(C) [La Finca] Cien años de soledad (Eva Espinosa)

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Jueves 21 de Febrero de 2019
Una librería del Barrio de las Letras.

A primera hora, Eva ya tenía una carta en el suelo, junto a la puerta.

Ya había visto antes ese tipo de cartas, con el sobre anaranjado con el membrete de la librería. Su interior, incluía una nota escrita a mano, por el mismo Raúl. Como siempre.

Eva.

Tengo un nuevo cliente. Un trabajo importante, de los que puede salvarnos el trimestre. El cliente quiere que consigas un ejemplar de Cien Años de Soledad y nos va a pagar 3.000 €.

El ejemplar en cuestión es una primera edición de Editorial Sudamericana firmada por el propio autor. Una rareza. Lo tiene un tal Daniel Cortés. Te dejó adjuntas las indicaciones y su dirección. Tiene una casa en una urbanización de La Finca.

Nuestro cliente quiere conseguirlo antes de un mes. Al parecer el Señor Cortés ha rechazado su venta en varias ocasiones. Un clásico.

Por cierto, acuérdate de quemar la carta, y recuerda que yo no vuelvo de Burgos hasta dentro de 10 días.

Un Abrazo.

Raúl.

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Vamos a ver, ¿quién demonios es el tolai que contrata a unos tipos para que le manguen un Cien años de soledad firmado? Sí, vale puede parezca algo valioso y tal pero, ¿dónde han quedado los encargos de verdad? Pero, Raúl, padrino, ¿qué es eso de un Cien años de soledad? ¿Es que eran el Manolo y Benito de los conseguidores de libros de viejo? Es cierto que sin su padre, pues no era lo mismo, él tenía la fama y ella el peso de continuar con el legado familiar pero, ¿un Cien años de soledad? ¿En serio? Pero tampoco iba a decirle que no a un trabajo sencillito, por que eso iba a ser más fácil que quitarle el caramelo a un niño.

Ya al ver la dirección, le pareció que el tipo iba a ser un pringado. Vale, la Finca era un lugar cojonudo cuando se duerme en un antiguo sótano de una librería pero no era lo que esperaba. Algo con más caché, una incursión en una de mansión de las que salen en la tele para robar... No, perdón, para sustraer un incunable. Eso sería, algo que le motivaba de veras. Poder tener uno en las manos. ¿A qué olería? Lo leería, seguro, antes de llevarlo a sus nuevos dueños. Pero ¿un Cien años de soledad? Era tan aburrido y gris como su vida. Seguro que pertenecía a un mando intermedio barrigón de una multinacional que lo enseñaba como un trofeo las noches de copas para hacerse el cultureta ante sus amigotes.

Viéndolo así, era mejor salvar a ese pobre libro de ese tipo que no lo merecía. Pero o mejor era dejar de sacar conclusiones y ponerse al lío. Desde su coche, aparcado algo más lejos de la urbanización, decidió hacer una búsqueda en el móvil de las redes sociales de ese tal Daniel Cortés. A ver qué encontraba con eso.

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Un incunable no era, eso estaba claro. Nuestra pequeña Dean Corso pretendía que todos los días le encargaran robar libros de cientos de miles de euros. Claro, todo el mundo tenía unos cuantos de esos en sus bibliotecas.

La dirección señalaba a un chalet adosado más, de una fila de media docena. Por lo que podía haber visto, tenían porche delantero con piscina, una azotea transitable y un patio trasero. En otra zona de Madrid, sin ser barato, ese chalet costaría una tercera parte de lo que costaba realmente.

Pero claro, era una de las zonas de la capital más exclusivas (aunque estuviera en la periferia).

Al otro lado de la calle, frente al chalet, había un parque bastante grande, sin nada llamativo, excepto una firme valla de hierro que separaba la carretera del lugar preferido para hacer footing del exclusivo vecindario. Por suerte para Eva, el acceso a esta carretera no estaba cortado por un control de seguridad de la urbanización (ya había visto un acceso así unos minutos antes).

