(C) [Madrid ciudad] La noche después (Eva Espinosa)

Prólogo de la partida, comprenda el año anterior a la celebración de "La Promesa".

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Livia
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Re: (C) [Madrid ciudad] La noche después (Eva Espinosa)

#111

Mensaje por Livia »

En aquel momento, la decisión fue mucho más sencilla. Se sentó en el escalón de un oscuro soportal. Abrumada y hambrienta. Con un miedo extraño que no era por ella, porque ella podía esconderse y las sombras estarían ahí para acunarla. Temía ocasionar la muerte de su tío y, lo que empezó a barajar es si no estaba ganándole horas de un suplicio innecesario en lugar de haber dejado que le dieran un fin rápido, porque, había que ser sinceros, no tenía la más remota idea de cómo sacarlo de esa, ni tampoco de cómo salir ella misma de esa.

Jugueteó unos instantes con un envoltorio de plástico de un pastel tirado en el suelo. Aún tenía adheridos restos de chocolate derretido, que pudo apreciar concentrándose en su olfato agudizado. ¡Cómo le había gustado ese auténtico manjar! El chocolate era realmente poderoso y la había ayudado en sus peores momentos de necesidad y soledad. Le hubiera gustado emitir un largo suspiro, que surgiera de sus entrañas, pero eso necesitaba de una bocanada de aire que ya no podía tomar. Estaba dando palos de ciego y al hacerlo les estaba dando el control.

Tenía que sobreponerse a lo que le pedía el corazón. Ir a Aluche y entrar a por todas por su familia. Darles una lección. Pero, ¿realmente estaba ella detrás de eso? Porque no había nada en la tierra en ese instante que deseara más que alimentarse de esos bastardos. No podía dejar de imaginarse saliendo de entre las sombras para abrirles el cuello y beber su sangre cálida a borbotones hasta que sus piernas se aflojaran y cayeran al suelo, no muertos pero sí sin conocimiento. No podía alejar esa imagen. No le causaba el mismo reparo que un hombre dormido o una mujer recién parida. No... Beber la sangre de sus enemigos se le antojaba tan exquisito que sabía perfectamente por qué estaba allí, aunque no quisiera reconocérselo. Intentaba atraer a alguno de aquellos motoristas para cazarlos, alimentarse de ellos, castigarlos por lo que habían hecho porque eso no le causaba el menor cargo de conciencia.

Agitó la cabeza, con fuerza, intentando alejar esos pensamientos, pero no se fueron. Intentó en vano buscar las estrellas en el cielo anaranjado sobre San Cristóbal, buscando algo de calma. Tenía que saciar eso. Tenía que callarla , a eso que llamaban la Bestia, para que la dejase planear en paz. Tomó el móvil entre las manos. ¿Accederían? Un cambio de día. No les importaba que fuera un sitio público, ¿cederían? Pero, ¿y su tío?

Abrió de nuevo los mensajes
Estimados señores: me temo que esta noche me será imposible acudir a la cita por cuestiones de fuerza mayor. Sin embargo, y sin ánimo de desmerecer nuestro encuentro, me gustaría solicitarles un aplazamiento hasta un día de la próxima semana que corresponda de forma adecuada a nuestras agendas, en hora razonable y pendiente de concretar el lugar más adecuado a la privacidad necesaria de nuestros negocios. Espero accedan a una correcta hospitalidad para su invitado, durante este corto período, que garantice las perfectas condiciones para su asistencia a nuestra próxima reunión, ya que es requisito imprescindible para que esta suceda. Lamento profundamente este cambio y quedo pendiente de su confirmación. Reciban un cordial saludo. E.E.

Y enviado aquello esperó la respuesta. Lo mejor que podía hacer esa noche era alimentarse y dejar de jugar al Vaquilla.

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Variable
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Re: (C) [Madrid ciudad] La noche después (Eva Espinosa)

#112

Mensaje por Variable »

La formal petición, casi digna de un memorándum, no tuvo una respuesta a su altura. Al contrario, fue bastante breve y autoritaria, dando a entender que se estaba siendo bastante generoso.
Tiene 20 horas.
Eso implicaba que tenía que contestar antes de las 23:00h de la noche.
Siempre hay múltiples caminos para llegar a un destino: algunos empedrados, algunos asfaltados, otros son caminos que atraviesan bosques y otros se sumergen bajo las montañas. Cualquiera que sea el camino, el mío siempre es el de la no espada.

