- Qué decepción- dice el Príncipe, frunciendo el ceño. Parece que con él la técnica de la adulación funciona, pero hasta cierto punto. Y ahora está molesto, pero procura disimularlo entre halagos y cortesías- No creo que si hace la crónica de ambos mi vida pueda tener relevancia en el conjunto. Sólo ocuparía algunos capítulos finales, por desgracia.
Llàtzer, por otro lado, parece disfrutar enormemente con ver al Príncipe con el gesto torcido. Procura, no obstante, no echar sal en la herida y cruzar una línea peligrosa.
- Estoy seguro que la falta de tiempo puede ser compensada con la existencia de eventos notables - añade, amable pero ladino. Hay un insulto oculto, aunque ni Helena ni Gonçal pueden leer de qué se trata- No me importa compartir un poco de la tinta ilustre de mi escritor.
No le hace falta reiterar el "mi" para dejar claro a quién pertenece el mortal. Y a Gonçal puede que por primera vez se de cuenta que aquel hombre, aquel ser, no lo ve como un igual. Lo ve bien como una posesión, bien como un siervo prescindible, un borrón en una larga lista de criados que le han seguido a lo largo de los siglos.
O puede que mantenga la esperanza y considere que él es especial...diferente. Es la perspectiva que parece seguir Helena.
- Creo que prescindiré de una Crónica por ahora -sentencia Fenoll, seco. No permitirá que Navarcles disfrute, pero no por ello le deja de ofender. Es el Príncipe, pero todavía es muy jóven y mucho más en comparación del Brujah
- Lo cual me recuerda - insiste Llàtzer, en el mismo catalán anacrónico- Me he enterado que el Toreador ha perdido su derecho al abrazo, ¿no es cierto? ¿No piensa otorgarlo a nadie más esta noche?
La pregunta flota en el aire. ¿Y si....?
Rebecca oye un sonido, como si alguien le chistase desde un rincón. Entre las sombras, ve la forma de Tangerine, disimulada, haciéndole gestos.
Parece algo alterada...
En lo que vendría a ser el lenguaje coloquial, Oscar Orellana está "flipando".
En un principio, escucha todo lo que Luis le dice, pero cuando menciona que él ha tenido que ver con la partida de Ignasi, se le oscurece el rostro.
- Una pena lo de Fabra -dice y contra todo pronóstico, parece verdaderamente sincero. Cómo ha sobrevivido un hombre tan genuino e ingenuo en la Capilla hasta llegar a Regente, es un misterio. También parece sorprendente que las noticias sobre el Toreador le hayan llegado ya, pero un evento así no pasa desapercibido- Le tengo aprecio y...sufrió mucho la pérdida de su elegido. El que más de hecho. Yo bueno, no conocía mucho a...y Damià es...bueno, parecía hasta aliviado -niega con la cabeza- Las apariencias no son de fiar, pero no me gusta que usted haya...
Pero no le da tiempo a seguir hablando con el doctor, pues Blanca lo lleva a un rincón de la sala, donde nadie parece poder escucharlos.
- Mire señorita, le voy a ser totalmente sincero -dice, recuperando cierto aplomo. Se pone las manos en los bolsillos y sin querer un papel con notas está a punto de caer a causa de ello, pero lo recupera al vuelo- A mi lo social me da igual. Sé que a Miguel le parece muy importante, pero...pero a mi sinceramente, no me aporta nada. Yo ni siquiera quería estar aquí.
Parece perderse en recuerdos e ideas, en pensamientos y en deseos frustrados. Quizás sea la tensión o puede que se deba al ambiente del Elíseo, donde todavía puede notarse el olor de la sangre y los productor de limpieza, pero Orellana está dispuesto a hablar más de lo que toca.
- Ni siquiera sería Regente de no ser porque en esta ciudad la inseguridad es la que es -dice, negando con la cabeza- Yo no soy alguien que sepa moverse en estos foros. Yo no vivo en el Ágora, yo vivo por, para y en mi Biblioteca. Y si busco a alguien es a un estudiante. Nada de brillantes bailes, nada de lujo, vestidos o conversaciones: un compañero que sea capaz de pasar horas y horas leyendo, anotando, que disfrute pasando a limpio mis traducciones y que encuentre placer en descubrir una declinación diferente del latín vulgar. Si eso no es lo que usted es, mejor no prosiga.
No lo dice con tono tajante, sino...triste. Tímido.
Santiago parece querer sonréir al ver que Julián no lo toma como un loco y lo aparta. Pero es difícil distinguir ese gesto con las marcas que cruzan su rostro. Mirando tembloroso a ambos lados, se lleva al pintor a un lado, intentando ser discreto y no llamar la atención. No tendría éxito en un ambiente normal, pero aquí a nadie le importan un mortal y un retoño que todavía precisa de su mentor para vivir en la sociedad cainita.
- Podríamos intentar huír -dice, tembloroso. La idea le da una esperanza febril, pero casi de inmediato mira la puerta, como si temiese que Damià le hubiese escuchado. Su pánico le hace reprimir un temblor y negar con la cabeza- No, yo...yo no. Me encontraría. Siempre. Pero tu podrías irte. Todavía tienes tiempo.
Santi parece sorprendido cuando le hace la pregunta final y tarda unos segundos largos en conectar. Baja los ojos, como si le hubieran recordado un capítulo anterior de una vida pasada. Al final, asiente, pero muy lentamente.
- Ha sido ella -susurra. En sus ojos hay el mismo pánico con el que ha hablado de su mentor y sus palabras salen con una dicción extraña. Está claro que es una verdad a medias...pero verdad al fin y al cabo.