Solstizio [Racconto] (24-06-1980)

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Corso
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Solstizio [Racconto] (24-06-1980)

#1

Mensaje por Corso » 29 Mar 2020, 00:51

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Florencia
24 de Junio de 1980



Las primeras lunas del nuevo solsticio se vertían sobre la Toscana con una inusitada luminosidad, envolviendo con amorosas manos una tierra que desde hacía siglos se había erigido como un pequeño diamante que brillaba con luz propia dentro de Italia. Cálida y limpia, la caricia de esa luz mimaba a sus gentes, a sus pueblos y a sus viñedos atrayendo cada verano a miles de corazones ávidos de buen clima, excelentes vinos y amoríos que, no por breves y pasajeros, dejaban de ser profundos e impetuosos.

En pleno corazón de la región, en Florencia, esa luminiscencia se había convertido en el pálido fulgor guía de un faro que atraía la peregrinación de aquellos que encontraban en la belleza, expresada en muchas y diversas formas, la misma esencia del alma humana.

Mármol, óleo, piedra...bajo la perspectiva y emoción de unos cuantos elegidos exponían las afecciones, pasiones, creencias y pretensiones de alcanzar, a través de la impronta del momento, la ínfula de la gloria eterna y la inmortalidad de una especie avocada a perecer generación tras generación, sin ser consciente, en muchos casos, de su propia vanidad.

Una vanidad que, sin embargo, había sido capaz de materializar el ingenio y el imaginario de aquellos pocos elegidos a través de sus manos, consiguiendo sobrecoger los corazones de sus coetáneos y de todos aquellos destinados a sobrevivirles.

Por doquier, tallas y esculturas, palacetes e iglesias, pórticos, museos, galerías y un sin fin de reminiscencias del Románico le conferían a ese diamante una belleza imperecedera; pues no en vano habido sido dotada para ser la Cuna del Arte a nivel mundial.

Las noches de verano despejadas, plácidas y suaves como aquella del veinticuatro de Junio, parecían elevar aún más la belleza de sus calles. Puentes, plazas y jardines invitaban a dejarse hipnotizar por su embrujo no solo al afortunado allí nacido, sino también al viajero ocasional; presto a inmortalizar a través del objetivo de su cámara fotográfica las imágenes de una ciudad ya de por sí perpetua.



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Alessa Sarrontino no era una de las esculturas acosadas por decenas de flashses, pero sentada en un banco cerca de la Piazza San Giovanni, observando con atención a los jóvenes florentinos y a los turistas que aún poblaban el lugar dispuestos a postergar el momento de ponerle fin al día del Santo, parecía tan impertérrita como ellas. Casi podía percibir los últimos estertores del estruendo diurno del más del millón de almas que habían honrado a su patrón durante incontables horas. Un eco invisible que impregnaba el ambiente de gritos, risas e innumerables olores. De vida. Un don que ella había perdido hacía mucho tiempo. Y, también, de sangre; sustento de los que, como ella, eran capaces de mirar a la inmortalidad con apatía. Los mismos que esa noche pondrían fin a alguna de aquellas vidas casi con desdén; pues ¿qué valor tenía la vida más allá de alimentar a la muerte?

Alessa se puso en pie y comenzó a caminar en dirección a Oltrarno dejando atrás la belleza y el esplendor que le rodeaba para adentrarse en la otra cara de la ciudad. En la que la diversión era distinta y el arte corría a manos de una de sus hermanas sabbats en Florencia. Anneta, cofrade de “Le Furie dell’inferno” iba a dar un espectáculo como homenaje personal al día de San Giovanni y hubiese sido descortés no aceptar la invitación para asistir al evento de una de las Cofradías más características de la ciudad.

La noche invitaba al asueto y la compañía y, además, Sarrontino, llevaba un tiempo sin ver a las dueñas del Rasputín. Incluso, quizá, esa noche de fiesta Le Furie tuvieran a bien agasajar a los espectadores más distinguidos escanciando alguno de los sabrosos caldos de su bodega personal.

Sin duda, la sangre Toscana tenía tanto “buqué” como sus vinos; y la lunas de fiesta del solsticio de verano ¿Acaso no procuraban siempre más sed?


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La Malkavian Antitribu cruzó el Arno por el Ponte Vecchio y se adentró en el barrio bohemio de Florencia, "la otra Florencia". La de la gente autóctona. La trabajadora, la tranquila, la que no corre y sale tranquilamente a pasear por sus calles descubriendo cada noche rincones nuevos. Aún quedaban muchos fllorentinos disfrutando de la noche en los numerosos bares y terrazas del lugar; que parecía funcionar a su propio ritmo, sin verse afectado por la masificación turística de otras partes del centro.


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Fue un paseo tranquilo, casi aburrido, hasta que llegó a la callejuela indicada: Borgo Tegolaio. Sabía que Le Furie acababa de hacerse con el control del moderno "speakeasy" -un concepto surgido en las primeras décadas del siglo XX en Nueva York, en pleno apogeo de la Ley Seca - o lo que era lo mismo: un bar a puerta cerrada, exclusivo, al que solo unos pocos tenían acceso. Todas las ciudades del mundo solían tener su "bar secreto", pero no todos estaban regidos por un grupo de cuatro féminas como aquellas.

Le costó algo de esfuerzo encontrarlo, pues nada en el exterior daba pruebas de que allí hubiese bar alguno; pero al fin dio con la entrada tras cerciorarse de que su número coincidía con la indicación que le habían enviado.

Una vez se adentró en la escalera que daba acceso al Rasputín, la tenue luz de las velas, las imágenes de algunos santos y el olor a humedad bien podía decirle que acababa de penetrar en una vieja ermita. Abandonó aquel pensamiento cuando el suave jazz del hilo musical que amenizaba la velada se abrió hueco en sus oídos y pudo tener una visión completa del interior.

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Finalmente constató que había llegado, pues al otro lado de donde estaba, entre los jóvenes que conversando en penumbra apuraban el último sorbo de sus cócteles, pudo entrever una cara conocida. Anetta, la última hermana en convertirse en cofrade de Le Furie se percató de su presencia y con un gesto de mano le invitó a acercarse.