Quizás era el momento de echar un vistazo: Daniel Cortés era un nombre demasiado común. Un rápido vistazo a Facebook y a Linkdn revelaba algo más de una docena de resultados... y quizás ninguno de ellos fueran acertados.

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No encontró nada en internet. Por lo visto había más Danieles Cortés que Pepes García. Se guardó el móvil en el bolsillo, levantó las gafas y se masajeó los párpados. Tenía algo dentro, algo frustrado, algo amargo, algo que no le permitía mirar a los demás salvo por encima del hombro. ¿Por qué era así? ¿Por qué despreciaba al cliente que le había dado trabajo? ¿Por qué despreciaba a un tipo que ni conocía y que había conseguido vivir mejor de lo que podría conseguir ella en toda su vida? ¿Por qué despreciar Cien años de soledad? ¡Si le gustaba! Le gustaba García Márquez, ¿por qué era así?

El retrovisor le devolvió una imagen borrosa de sí misma. Era más fácil despreciar todo que enfrentarse a la realidad, jamás llegaría al nivel de su padre, ni jamás llevaría una vida como los de la urbanización, ni poseería una primera edición de nada como mucho pasaría fugazmente a través de sus manos. Se sorbió la nariz, se puso unas lentillas, recogió su pelo en una coleta y decidió que así no era cómo debía actuar un Espinosa. Si quería parecerse mínimamente a su padre debía ser una profesional.

Decidió salir del coche y echar un vistazo a ese parque tan apropiado y tan cerca de la casa. Agradecía haber sido previsora y llevar ropa deportiva.

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El atardecer prometía un parque aburrido, pero con un cielo... ¿Bonito? Las nubes de contaminación arrojaban un firmamento sin estrellas pero con una gama de colores bastante amplia y antinatural.

El parque en sí, tenía un acceso de entrada a unos 200 metros del chalet, un enorme hueco sin rejas en la incorporación a la calle. Estaba cubierto de un cesped relativamente bien cuidado, y un sendero de tierra, bien delimitado por un bordillo de hormigón, parecía seguir en paralelo el contorno del parque. Entre el sendero y la valla, solo se interponía cesped. Sin embargo, en el lado opuesto del sendero, el cesped era ocasional y brotaban algunos altos y delgados árboles. No tenían una gran copa, aunque sí creaban un ligero velo de ramas sobre el parque.

Eva pudo distinguir, al fondo, una figura de alguien corriendo por el camino. Su género todavía no era evidente por la distancia, pero era evidente la estridencia de los colores de su chandal, azules y rosas.

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Mientras se alejaba de la señora en mallas -o del hortera de turno- se estaba dejando claro el plan. La noche no era lo mejor para una miope y tampoco le gustaba entrar cuando estaban durmiendo. La primera visita no era una buena opción, a no ser que los habitantes de la casa fueran tan descuidado que estuviera servido en bandejita de plata. Lo mejor era averiguar si vivía solo, si tenía críos y mascotas, si tenía una señora de la limpieza que iba tantos días a la semana. Sí, había que hacer un buen trabajo de investigación para entrar sin encontrarse sorpresas. Eso de las películas de entrar a saco es eso, de las películas. Un aspecto importante era averiguar sus sistemas de seguridad, aparte de la urbanización cerrada con seguridad propia, eso estaba a la vista. A bote pronto calculaba que se iba a encontrar con telefonillo con videocámara y varias cámaras más situadas sobre las ventanas de la planta superior, cogiendo un buen ángulo. Eso además de la "pitiditos" silenciosa habitual si hay algo raro.

Los tipos que solían vivir en sitios así solían levantarse temprano y volver sobre esas horas. Así de lunes a viernes pero hasta que no supiera cuáles eran sus rutinas de trabajo y las del resto de habitantes de la casa -si los tenía- eran todo especulaciones sin fundamento. Y eso no vale para hacer un trabajo limpio y seguro.

