[QPQ] Sesión 1

[kunekunos]

Mi cabeza está ahora completamente inundada con el descubrimiento que ha brindado mi hermana y mientras conduzco no puedo hacer otra cosa que tratar de reproducir una y otra vez la sensación que me había producido sostener el manuscrito.

Ahora ya no queda un ápice de la sensación real, solo el recuerdo de que algo había ocurrido. Las palabras de mi pensamiento habían retenido el concepto de "olor a fuego" pero la sensación ya no acompañaba esa etiqueta. Como quién sabe nombrar lo que cenó ayer, pero sin poder recuperar el sabor exacto.

Voy a mi refugio sabiendo que puede ser una larga noche. Encenderé el ordenador y trataré de consultar todo lo que pueda con alguna suerte de traductor de alemán. Analizaré las páginas de forma metódica y buscaré nombres propios, localizaciones y fechas entre las páginas. Estudiaré cada dibujo, cada palabra tachada o corregida. Buscaré cualquier pista del autor y trataré de reproducir la caligrafía con mis propias manos.

"Puede que este libro hable de mí o puede incluso que yo lo escribiera en otra vida. Eso es lo que tiene que significar ese flash. Y si dejé alguna pista, la voy a encontrar. Si finalmente descubro quién fui, podré entender quien soy y cuál es mi verdadero propósito"

Si en algún momento consigo acordarme de la reunión con mi sire, seguro que esto ocurrirá demasiado tarde para poder hacer algo al respecto.

[DarkOsca]

La noche se tornó en noches. Las noches en semanas. Leo Watts permanece completamente absorbido por el manuscrito. Sólo abandona su estudio para alimentarse. Está tan absorto que ni siquiera acude a sus clases de yoga ignorando los numerosos mensajes que recibe en su móvil.

Lo primero que le llama la atención es que el primero que ha visto ese manuscrito en EEUU es un tal Ian Young, divulgador científico de Cleveland. Posteriormente, se centra en el mero contenido. Con infinita paciencia traduce del alemán, palabra por palabra para dar sentido, posteriormente, a las frases, ordenándolas correctamente.

Sólo el sueño le hace conocer que llega el día. Pero ni en el descanso su mente deja de trabajar. Inconscientemente se traslada a Salem, a la época en la que está ubicado el manuscrito. Las vivencias tienen una extrema claridad, parecen formar parte de su pasado.

► Mostrar Spoiler

Esto lo voy a escribir en distintos mensajes, ves intercalando si quieres tus impresiones/acciones y haciendo las tiradas que te pida
Requerida tirada. 1D3 para determinar con qué ansia parte tras este interludio.

[kunekunos]

"Armen gefallen gewalt und das blut eines baby bei armen vnnb was funft niemants hat wellen beherborge / herberg gehabt haben"

Aunque mi mente ha sucumbido al letargo diurno, mis recuerdos dibujan las frases que he transcrito en mi libreta y los pensamientos siguen maquinando a toda vela.

"A pesar de que mi primera transcripción fue: armen gefellen geweft, es decir: sus pobres pieles arrancadas. No estoy muy seguro de que eso sea correcto ¿Es eso o se trata de una transformación dialéctica y en realidad quiere decir: armen gefallen gewieft, que sería muy distinto: a los pobres les gusta la violencia... refiriéndose al juicio de las dos mujeres"

"das blut eines baby - La sangre de un bebe."

"gefellen geweft - piel arrancada"

"blut - sangre"

"gewalt - violencia"

Las palabras se empiezan a convertir en sensaciones y como si la tinta se fusionara con mi piel, vuelvo a oler el aire y la tierra labrada de Salem.

"Como la primera vez que cogí el libro" el fugaz pensamiento se disipa cuando miro a mi alrededor.

Siento la sangre en mis venas, la rabia y el asco que me producen los últimos eventos hacen un nudo en mi garganta en una tensa lucha por mantener la compostura.

Ya no hay libro. No hay palabras ni traducciones. Solo se que hoy es un día importante para las gentes de mi tierra y que tengo una importante tarea que cumplir.

[DarkOsca]

La primera parte del manuscrito consta de una explicación del viaje realizado por una serie de monjes alemanes, concretamente de la Abadía Ettal, al nuevo mundo. Comandados por el abad de la misma, Ignatius Rueff, fueron enviados por orden papal para ser cronistas de la caza de brujas que se estaba realizando en las Colonias que posteriormente serían conocidas cómo EEUU.

El Santo Padre, Inocencio X quería saber el motivo por el cual se estaba juzgando y condenando a muerte a tan gran número de personas, en esa zona. Eligió a los alemanes porque conocía personalmente a Rueff, con quién coincidió en el Collegio Romano. Había terminado la Guerra de los Treinta años y el Papa quería constatar que pese a su pérdida de influencia en el Sacro Imperio Germánico, seguía confiando en los eclesiásticos que allí residían.

Partieron de Venecia y tras varias semanas de viaje en barco llegaron al nuevo mundo. La delegación constaba de 3 monjes y el propio abad.