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Theazlin
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Re: [Racconto] Solstizio (24-06-1980)

#2

Mensaje por Theazlin » 29 Mar 2020, 22:31

Alessa caminó por las calles de Florencia sintiendo, poco a poco, como su felicidad se iba evaporando. No dejaba paso a la tristeza sino simplemente a la inexistencia de sentimiento alguno imperante. Aún y así aún degustaba el sabor de la sangre y de la satisfacción, cada vez menos intenso y cada vez más un recuerdo, pero ahí estaba. Estaba mientras dejaba atrás los bares, estaba mientras cruzó el Ponte Vecchio y apenas quedaban resquicios cuando llegó a la callejuela Borgo Tegolaio. Antes de entrar en el local que ostentaba la Cofradía Le Furie Alessa se detuvo y cerró los ojos en busca de un poco de recuerdo que alimentara su ánimo.

Una hora antes Imagen Alessa sonreía y en su sonrisa habitaban pequeños placeres efímeros pero completamente satisfactorios que hacían que su expresión estuviera inundada de paz y regocijo. Era la expresión de quien ha encontrado un oasis de complacencia y se deleita saboreando las aguas dulces que alimentan su cuerpo y su alma; de quien, hambriento, halla en un mendrugo de pan los mil sabores propios del manjar de un emperador; de quien descubre que la muerte no es la antesala de nada y sí el fin de todo sufrimiento, hallando un sosiego balsámico al dolor que, como compañero de vida, ha recorrido cada paso del camino apoyado en el regazo de quien lo padece.
Su sonrisa reflejaba todo ello y lo hacía siendo, realmente, el espejo del alma pues su regocijo era verdadero y crecía a cada instante.

Justo en frente, atado a una mesa de operaciones que Alessa había adquirido hacía ya más de dos décadas de un viejo hospital para enfermos mentales, un hombre intentaba retorcerse sin éxito. Su cuerpo, desnudo, mostraba múltiples incisiones que no dejaban de sangrar y sus pies, ya deformados por el aplastamiento de sus dedos, eran una masa informe de la que, en ese momento, se desprendieron los restos de una uña y cayeron al suelo. Su rostro, desfigurado por el dolor, era la antítesis del semblante de Alessa: terror, sufrimiento, vestigios de locura incipiente y desolación se entremezclaban de tal forma que su expresión no era capaz de interpretarlos y adoptaba un aspecto totalmente indescifrable que enmarcaba unos ojos desorbitados e inyectados en sangre fruto del esfuerzo titánico e inútil que realizaba por huir y escapar de una desmesurada pesadilla que se había apoderado de su existencia.

Alessa se inclinó hacia el hombre, el cual intentó girar la cabeza para verla mientras emitía lo que pretendía ser un grito y se quedaba a medio camino entre este y un sollozo descontrolado. Las babas que esputaba le manchaban el rostro, mezclándose con la sangre. La Malkavian extendió la lengua y lamió una de las heridas que tenía en el costado y, poco a poco, esta empezó a cerrarse.

- No queremos que mueras tan rápido, Francesco; no antes de descubrir lo que hemos venido a descubrir, querido -dijo antes de subir por el torso del hombre, mirarlo a los ojos y lamerle una de las mejillas. Al hacerlo arrastró con su lengua la babaza y la sangre del hombre y cerró un par de hendiduras que había realizado ella misma unos minutos atrás con un bisturí oxidado que guardaba, celosamente, en un cajón de la mesa de operaciones-. Y tampoco queremos acortar el placer, ¿entiendes, verdad? Sí, el mundo es enorme y nosotros insignificantes; no podemos negarnos los pequeños momentos de placer, especialmente cuando estos coinciden maravillosamente con nuestro deber, ¿no crees? -y mientras hablaba, Alessa extendió la mano y acarició el torso ensangrentado del hombre. A medio camino se detuvo en una herida abierta y lentamente, como quien juega con un amante, deslizó el dedo anular al interior. El grito del hombre fue atroz, o al menos lo intentó pues a base de bramar se había quedado afónico... hacía ya más de dos horas. El dedo de Alessa penetró suavemente y palpó músculo. Era suave a pesar de la tensión que lo mantenía tirante. Y al cabo de unos segundos lo sacó súbitamente, como si reaccionara a un espasmo. La sangre salpicó el suelo.

Pasaron unos minutos en los que el silencio del sótano solo se vio desterrado por los sollozos descontrolados del hombre que, cada cierto tiempo, hacía un esfuerzo por escupir las flemas y la sangre que amenazaban con ahogarle. Durante ese tiempo Alessa lo miró, con una mezcla de ternura y sentimiento maternal, al tiempo que acariciaba su rostro con la palma de su mano.

- P-por f-fav-favor -consiguió decir el hombre- N-no m-me llam-llamo Franc-Francesco -era un intento por decirle a la chica que se había equivocado. Todos los Francescos hacían lo mismo pues creían que les mentaba así en referencia a su nombre cuando, en realidad, era en referencia a su función. Los nombres de las personas son aleatorios pero los nombres que les otorgamos a las funciones son estables y con un sentido. Todo ser que acababa en aquella mesa recibía un bautizo sangriento con el nombre de Francesco, aunque ellos lo desconocían. ¡Cuán ignorantes y ciegos eran!- P-por favor...

La súplica quedó en el aire, suspendida. Alessa la vio; y era preciosa. Las palabras cobraban forma y levitaban, huyendo lentamente de la boca de los moribundos. Era, seguramente, el "por favor" más genuino de la vida de ese Francesco, el más sentido, el más real. No eran dos palabras que, unidas, formaban una fórmula social; eran una conexión alma con alma, eran un ruego auténtico que, si bien había sido formulado por una boca había sido emitido por todo un ser.

- Ah, Francesco, Francesco -dijo Alessa mientras se acercaba de nuevo a su rostro y le besaba. Mordió levemente sus labios en un gesto que habría sido erótico si todo lo que le rodeaba no fuese lo que era. El significado de las cosas es tan efímero...-. Necesito que aguantes un poco más, querido. Solo un poco más. Tu mente está casi lista pero aún necesita un pequeño empujón. Déjame dártelo. Dame ese placer, por favor.