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Livia
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Re: (C) [Madrid ciudad] La noche después (Eva Espinosa)

#113

Mensaje por Livia »

Arrojó el teléfono a un lado sin importarle que fuera nuevo, como si maltratar al mensajero fuera a aliviarla, pero el sonido de la carcasa chocando contra el suelo no la consoló. Eso era una pesadilla. ¿Por qué ella? ¿Por qué le estaba pasando eso? Negó con la cabeza y ocultó la cara entre las manos, apoyando la frente en las rodillas dobladas. Comenzó a sentirse tan desesperada como si notara la afilada punta de una espada en el cuello obligándola a saltar al vacío. Pero había algo que surgía entre su propio dolor. Algo distinto, algo que... estaba pidiéndole que respondiera. No iban a parar. Iban a quitárselo todo, absolutamente todo. A su tío, a Daniel, su vida. ¿Era un ajuste de cuentas o es que solo eran un club de putos ricos psicópatas?

Tomó el móvil con una mano y contempló de nuevo el mensaje: veinte horas. Comenzó a pasearse tan nerviosa como un tigre en una estrecha jaula, a un lado y a otro de la acera frente al portal. Se masajeaba las sienes intentando tranquilizarse. ¿Qué información iba a conseguir en veinte horas? Si gran parte de ellas se las iba a pasar durmiendo. ¿Qué plan iba a conseguir hacer? ¡¿Qué coño iba a hacer?! ¡Qué!

Estuvo casi a punto de gritar eso a las calles de San Cristóbal esperando alguna clase de iluminación divina, de respuesta del universo. La brisa de la noche le golpeó el rostro, entre el trasiego de sirenas alejándose y el bullicio de las reuniones de la gentuza que malvivía en el lugar. En ese aire le llegó el olor a hachís. Ese aroma era dulzón como el perfume que usaba papá y junto a eso, la brisa pareció traerle también sus palabras: "La familia, Eva, es lo más importante. Es sagrada. Los libros pueden comprarse. El conocimiento adquirirse. El dinero puede hacerse. Nuestros seres queridos son lo único que realmente tenemos en el mundo." Se vio en ese momento, sentada en el mostrador de la tienda, moviendo las piernecitas, mientras su padre le alzaba con suavidad la cara para que le mirase. Parecía enorme y a su lado estaba un Raúl mucho más joven, asintiendo con la cabeza mientras sonreía con dulzura.

Emitió algo parecido a un gemido de desesperación recordando el cuerpo que jamás había visto, un informe policial a todas luces falso, su tienda llena de la sangre de su padre, la misma que recogió en soledad mezclándose con la lejía y con sus lágrimas hasta que esa misma tarde comenzó a morirse lentamente de pena, de dolor, de ausencia y de culpabilidad porque le había dado plantón aquel día. Antes de que pudiera darse cuenta las lágrimas que recordaba se habían convertido en reales y estaban escapándose de sus ojos. Se deslizaban una a una, hasta quedarse colgadas del mentón y, finalmente, incapaces de retenerse por más tiempo perderse en la oscuridad.

Ellos le habían arrebatado a su padre. Ellos le habían arrebatado a su madre, porque así es como sentía a Raúl. Ellos querían arrebatarle la vida y llegar hasta el siguiente objetivo, Daniel.

- ¡HIJOS DE PUTA! ¡HIJOS DE LA GRANDÍSIMA PUTA! - gritó, llena de furia a los edificios maltrechos, al cielo anaranjado, a los coches aparcados- ¡Hijos de puta! Hijos de... puta... - terminó, gimiendo, y el dolor que sintió dentro de sí hizo que continuase llorando, sintiéndose impotente. Dejó de mirar a un cielo que no iba a ofrecerle respuestas ni consuelo para abrazarse, sintiéndose perdida.

Pero esa vez no estaba sola.

"Eres Eva. Ahora eres el depredador, lo creas o no. Dispones de la capacidad para descubrir por qué murió tu padre... e incluso de las habilidades para vengarlo." Quien le alzaba el rostro esa vez para que lo mirase era Daniel. Su voz era más poderosa para ella de lo que jamás había sido la de Esteban. La había traído de vuelta a la vida cuando la había llamado. Le había recordado quién era -o dado forma- nombrándola. Por que, ¿seguía siendo Eva? No era la misma. No era la tímida librera acojonada. Era Eva, la chiquilla de Daniel y su sangre era sigilosa y se nutría del conocimiento.

