Re: [Racconto] Un nuovo scopo (15-02-1990)
Publicado: 06 Jul 2020, 23:43
Marcelo.
Si Giuliana se creyó, o no, parte o todo de lo que Marcelo le había contado era algo que al brujah se le escapaba. La ravnos había guardado un silencio de sepulcro durante los minutos que duró su relato y las únicas pruebas fehacientes de que su mente seguía presente en la celda fueron un par de gestos faciales de asentimiento que invitaban a Gozza a continuar. Poco más, a parte de un suave ronroneo que murió dentro de su garganta, puede que de desagrado o quizá de placer por un próximo derramamiento de sangre camarilla, cuando escuchó que la Torre estaba realmente interesada en recuperar la misma ciudad que le había sido arrancado de las manos hacía siglos.
Sorprendentemente, no hizo ningún comentario al respecto y, cuando Marcelo acabó, simplemente, se limitó a girarse de medio lado y lanzar una última pregunta al aire - ¿Tienes suficiente…?
El brujah supo de inmediato que la pregunta no iba dirigida a él y que no estaban solos. Tras unos segundos de silencio la respuesta a Messina llegó a través de unos pasos que empezaron a alejarse por el pasillo que daba a las criptas bajo el Palazzo Pitti, dejando tras de sí el eco sordo de quién quiera que fuese había permanecido tras el umbral.
Los ojos de Giuliana volvieron a encontrase con los de Gozza y, acto seguido, le lanzó una pequeña llave de metal – Vamos, entonces…- le dijo, con clara sorna y una amplia sonrisa que dejaba a media luz unos caninos relucientes.
Marcelo no tardó en liberarse de la cadena que le retenía para seguir a la ravnos a través de una serie de pasillos de tosca piedra; flanqueado, a diestra y siniestra, por gruesas puertas de metal. Pequeñas gotas de agua se filtraban por el techo que tenían encima acompañando la marcha con un suave e intermitente golpeteo al caer en los pequeños charcos de agua formados en el suelo, aquí y allá. Mientras avanzaba, tras ella, pudo olisquear la humedad y el óxido que envolvía e impregnaba aquella zona subterránea.
Ante el silencio de ella, y seguramente por puro instinto, los sentidos de Gozza se expandieron. Allí había algo más. Entre aquella atmósfera densa y pegajosa, subyacía el sugerente olor dulzón de la carne y la sangre que, aun reseca, se filtraba bajo las puertas de aquellas salas de tortura, dolor y muerte que, ahora, se le empezaban a antojar mataderos. Fue al pasar junto a una de aquellas puertas cuando empezaron los susurros.
Marcelo no sabía si era por la costumbre o por el mero hecho de no prestar la suficiente atención, pero la cainita que le precedía parecía ignorarlos por completo. Eran susurros apenas perceptibles, de esos que en las noches de cuentos de brujas parecen asaltar el subconsciente de uno sin ser ciertos, pero el brujah sabía lo que estaba escuchando. Quejidos y lamentos. Casi inaudibles y no obstante una vez se colaban por sus oídos le provocaban un escalofrío que le recorría la espalda al pensar en la suerte, tan distinta a la actual, que él mismo podía haber corrido esa misma noche.
Porque sobre todo, aquel lugar hedía a miedo. A un miedo arcano e irracional que de alguna forma le llamaba. Un pavor recién descubierto que le impelía a salir de allí cuanto antes, fuese cual fuese el destino que le estuviese esperando tras la estela de los pasos de su captora…
La voz de Giuliana le sacó entonces como un latigazo de aquel momento de terrible introspección y Marcelo se descubrió a sí mismo al pie de los primeros peldaños de una escalinata. Temeroso como el niño que no era.