Ese "por favor" era vacío. ¿Ves? No eran más que palabras. No era genuino como el anterior. Alessa cerró los ojos con fuerza. La pureza del sentimiento hecho palabra solo existía en momentos muy concretos de la existencia de una persona, momentos muy limítrofes, momentos muy extremos. La rutina despojaba a las palabras de su significado, las convertían en simples herramientas sin valor. Alessa notó como la rabia empezaba a invadirla ante la saciedad de un mundo que no permitía que la verdad cobrara forma. Ahogaba la realidad a base de sin sentidos. Su rostro se crispó y su ánimo se enturbió. No, no podía afrontar su cometido de esa manera, Se aferró a los últimos vestigios de satisfacción y dejó que estos guiaran su mano hacia el interior de la boca de Francesco. Y allí, ante la pugna infructuosa del hombre por evitar las arcadas y poder respirar, empezó a rasgar con su uña la encía. Poco a poco, rasguño a rasguño su humor se relajó y la rabia volvió a esconderse en algún rincón oscuro de su ser bajo los ensordecidos gritos de dolor del hombre. Finalmente llegó al diente y entonces apretó. Tardó unos minutos pero al final se escuchó un crujido y el dolor debió de ser tan intenso en Francesco que se desmayó.

Alessa mantuvo su mano dentro de la boca del hombre unos instantes, degustando de nuevo la paz interior que la había bañado de un inmaculado color blanco, antes de sacar la mano manchada de sangre, vómito y saliva.

- Oh, Francesco. Lo estás dejando todo hecho un asco. Y encima pierdes el sentido. Qué desfachatez -espetó Alessa, sintiendo cada una de las palabras-. Tienes suerte de que tengo algo para estas ocasiones- añadió mientras abría el cajón situado justo bajo Francesco, ese en el que guardaba el bisturí, y sacó un frasco de sales de amoníaco. Lo abrió y lo pasó por debajo de la nariz del hombre que, a los pocos segundos abrió los ojos de nuevo seguido, casi inmediatamente, por un grito que respondía a una nueva oleada de dolor que recorría todo su cuerpo y atenazaba su mente.

- Va, cariño; ya casi estás al límite. Es la hora, entonces -dijo Alessa mientras se levantaba y dejaba a Francesco tendido sobre la mesa. Recorrió el sótano hasta la entrada del mismo donde, al lado de la puerta, tenía un armario. Lo abrió y sacó una caja de cartón. Cerró de nuevo el armario y, parsimoniosamente se acercó de nuevo al hombre. Una vez a su lado puso la caja sobre su vientre- Mira. La mente es fascinante, ¿sabes? Resiste muchísimo. Es casi como si no quisiera ver la verdad, como si no quisiera ser libre y abrazar la realidad que en realidad nos rodea. Se contenta con apariencias vacías que ofrecen seguridad. No eres tú, cariño; somos todos. La mente es así. Pero si queremos ver de verdad, si queremos oír de verdad y si queremos entender de verdad debemos romper las barreras de nuestra mente. El dolor físico no lo consigue, nunca lo hace. Doblega pero no rompe, acerca pero no alcanza. El dolor del cuerpo es la puerta de entrada, pero es el dolor de la mente el que fragmenta, es ese el que buscamos, Francesco. Ese que te hará libre y me dará a mí una parte de lo que busco... quizás. Si no, todo esto habrá sido en vano.

Y mientras hablaba, Alessa abrió lentamente la caja. Una vez hubo acabado, metió la mano y sacó pausadamente una cabeza. La cabeza de la hija de Francesco. Ya no sangraba pues el corte ya había coagulado.

- Mira, he traído a tu hija. Bueno, una parte de ella. La que más importa, ¿no? -las palabras de Alessa se perdieron entre los gritos de Francesco. Gritos de terror, gritos de incredulidad, gritos de pánico, rabia, ira; gritos del alma. Apartó la caja y dejó la cabeza sobre el vientre del hombre, el cual apartó la mirada, anegada de lágrimas, agarrándose a los últimos resquicios de cordura que le decían que aquello no podía ser real. Pero sí era real y la cordura de aquel hombre estaba apunto de morir. Alessa cogió fuertemente la cara de Francesco y la giró hacía sí misma, le obligó a mirarla a los ojos y recurrió a sus dones. La locura penetró en Francesco, lo hizo a raudales por una puerta de entrada enorme que había sido cocinada a fuego lento, a base de sangre, dolor y sufrimiento. Casi pudo palpar como la demencia se colaba por la boca ensangrentada de Francesco, como un ser viscoso y negro que aprovecha cualquier orificio para adentrarse en lo más profundo de su huésped, como un parásito.

Unos minutos más tarde Francesco farfullaba. Su mente ya no era una, se había fragmentado; no estaba allí sino que estaba en todos sitios. Había abandonado ese sótano y ya no veía la cabeza de su hija, que había caído al suelo, sino que veía mucho más allá.

Alessa, a su lado, tomaba apuntes de lo que decía. La locura era una fuente de conocimiento, era una visión de conjunto percibida por la insignificancia de un ser, era Dios y era Lucifer, era el inicio y el fin, el orden disfrazado de caos. Y a veces Alessa veía en las palabras de los dementes moribundos que llevaba al límite de su existencia algún patrón; otras solo eran enigmas que aguardaban a ser descifrados. Y, sorprendentemente, siempre solía pasar lo mismo: al cabo de unos minutos de murmullos, el discurso comenzaba a repetirse o se apagaba. Llegados a ese punto, la Malkavian se levantó, acarició una última vez el rostro de Carlo, pues ya no era merecedor de llamarse Francesco, cogió el bisturí y seccionó el cuello. Músculos, tendones y venas. La sangre manó y la vida en los ojos del hombre se difuminó hasta, simplemente, desvanecerse.

El goteo de la sangre en el suelo era el único sonido del sótano al cabo de unos minutos. Alessa recogió el cuaderno de notas donde había apuntado los desvaríos finales de Carlo, no sin antes lavarse las manos en una vieja pica, y se dirigió hacia un segundo armario situado al otro lado de la entrada. Lo abrió y quedó a la vista un archivador con cientos de cuadernos similares al que portaba en ese momento en la mano. Delirios arrancados antes de la visita de la parca. Guardó los más recientes y cerró el armario mientras sonreía y en su sonrisa habitaban pequeños placeres efímeros pero completamente satisfactorios que hacían que su expresión estuviera inundada de paz y regocijo.