Había algo dentro de sí que no consentía más ese trato, -ni sacrificios, ni humillaciones-, ese algo hacía que en lugar de hundirse en su miseria se repusiera, alzándola con una fortaleza inusitada para convertirla en una auténtica leona dispuesta a defender a su familia, porque los seres queridos eran lo más importante en el mundo y ella ahora tenía colmillos para protegerlos. Hasta ahí les consentía llegar... Lo que iba a hacer no significaba que les fuera a permitir -ni a la Bestia- convertirse en un monstruo, como ellos, pero sí iba a plantarles cara y darles un poco de su propia medicina. Que se lo pensaran dos veces antes de meterse con ella o los suyos.

Eliminó la tarjeta y batería del móvil de Emilio. Quitó la batería de su propio portátil y dejó, de momento, únicamente su propio móvil. Caminó deprisa hacia el Metro mientras ocultaba su presencia. Estuvo tentada de escribirles de nuevo pero ¿qué iban a decirles? ¿Iba a suplicarles una negociación? Lo primero que quería saber es si habían devuelto al repartidor. Abrió la app de la pizzería para consultar cómo aparecía el pedido. ¿Aún seguiría sin entregarse? Después, echó un vistazo a la hora que era y al horario de atención al público de la Bella. A ver si había suerte y aunque fuera podía llamarles. Eso iba a ser lo primero por lo que iba a empezar.

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Re: (C) [Madrid ciudad] La noche después (Eva Espinosa)

#114

Mensaje por Variable »

Las calles de San Cristobal estaban bastante animadas pese a que hacía ya rato que se había pasado de medianoche. Antes de ocultarse entre las sombras, su ataque de rabia había conseguido llamar la atención de bastantes de los habitantes del barrio.

La app de la pizzería mostraba claramente que el pedido estaba entregado, y que el horario de toma de pedidos había finalizado (también el de soporte a clientes).

Un ojo al reloj mostraba la 1:15, el tiempo suficiente como para meterse en el metro (San Cristobal, línea 3) antes de que pasaran los últimos trenes.
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Livia
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Re: (C) [Madrid ciudad] La noche después (Eva Espinosa)

#115

Mensaje por Livia »

Hay veces en la vida en las que uno no se da cuenta que está perdiendo el control de su propia existencia. Eva no se dio cuenta hasta el momento en el que, a pesar de estar arropada por la oscuridad, sentía todas esas miradas que había atraído clavándose en ella. Fue como si un velo se abriera para devolverle su propia imagen en un espejo: demacrada por el hambre, con los colmillos fuera por la furia y tan herida que unos hilos rojizos se habían quedado resecos en sus mejillas. No pensaba con claridad. No sabía dónde terminaba ella y dónde empezaba la Bestia.Y se asustó.

Echó a correr ocultando su presencia a todos para esconderse, esperando que en algún momento su cuerpo la parara con una señal de fatiga. Esperó en vano que los pulmones quemándole la garganta la frenaran, que las piernas agotadas se convirtieran en pesadas piezas de plomo, que el corazón le latiera como loco palpitándole en los oídos y el hígado le pegara patadas en el costado. Cuando se detuvo lo hizo porque se encontraba frente a un bloque destartalado y no podía seguir corriendo más. Lo único que quería era estar sola y tranquila. Necesitaba que le dejasen espacio porque.... ya no se conocía. No dejaba de darle vuelta a la cabeza, a esa necesidad que tenía de apurar cada segundo de esas veinte horas antes del sueño diurno para rescatar a su tío.

Entró en el portal, tampoco le hizo falta mucho porque la puerta estaba reventada y dentro solo le llegó un olor desagradable. Basura. Algo químico que se quemaba y bajaba por las escaleras de una planta superior. Alcohol derramado. No sabía ni lo que estaba haciendo cuando subió peldaño a peldaño. Cuando pasó por al lado del tipo enclenque se detuvo un momento, su corazón palpitaba con un compás extraño aún así la llamaba pero desprendía un desagradable olor que no supo como clasificar en su mente salvo como enfermedad. No era aceptable. Continuó su camino, sin molestar a quien quemaba cuidadosamente el contenido de la cuchara.