- Es aquí donde nos separamos, aunque supongo que solo por ahora – la cainita le abrió paso apartándose y le invitó a avanzar señalando los estrechos peldaños - Sube un par de tramos y avanza hasta el final del pasillo superior. Allí verás una puerta a la derecha y otra más apartada, al frente. Entra en esta última y espera – una maliciosa sonrisa acompañó a un gesto de despedida cuando Messina se tocó la sien con un par de dedos y los apartó con rapidez – Volveremos a vernos, cachorrito – y tras aquellas palabras dio media vuelta y entró en la celda contigua a la que habían abandonado. Mientras el brujah ascendía pudo escuchar un grito agónico al que siguió una pequeña risita histriónica…
Ojo Puto y Fiorella.
Ojo Puto y Fiorella entraron en el Palazzo acompañados y departiendo animadamente junto a Enrico Greco antes de que este se despidiese de ellos una vez dentro, dejándoles a solas. Si los jardines eran una oda al paisajismo, la gran galería Palattina era un orgasmo artístico para cualquier ser, vivo o muerto, con un mínimo de sensibilidad en las venas. Amplia y hermosa como un prado onírico, rodeada por los accesos a sus veintiocho salas y exposiciones privadas, la gran estancia se bastaba por si misma para engullir a los numerosos visitantes que se adentraban en ella como un recordatorio de la nimiedad y la transitoriedad de sus almas. La colección de arte estaba dispuesta de forma palaciega en lugar de museística, un estudiado detalle que ponía sobre relieve para ambos nosferatus que estaban en el la antesala del refugio de la Divina Comedia y de su Ductus; La Arzobispo Carmina: La Regina Rossa.
A Fiorella, estar en el Palazzo siempre le había incomodado, pues aunque se suponía que debía sentirse entre hermanos, algo en su interior se habría hueco advirtiéndole de que meterse en las entrañas de aquel esplendoroso lugar podía ser semejante a aventurarse a penetrar en el cubil de un durmiente dragón; corriendo el riesgo de hacerlo despertar.
Era entonces cuando buscaba los ojos de Alessa y el solaz de alivio que su mirada le transmitía. De alguna forma, la malkavian obraba ese efecto en ella, diciéndole sin pronunciar palabra, que incluso el fuego de un dragón solo era la antesala del humo que consumía su interior. La pequeña bicho no estaba muy segura de entender todo lo que su hermana decía, pero si aquellos mensajes, si su voz – o sus silencios- , servía para atemperar su ánimo, eran más que bienvenidos. Por desgracia para ella, no era la prístina y clarividente mirada de la hija de malkav la que tenía sobre ella, sino la dura y contundente expresión de su Ductus. Si aún pudiese respirar, pensaba en ese momento Fiorella, seguramente sus expiraciones fuesen tan fuertes que rebotarían contra las paredes ensordeciendo sus propios oídos.
Ricardo conocía bien aquel lugar; al menos su cara pública. Muchas historias había escuchado sobre las criptas que había bajo sus pies y por un momento pensó si la Cofradía que regentaba el Palazzo no habría elegido su nombre como insidioso guiño al “Inferno” que había descrito Alighieri en su obra. A juzgar por las últimas Pallas Grandes oficiadas por la Sacerdotisa Lupei, aquella idea puede que no fuese del todo descabellada, sonrió, recordando la última vez que vio en acción a la tzmisce y sus lienzos humanos.
Aunque, y apartó tales pensamientos de un plumazo, no era noche para dejarse llevar por habladurías. Si alguien sabía lo que era pasar por un purgatorio en vida, ese era él, sin duda alguna. Y no iba a permitir volver a pasar por otro ahora que estaba bien muerto. Además, no podía permitirse las distracciones propias del recuerdo. A esas horas de la noche, , él y su cofrade de apariencia infantil, pero sabía que en la misma medida despiadada y sangrienta, no tendrían que esperar mucho más. Miró hacia abajo y se encontró con sus ojos interrogantes, intentando después transmitirle confianza con su adusto gesto de determinación; aunque era consciente de que la severidad de su semblante poco tenía que ver con la, muchas veces, inefable mirada de Alessa. Tampoco es que fuese a perder el tiempo en comprobar si el resultado estaba siendo el mismo, pues Nardone sabía que Fiorella tenía que endurecerse, por el bien de la manada y el suyo propio; sintiéndose el primer responsable en ayudarla a conseguirlo. Era una buena noche para ello.