Imagen El recuerdo la inundó, la impregnó con su hedor a sangre, con su pestilencia a muerte y con su fetidez de gozo deshumanizado. ¿Cómo podía ser así? La pureza de la demencia impuesta era tal cuando su antesala era la locura natural y abrupta que a veces la cegaba. ¿A veces? La imagen del archivador lleno contradecía su "a veces" y le evocaba numerosos rostros, todos ellos Francescos durante un tiempo; a veces minutos, a veces horas, a veces... Vale, muchas veces la cegaba. Pero eran tan sabrosas las palabras... tan misteriosas y tan excitante el saber que ocultaban secretos innombrables que aguardaban a ser descubiertos. Cada hoja repleta de apuntes era una ventana al destino, un resquicio de la realidad que había adquirido forma. Aún y así, Alessa notó el desagradable sabor metálico de la repugnancia en su propia boca. Se mordió la lengua hasta que el sabor a sangre cubrió su ignonimia y apaciguó su mente. Anneta la esperaba al otro lado de la puerta así que se obligó a apartar de su mente las últimas palabras de Carlo. Seguirían en su sótano cuando volviera, allí estarían hasta que viera en ellas lo que Carlo había visto en el mundo, desde su mesa de operaciones. No había prisa, ninguna prisa.

Alessa abrió la puerta y entró.
Las arenas del tiempo no siempre consiguen sepultar el dolor y llegar al olvido. A veces nuestra maldición es, precisamente, recordar.

Nocte Peccatum (Darkhuwin)
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Re: [Racconto] Solstizio (24-06-1980)

#3

Mensaje por Darkhuwin » 31 Mar 2020, 00:09

Imagen Cuando Alessa descendió las escaleras, lo primero que notó fue la espesa nube de humo de tabaco que atestaba el local. Aunque la temperatura era algunos grados más baja en aquel pequeño sótano que en el exterior, la concentración de los humores sanguíneos, combinados con el olor a incienso almizclado y licor, producía una cálida sensación evocadora, que hacía despertar incluso los sentidos normalmente más aletargados de los seres nocturnos.

Daba la impresión, a primera vista, de ser uno de esos lugares ocultos, donde nadie conoce a nadie y las sombras se acurrucan en los rincones, buscando algún tipo de placer secreto y perverso. Y no debía ser una impresión muy alejada de la realidad, pues se podía observar como las parejas se susurraban al oído, arrobadas por el deseo, ruborizadas por el acicate del ambiente, dulce y adormecedor que, acompasado por las suaves notas de Jazz, que bailaban a su libre albedrío a lo largo y ancho de la sala, creaban tristes decorados en la bebida de los hombres solitarios, que, ávidamente, apuraban sus copas sin tregua, esperando que sus vidas cambiaran en el momento en el que llegase su tren.

Y aquel tren que buscaban, no podía ser otro que Anetta. La Diva, la Vedette, la bomba. La luz roja de Oltrarno, el spirito Santo del Rasputín.
Nada más aparecer Alessa. La espectacular figura de la toreador antitribu, emergió de entre las sombras de alguna oscura entrada tras la barra, y los gritos, aplausos y silbidos de la concurrencia, despertaron una tormenta de júbilo y expectación. Anetta, de un metro ochenta, con su pelo cardado y vestida con un vestido rojo chillón, parecido a un salto de cama y una boa negra de plumas entre los brazos, saludaba a diestra y siniestra de forma ostentosa, con ademanes exagerados y un amaneramiento estudiado. Bajo un maquillaje perfecto, sus expresiones, entre abiertamente teatrales y de fingido desparpajo, provocaban a la vez carcajadas, suspiros y vítores totalmente sinceros. Era muy bella a su manera. Claramente un hombre guapo de nacimiento, pero con una gracia y un estilo, que ya quisieran muchas féminas poseer.

Tras un primer paseo saludando, Anetta reparó en su invitada de honor, y disculpándose con el admirador que la estaba agasajando, se puso con los brazos en jarras mirándola directamente con sus largas pestañas postizas entrecerradas. Y con una expresión digna del Happy birthday to you de Marilyn Monroe, extendió su mano hacia ella haciéndole un gesto con su dedo para que se acercara.

-Alessa querida - empezó con alta y poderosa voz impostada- ¡Esa belleza oriental!, esos ojos de veneno que me… ¡oh! – y colocó su mano en la frente imitando un sofoco, recuperando en seguida la pose de diva y acercándose a ella.

-Amore mío, llegas justo a tiempo, ven. – La cogió de la mano y le dio dos imaginarios besos al aire, con sendos sonoros ‘mua’ ‘mua’, pero manteniendo la distancia, muy lejos de invadir la intimidad de la malkavian y de, principalmente, arruinar su propio maquillaje. La condujo entre las mesas a un rinconcito solitario cerca de la barra – Mira, siéntate aquí, justo aquí, la mesa de honor. Para que disfrutes en primera fila, cariño – La guiñó un ojo, justo antes de darse la vuelta y acercarse a la barra donde cogió un micrófono que chisporroteó durante un momento acoplado, e hizo el gesto seguramente falso de pegarle un lingotazo a una copa antes de comenzar su espectáculo nocturno diciendo, con esa gracia suya que la caracterizaba, pero en un tono más íntimo:

-Esta noche queridos y queridas, amores… - sonó amplificado - Tengo que dedicársela a una invitada especial. Y por eso, antes de cantar y bailar y todo el jolgorio a que os tengo acostumbrados… quería leer algo. Te lo dedico a ti, querida:


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Ella lo miraba...

Con tal insistencia que parecía que le llevaría la vida tener que dejar de hacerlo. Seguía su movimiento al son de las olas que cantaban alegres el resurgir de la espuma. Cristales rojizos untados en ámbar sembraban el cielo del atardecer. No era capaz de imaginar el mundo sin una imagen de seda virgen, sin su espejo de marcas imperceptibles que reflejaban la muerte cambiante y la edad..., esa edad tardía, mojada en recuerdos tristes pero regocijantes, alegres pero torturadamente adictivos. Bebía de sus manos una extraña mezcla agridulce de la eternidad, juntando palabras que se le escapaban, al son de las olas que cantaban alegres el resurgir de la espuma.

