Gaol ise gaol i: Dreaming inside the tower of London

[Baudelaire]

Repites la frase en inglés, luego en latín y finalmente en griego. El hombre se gira y puedes contemplar que se trata de una persona bastante mayor, definitivamente le sería imposible levantar tu arma.

Te sonríe y comienza a aplicar, con delicadeza, el ungüento recién preparado sobre cada una de tus quemaduras. El alivio es inmediato y, tras terminar, te explica que debes seguir descansando o jamás volverás a respirar bien.

Sin embargo, ante tu insistencia, te informa que le comunicará a uno de tus soldados que traiga tu espada. El tiempo que transcurre entre el instante que se marcha y que alguien regresa, te parece una eternidad. La puerta se abre con suavidad y hace ingreso la cabeza una mujer. Un poco después, en sus manos notas que cargan lo que has pedido. Al hacer presencia completa en la habitación, descubres que viste armadura y el tabardo con la cruz roja de Inglaterra.

Con funda y todo la apoya contra el muro junto a tu litera.

[Malactor]

¡Una mujer con armadura? Debe ser una mercenaria, he escuchado de campesinas que acompañan a bandas mercenarias y terminan con una espada en la mano, o quizás se trata de una noble que ni para monja sirvió. Muchas gracias, dama ¿Con quién tengo el honor de hablar?

[Baudelaire]

Tras elegir el griego, considerando lo que ha ocurrido con el físico, la respuesta llega muy pronto.

Mi nombre es Tamar, noble inglés. Soy quién gobierna en Georgia. Como me visto de hombre, me llaman rey. Sin embargo, la historia me conocerá como la primera reina de mi país.

De su cinto toma unz corona y la pone sobre su cabeza.

Tengo poco tiempo, capitán McColl. Traigo este pergamino del gran Richard, son las órdenes que me ha entregado.

Te extiende el rollo y tras desplegarlo con cierta lentitud, verificas que todos los sellos están en un su lugar. Se te ha asignado a un escuadrón al mando de este rey... reina... lo que sea. El problema, claramente, es que te hayas incapacitado para comandar hasta terminar tu recuperación. Más preocupado por tu espada y habiendo decidido preguntar por ella, nunca indagaste la duración de tu período de reposo. Aparentemente, de acuerdo a las fechas marcadas en el texto, el batallón completo zarpará en dos días hacia tierra santa.

[Malactor]

Dios; seas quien seas, necesidad de la naturaleza o creación del hombre, ¿por qué me haces esto? Primero locura y demonios nocturnos. Y, ahora estoy, no sólo convaleciente; sino también al servicio de una mujer ortodoxa. Bueno. supongo que esta casada.

Disculpe, mi reina. ¡Su esposo nos acompañará en esta odisea, verdad? Una dama como usted no debe andar sola en tierras sarracenas.

[Baudelaire]

Todavía en griego, ella te manifiesta que su padre y su prometido están en casa resolviendo asuntos domésticos. Tamar es soltera todavía, pero es evidente que controla plenamente su país. Teniendo al rey padre y al futuro rey consorte allá, muestra su verdadero poder y la confianza que tiene Richard en sus habilidades militares.

De un momento a otro, pasas de la incomodidad y la inquietud a la calma y la confianza. La mujer, claramente, ha sido quién liberó a su país. Seguro es la indicada para hacer lo mismo con la ciudad tres veces santa. Ortodoxa o católica, sigue siendo una defensora de la cristiandad y su espada combatirá a tu lado.

Luego de una mirada de reconvención, reza una plegaria por tu salud y se apresta a retirarse.

[Malactor]

Me llevo mi espada al pecho y la abrazo como siendo un crío con su juguete.

¡Maldita mujer engreída! Pero mejor me estoy tranquilo, estoy convaleciente; y ella es, a final de cuentas, una noble de gran abolengo que puede decidir cocinarme con fuego griego por estar hablando de más. Pero ya yo le enseñaré lo que su padre no hizo. Bueno, mejor descansemos ahora que puedo.

[Baudelaire]

Tus pensamientos surgen como sacudidas mientras haces un enorme esfuerzo para extender un brazo y alcanzar el arma. Tamar te mira con una mueca que mezcla sonrisa y asombro. Al final, apenas y alcanzas a abrazar el pomo. Rápidamente vuelve a deslizarse y queda en el piso.

Ella la recoge como una pluma, su fuerza es asombrosa. Pero es evidente que, de ser una alfeñique, su armadura la aplastaría. Es una mujer de numerosas batallas. Llena de orgullo, por supuesto, pero justamente es lo que podría cegarla a sus errores.

Mientras analizas tales consecuencias, sientes como el acero aplasta tu torso. Es el juguete más pesado que has soportado, pero de algún modo te brinda algo de tranquilidad... y la completa imposibilidad de moverte.

