Webvampiro

Cuando Duncan llegó a la aldea, no cabía en su asombro. El ambiente estaba tan viciado que prácticamente era capaz de asfixiarle pese a su condición no muerta.
Avanzó cauteloso en su carro, intentando no llamar demasiado la atención. Saludar a los viandantes no estaría de más. Al fin y al cabo, no quería parecer peligroso.

Duncan se paró en medio de la calle, los caballos inquietos, con unos suaves golpecitos en el cuello trató de calmarlos.
- Buenas noches, caballero - le dijo al anciano todavía en la distancia - me alegra saber que por estos lares todavía hay quien da valor a la cordialidad. Duncan McCallister es mi nombre, y me presento ante vos en calidad de un simple peregrino atraído por la curiosidad. Dios sabe que cuentan cosas muy oscuras acerca de este lugar... - pese a lo pomposo de su expresión, había algo en su tono que incitaba a la melancolía.
El anciano pudo observar desde el primer momento que los ropajes del tal Duncan, aunque desgastados por el paso del tiempo, eran demasiado fastuosos como para tratarse de un simple trotamundos. Al lado de su asiento se hallaba un viejo libro de hojas amarillentas encuadernado en cuero.

Duncan bajó del carro y ató los caballos a un poste. Sorprendido por la inesperada cortesía, no pudo sino ejecutar el leve amago de una sonrisa. Tomó su libro y avanzó hacia el anciano.
- Por supuesto, buen hombre, guíeme. Estoy seguro de que tendremos mucho de lo que hablar... - dijo mientras se disponía a encaminarse a la capilla.

Levanto el brazo, apntando el vitral, unos pasos antes. Si mi acompañante se queda contemplando la obra, le espero. Luego, continúo la ruta hasta el interior de la capilla.