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Re: [Racconto] Solstizio (24-06-1980)

#4

Mensaje por Theazlin » 31 Mar 2020, 20:42

Cuando Alessa descendió las escaleras, lo primero que notó fue la espesa nube de humo de tabaco que atestaba el local. El humo era curioso, siempre había sentido una fascinación peculiar por el humo. El humo era lo que debían ser los nombres: cambiante, adaptable, perceptible pero realmente insondable. El alma era humo. Algunas eran humo blanco; otras, humo negro; la mayoría, no obstante, vivían entre los pliegues húmedos de todos los grises que unían ambos extremos. Y como el humo, algunas se deshilachaban hasta deformarse y combarse formando un galimatías que solo tenía sentido cuando uno se alejaba lo suficiente como para darse cuenta de que... en fin, solo eran humo.

Se encontró en medio del local. El jazz, la penumbra, el tintineo de las copas y el ambiente tenue que cobijaba todo cuanto allí dentro acontecía hizo aflorar una leve sonrisa en su rostro. Todas las volutas de humo que allí se encontraban, algunas acurrucadas en las esquinas, otras ávidas de brisas de viento que las moldearan abandonando su tendencia natural, eran tan mundanas... tan prescindibles. Observó detenidamente el lugar y, por un instante, lo imaginó ardiendo. Florencia en llamas pero sin humo. En realidad poca gente se fija en el humo. Ve lo que se quema y ve las llamas que lo consumen pero no el humo que desprenden porque no es importante. Así son los humanos, así son las personas. Alessa bajó la vista y se miró la mano. No era de carne y hueso, era de humo translúcida y moldeable... porque ella también era así, ella también era humo.
La malkavian apretó su mano con fuerza mientras se enfadaba consigo misma. Allí rodeada de humo, pensó de nuevo que cuando Florencia ardiese prefería ser las llamas.

- Alessa querida...

Alessa alzó la mirada. Una voluta de humo negro se alzaba ante ella. Era disforme, era cambiante, era como ese humo denso que no alza el vuelo nunca pues su peso, por mucho que quisiera evitarlo, era mayor que el del resto. Aspiraba a ser libre y era el humo más cautivo de todos. Poco a poco se fue perfilando, adquiriendo color como el lienzo de un pintor a lo largo de las semanas, hasta mostrar el rostro de Anetta, la que tantos nombres ostentaba. Esgrimía, mejor. Raptaba sería más preciso. No eran suyos, no la definían; pero tal vez ella quisiera que así lo hicieran. Los nombres no funcionan así.
La Malkavian, sin decir nada, se dejó llevar hasta la mesa que Anetta había escogido y tomó asiento. Parecía que esa noche no tenía la lengua suelta... o es que el sabor de la sangre y las babas de Carlo aún sobrevivían en ella y no quería malgastarlo con palabras huecas.

Y entonces empezó el show.

"Juntando palabras que se le escapaban" dijo Anette en un momento dado. Claro que se escapaban. Violadas debían sentirse aunque ¿el delito es menos delito cuando el que lo comete no es consciente? Alessa sonrió mientras su mirada, casualmente, estaba posada en Anette. "Cristales rojizos untados en ámbar sembraban el cielo del atardecer" al tiempo que perlas carmesí se deslizan por los senderos del tiempo que sostienen la vida que pasa.
Última edición por Theazlin el 04 Abr 2020, 23:39, editado 1 vez en total.
Las arenas del tiempo no siempre consiguen sepultar el dolor y llegar al olvido. A veces nuestra maldición es, precisamente, recordar.

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Re: [Racconto] Solstizio (24-06-1980)

#5

Mensaje por Darkhuwin » 03 Abr 2020, 19:57

Imagen Alessa recordó que había conocido a la Diva, hacía un par de noches, en los jardines Boboli, lugar de reunión habitual de los sabbat de Florencia, junto al palacio Pitti. Ya sabía, desde hacía algún tiempo, por los rumores que se cuchicheaban en los mentideros de los Authoritas Ritae, que Anetta mantenía una tensa relación con su sire, nada más y nada menos, que la estirada arzobispo de la ciudad, Carmina Martinelli. Pero nunca había tenido la oportunidad de hablar con ella, hasta aquella ocasión.

La toreador antitribu había sido tan solícita, tan encantadora y sobretodo, tan insistente, que no había dejado mucho espacio a declinar su oferta de ir a visitarla al nuevo refugio de su actual cofradía. Y pese a que ésta fuera la cofradía menos ‘amigable’ de la ciudad de las flores, y su territorio, el más peligroso, no sabía si declinar la invitación de aquella nueva sensación entre las personalidades más destacadas, sería algo que luego pudiese lamentar o perderse.

Anetta, nada más terminar la poesía, le dirigió una mirada sugerente a Alessa con un fugaz morrete de complicidad. Luego, su sonrisa se ensanchó y levantándose como una fiera salvaje, dirigiéndose hacia la zona central del local, comenzó a cantar, de pronto, Lili Marleen, en versión italiana, con una clase, que nada tenía que envidiar a la gran Marlene Dietrich.

Sus gestos, sus movimientos, la sensualidad de su voz; podría encandilar a cualquier espectador con algo de gusto por la interpretación, el arte o la belleza. La pasión con la que actuaba, no podía dejar indiferente a nadie con corazón.

Aunque cualquiera con un ojo educado y una buena capacidad de percepción, podría percatarse de que había, allí presente, más de un ser que posiblemente no lo tuviera.

En concreto, en una mesa, justamente al lado opuesto a donde Anetta había sentado a la malkavian antitribu, descansaba una sombra de las que se mantenían, en todo momento, fuera del foco de visión principal, en lugares como aquel. Una figura silenciosa y contemplativa, que no parecía disfrutar del espectáculo como hacía el resto. Que solo observaba agazapada, vigilante, posiblemente en tensión. Esperando a cualquier acontecimiento inesperado que pudiera romper la magia de aquel ritual. De aquel circo de sensaciones, bastante ligero, hasta el momento, pero que ya comenzaba a sembrar las primeras semillas de lo que podría ser una noche ‘diferente’.

Cuando acabó la canción y tras los sonoros aplausos y gritos de bravo, bravísimo, Anetta, después de visitar un par de mesas de hombres solitarios, en las que recogió sendos claveles, se acercó sin demora a su invitada de honor y se sentó frente a ella.