[kunekunos]

Hablaban de una nueva edad de oro para Roma y sin embargo, lo único que yo veía era el lento declive de la doctrina católica: una mujer, la cuñada del papa, Olímpia, tomando las decisiones importantes en el Vaticano y haciendo de mecenas para vanidosos artistas como Bernini cuya obra maestra era la vergonzosa humillación de nuestra amada virgen.

En el nuevo mundo las cosas no iban mucho mejor. Juan de Palafox estaba permitiendo que los criollos ocuparan cargos públicos. Y más al norte, se proclamaban autos de fe como churros ante la más mínima sospecha de herejía.

Precisamente habíamos viajado des de Venecia hasta allí para investigar esas cazas de brujas, pero mucho me temía que poco podríamos hacer para cambiar el rumbo de decadencia que no solo estaba infestando nuestra organización, si no el mundo entero.

¿Pesimista? Seguramente.

¿Capacitado? De ningún modo. Mi único respaldo eran otros 2 sacerdotes tan atados de manos como yo mismo.

¿Desesperanzado? Ni hablar. Que no dispusieramos del poder para construir los caminos apropiados no nos impediría relatar los errores que mis hermanos estaban cometiendo en éste rincón de mundo.

Si algo me había permitido superar el largo viaje, fue justamente la esperanza. Esperanza en que las crónicas que escribiríamos aquí, sirvieran a sus lectores para corregir y reconducir la humanidad hacia la santidad de la que nos alejábamos con el paso de cada estación.

[DarkOsca]

El puerto de Boston nos acogió con indiferencia. Una pequeña delegación de monjes no desatacaba entre la maraña de mercancías, pasajeros, estibadores y demás calaña que se arremolinaban en los muelles. La primera visita era obligada, a las dependencias aduaneras de su Majestad Británica. La religión católica no es la oficial por esas tierras por lo que fuimos tratados como civiles. Tuvimos que pagar una tarifa estándar. La burocracia británica nos hizo recorrer un nuevo paso en nuestro camino. Teníamos que presentarnos ante la mayor autoridad de la ciudad, el gobernador John Winthrop. La ciudad estaba sumida en una de las múltiples epidemias de viruela que la asolaron en esos años por lo que nada más alejarnos del muelle sus calles estaban vacías. El olor a enfermedad y muerte destacaba sobremanera entre los tradicionales de una ciudad moderna.

Winthrop, tras muchos años en el cargo, reflejaba en su semblante el peso del poder y la responsabilidad. Flaco, enjuto, demacrado. Sus ropas estaban muy limpias, muy desgastadas, demostrando que era una persona recta, ordenada, pero ajena a los placeres mundanos. En sus ojos todavía refulgía el fuego de la curiosidad, quizá mezclado con fiebre. Nos mantuvo de pie durante toda la audiencia y nos preguntó sobre el propósito de nuestra visita. Se la contamos sin dobleces, sin ocultar nada. Se mostró contrariado, a la defensiva. No éramos nadie para meternos en los asuntos de esa gente, que nos era completamente ajena. No se creyó que nuestra misión fuera la de meros observadores. Nos asignó una escolta, de 2 de sus hombres, en teoría por nuestra propia seguridad, aunque se veía a la legua que quería tenernos controlarnos. Los elegidos fueron 2 sombríos ejemplares de colonos. Vestimentas negras, sombreros negros. En sus atuendos sólo sobresalían 2 hebillas de plata, una en el sombrero, otra en el cinturón. Armas, de fuego, blancas, pesadas, incómodas, completaban su equipaje.

De esta manera partimos hacia Salem. Apenas un día de viaje. El primer aspecto no impresionaba. Una localidad costera con una calles estructuradas en hileras regulares. El humo se asomaba por las chimeneas de varias de ellas. Humo que nos acompañaría en el tiempo en que permanecimos allí. Nos cedieron, gentilmente, una de esas viviendas, nueva, como todo allí, la madera todavía supuraba savia. 6 hombres, 4 monjes y 2 colonos se iban a acomodar, lo mejor posible, en la única sala habitable.

[kunekunos]

"Siempre me había imaginado el otro lado del mundo como un lugar exótico y recóndito. Lo cierto es que no es tan distinto del viejo continente, como aquí le llaman. Hemos pasado algunos bosques tupidos y las gentes son rectas y educadas aunque desconfiadas, nada a lo que no estemos habituados en las zonas rurales de nuestra Alemania. Las diferencias se aprecian en los detalles: utilizan tablones de madera en lugar de la inmaculada piedra para construirlo prácticamente todo y las calles son anchas e inhóspitas. Nada que ver con lo que encontramos en Venecia o el bullicio de la abadía.
Los colonos que nos hemos encontrado a menudo llevan consigo símbolos de la fe, pero éstos no son nada ostentosos. Una fe parecida a la benedictina, que también diverge en los detalles. Son protestantes.
Hecho de menos las altas cumbres de Ettal y aunque tan solo acabamos de llegar, ya pienso en el momento de emprender el viaje de regreso.
No se si es el humo o la niebla de la madrugada, pero algo pinta mal en éste sitio. No sabría explicarlo mejor ahora. Son los detalles, supongo.
Por ahora debéis saber que hemos llegado y se nos ha acogido en el pueblo de Salem. Mañana iremos a conocer a su alcalde y vecinos.
Seguiré escribiendo regularmente como pedisteis. Que Dios os guarde y os bendiga."