- Ductus Nardone – recabó la atención de ambos una figura que acababa de aparecer por la puerta que daba a la galería de arte moderno – Me alegra que hayáis llegado tan pronto – les dijo a ambos un no-muerto de silueta torneada y fibrosa, vestido en pantalón vaquero y camisa – rigurosamente ataviado de negro – con el pelo recogido en una coleta y una barba cuidadosamente descuidada de un par de semanas que le adornaba el rostro desde que fue abrazado, realzando un tremendo atractivo físico- Siempre es un placer recibir a una de nuestras futuras Cofradías, aunque esta vez no sea al completo – era extraño ver sonreír a Fabrizio del Piero, el perro de presa de la Arzobispo Martinelli, pero aun así no podían dejar de constatar que aquel gesto estaba dirigido a ellos – Espero y deseo que la hermana Sarrontino nos acompañe la próxima vez. Por favor, acompañadme.
Del Piero se giró y se encaminó al lugar por el que había aparecido, casi sin darles tiempo a valorar otra opción que no fuese ir tras él.
- Nuestra Arzobispo está manteniendo una pequeña charla con algunos de los otros invitados de esta noche, pero no tardará en reunirse con vosotros – les dijo, mientras les guiaba por varias salas que no por ser menores que la principal dejaban de carecer de una insultante belleza en cada una de sus paredes, ornamentos y obras – No obstante, estaréis acompañados.
El largo pasillo por el que estaban caminando terminaba en una puerta de mármol que conectaba con la Galería del Vestuario, en la cual se encontraba el vestuario teatral de los s. XVI-XXI, así como los trajes funerarios de Cosme I de Médicis, de su mujer y su hijo. La travesaron y descendieron una escalinata hasta llegar a un otro corredor, este mucho más “modesto”. Al llegar frente a la última puerta de este, Fabrizio se detuvo y se giró hacia ellos.
- Por favor, entrad. Creo que ya os conocéis – aseguró, haciendo un breve ademán con la cabeza señalando la entrada de la sala y en referencia a quien estaba dentro – Confío en que si tenéis algún problema con él, seréis capaces de solucionarlo, aunque os pediría que no lo hagáis de una forma demasiado...taxativa – les sugirió, dando por sentado que entendían lo que quería decir – En cualquier caso, todas las galerías cuentan con un sistema cerrado de grabación por video. Así que, en cierta medida, no estaréis los tres solos – asintió.
- Antes del pequeño acto que va a acontecer aquí esta noche, queremos asegurarnos de que vuestro acompañante tenga claras algunas... nociones sobre nuestra Secta, al menos de forma introductoria, por decirlo así. Así que, mientras esperáis a que nos reunamos con vosotros y decidamos que fue lo que pasó ayer y qué va a pasar de ahora en adelante, nos gustaría tener claro que entiende qué es, qué somos, La Espada de Caín. Al fin y al cabo, quién mejor que un Ductus tan prometedor como tú para acometer esta tarea ¿Verdad? - las palabras del cainita eran irrefutables, aunque algo en su tono hacía que Ojo Puto no acabase de decidir si le acababan de gustar o no.
- Si me disculpáis ahora, tengo varios asuntos que atender y aspectos que preparar de cara a esta noche. Hermanos…
Y sin más dilación deshizo sus pasos hasta desaparecer por donde habían llegado hasta allí.
Cuando Ojo Puto abrió la puerta y entró en la sala acompañado de Fiorella, Marcelo reconoció sus putrefactos cadáveres al momento. No era difícil recordar la máscara de la niña inmortal y el cuerpo cubierto de pústulas del cainita que casi le había ayudado a acabar con ese cabrón de Strazza y Alberto; su familia de sangre hasta hacía solo veinticuatro horas.