Descansar en dicha situación parece muy incómodo y Tamar nota tu estoicismo.

Si peleas con tanta testarudez como te aferras a tu espada, seguro Jerusalén será nuestra antes del canto del gallo. Así, podré regresar pronto a casa para mi boda. Terminado dicho trámite, estaré lista nuevamente para el combate... estar encerrada en el castillo es una tortura. Mi padre y mi futuro esposo lo harán mejor que yo en los asuntos domésticos.

Sus palabras terminan por aturdirte. Sigue mirando a dos hombres nobles como sus sirvientes e inferiores. Te sumes en un sueño embotado y regresas al paisaje onírico de aquél remoto país del norte. El lago y tu amada de la infancia a quién te sometes igual deben haberlo hecho el padre y el esposo de Tamar.

¿Qué clase de mujeres son éstas, con más convicción y temple que un hombre? Tu corazón se agita en el sueño, sientes que flotas y una avalancha de imágenes de recuerdos inconexos y absurdos terminan por despertarte. El pomo de la espalda presiona tu esternón y lo tiras suavemente para posarlo un poco más arriba.

Tu infancia, tu adolescencia, tu boda, tu esposa, tu batallón, tu barco. Nada tiene sentido... es muy simple, abordaste un navío en un puerto allá en Gran Bretaña y has navegado hasta aquí. Todo lo demás se muestra como el producto de delirios y otras situaciones similares.

Tamar sigue allí, parece desnudarte el alma con la mirada. Luce como si ha visto una parte de ti que tú mismo desconoces.

[Malactor]

Le sonrío como puedo. ¡Qué mujer más rara! Bueno, hay damas que son así: como hierro que no quiere fundirse en una fragua o como árbol que no quiere caer ante un hacha.

¿Qué observa reina de los georgianos? No soy un hombre muy hermoso ni gozo de gran poder, tampoco de renombre; pero la verdad es que de no ser por esta espada, me sentiría como un pobre ladrón que van a ahorcar en Londres. Es mi posesión más valiosa. Tenga, obsérvela y dígame si ha visto algo así de especial en otra espada.

[Baudelaire]

Tamar retira con un ágil movimiento el arma desde tu pecho, el alivio del peso es inmediato. Sin embargo, la sensación de ser un pobre ladrón sin ella se hace patente. Con una fineza celestial, blande la espada sagrada casi como el arcángel Miguel. Ves pasar la hoja sobre tu cabeza y sobre tus piernas, apenas a una fracción de pulgada.

Definitivamente es una guerrera consumada. Te queda clara la razón de tener un padre y un futuro esposo que se niegan a discutirle: sus cabezas habrían rodado hace mucho tiempo. Difícil saber cómo ha adquirido tales competencias en las artes marciales. Si hasta podría rivalizar con Richard o ser su caballera en la diestra de la carga.

Tu alma me muestra inquietud, sir Edwin. Una batalla moral se libra allí dentro, entre el caballero que eres y el pobre ladrón en que supones que te conviertes sin tu arma. Es una verdadera joya de la forja, rivalizando con la legendaria espada sagrada de los cuentos de hadas. En combate, importa más lo que tienes en la cabeza que el arma que blandes.

Apunta con un dedo en el centro de su frente y, al mismo tiempo, reacomoda la obra de arte del metal contra el muro junto a tu litera.

Mis puños destrozarían tus costillas, como una roca sobre un fardo de heno.

Te demuestra su fuerza golpeando el armario de gruesa madera al fondo de la habitación y traspasando su estructura.

Con el buen físico que te ha atendido y la bendición de nuestro señor jesucristo, recuperarás tu vigor y cabalgaremos a la vanguardia destrozando las hordas impías que están en Jerusalén. Si tienes problemas para dormir, indícamelo y le voy a pedir al galeno algo para el insomnio. El sueño acelerará tu sanación.

[Malactor]

La descomunal fuerza de la monarca me sorprende en gran medida.

¡¿Quién te crees, Edwin!?

Sabe, a mi mente llegan historias antiguas contadas por los griegos de antaño sobre un pueblo de formidables mujeres guerreras. Tan valientes y fuertes como el poderoso Hércules o como el letal Aquiles. Y, siendo que Usted me recuerda a esas antiquísimas damas, tal vez sea una de sus descendiente. Estoy a sus órdenes Tamar. pero le seré sincero: en mi país no estamos muy acostumbrados a que una mujer nos dirija. Su labor es de esposa, madre o hermana, no de guerrera o líder. Confírmeme que por su cuerpo corre la sangre de las valientes amazonas y la seguiré hasta el fin del mundo, aunque sea usted mujer.