Gaol ise gaol i: Dreaming inside the tower of London

[Baudelaire]

La tripulación escucha la orden y cada marinero comienza a ubicarse en sus puestos de combate. Lo cuál incluye mantener baldes con agua cerca de las velas para la defensa contra flechas incendiarias. Piensas un momento y observas a lo lejos el faro que guarda la bahía en que debería localizarse el puerto.

Según tus estimaciones, quizás sería posible realizar maniobras evasivas para conseguir ayuda del destacamento. El problema es que antes de poder fijar el rumbo una bruma cubre el horizonte, constituyéndose en una ruta a ciegas.

La primera andanada de flechas se clava en un barril justo a tu costado, tus fieles arqueros responden el ataque con prontitud. Los problemas de visibilidad se acrecientan, con una niebla cada vez más densa que está por engullir el barco. A la vez un beneficio y un traspié, por un lado impide que la flota pirata pueda rodearles. Por el otro, sin embargo, pone en riesgo la integridad del casco que resultaría dañado por los arrecifes.

Con la guía de alguna fuerza desconocida, sendos ganchos se acoplan a la borda. La escaramuza rompe en cubierta, pues un piquete de rudos hombres del enemigo ha puesto pie en cubierta.

[Malactor]

Desenvaino y me lanzo al combate. Destripo a uno de un tajo y aturdo a otro con la empuñadura de mi espada. La sangre cae sobre el barco, los gritos de los heridos y los desesperados, las armas chocando y la espantosa niebla convierten a la cubierta en un infierno fantasmagórico.

[Baudelaire]

Dejando de lado las consideraciones sobre la navegación y el rumbo del barco, en pos de la situación contingente y desagradable, las vísceras del primer atacante del que das cuenta se desparraman en tu pecho. Sin embargo, desaparecen en un tenue destello amarillento. El pomo de tu arma da contra un cráneo, la piel y todo lo demás, ha desaparecido. En el piso hay un esqueleto disgregado.

Es imposible saber si se trata del poder de tu espada sagrada o de magia negra del enemigo. Tras un para de pasos más, rasgando la niebla espesa, te topas de frente con tu rival: el capitán enemigo. Parece del doble de tu estatura, sus brazos son del doble de gruesos que tus muslos y sus piernas rivalizan con el mástil principal. Luego de un momento, notas que la cubierta está inclinada y que la bruma te ha jugado una mala pasada. Es de tu porte, pero se nota que su fuerza es mayor.

Sientes la vibración en tu muñeca al desviar su primera ataque, la colisión de los metales lanza pequeñas chispas que refulgen en extraños patrones en las volutas de vapor que se están condensando. Reaccionas con una patada seca en su pecho y, a pesar de escuchar el crujido de sus costillas, continúa con su embate. Cualquier humano con tal fractura se habría desmayado por la falta de aire, al mirar su nariz notas que está libre de vaho.

¡Está muerto! Y aún así, sigue caminando y blandiendo su alfanje. Esquivas dos estocadas más y con una reacción relampagueante, consigues desarmarle. Su peligrosa hoja se clava tras de ti con el filo hacia tu espalda, lo notas al retroceder levemente para retomar tu guardia. La risa de ultratumba que profiere te cala los huesos más que todo el frío y la humedad que llenan el ambiente.

A contraluz puedes notar grandes colmillos y la palidez de su piel bajo el plenilunio, la niebla se ha disipado lo suficiente para que los rayos del satélite terrestre puedan iluminarle. Cualquier tropiezo y terminarás partido en dos a la altura de tu columna. Adelante, el peor demonio de las leyendas, aquéllos que se supone son capaces de beber tu sangre.

[Malactor]

¡ATRÁS, ESTIRGE DEL INFIERNO! ¡YO SOY EDWIN McCOLL Y NO TEMO A DEMONIOS COMO TÚ! ¡HE JURADO RECUPERAR LA TIERRA QUE VIO NACER AL HIJO DE DIOS Y PURIFICARLA DE TODO MAL, YA VENGA ÉSTE DE LOS HOMBRES O DEL TÁRTARO! ¡TE ESPERO AQUÍ ASQUEROSO SIERVO DEL MALIGNO, DEUS VULT!

Dios, una ayuda para tu paladín no vendría mal ahora.

[Baudelaire]

Tus gritos parecen desvanecerse en la oscuridad, dejando paso al silencio. El demonio de carne muerta te levanta como un niño lo haría con un trébol. Su mano, convertida en una garra, se ha clavado en tu pecho. Mucha sangre mana desde las zonas puncionadas, pero tu plegaria parece haber sido escuchada.

Al momento en que las primeras gotas caen en sus labios y decide beberlas, deshace la presa y caes sobre la cubierta fangosa. Tu mano, rápidamente, intenta contener las hemorragias que empiezan a chorrear. Tu oponente, recupera su alfange y se lanza al combate contra... el mástil.