Si Giuliana se creyó, o no, parte o todo de lo que Marcelo le había contado era algo que al brujah se le escapaba. La ravnos había guardado un silencio de sepulcro durante los minutos que duró su relato y las únicas pruebas fehacientes de que su mente seguía presente en la celda fueron un par de gestos faciales de asentimiento que invitaban a Gozza a continuar. Poco más, a parte de un suave ronroneo que murió dentro de su garganta, puede que de desagrado o quizá de placer por un próximo derramamiento de sangre camarilla, cuando escuchó que la Torre estaba realmente interesada en recuperar la misma ciudad que le había sido arrancado de las manos hacía siglos.
Sorprendentemente, no hizo ningún comentario al respecto y, cuando Marcelo acabó, simplemente, se limitó a girarse de medio lado y lanzar una última pregunta al aire - ¿Tienes suficiente…?
El brujah supo de inmediato que la pregunta no iba dirigida a él y que no estaban solos. Tras unos segundos de silencio la respuesta a Messina llegó a través de unos pasos que empezaron a alejarse por el pasillo que daba a las criptas bajo el Palazzo Pitti, dejando tras de sí el eco sordo de quién quiera que fuese había permanecido tras el umbral.
Los ojos de Giuliana volvieron a encontrase con los de Gozza y, acto seguido, le lanzó una pequeña llave de metal – Vamos, entonces…- le dijo, con clara sorna y una amplia sonrisa que dejaba a media luz unos caninos relucientes.
Marcelo no tardó en liberarse de la cadena que le retenía para seguir a la ravnos a través de una serie de pasillos de tosca piedra; flanqueado, a diestra y siniestra, por gruesas puertas de metal. Pequeñas gotas de agua se filtraban por el techo que tenían encima acompañando la marcha con un suave e intermitente golpeteo al caer en los pequeños charcos de agua formados en el suelo, aquí y allá. Mientras avanzaba, tras ella, pudo olisquear la humedad y el óxido que envolvía e impregnaba aquella zona subterránea.
Ante el silencio de ella, y seguramente por puro instinto, los sentidos de Gozza se expandieron. Allí había algo más. Entre aquella atmósfera densa y pegajosa, subyacía el sugerente olor dulzón de la carne y la sangre que, aun reseca, se filtraba bajo las puertas de aquellas salas de tortura, dolor y muerte que, ahora, se le empezaban a antojar mataderos. Fue al pasar junto a una de aquellas puertas cuando empezaron los susurros.
Marcelo no sabía si era por la costumbre o por el mero hecho de no prestar la suficiente atención, pero la cainita que le precedía parecía ignorarlos por completo. Eran susurros apenas perceptibles, de esos que en las noches de cuentos de brujas parecen asaltar el subconsciente de uno sin ser ciertos, pero el brujah sabía lo que estaba escuchando. Quejidos y lamentos. Casi inaudibles y no obstante una vez se colaban por sus oídos le provocaban un escalofrío que le recorría la espalda al pensar en la suerte, tan distinta a la actual, que él mismo podía haber corrido esa misma noche.
Porque sobre todo, aquel lugar hedía a miedo. A un miedo arcano e irracional que de alguna forma le llamaba. Un pavor recién descubierto que le impelía a salir de allí cuanto antes, fuese cual fuese el destino que le estuviese esperando tras la estela de los pasos de su captora…
La voz de Giuliana le sacó entonces como un latigazo de aquel momento de terrible introspección y Marcelo se descubrió a sí mismo al pie de los primeros peldaños de una escalinata. Temeroso como el niño que no era.