Mientras subía, se tomó su tiempo seleccionando con cuidado la puerta que iba a abrir. De unas provenían gritos -no se detuvo a analizar si de discusión o jarana- de otras música o el sonido de los televisores a toda voz. Una de aquellas voces se acercó. La puerta se abrió y un tipo de tez morena y barriga prominente empujó a otro al descansillo. La discusión iba a convertirse pronto en pelea. Continuó ascendiendo hasta una planta más tranquila. Abrió la primera puerta de la que no provenía nada. El olor le recordó al de la casa de su tío. Su mente le dio un nombre a eso: aroma a melancolía. Podía describirse como el olor de las marcas de perfume de tiempos no tan pasados ya desaparecidas. El olor a recuerdos preservados a punto de perderse como el de un viejo álbum de fotografías encontrado en el trastero. Era el olor de unos tiempos pasados que seguro fueron mejores por muy jodidos que fueran. Había el olor a cerrado, a naftalina, a polvo, a viejo, a humedad. El olor de antes de que el olvido se transforme en nada y lo que fue desaparezca para siempre. En otro momento, se hubiera detenido a pensar en qué carajo estaba haciendo. Y esa era la pregunta que aún no se hacía: ¿qué estaba haciendo? No tenía la más mínima idea. Solo estaba actuando por instinto.

El primer corazón la llevó a un pequeño cuarto, la luz de la mesita de noche aún estaba encendida y una botella estaba derramándose sobre la alfombra. Era un hombre maduro en una vieja habitación de niño cuya sangre olía deliciosa incluso apestando a alcohol barato. Bebió con cuidado, tal como su Sire le había inculcado.

El segundo corazón la condujo a empujar la puerta entreabierta para acceder a una habitación de matrimonio. Los muebles eran antiguos, como el resto de la casa. El reflejo de luz que se colaba desde el pasillo le permitió ver a un anciano dormido. Un corazón que latía tranquilo , acompasado al descanso. Bebió con cuidado extremo para no despertarlo e iba a marcharse sin más cuando la fotografía en la mesita de noche la detuvo. El instinto se había apagado, la había abandonado completamente saciada para arrojarla allí, a ver de quién se había alimentado. Un pobre viudo. Un anciano como su tío. Alguien tan pobre que vivía en ese lugar miserable, seguramente, teniendo que estirar una exigua pensión para mantener a su hijo, parado o en unas condiciones de trabajo tan deplorables que le impidieran vivir por su cuenta.

Se rascó el bolsillo, dejó un puñado de billetes de cincuenta en una esquina de la almohada. No sabía cuanto había quizá trescientos o puede que algo más de cuatrocientos. Todo lo que le había sobrado de lo que había sacado para comprar esa noche. Intentó transmitirle algo de cariño, de esperanza rozándole la cara en una fugaz caricia, apenas un leve roce para no despertarlo. Ojalá pudiera hacer algo más por él pero ¿qué iba a hacer? Salvo eso tan del siglo XXI que era limpiar la conciencia con dinero.

Cuando salió de allí iba a largarse de nuevo pero se quedó pensativa frente a la puerta del tipo de la panza, el violento. Escuchó con atención pero solo logró oír un partido a toda voz. Trabajó con mucho cuidado la puerta, deteniéndose en seco cada vez que escuchaba la más mínima alteración. Al abrir le golpearon los sentidos una mezcla a humo, comida y basura que hacía días que no se bajaba . Pasó sigilosa por delante de lo que parecía el salón. En una enorme televisión el barrigón estaba jugando junto a otro compadre. La mesa sucia llena de restos de envases de comida rápida, tabaco y alcohol mientras ambos jugaban al Fifa. Aprovechó que estaban distraídos para comenzar su cometido: llegó a la cocina, abrió el congelador e incrustó entre restos de bolsas de hielo, helado y comida precocinada el móvil de Emilio, en lo más profundo, debajo de las espinacas, que debían llevar ahí un siglo por apariencia física del dueño de la vivienda.