No podrás contra mí, ángel vengador. El poder de mi sangre va más allá de tus oraciones celestiales.

Entre estocada y estocada, termina por dañar la base del grueso madero. A pesar de su fuerza sobrenatural, es incapaz de evitar que le golpee directamente en la cabeza. Por supuesto su resistencia, también fuera de este mundo, le permite seguir actuando. Alcanzas a rodar antes que, finalmente, quede aplastado.

Sus secuaces, simplemente se lanzan a improvisar una palanca para recuperar el cadáver de su líder. Luego de aquéllo y, habiendo contenido la sangre en tu pecho, notas que el mástil ha terminado por destruir toda forma de control. El barco inevitablemente se va a incrustar contra el roquerío, pero tu gente se asegura de sacarte de allí y ponerte en uno de los botes, antes del impacto.

El enemigo, por su parte, tiene menos coordinación y varios de entre sus filas terminan en posición de empalamiento entre los filosos farallones.

[Malactor]

Bajo la luz de la Luna el bote en la que este caballero, yo mismo y mis hombres estamos apenas aguantando los golpes del oleaje. Siendo un McColl, me río y desangro a la misma vez, yaciendo eufórico sobre las tablas del frágil y pequeño navío. Con las dos manos, como que me llamo Edwin, sostengo mi espada y pido un nuevo favor a lo divino.

María, madre de Jesús, tú que cuidaste a tu hijo cuando estaba enfermo en su tierna juventud... y tú, que lo lloraste bajo la cruz, cura a este leal servidor de Dios de esta mortal herida para poder conquistar la Ciudad Ne... La Ciudad Santa. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén.

[Baudelaire]

Tu plegaria se detiene abruptamente tan pronto el botecillo toca la arena gris de una playa desconocida, al menos, para ti. Aunque, quizás sea la falta de sangre la que te impide recordarlo. Tus fieles soldados ses despliegan rápidamente para batir los alrededores y, al rato, notas que ya saben dónde están: la isla de Chipre.

¿Cómo han llegado hasta allí desde el mar Adriático? ¿acaso el viento de la tempestad infernal tenía tal fuerza? Sea como haya sido, te llevan sobre los hombros en una improvisada litera que te mantiene horizontal. Tu visión es profundamente borrosa, pero alcanzas a vislumbrar una gran fortaleza militar.

Te sumes en un sueño profundo tras desmayarte. Un gran bosque, montañas escarpadas, nuevos destellos de una infancia remota y que te conecta con lugares en los que jamás habrías estado. Eres un marino, capitán de un barco y plenamente consciente de tu destino: la gran Jerusalén.

[Malactor]

¿Dónde estoy ahora, Dios? Bueno, mis heridas fueron profundas, así que he perdido la conciencia por un par de... ¿meses? supongo. Así que llegamos a Chipre, un paso mas cerca de nuestra santa misión...

¿Porque estoy aquí, bajo este cielo extraño y caluroso, qué diantres hacemos aquí? Para luchar en nombre de un dios que es indiferente ante los demonios que me lanzan furiosos ataques, tanto en la vigilia como en el sueño. Nada de ésto tiene sentido, mi vida es un caudal de locura y horror del cuál no puedo salir. Ahora estoy en tierra y me intentan asesinar, luego he enfrentarme a un dragon; después manejo un barco en medio del reino de Vulcano y más tarde el barco está como si no se hubiera destruido... pero vuelve a ser desmantelado por unos piratas infernales. Nada tiene sentido. Bueno, miento. Dos cosas tienen sentido: mi espada y Jerusalén.

[Baudelaire]

Observas la ciudad tres veces santa y, por un momento, meditas sobre el significado de esta tripleta. Originalmente es la capital de Israel, allí dónde hubo reinado el rey David quién primero fue un simple pastor. Luego, en el mismo lugar, nació su heredero: Jesús; que debía ser el nuevo monarca de este territorio sagrado. Finalmente, el profeta Mohammed hizo su entrada a este mundo. Tres veces santa, siempre ocupada por un ejército enemigo después de Salomón.

¿Qué le deparará el destino tras la entrada de esta cruzada que busca retomar este asentamiento en medio del desierto para volverlo al seno de la cristiandad? Poco puedes imaginar en este momento, pues despiertas de un sobresalto. Estás en un camastro tan duro como el basalto, pero tan frío como el mármol. Más parece una tumba que un mueble de reposo.

Sea como haya sido, lo importante es que sigues vivo y respirando... apenas. Tienes grandes vendajes en tu torso y abdomen, probablemente los físicos locales han realizado un excelente trabajo. De hecho hay uno de espaldas a ti preparando algún tipo de ungüento, dado que machaca hierbas aromáticas. Lo presumes, porque sientes ardor en la piel, quizás quemaduras o similares. Eres incapaz de girarte, pero puedes mover un poco las manos y los pies.

[Malactor]

¿¡Fisico, hablas mi idioma?! ¡Traedme mi espada!