigo. La inmutabilidad de las costumbres y lo establecido se deshacen en la escena que reflejan sus pupilas. El concepto que tiene de lo puro que hay en el mundo roto a picotazos. Cae de rodillas mientras un aullido de odio le rasga la garganta. Y grita. Grita como un niño al que acaban de robarle la inocencia. Hasta que la voz le abandona y pasa a formar parte del réquiem que trae consigo el viento, como un negro huracán desatado y sin ojo.

Cánticos de guerra en la distancia...

...de un sueño profético.


***
El cazador llegó a la novena puerta de la espiral y apartó a un lado el cuerpo mutilado de aquella que la custodiaba. Carole Merleau, la llamaban, y el único brazo que seguía pegado al tronco de Carole Merleau se aferró a la pierna de él mientras esputaba una brillante espuma carmesí por su sucia e inmunda boca.

- Sálvanos...- suplicó, clavando las uñas en su carne, pero éste ya no atendía a los ruegos de la tribu. La miró, reconociendo en su rostro el de una hermana; y luego se agachó y le escupió en la cara y siguió caminando, dejándola atrás. Quizá Carole hubiese esperado piedad, o quizá no, pero esta le pasó de largo, dejándola a solas con sus últimos estertores, las tripas desparramadas sobre el suelo y el desconsuelo de haberle franqueado el paso a su indolencia. Al último testigo de un pueblo, que como el suyo, habría de ser reducido a amargas cenizas.

Ignominioso, vil y apátrida. Así cruzó el cazador el umbral que ponía fin a su éxodo, marcando su rumbo con los jirones de sombra que dejaban las grietas de la piel cortada de sus pies desnudos.


***

Una vez dentro, paso a paso, el contacto de sus brunas huellas iba emborronando y deshaciendo las páginas calcinadas de la Letanía de Sangre, que como si fuesen las defenestradas últimas hojas caídas de un otoño incendiado y eterno, cubrían el suelo empedrado del Alexandrium.

- La crónica ha llegado a su fin. Los nombres en ella grabados no han de perdurar - aseguró, sobre su cabeza, un cuerpo que pendía boca abajo del techo. El cazador se acercó y levantó la mirada y observó a quien le hablaba. En su rostro churretoso y manchado de lágrimas color bermellón apenas se adivinaba una tenue sonrisa. Quizá de locura, quizá de alivio. Se le conocía por Christanius Lionel, y en las cuencas vaciadas a cuchillo de Christanius ya no quedaba ningún brillo de la inteligencia de antaño.

- Las sombras, las sombras tienen dientes - le dijo el otro cuerpo colgado junto a él - Te lo enseñaré - se la nombraba como Molly 8, y Molly 8 estiró los brazos hasta tocar el suelo con las puntas de los dedos, buscando a tientas sus orbes arrancados. El cazador los aplastó con la planta del pie y luego metió un dedo en la cuenca derecha de Molly y hurgó, y empujó más adentro y hurgó de nuevo, haciendo brotar de ella un reflujo de oscura tinta que se deslizó por su frente hasta caer dentro del viejo odre de pellejo de res que él llevaba colgado en la cintura. Cuando estuvo lleno, el cazador se lamió la mano y se chupó los dedos, saboreando el regusto a sal y hierro que manaba de la mente fracturada de su hermana. Luego se abrió camino, empujando aquellos sacos de carne pálida colgante que, como dos péndulos, quedaron oscilando a su espalda, canturreando de forma maníaca su propia letanía - Nosotros éramos los escriba de nuestra historia...éramos los escribas...éramos...



***



El Templo se oscureció de pronto tras retomar la marcha, hasta fundirse en un negro tan puro como el del interior de una tumba olvidada. Un monumento colocado entre los límites de dos mundos bajo un cielo sin estrellas, ni luna. Olía a sangre impregnando las paredes, un hedor fuerte e implacable e imposible de borrar, como el de las sábanas mil veces lavadas de un hospital clandestino. El cazador no puede ver, pero escucha los ecos de los gritos apagados de la prole de Caín, de las almas de aquellos y aquellas hermanos que le vigilan arrastrándose por el suelo, y también por su memoria. Siempre atentos para recriminarle por sus actos. Siempre a su acecho, desde hace eones. Prestos a reclamarle para sí. Le llaman asesino.

Siente el correteo de varios animales pasar a su diestra, puede que perros salvajes. Así que, saca su cuchillo de caza y olfatea la nada que le rodea para localizarlos, pero las bestias son más rápidas y se quedan quietas y ocultas, hasta que le hablan entre jadeos.

- Ven con nosotras...

-...nosotras...

-...somos oscuridad y éxtasis...

- somos éxtasis...

- Ven al corazón de las tinieblas...

- ...corazón...

-...tinieblas...

- ...ven...al corazón...

El cazador fuerza los ojos en el mar de alquitrán y se acerca a las voces. Sus cuerpos solo son borrones de penumbra gris recortados contra un fondo eclipsado, pero una vez cerca las puede ver. Están a cuatro patas, montándose una a otra. Se las visitaba como Jade y Loto Negro, pero los cuerpos de Loto y la Cremosa habían sido alterados, cosidos y doblados en ángulos imposibles, formando un nuevo ser. Irreales cuadrúpedos sacados de una pesadilla. Sus lenguas se enroscan en un profundo beso y luego se lamen y se muerden con lascivia, levantando llagas de sombra en la piel tersa, profanada, perfecta. Mirándole. Los suaves muslos y los pechos henchidos llaman a la caricia. Los largos cuellos a saciar la sed.

- Ven con nosotras... - le llaman. Los gemidos y jadeos son una invitación abierta al pandemonium. Saben que es fácil convencer a quien no tiene que perder nada. Pero el cazador ya ha violado a más de cien mujeres y arrancado mil cabelleras y bañado en la sangre de sus hijos no natos. Ha derramado la sangre de su propio pueblo, gota a gota, hasta quedar vacío por dentro. Las más putas de sus hermanas se siguen restregando y frotando frente a él, pero ven en sus ojos que en su Vía Crucis no hay redención posible, ni pecado que le puedan ofrecer para apartarle de su camino. Solo ganas de respirar humo y de masticar tierra.

Solo le queda el solaz de la extinción.

Así que, las rechaza con asco y los gemidos se convierten en gruñidos de rabia cuando agarra un mango de pata de cabra y hace restallar su látigo sobre ellas. Los súcubos se encogen y se echan a un lado con la espalda arqueada, como dos animales amenazados. Exponen sus colmillos de bestias replegando los labios hasta las encías carnosas. Y, asustadas, le abren el paso hacia el trono en el que se habrá de enfrentar a sus delitos, su culpa y al abismo de sombra que ha desatado. Al velo tras el velo de su consciencia, ese mundo en el que cada respuesta le ha exigido un pago. Allí le esperan el brujo y su novicio. Al último le llamaban Bill Duffy, y su cuerpo ha sido poseído por las sombras hambrientas que habitan más allá del reino de los no-muertos.

El cazador queda frente a él, pues sabe que llegada es la hora de enfrentarse a sí mismo.


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FIN.

Cerrado

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