- Es aquí donde nos separamos, aunque supongo que solo por ahora – la cainita le abrió paso apartándose y le invitó a avanzar señalando los estrechos peldaños - Sube un par de tramos y avanza hasta el final del pasillo superior. Allí verás una puerta a la derecha y otra más apartada, al frente. Entra en esta última y espera – una maliciosa sonrisa acompañó a un gesto de despedida cuando Messina se tocó la sien con un par de dedos y los apartó con rapidez – Volveremos a vernos, cachorrito – y tras aquellas palabras dio media vuelta y entró en la celda contigua a la que habían abandonado. Mientras el brujah ascendía pudo escuchar un grito agónico al que siguió una pequeña risita histriónica…
Ojo Puto y Fiorella.
Ojo Puto y Fiorella entraron en el Palazzo acompañados y departiendo animadamente junto a Enrico Greco antes de que este se despidiese de ellos una vez dentro, dejándoles a solas. Si los jardines eran una oda al paisajismo, la gran galería Palattina era un orgasmo artístico para cualquier ser, vivo o muerto, con un mínimo de sensibilidad en las venas. Amplia y hermosa como un prado onírico, rodeada por los accesos a sus veintiocho salas y exposiciones privadas, la gran estancia se bastaba por si misma para engullir a los numerosos visitantes que se adentraban en ella como un recordatorio de la nimiedad y la transitoriedad de sus almas. La colección de arte estaba dispuesta de forma palaciega en lugar de museística, un estudiado detalle que ponía sobre relieve para ambos nosferatus que estaban en el la antesala del refugio de la Divina Comedia y de su Ductus; La Arzobispo Carmina: La Regina Rossa.
A Fiorella, estar en el Palazzo siempre le había incomodado, pues aunque se suponía que debía sentirse entre hermanos, algo en su interior se habría hueco advirtiéndole de que meterse en las entrañas de aquel esplendoroso lugar podía ser semejante a aventurarse a penetrar en el cubil de un durmiente dragón; corriendo el riesgo de hacerlo despertar.
Era entonces cuando buscaba los ojos de Alessa y el solaz de alivio que su mirada le transmitía. De alguna forma, la malkavian obraba ese efecto en ella, diciéndole sin pronunciar palabra, que incluso el fuego de un dragón solo era la antesala del humo que consumía su interior. La pequeña bicho no estaba muy segura de entender todo lo que su hermana decía, pero si aquellos mensajes, si su voz – o sus silencios- , servía para atemperar su ánimo, eran más que bienvenidos. Por desgracia para ella, no era la prístina y clarividente mirada de la hija de malkav la que tenía sobre ella, sino la dura y contundente expresión de su Ductus. Si aún pudiese respirar, pensaba en ese momento Fiorella, seguramente sus expiraciones fuesen tan fuertes que rebotarían contra las paredes ensordeciendo sus propios oídos.
Ricardo conocía bien aquel lugar; al menos su cara pública. Muchas historias había escuchado sobre las criptas que había bajo sus pies y por un momento pensó si la Cofradía que regentaba el Palazzo no habría elegido su nombre como insidioso guiño al “Inferno” que había descrito Alighieri en su obra. A juzgar por las últimas Pallas Grandes oficiadas por la Sacerdotisa Lupei, aquella idea puede que no fuese del todo descabellada, sonrió, recordando la última vez que vio en acción a la tzmisce y sus lienzos humanos.
Aunque, y apartó tales pensamientos de un plumazo, no era noche para dejarse llevar por habladurías. Si alguien sabía lo que era pasar por un purgatorio en vida, ese era él, sin duda alguna. Y no iba a permitir volver a pasar por otro ahora que estaba bien muerto. Además, no podía permitirse las distracciones propias del recuerdo. A esas horas de la noche, , él y su cofrade de apariencia infantil, pero sabía que en la misma medida despiadada y sangrienta, no tendrían que esperar mucho más. Miró hacia abajo y se encontró con sus ojos interrogantes, intentando después transmitirle confianza con su adusto gesto de determinación; aunque era consciente de que la severidad de su semblante poco tenía que ver con la, muchas veces, inefable mirada de Alessa. Tampoco es que fuese a perder el tiempo en comprobar si el resultado estaba siendo el mismo, pues Nardone sabía que Fiorella tenía que endurecerse, por el bien de la manada y el suyo propio; sintiéndose el primer responsable en ayudarla a conseguirlo. Era una buena noche para ello.