Para esa ocasión, llevaba una riñonera con un par de pequeñas cámaras y algunas cosillas más. Se echó la capucha sobre la cara, dejó que colgaran unos auriculares sin sonido y comenzó a trotar despacito, fingiendo estar haciendo deporte. Se dirigió en dirección al acceso de entrada. Intentaría bordear la calle y rodear la casa para ver un poco el movimiento que había por la zona.

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Además del ocasional runner y de los clásicos paseantes de perros, no había mucho trasiego. Desde luego, en el rato que Eva estuvo por allí cerca, no vio movimiento en el chalé de Cortés. Lo único que pudo llamar su atención fue un chaval que salió del chalet de al lado con una bolsa de basura, y la tiró con bastante desgana a un contenedor cercano.

Al estar por la zona, Eva reparó en que, efectivamente, el telefonillo tenía videocámara y la vivienda una pegatina de la empresa de seguridad de turno. Nadie entró, ni salió y todas las luces estaban aparentemente apagadas. De repente, mientras comprobaba las medidas de seguridad, una luz se encendió en la segunda planta. Apenas duró cinco segundos encendida, pero fue tiempo suficiente para que Eva creyera ver la silueta de un hombre recortar su sombra contra la luz.

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Se detuvo en seco pero lo que hizo fingir que se ataba los cordones. Eso era un poquito raro, ¿no? Pero lo mismo es que era un poquito de la cofradía del puño cerrado con las eléctricas, y ¡oye! no iba a ser ella la que le negara un boicot porque la tenían frita con las tarifas. Aunque eso no era lo que le decía la lógica. Seguramente, estuviera viendo la tele en el salón de la casa, y esos salones le parecía que daban al jardín trasero. O estaba en el baño y no todos los baños eran exteriores.

Se puso en pie y decidió andar un poco antes de volver a trotar otra vez. En cuanto perdiera de vista la casa iba a parar porque la verdad eso de correr no era lo suyo y el cuerpo estaba pidiéndole ya un respirito. Luego daría la vuelta e intentaría observar si había luces detrás. Salvo barajar cuál sería el mejor lugar donde colocar la cámara y observar desde el coche poco más iba a poder hacer durante ese día.

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Quizás el lugar no era tanto el problema. Desde una rama de un árbol del parque seguro que podría colocar la cámara sin que fuera especialmente visible. Había dos cuestiones más que tener en cuenta: en primer lugar, la resolución... seguro que su cámara podría captar entradas y salidas, pero a esas distancias tampoco grabarían una gran cantidad de detalles; por otro lado, lo que sí era un problema era la autonomía de la batería de su cámara... 12 horas grabando en el mejor de los casos.

Y la verdad es que Pozuelo quedaba a un rato largo del Barrio de Las Letras. Tener que ir y venir (y comerse los atascos que se forman desde Colonia-Jardín) no se antojaba algo muy agradable.

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Había que apañarse con lo que uno tenía. Es verdad que no era una gran cámara pero esperaba no tanto ver el detalle como si había trasiego en la casa. Tendría que ahondar un poco más cuando tuviera algo más de información, si podía distinguir cuando salían y entraban las personas y coches del chalet con eso le bastaba para empezar.

Lo otro era un poquito más peliagudo pero bien valía dormir en su propio vehículo para hacer un buen trabajo. A cálculo, pensando en que fuera un tipo rutinario, dos o tres días podía aguantar por allí sin volver a casa. Ya se apañaría comprando algo para hacerse bocadillos. Además, por si acaso había traído algunas mudas de ropa. No era lo ideal pero ese era su auténtico trabajo así que tocaba apechugar.

Mientras esperaba un buen momento para colocar la cámara, iba intentando avanzar su plan: al día siguiente comenzaría a buscar entre los vecinos de las casas colindantes si necesitaban algún tipo de profesional doméstico o profesor particular para ayudar en lengua, literatura o idiomas. Era una buena manera de rentabilizar un poquito de camino. Todo en negro, por supuesto, y con poca vergüenza. ¿Quién iba a imaginarse que la profesora particular de la vecina podía ser una ladrona? ¡Si es que era todo perfecto! Total, ese tipo de gente adinerada solía ser muy confiada, así que....