Cuando Eva se marchó descendió las escaleras muy apresurada. Al llegar a la calle fue hacia la parada del búho. Estudió la línea y sonrió al ver que hacía parada en Mendez Álvaro. Durante la espera Eva comenzó a impacientarse. Fue a un lado y a otro del poste que hacía las veces de parada. Comenzó a escribir un mensaje para los Otros, no fuera a ser que consideran su falta de respuesta una negativa y lo pagase su tío: "Hijos de puta, ojalá os salga una almorrana sangrante como principio de un cáncer de colon y se queden sin anestesia para la colonoscopia. Mañana os digo dónde me sale del coño quedar para que me ajusticiéis, desgraciados mal paridos cabrones follacabras" Pero como no podía decir eso, escribió:
Les agradezco su comprensión. Les haré llegar la reserva para el lugar de nuestro encuentro. Por supuesto, respetando los plazos establecidos por ustedes. Reciban un cordial saludo. E.E.

Y le dio a enviar. Al poco de hacer eso distinguió las luces del autobús, se dejó ver y alzó los brazos, agitándolos para que el conductor se detuviera. Le echó las monedas suficientes para pagar el descenso en la parada de la estación de autobuses de Méndez Álvaro. El conductor arrancó poco después, de esa forma tan brusca que la obligó a asirse a una de las barras para no estamparse contra el suelo. Intentó sentarse en el lugar donde las cámaras del autobús tuvieran peor perspectiva. Durante el trayecto se dedicó a eliminar cualquier información que pudiera relacionar a Daniel con ella aunque en sus contactos aparecía siempre bajo el nombre de Borrón. Sacó esa tarjeta e introdujo la nueva. Le envió un SMS a su Sire.
Voy para casa. Estoy bien. :)

Después de un viaje, que se le hizo infinito, terminó haciendo una breve escala en la zona de consignas de la estación de Méndez Álvaro, el lugar donde los viajeros depositaban sus pertenencias si debían moverse con más comodidad. Dejó allí su portátil y el móvil, ambos sin baterías. Se llevó consigo las tarjetas. Después de eso tocaba otra vez hacerse con un coche. Anduvo por las calles aledañas hasta que, simplemente, encontró lo que deseaba, un discreto Golf nuevecito.

Mientras conducía por las carreteras alejadas de las cámaras de tráfico, no dejaba de pensar en lo cansada que estaba de no poder, simplemente, tener su propio vehículo o abrir su tienda. Vivía como un terrorista y ¡no había hecho nada para merecérselo! Cuando llegó a casa, Eva emitió algo que parecía un suspiro largo y prolongado. No era solo alivio era un ¿y si no podía volver más? ¿Y si esa era la última noche que podía regresar a su casa porque jamás regresaría a ningún sitio? Dejó la ropa en el cesto de la entrada. Arrojó las tarjetas que llevaba al interior del congelador. Acarició a sus perras que la escoltaron fielmente hasta el baño, y contemplaron cómo se daba una larga ducha y se preparaba con esmero en el cuarto de la planta superior, la que había sido su habitación durante el breve período en el que permaneció con vida en esa casa.

Aquella noche Eva abrió un paquete que reservaba para un momento especial: era un delicado conjunto de lencería roja, cubierta por un camisón de suave seda del mismo color y una larga bata de gasa transparente cuyo objetivo no era más que agraciar la figura con los movimientos fluidos del tejido. Se probó todo aquello frente al que fue su tocador y luego, se sentó para recogerse el cabello de forma que la melena cayese sobre su espalda, dejando el rostro despejado y el cuello expuesto. Pensó darse un poco de pintura pero no había maquillaje más hermoso para un vástago que el color de la vida. Ni había mejor perfume ni más atrayente que el de la vitae. Así que, simplemente, decidió que no había mejor momento que ese para devolver la vida a su cuerpo muerto.

Al fin había decidido vestirse de rojo, algo que no había consentido antes por puro orgullo y luego había reservado como un gesto importante para un momento único, pero era bastante posible que no hubiera más noches, ni más encuentros. Descendió de forma ceremoniosa las escaleras hacia su refugio. Eva acudió a Daniel vestida de rojo. No hubo palabras solamente una sonrisa, como la noche del porche, y luego riéndose le tomó de la mano, conduciéndole mientras caminaba de espaldas hasta el lecho. Cada intento de hablar fue silenciado con besos, y cuando el alba llegó les congeló en aquella expresión silenciosa de placentera y dulce unión de de dos seres tan parecidos y a la vez distintos, que uno amaba locamente y otro no comprendía lo que era el amor.

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