- Ductus Nardone – recabó la atención de ambos una figura que acababa de aparecer por la puerta que daba a la galería de arte moderno – Me alegra que hayáis llegado tan pronto – les dijo a ambos un no-muerto de silueta torneada y fibrosa, vestido en pantalón vaquero y camisa – rigurosamente ataviado de negro – con el pelo recogido en una coleta y una barba cuidadosamente descuidada de un par de semanas que le adornaba el rostro desde que fue abrazado, realzando un tremendo atractivo físico- Siempre es un placer recibir a una de nuestras futuras Cofradías, aunque esta vez no sea al completo – era extraño ver sonreír a Fabrizio del Piero, el perro de presa de la Arzobispo Martinelli, pero aun así no podían dejar de constatar que aquel gesto estaba dirigido a ellos – Espero y deseo que la hermana Sarrontino nos acompañe la próxima vez. Por favor, acompañadme.
Del Piero se giró y se encaminó al lugar por el que había aparecido, casi sin darles tiempo a valorar otra opción que no fuese ir tras él.
- Nuestra Arzobispo está manteniendo una pequeña charla con algunos de los otros invitados de esta noche, pero no tardará en reunirse con vosotros – les dijo, mientras les guiaba por varias salas que no por ser menores que la principal dejaban de carecer de una insultante belleza en cada una de sus paredes, ornamentos y obras – No obstante, estaréis acompañados.
El largo pasillo por el que estaban caminando terminaba en una puerta de mármol que conectaba con la Galería del Vestuario, en la cual se encontraba el vestuario teatral de los s. XVI-XXI, así como los trajes funerarios de Cosme I de Médicis, de su mujer y su hijo. La travesaron y descendieron una escalinata hasta llegar a un otro corredor, este mucho más “modesto”. Al llegar frente a la última puerta de este, Fabrizio se detuvo y se giró hacia ellos.
- Por favor, entrad. Creo que ya os conocéis – aseguró, haciendo un breve ademán con la cabeza señalando la entrada de la sala y en referencia a quien estaba dentro – Confío en que si tenéis algún problema con él, seréis capaces de solucionarlo, aunque os pediría que no lo hagáis de una forma demasiado...taxativa – les sugirió, dando por sentado que entendían lo que quería decir – En cualquier caso, todas las galerías cuentan con un sistema cerrado de grabación por video. Así que, en cierta medida, no estaréis los tres solos – asintió.
- Antes del pequeño acto que va a acontecer aquí esta noche, queremos asegurarnos de que vuestro acompañante tenga claras algunas... nociones sobre nuestra Secta, al menos de forma introductoria, por decirlo así. Así que, mientras esperáis a que nos reunamos con vosotros y decidamos que fue lo que pasó ayer y qué va a pasar de ahora en adelante, nos gustaría tener claro que entiende qué es, qué somos, La Espada de Caín. Al fin y al cabo, quién mejor que un Ductus tan prometedor como tú para acometer esta tarea ¿Verdad? - las palabras del cainita eran irrefutables, aunque algo en su tono hacía que Ojo Puto no acabase de decidir si le acababan de gustar o no.
- Si me disculpáis ahora, tengo varios asuntos que atender y aspectos que preparar de cara a esta noche. Hermanos…
Y sin más dilación deshizo sus pasos hasta desaparecer por donde habían llegado hasta allí.
Cuando Ojo Puto abrió la puerta y entró en la sala acompañado de Fiorella, Marcelo reconoció sus putrefactos cadáveres al momento. No era difícil recordar la máscara de la niña inmortal y el cuerpo cubierto de pústulas del cainita que casi le había ayudado a acabar con ese cabrón de Strazza y Alberto; su familia de sangre hasta hacía solo veinticuatro horas.