(C) La extraña muerte de Esteban Espinosa

Prólogo de la partida, comprenda el año anterior a la celebración de "La Promesa".

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Livia
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Re: (C) La extraña muerte de Esteban Espinosa

#141

Mensaje por Livia »

Estaba harta de que le repitiera lo mismo, o escuchar cosas parecidas. Así que simplemente, se encomendó a... bueno, a lo que fuera que existiera allá (si había algo consciente de su diminuta existencia en el universo) e intentó relajarse. Debía ser más cauta, eso desde luego, porque nunca se sabía con quién se podía estar tratando pero un cursillo intensivo de ese tipo de cosas estaba bien, más que nada para no llevarse sustos como el de esa noche.

- Vale - refunfuñó y sonrió poco después encogiéndose de hombros - No estoy segura. Si demuestra que es de fiar creo que quizás sí que merezca el riesgo de ayudarle. Confiar plenamente solo lo hago en ti. De todas maneras, la familia -dijo, tomándole la mano para apretarla con suavidad- es lo primero.

Esa frase era de su padre. Se la había inculcado desde pequeña, junto a los puzzles, los juegos y los enigmas con los que había empezado a enseñarle la profesión. Aunque tanto hablarle de la familia cuando todo había sido una mentira. Su pequeña familia lo había sido pero esta que tenía ahora no tenía por qué ser así.

- Gracias - dijo, con una sonrisa. Aunque sabía que no era necesario, era algo que le surgía de lo que le quedaba de corazón y eran cosas que nunca estaban de más por decir-. He sido muy egoísta. He llegado tarde a bombardearte con mis problemas, ¿qué tal ha sido tu noche?

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Variable
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Re: (C) La extraña muerte de Esteban Espinosa

#142

Mensaje por Variable »

- Ni siquiera la mitad de interesante que la tuya -respondió-. Ya sabes lo que dice esa vieja maldición oriental: "que vivas tiempos interesantes".

Soltó una carcajada.

- Tengo que preparar tu cobertura. ¿Vas a necesitarme esta noche?
Siempre hay múltiples caminos para llegar a un destino: algunos empedrados, algunos asfaltados, otros son caminos que atraviesan bosques y otros se sumergen bajo las montañas. Cualquiera que sea el camino, el mío siempre es el de la no espada.

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Livia
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Re: (C) La extraña muerte de Esteban Espinosa

#143

Mensaje por Livia »

- ¡Qué suerte!

Eva se echó a reír, contagiada por su carcajada pero también porque le pareció jocoso pensar que había conocido a alguien para el que esa maldición oriental era una bendición. Estaba segura de que su padre, Esteban, había formulado esas palabras como un deseo cada vez que soplaba las velas de cumpleaños o como propósito de año nuevo. Le resultaba difícil imaginárselo ahora como Corso y terriblemente fácil imaginarlo en la piel de Indiana. También había sido tan carismático como el arqueólogo de ficción, e igual de temerario e intrépido, según parecía. Pero alguien así no estaba hecho para las responsabilidades de una familia... Sabía el nombre de su madre, tenía fotos, cosas suyas e incluso sus poemas, porque había sido poetisa y, según le habían dicho, también librera. Pero a día de hoy, y sin dudar del amor de su padre por ella, empezaba a pensar si no se había visto obligado a cargar con ella tras la muerte de su madre, y las consecuencias de sus actos le habían cortado las alas hasta que había sido lo suficientemente mayor para regresar a sus aventuras. No le cabía duda que siempre la había amado... pero había tanto que desconocía de la persona con la que había estado tan unida.

Eva tenía un carácter mucho más tranquilo. Su recompensa no estaba en los tropiezos del camino si no en poder volver a casa, como esa noche, con los suyos. Recostarse sobre el hombro de su compañero y leer juntos un libro sentados en un sofá o, simplemente, para charlar. Eso era vida, la auténtica vida que se encontraba en las cosas pequeñas que forman parte del día a día y que no se llegan a apreciar hasta que desaparecen.

- Ve - pronunciaron sus labios, expresando todo lo contrario de lo que había dentro de ella. Pero no deseaba retenerlo, no deseaba coartar sus deseos, ni sus acciones. Le soltó la mano para dejar que se fuera y luego comenzó a pensar en cómo rellenar ese espacio de tiempo.