-¿Te ha gustado? - le preguntó, adoptando un rictus de modestia exagerada, mientras se recolocaba el pelo y comprobaba su maquillaje en un pequeño espejo. - Dime la verdad, me encantaría una opinión sincera. Todos estos vacunos no merecen lo que les ofrezco. – añadió en voz baja, una vez más en actitud teatral. Casi parecía que la cainita era más un personaje representado, una máscara que una personalidad real. Y antes de dejar que Alessa contestase continuó – Pero eso sí, esos dos que me han dejado los claveles se vienen ahora a la parte de atrás si tú quieres. Sólo para nosotras, amor.

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Re: [Racconto] Solstizio (24-06-1980)

#6

Mensaje por Theazlin » 04 Abr 2020, 21:20

Anetta cantó y su música inundó el local. Era algo mucho más allá de que sonara "en" el local, su música "fue" el local. Fue sus muros y sus mesas, fue su bebida servida en copas de diseño, fue sus camareros y sus clientes. La música fue, desterrando en parte el plano material. Cada voluta de humo la interpretaba de forma distinta, un arte efímero y subjetivo que no quedaba, que se evaporaba y desvanecía en cuanto era creado. Hecho para perdurar en la memoria pero no en la realidad.

La actuación de Anetta, sus movimientos, eran el cerco de un arte muy superior; tal y como el marco encuadra la pintura y la hace resaltar distinguiéndola del entorno banal que la sostiene. Los gestos de la cainita enfatizaban las notas y el sentimiento que acompañaba a cada una de ellas al tiempo que era un reclamo constante de atención. Algo que, seguramente, le fue muy bien al desconocido que observaba al abrigo de las sombras pues Alessa no se percató de su presencia. En aquel momento la malkavian no buscaba nada, simplemente se hallaba allí y, en parte, disfrutaba de la actuación de su anfitriona.

Anetta terminó y dejó tras de sí un silencio plagado de aplausos y comentarios. Era, sin embargo, silencio aunque pocos lo habrían descrito así. Silencio en tanto que lo importante había concluido; silencio pues lo anodino regresaba para, de nuevo, gobernar mientras lo extraordinario se desvanecía en el aire; silencio como fin de algo. Lo curioso es que hay quien habría dicho que finalmente se había acabado el silencio y regresaba la música. Todo depende de si los rumores, los secretos y los murmullos, al abrigo de las conversaciones sueltas, los elogios y los aplausos, eran aquello que valía la pena escuchar.
No era el caso de Alessa. Quizás otra noche habría pensado así, quizás incluso habría vivido ambos momentos como intensos silencios de distinta esencia, pero en aquella ocasión, aquella Alessa, se descubrió en el silencio postrero mientras Anetta hablaba con algunos de los clientes.

«- En la vida hay que ganarse las cosas, cielo -decía su padre mientras daba golpes con su dedo índice sobre la mesa, justo al lado de unos papeles que ella ni entendía ni tenía intención de hacerlo con sus ocho años de edad-. El mundo no se pliega a tu voluntad, ¿sabes? Hay que esforzarse para que cuando llegue la oportunidad, cuando sea necesario, estés en el sitio correcto en el momento oportuno -Francesco se acercó a ella y le puso el dedo índice en la frente mientras sonreía- Y la gente te dirá siempre que eso es cuestión de suerte pero ¿qué es la suerte?
- La suerte es la excusa de los perdedores -dijo Alessa, sabedora de que esa frase le encantaba a su padre. No la entendía muy bien pero sabía que Francesco se la repetía una y otra vez, tanto a ella como a su madre.
- ¡Exacto, cariño! La suerte es la excusa de los perdedores. Si quieres algo debes prepararte para conseguirlo, para tenerlo y para hacer algo bueno con ello»


Puede que estuviera preparada para tener lo que buscaba y, sin duda, quería hacer algo... "bueno" con ello, pero ¿estaba haciendo lo necesario para conseguirlo? Bueno, estaba en el local de Anetta, ¿no? No la había interrumpido cuando recitaba el poema ¿verdad? e iba a sonreír cuando se acercara a hablar con ella ¿no es cierto? Pues eso.

Alessa sonrió cuando Anetta se acercó a su mesa y se sentó.

- Sí, lo cierto es que sí que me ha gustado. Mucho más que el silencio, la verdad -dijo Alessa sin percatarse de que, tal vez, esa última parte podía perderse en el entendimiento de quien no seguía un hilo de pensamiento cercano al suyo. Eso solía pasarle y no se daba cuenta hasta que se hacía patente el equívoco-. No diría que es arte plena porque el arte se completa con quien lo percibe y, sinceramente, el -«humo entiende poco de música» pensó Alessa justo a tiempo de evitar soltarlo sin más y con el margen suficiente para reconducir su discurso- público no aparenta ser muy ducho en diferenciar arte de entretenimiento. Así que si quieres crear arte quizás deberías echar a todos los presentes e invitar solo a ciertas personas.

¿Acaso el arte podía serlo si se consumaba como un acto unilateral? Si Anetta cantase para sí misma, ¿sería arte? No cantar sola, pues eso podría ser ensayar o practicar, o incluso degustar; no, no, si se cantase; si el propio acto de cantarse tuviera inicio y fin, y su finalidad no fuera otra que la de crear y consumir arte al mismo tiempo.

- No, gracias. Hoy me he saciado ya -dijo Alessa, rechazando la última propuesta de Anetta, mientras recordaba como, tras guardar los apuntes de los últimos desvaríos de Francesco/Carlo, se había preparado para irse pero el continuo manar de sangre del cuello había sido un atractivo reclamo que acabó por convertirse en un lujurioso festín. Lujurioso para ella, claro. Carlo se mostró indiferente mientras sus tripas caían al suelo y Alessa sacaba delicadamente su corazón para, a continuación, hacer una pequeña incisión y verter su cálido contenido en un vaso. Hay algo de insolente en los cadáveres que se muestran impasibles y tan poco empáticos con el placer de los demás.
Las arenas del tiempo no siempre consiguen sepultar el dolor y llegar al olvido. A veces nuestra maldición es, precisamente, recordar.

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Re: [Racconto] Solstizio (24-06-1980)

#7

Mensaje por Darkhuwin » 09 Abr 2020, 00:43

Anetta escuchó atentamente las palabras de su invitada mientras encendía un cigarro de boquilla larga e imitaba que fumaba. Sus ojos parecían brillar a la luz de las velas que iluminaban aquella mesa del rincón. Nuevas volutas de humo se elevaron y se unieron al resto que ya ocupaban toda la parte superior, asemejándose a las nubes de una tormenta en las alturas. Otras voces apagadas, entre susurros y fragmentos de fugaces conversaciones, seguían revoloteando alrededor, y por supuesto, algunas miradas curiosas.

