EL GRAN ENGAÑO DE LA LUNA
El 21 de agosto de 1835 el periódico neoyorquino The Sun publicó una breve nota, supuestamente impresa en The Edinburgh Courant, que informaba sobre los descubrimientos astronómicos realizados por sir John Herschel con su nuevo telecospio en el Cabo de Buena Esperanza. Así arrancaba uno de los bulos más comentados de la historia del periodismo.
El martes 25 de agosto salió el primer artículo de una serie de seis que alcanzaron un total de 17.000 palabras. En él se nombraba como fuente a un tal doctor Andrew Grant, alumno y compañero de viaje de Herschel, y citaba lo que había aparecido en el Edinburgh Journal of Science. El tono sobre los principios científicos del telescopio y otros datos astronómicos hicieron que esta primera entrega resultara muy verosímil. Al final del segundo artículo (26 de agosto), The Sun explicaba que el científico y su equipo habían divisiado a través de la lente manadas de animales cuadrúpedos, unos similares a bisontes y otros a cabras lunares. El tercer día describía la flora lunar y el descubrimiento de "castores bípedos" que vivían en cuevas y dominaban el fuego. Para completar la historia, el periódico contrató un ilustrador que dibujó las imágenes recreadas.
El cuarto artículo supuso un salto cualitativo, pues introdujo en escena a unos "seres humanoides cubiertos de pelo corto y brillante del color del cobre," que tenían alas membranosas que reposaban cómodamente en sus espaldas. Herschel bautizó esos seres como "Vespertilio homo", es decir, hombre murciélago. El supuesto telescopio era tan potente que se podía ver a los habitantes de la luna hablar entre ellos, lo que confirmaban que eran una raza civilizada. Median unos cuatro pies de alto (1.2 m), tenían rasgos de orangután, y eran criaturas inocentes y felices. Para los lectores más incrédulos se llegaba a afirmar que las autoridades eclesiásticas habían observado y confirmado su veracidad.
El quinto artículo citaba un misterioso templo abandonado, con pilares de veintiún metros de alto y casi dos de ancho, levantado en piedra zafiro pulida y rematado por un techo dorado.
El sexto y último artículo, publicado el 31 de agosto hacía mención a otros humanoides lunares de mayor altura que los anteriores, de color menos oscuros y en todos los aspectos una variedad mejorada de la raza. Finalmente el artículo concluía diciendo que el telescopio había sido destruido en un accidente, puesto que el sol al reflejarse en la lente había provocado un incendio.
El 31 de agosto el New York Herald, competidor de The Sun, señalaba las inconsistencias de la increíble crónica. El periódico negó las acusaciones y se enzarzó en una pelea dialéctica. El fraude terminó revelándose unas semanas después cuando the New York Journal of Commerce, que desde el principio había dudado de la autenticidad de la noticia, exigió examinar el artículo original recibido desde Edimburgo. El autor de los artículos, Richard Adams Locke, se vio obligado a confesar la patraña. Al parecer Finn, uno de los corresponsales del periódico rival, consiguió emborrachar a Locke y sonsacarle la verdad. El relato terminó por venirse abajo cuando llegó la noticia de que la revista científica Edinburgh Journal of Science había dejado de circular dos años antes.