Nunca había pensado en cómo podría ser la vida cotidiana de un vampiro. Ni los libros ni la películas trataban ese aspecto, aunque Stoker había dejado entrever un poco con el descuidado castillo de Drácula. Suponía que la gente pensaba que la vida de un vampiro era algo glamouroso o excepcional pero en sus hogares también se acumulaba el polvo, si tenían seres vivos había que cuidarlos y la ropa no se lavaba sola. Tenían que pagar el IBI, dar largas a las reuniones de vecinos o acordarse de vacunar a las mascotas y ¡sobretodo! no olvidarse de dar la ración de vitae a los ghouls. Comenzó a sospechar que quizás por eso sus perras estaban más... violentas con la fauna del jardín y más melosas con ella.

Se quedó sentada en las escaleras que conducían al sótano. Estaba meditando acerca de las intenciones que podría guardar Sam durante su encuentro. Aquello fue solo un acto involuntario, pero notar que no tenía el móvil la llenó de pánico hasta que recordó cómo y por qué había tenido que deshacerse del cacharro. Aún sabiendo los motivos, no tener un móvil le estaba creando ansiedad. Era frustrante no tener esa cercanía con los seres queridos con solo un par toques del dedo en una pantalla. No solo eso, comenzaba a notar esa necesidad de conexión constante, de información constante, de ruido constante en forma de notificaciones de redes sociales o noticias o... ¿Cómo distraerse de eso?

Tenía que reconocerle a Los Otros que se lo habían montado estupendamente apropiándose del mundo digital.

Se levantó de las escaleras y fue a hacer algo tan simple como poner la colada con la ropa que había usado esa noche, y aprovechar para completar el tambor con todo lo que podía. Era verdad que ya no ensuciaba la ropa como antes. La ropa no sufría con los olores o fluidos que desprendiera un cuerpo vivo. Si estrenaba una prenda esta conservaba el olor a nuevo una o dos jornadas, como si estuviera en un maniquí en lugar de en alguien que pudiera moverse. Aún así había que lavarla de vez en cuando, sobretodo si era ropa de "trabajo".

Se quedó recostada en la pared, observando las primeras vueltas torpes de la lavadora, preguntándose cómo rellenar el tiempo. No se encontraba con ánimo de concentrarse en una tarea intelectual. Así que se decidió por ir a tomar esa ducha que había postergado.

Fue hacia el que había sido su cuarto de baño y estaba lleno de todas las cosas que necesitaba cuando estaba viva. Consiguió entretenerse un rato trasteando entre sus propias pertenencias, sonriendo con cariño como si fueran viejas amigas. Allí estaban las cremas que se había comprado de emergencia en el supermercado y que tenían apenas un uso, porque no era buena idea echarse potingues en una piel muerta. Miró la cajita en las que había dejado metidas las lentillas la madrugada que había llegado a esa casa. Aún estaban allí, en el líquido. Los productos de higiene íntima femenina, que había comprado anticipándose a los inconvenientes de su ciclo menstrual irregular. Aquello la llenó de una fuerte nostalgia porque eso ya se había terminado, para siempre. Ese fue el momento en el que dejó de rebuscar entre los recuerdos de su vida pasada para disfrutar de un largo rato en la ducha de hidromasaje, concentrándose en que el agua se llevara su ansiedad, su vacío, su nostalgia, sus preocupaciones, la ausencia.... Todo lo que le había perturbado aquella noche.

Al salir se sentía mucho más animada. Decidió dejar que el pelo se secase con el aire y ponerse ropa cómoda para ir directa por su bicicleta. Eva silbó desde la puerta para que las perras acudieran y lo hicieron, mostrándose más que felices de salir a pasear. En apenas un par de minutos, estaban ya en plena naturaleza, no un parque, si no un precioso paraje desde el que podía accederse entre bosquecillos de pinos hasta unos hermosos acantilados. A ella le gustaba ir por allí, alguna vez había visto conejos, algún zorro e incluso un huidizo jabalí. Era un precioso paraje, y al otro lado del acantilado podían verse las luces de las poblaciones cercanas sobre un cielo cuajado de estrellas. Las noches de luna llena le parecía que poco tenían que envidiar al día, salvo los colores. Todo era en tonos plateados, blancos, grises y negros.

Apretó el ritmo para hacer que las perras soltaran toda la energía que pudieran y que era tan característica de su raza. De haber estado viva, Berganza y Cipiona la habría dejado agotada al cuarto de hora, pero como no lo estaba el paseo fue largo y terminó llegando al parque donde había aceptado morir. Era un lugar precioso y Eva decidió dejar que las perras descansaran un poco aunque aprovechó para darles un buen cepillado. Los cuidados no eran plato de buen gusto para ninguna mascota pero se dejaban hacer, por eso las recompensó jugando con ellas un buen rato hasta que, el recuerdo de la noche en que había avanzado hacia el que sería su Sire, algo nerviosa porque no sabía qué sucedería, ocupó toda su mente. Dejó el juego y volvió a montarse en la bicicleta para regresar a su hogar.