-Ay, chica, ¡Qué bien te expresas! – dijo con complicidad gestual. - Así da gusto. Se nota que eres una mujer inteligente. De las mías. – No paraba de mover las manos. Se acicalaba, se miraba en el espejo, se cambiaba el cigarro. – Arte, ¡Ja! Eso se acabó hace mucho tiempo, amor. Yo fui artista, sí. – Y con mirada evocadora de alguien que alguna vez tuvo un gran sueño, añadió – Aquello se acabó para mí, chst. Y no creas que fue al … ya sabes. – Parecía que se refería a su estado actual, posiblemente su condición tras el abrazo. – Ya hacía tiempo que estaba acabada… - Su humor pareció cambiar con aquel último pensamiento. Pero, enseguida hizo un rápido aspaviento con la mano desocupada, quitando un poco de humo de entre ellas y mudando el gesto, dijo – Pero, mi vida, no estamos aquí para hablar de mí… sino de ti. ¡Cuéntame! ¿Qué te gusta? ¿Por dónde te mueves? ¿Con quién? ¿Cuál es tu mayor ambición?

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Re: [Racconto] Solstizio (24-06-1980)

#8

Mensaje por Theazlin » 03 May 2020, 10:26

El concepto de arte es subjetivo, ¿no crees? —dijo Alessa contestando a Anetta mientras esbozaba una sonrisa que en realidad era más para sí misma que para su interlocutora— Mientras uno puede ver arte en una escultura porque siente que le transmite algo otro puede no ver más que formas, colores y un amasijo de elementos. Así es la existencia en el fondo ¿no crees? Algo dual, subjetivo y difícilmente cognoscible. Pero lo que realmente me resulta curioso es que aceptamos que todas las opiniones son subjetivas excepto la del artista —y mientras decía esto hizo un gesto con la mano, con la palma abierta, señalando a Anetta—. Si un pintor, por poner un ejemplo, arroja pintura sin querer en un lienzo y no considera su obra digna de tal nombre pero un espectador se conmueve al verla... ¿no es arte? ¿Por qué la opinión del artista debe ser absoluta y la de todos los demás no? —Alessa no pudo evitar recordar algunas de "sus obras" y pensar, fugazmente, que sin duda había en ellas una contradicción. Ella podía considerarlas arte pero seguramente los humanos que estaban encima de la mesa distaban mucho de compartir su opinión— Tal vez sea arte lo que hagas independientemente de lo que opines si al menos alguien la ha percibido como tal...

No pretendía adular a Anetta aunque, posiblemente, lo pareciese. Simplemente le había parecido interesante el tema. A veces un comentario al azar era semilla suficiente para una atrayente conversación... aunque a veces fuese con una misma. Las preguntas que surgían de estas "conversaciones" solían ser mucho más interesantes que las respuestas. Las preguntas solían ser, en general, más interesantes que las respuestas. Las respuestas determinaban una realidad mientras que las preguntas abrían el mundo como si rasgasen la realidad preparándola para ampliarse, evolucionar y aceptar nuevas dimensiones. Eso sin contar que sin preguntas no había respuestas. ¿Podía una pregunta ser arte? Alessa volvió a sonreír y esta vez su sonrisa fue aún más sincera.

¿Mi mayor ambición? —inquirió Alessa. Seguramente Anetta era consciente de la fama que acompañaba a la malkavian. La malkavian en sí era consciente de la fama que la acompañaba. La fama y el arte compartían muchas cosas, pensó Alessa. Ambas dependían de lo que resonase en el interior de los que la fagocitaban, algunos deseosos de consumirlas y otros ajenos a ellas hasta que les impactaba... o les traspasaba. ¿Podía Alessa no considerarse especial y serlo de la misma manera que Anetta podía pensar que no hacía arte? Bueno, en realidad Anetta no hacía arte, no para Alessa al menos, aunque eso seguramente no se había vislumbrado en su discurso anterior. ¿O sí? A veces era tan difícil relacionarse con la gente... Eran variables, eran insustanciales, eran incomprensibles en todas las variables, eran... bueno, eran volutas de humo, en el fondo. Se puede predecir más o menos cómo reaccionará el humo a grandes rasgos pero es casi imposible entender el comportamiento de cada una de sus partículas... y entonces Alessa se dio cuenta que había dejado la pregunta en el aire y que se había ensimismado siguiendo su hilo de pensamiento— Conocer, tal vez. Saber. El conocimiento, como el arte, adquiere formas distintas según la persona que lo perciba. Yo quiero entender. Después ya veremos qué se puede hacer con ello.
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Re: [Racconto] Solstizio (24-06-1980)

#9

Mensaje por Darkhuwin » 03 May 2020, 20:53

Mientras Alessa contestaba a sus preguntas, más concretamente, cuando la malkavian dejó en el aire la respuesta a cerca de su mayor ambición, por unos segundos, Anetta, pareció perder la concentración o el interés. Comenzó a desviar la mirada hacia otras mesas o la barra, mientras seguía con su continuo acicalamiento. Podía verse que estaba distraída por algo. Quizás era el hambre que la acuciaba, quizás su interés en su invitada fuera mayormente fingido o simplemente su paciencia no era su mayor virtud.

El caso era que, de entre lo poco que Alessa había oído sobre la toreador, cabía destacar su irreverencia, su discurrir frenético y el ritmo desenfrenado de su conversación. Algo que no muchos cainitas soportaban de la diva y por lo que era criticada en ciertos círculos.

Mas, cuando finalmente llegó su respuesta, su anfitriona pareció reaccionar y sin contenerse soltó:

-El conocimiento…si, el saber. Tan importante, por supuesto. – Podía apreciarse que había desconectado de alguna manera y no tenía en su mente el tema sobre el que estaban conversando. Pero lo cierto era que se defendía bastante bien saliendo al paso. – Algún día tienes que hablarme de ello más detenidamente, encanto. – dijo, volviendo a mirarla fijamente y entornando los ojos, de nuevo buscando la complicidad. - Pero esta noche… ¡esta noche estás aquí para divertirte! – Y añadió, apoyando las dos manos en la mesa, con el largo cigarro apuntando al techo, como una chimenea diminuta y flaca: - Dime, ¿Qué te gusta hacer? ¿Qué es lo que más te divierte? – Y sin dejarle responder - Espera, no me contestes todavía…- se levantó veloz, con un ímpetu que no dejaba lugar a dudas del estado frenético en el que se encontraba, puede que debido a aquello que la mantenía distraída o quizás, a que simplemente era así todo el tiempo.