Tras el último trazo me incorporo y recojo los enseres de escritura. Me había acostumbrado a escribir en el suelo sentado sobre mis rodillas en cualquier lado, y suponía que los próximos días tendría que hacerlo así, pues el catre y la mesa estarían muy concurridos con 4 monjes y 2 colonos compartiendo aquel pequeño espacio doméstico.

[DarkOsca]

Compartir vivienda con nuestros "protectores" es una estrategia perfecta para carecer de tiempo y lugar para compartir nuestras opiniones libremente. Se supone que las creencias de los colonos y el estar alejados de su metrópoli harían que una pátina de libertad recubriera a estas buenas gentes, pero esto no es así. El puritanismo es, hasta cierto punto dañino, tanto para el libre proceder como para la felicidad. En vez de luz, un tono sombrío lo domina todo empezando por las vestimentas de los ciudadanos.

Sus autoridades carecen también de brillo. Son personas grises, sin más interés que el de seguir al pie de la letra una serie de reglamentos que nunca se han parado a interpretar. Repiten los párrafos sin ningún tipo de inteligencia. Los días se suceden y el viaje parece una pérdida de tiempo. La vida en esta población es rutinaria, aburrida.

Algo cambia una noche, la primera de luna llena en la que estamos en Salem. Un lugareño, completamente ebrio, pese a estar prohibido, irrumpe en la sala común dónde los parroquianos se reúnen a última hora de la tarde a intercambiar sus vivencias. Dice que ha visto signos claros en el bosque de que se está realizando un Aquellarre. Una invocación al maligno. Pide voluntarios para constatar este hecho y tomar medidas. Por supuesto, pedimos ir con ellos. Por supuesto, nuestra petición es rechazada.

[kunekunos]

El aburrimiento no permitía que nuestras investigaciones hicieran progreso alguno ¿Para qué habíamos venido? Por mucho que al padre Rupert disfrutara del costumbrismo rural amerindio, yo y el resto de la compañía sabíamos que aquel no era nuestro objetivo. De modo que cuando se nos negó participar en la batida, un fuego se encendió en mi pecho.

- ¡Hablan del maligno Abad, eso transciende las leyes de los hombres! No hemos venido a quedarnos de brazos cruzados. No podemos hacerlo.

Parte de la rabia provenía de la impotencia y la falta de confianza que nuestros anfitriones esgrimían, pero también había una parte importante que surgía del egoísmo. Quería marcharme de allí cuanto antes y la mejor forma de regresar a la abadía era consiguiendo evidencias en nuestras investigaciones. Ése familiar impulso de moverme fue como un dejavú: El hastío y las ganas de cambiar de ciudad unidas a la sensación de que todavía había algo que hacer, una misión que me ataba a este lugar aburrido y gris.

[DarkOsca]

Escapamos de la vigilancia que nos han asignado, abandonamos la seguridad de las calles del pueblo. Estas se encuentran vacías. Los lugareños son temerosos de Dios y de lo que sea que haya provocado ese suceso en el bosque. Una turba armada con horcas y antorchas ha ido por delante nuestro a cerciorarse de lo que ha pasado. Son fanáticos, una masa informe sedienta de violencia. Hablan en nombre de Dios, pero no creen en él ni le sirven como es debido.

El bosque es oscuro, impenetrable. Al entrar en él nos llenamos de barro, tropezamos, nos perdemos en varias ocasiones pero nos guía la turba, varios metros por delante. El alboroto es tan evidente que unos simples frailes somos capaces de seguirlo. Las criaturas nocturnas nos observan, expectantes, sabedoras de que estamos profanando su calma, de que estamos invadiendo su morada.

Más allá se ve un claro, allí se ha detenido la turba, profieren gritos, rezan, iluminan cada palmo de ese claro. Intentamos entrar en él, pero nos lo impiden. Transcurridos unos minutos, el propio alcalde, líder de esa turba, se sitúa en el centro de la muchedumbre con una prenda en la mano.

-Fijaos bien. Esto estaba en el suelo, alguien ha estado aquí recientemente. ¿Lo reconocéis?

Un silencio sepulcral se apodera de la multitud, sólo se escucha el crepitar de las antorchas, su humo se impone a los olores típicos del bosque. Las miradas de los parroquianos aparecen encendidas por este fuego que sólo pone en relieve la rabia interior que sienten.

-Es un sombrero holandés, debe ser de una de esas nuevas familias que se han instalado cerca del puerto. Es de una de sus mujeres. Brama una chica joven, casi una niña, con la dentadura podrida, escupiendo cada palabra con violencia.
Con un objetivo claro, los habitantes de Salem vuelven al pueblo, se cruzan con nosotros, cantan, vitorean, nos animan a acompañarles. Antes de eso decidimos investigar el claro. Lo que encontramos es solamente una serie de marcas débiles, pisoteadas, parecen un juego infantil más que una invocación demoniaca. Desalentados, seguimos de nuevo a los habitantes de Salem.