En cuanto llegó, puso agua y sirvió sus raciones de pienso a las perras. Con una sonrisa, se dedicó a observar cómo dejaban limpios sus cuencos antes de beber agua a lametones, de forma escandalosa y salpicándolo todo. Se acercaron a ella, que estaba sentada en el suelo del porche observándolas y le plantaron los cuartos traseros para que les rascara sobre las caderas. Era su lugar favorito, tanto que se arqueaban, complacidas. ¡Qué normal parecía todo! Su paseo, sus perras, la casa... pero Berganza y Cipiona jamás la hubieran amado de no ser por la vitae. Darles un poco de su esencia le había parecido una buena idea al principio, pero ahora, se sentía algo incómoda. Pero ahora la necesitaban, así que simplemente las apartó de sí, se llevó una vez cada muñeca a la boca y se las abrió, concentrándose en que la sangre fluyera fuera de ella, derramándose en los cuencos vacíos y cerrando la herida cuando creyó que era suficiente. No permitió que las perras se movieran hasta que entró en la casa, dio la orden y cerró la cristalera que permitía el acceso al porche.

Mientras ponía el programa de la secadora sin planchado no dejaba de pensar en que era un monstruo, el villano de las películas, el ser maléfico al que liquidaban con regocijo en la mayor parte de los libros, pero no conseguía sentirse así. ¿Necesitaría tiempo? Regresó al baño para asearse, quitándose de encima el olor a perro. Cuando terminó, dedicó unos instantes a mirarse al espejo. Se pasó la mano por el rostro, se miró a los ojos y levantó finalmente los labios, que tapaban los bultos en las encías en los que estaban enfundados sus colmillos. Los sacó y continuó mirándose. ¿Debía ser un monstruo? ¿Por qué no se sentía así? ¿Cómo podía normalizar la muerte en vida de esa forma? Ocultó los colmillos, desvió la mirada y se echó agua por la cara. Se sentía una persona, con necesidades alimenticias especiales y con un gravísimo problema de fotosensibilidad, pero una persona.

Continuó repitiéndose que era una persona mientras terminaba de asearse para ir a descansar. Continuó diciéndoselo mientras tomaba uno de los volúmenes de la biblioteca como lectura de antes ir a dormir. Continuó diciéndoselo mientras bajaba las escaleras, mientras se tumbaba en la cama y abría el viejo tomo para retomar la lectura desde el Testamento de Longinos. Era una persona con necesidades especiales, una persona que vivía en su casa con su familia. Eva, una persona.

Al escuchar sus pasos, descendiendo hacia el corazón de su refugio, terminó de perder tanto el hilo de lo que intentaba leer en vano como su diatriba interna sobre monstruos y personas. Lo dejó llegar a casa y ponerse cómodo antes de que se acercara hasta dónde reposaba. Dejó el volumen en el suelo y se hizo a un lado para dejar que ocupara su sitio, junto a ella. Eva le sonreía, con los ojos brillantes y la misma expresión que la noche del porche. Esos eran los momentos en los que solía invitarlo a compartirse con ella, a conectar, a intentar revivir una noche que... no volvería jamás pero cuya pérdida tampoco lamentaba porque ahora existían otras formas.

Es lo que hacía cada llegada del alba, con el propósito de sentirse unidos, de que lo último que hubiera en sus mentes, antes de la desconexión, fuera algo placentero, agradable. La escasa dulzura que, quizás, las criaturas como ellos podían experimentar. Cuando el alba era inminente, Eva se acurrucaba a su lado, con la cabeza apoyada en su hombro y los labios pegados a su oído para susurrarle un acontecimiento hermoso, un recuerdo bajo el sol que arrullara lo que les quedara de alma. Lo narraba con la lengua de poetisa que había heredado de su madre, eligiendo cuidadosamente las palabras para crear una métrica con una melodiosa sonoridad, incitando a soñar despierto, dejando buenas sensaciones tras de sí con las que iniciar una nueva noche al despertar. Un poco de luz ante tanta oscuridad. Consuelo. Evasión. Sueños... antes de que el sol apagara su voz, y su cabeza reposara inerte sobre un pecho también inerte, con la mente descansando en un vacío sin sueños.

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Re: (C) La extraña muerte de Esteban Espinosa

#144

Mensaje por Variable »

FIN DE LA ESCENA.
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