Alessa, ahora podía entender la fama que también perseguía a su acompañante de esta noche, que, mientras se alejaba hacia las mesas donde unos instantes antes se había detenido a saludar, le iba diciendo: - Dame unos minutos para ponerme a tono y nos ponemos a ello. ¿Ok amore? ¡Esta va a ser una noche memorable!

La vio como como cogía a uno y después a otro de los hombres que galantemente le habían regalado una flor tras la actuación y se los llevaba, uno a cada brazo, hacia el interior de la barra, introduciéndoles en una puerta y cerrándola detrás de una coz. La gente del local prorrumpió entonces en vítores y aullidos, dando a entender que aquel era algún tipo de ritual o escenificación, incluida dentro del espectáculo, que debía producirse cada noche y los elegidos, unos afortunados que se habían llevado el premio gordo…

Pero Alessa, sabía lo que estaba pasando en realidad ‘entre bambalinas’, ahora mismo.

Esta vez, sin embargo, la malkavian sí había podido ver los ojos de la figura anónima que vigilaba desde las sombras de aquella mesa arrinconada, tratando de pasar desapercibida, pero que se revolvía, claramente incómoda, con el curso que estaban tomando los acontecimientos. Se dio cuenta perfectamente de cómo su mente trataba por todos los medios de hacerle apartar la mirada y no centrar su atención en ella, entendiendo, gracias a su Auspex, que fuera quien fuese, estaba utilizando sus capacidades sobrenaturales para no ser percibido.

Entre tanto, la trompeta de uno de los músicos situados en un rincón, entonó el tiriri tiririiiii, típico de las escenas subidas de tono, levantando las risas y los aplausos de la concurrencia.

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Re: [Racconto] Solstizio (24-06-1980)

#10

Mensaje por Theazlin » 03 May 2020, 23:28

Resulta curioso como la gente puede sentirse ofendida por ver en los demás los propios pecados. Alessa estaba segura que en más de una ocasión había dejado con la palabra en la boca a alguien; exactamente lo mismo que acababa de hacerle Anetta a ella. La diferencia, desde el punto de vista de la Malkavian, es que cuando ella lo hacía era por un buen motivo. ¿No es así como piensa todo el mundo, en el fondo? ¿No cree todas las volutas de humo que el fuego que las provoca es siempre el único y verdadero? Y mientras se debatía entre la ofensa recibida y la bofetada metafórica que ella misma se acababa de dar, veía a Anneta desaparecer de escena con dos hombres que, creyéndose afortunados, la seguían tras los focos.
Apartó la mirada, en parte asqueada por ser ignorada por el apetito descontrolado de quien no sabe controlarse, y entonces se percató de la figura que, a pesar de hacer un esfuerzo por esconderse, llamaba la atención. Alessa sonrió.

«Su padre le había dicho que ese día cocinaba ella, que tenían que comer en media hora y le había sacado todo un arsenal de comida para cocinar: verdura para hervir; carne que cocer; una lustrosa lechuga que lavar, cortar y preparar, junto a tomates y cebollas, para conformar una ensalada; un tambaleante pescado recién comprado en el mercado que había que limpiar, vaciar y cocinar, junto a unas cuantas patatas que pelar y hervir, así como un puñado de pasta que cocer. A continuación se había sentado y había puesto en frente de sí un reloj. 30 minutos y el tiempo corría.
Media hora, varios cortes en las manos y un par de platos rotos después, Francesco estaba sentado a la mesa junto a Alessa. Las patatas estaban a medio pelar y, evidentemente, crudas; la carne apenas sí había visto el fuego; la lechuga estaba arrojada en un plato sin nada que la acompañase; el pescado... en fin, el pobre había muerto en la mesa de la cocina y ahí seguía.
—Y bien, Alessa ¿Dónde está la comida? —preguntó su padre sentado ante un plato vacío.
—Lo siento, papá. Es que era imposible tenerlo todo preparado en media hora. Solo tenemos un fuego y no puedo hacerlo todo yo sola.
—Tienes toda la razón, Alessa. Era imposible que lo prepararas todo a tiempo pero yo no te he dicho que lo prepararas todo, solo que comíamos en media hora —dijo su padre para, a continuación, señalar la cocina y, por proximidad, toda la comida—. ¿En media hora te daba tiempo de hacer las patatas?
—Sí —contestó cabizbaja la niña.
—Y si no hubieras hecho las patatas ¿habrías podido hacer la carne?
—Sí —volvió a contestar la niña.
—Y si te hubieras olvidado de las patatas y la carne ¿habrías podido hacer una buena ensalada y un plato de pasta?
—Sí —reconoció por tercera vez la pequeña.
—Lo único que has hecho bien, aunque sea sin querer, es el pescado. ¿Sabrías decirme porqué?
—¿El pescado? —inquirió Alessa alzando su rostro y mirando extrañada a su padre— pero si ni lo he tocado.
—Ya lo sé. Si no hubiera sacado nada más que el pescado ¿crees que habrías tenido tiempo en media hora de limpiarlo, descabezarlo, vaciarlo, quitarles las espinas y cocerlo?
Alessa se quedó pensando unos segundos antes de negar con la cabeza.
—Exacto. Era imposible. Y cuando algo es imposible no vale la pena invertir tiempo en ello. Pero en todo lo demás te has quedado a medias y ahora no tenemos nada que comer. Así que aprende esto, Alessa. Hazlo o no lo hagas, pero no te quedes a medias»


Ocúltate o no te ocultes, pero no te quedes a medias. Quizás una clase de cocina le habría ido bien al desconocido de las sombras. Alessa se levantó y se encaminó, lenta pero firmemente, hacia las sombras que tan mal cumplían su labor en aquel rincón apartado del local y, al llegar, esbozó una sonrisa que decía mucho sin decir nada en absoluto.
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