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El soldado Toreador quedó satisfecho con la respuesta del caballero. Había juzgado mal a Sir Helmuth, el cual simplemente estaba haciendo lo que, con anterioridad, el propio Kurt había hecho al encontrarse con Oana, desconfiar y cerciorarse de que era realmente una humana. Estaba claro que, entre los dones del caballero, no estaba la capacidad de percepción que poseía el propio Kurt y era, del todo punto comprensible, que se encontrara ante aquella tesitura. Quizá las formas no eran las mas correctas, pero él no era quien para juzgar las costumbres y comportamientos de aquellos que deambulaban por el castillo.

-Puedo aseguraros mi buen Helmuth que la joven es una humana perfectamente común, con todo lo que ello conlleva -dijo en tono algo mas bajo para evitar que la pequeña lo pudiera oír. Al igual que vos y Fedor yo también soy un inmortal. Como bien sabréis a cada cual se nos son otorgados unos dones al ser abrazados, que difieren en función de nuestro sire. En mi caso, entre mis dones, está el de poder observar las almas de aquellos que mis ojos contemplan y discernir, de ese modo, su auténtica naturaleza.

El Toreador hizo una pequeña pausa para que Helmuth digiriera lo que acaba de decir.

-Por supuesto no fue mi intención el averiguar de manera descortés vuestra auténtica naturaleza sir Helmut - repuso Kurt. Simplemente al entrar al castillo, y como supongo que vos mismo hubieseis hecho en mi lugar, escudriñe el lugar y observé que dos almas de inmortales se encontraban al final de las escaleras. Al subir os encontré a Fedor y a vos, por lo que no me costó demasiado concluir que él y vos erais los inmortales que había percibido. En cuanto a la joven yo también recelé en un primer momento, pues mis agudos sentidos no se percataron de ella del mismo modo que lo hicieron con Fedor y vos al subir a esta planta. Por suerte, y tras un análisis completo, descubrí que efectivamente no era mas que una pequeña y joven humana. En cuanto a su testimonio también tengo que deciros que el vislumbramiento de lo acaecido en un lugar también entra dentro de mis poderes. Al contarnos su historia, y tras extender mis sentidos para ello, comprobé que lo que cuenta la joven es cierto. Siento no tener tiempo para poneros al día pero Fedor está al tanto de todo lo que yo sé y, sin duda, os podrá explicar todo fuera de los oídos de Oana. Esta pequeña podría ser nuestra única fuente de información para averiguar que está pasando en este desventurado castillo y no querría ponerla nerviosa ni hacerla desconfiar tras haberme ganado su confianza.

Tras sus palabras, como salido de la nada, llegó Fedor extendiendo un pergamino en su mano y soltando un discurso del todo punto aturuyante pero que, en resumen, venía a corroborar su versión. Kurt, entonces, quedó a la espera de la reacción y respuesta del caballero, esperando que sus explicaciones hubieran sido suficientes para conseguir la colaboración de sir Helmuth.

Las palabras de Kurt convencieron en cierto modo a Helmuth que, con un leve asentimiento, y fruncimiento de cejas conspicuo, comprendió que sus interlocutores le llevaban ventaja en cuanto a sus capacidades para entender la naturaleza de los seres y acontecimientos que allí se sucedían.

Además, pese a su habitual desconfianza y recelo, su humanidad no era una fría pared de piedra y las quejas de la niña comenzaron a hacer mella también en él.

- Dejadlo, Fedor. - dijo pues, en tono más contenido. - Confiaremos en los sentidos de nuestro caballero y traeremos prestamente agua a la joven dama. - Y añadió seguidamente, señalando a la pequeña. - Pero, yo que vos, Sir Lieberuntz, no bajaría la guardia mientras os encontréis solo con ella. Aunque fuese una niña mortal y desvalida, no sabemos si pertenece a quien more en este castillo de pesadilla o está poseída por alguna entidad ultraterrena. Por muy potentes que sean vuestras habilidades perceptivas, hay poderes más allá de nuestro alcance y entendimiento. Luego no digáis que no os lo advertí.

Kurt quedó congraciado con la actitud mostrada por Helmuth. El caballero había demostrado tener una capacidad mental y deductiva que, en un principio, no le había atribuido.

-Estaré atento a vuestra advertencia sir Helmuth. -dijo con tono condescendiente a su interlocutor. Por vuestra parte os deseo buena ventura en vuestro "viaje" a las caballerizas. Por mi parte estaré atento a cualquier cosa extraña y, de ser necesario, saldré en vuestra busca con la pequeña. Como bien decís no es prudente el separarnos pero temo que, de querer salvar la vida de la joven, no nos queda mas opción.

Seguidamente el soldado se giró hacia la pequeña. Sus palabras, fruto del delirio, le alarmaron. ¿Cómo era posible que hubiera empeorado tanto su situación en tan poco tiempo? ¿A qué se refería con aquellos delirios? Con mimo y cuidad, mientras sus dos nuevos aliados salían de la estancia, utilizó su capa para envolver a la pequeña y la acurrucó contra su pecho, al tiempo que se mantenía alerta ante cualquier imprevisto y se concentraba por si fuera necesario salir de allí.

-Tranquilizaos pequeña. -susurró Kurt con dulzura a la pequeña. Has demostrado ser muy fuerte y estoy seguro de que ahora no vas a rendirte. Lo importante es que ahora continúes hablando. Cuéntame Oana, ¿qué mas sucedió cuando la maldición cayó sobre el Castillo del Bran?

Kurt aguardó a la respuesta de la joven, rogando porque sus compañeros no tardasen demasiado y ese agua, que tanto les requería, pudiera ayudarla a recobrar la normalidad.

Miro a Helmuth y, nuevamente, me quedo esperando a que salga.

Tiendo un oído a la conversación que se reanuda entre Kurt y la niña, quizás alcance a escuchar algo antes de partir a las caballerizas.

Oana sigue empeorando, tose e intenta responder a la pregunta del caballero.

- La maldición, no sé - estornuda - a los pequeños no nos contaban nada y veíamos poco a los amigos del tío. Un día nos dimos cuenta de que el tiempo pasaba pero no amanecía, seguro que fue cosa de ellos - al toser tira un poco de sangre - y un día, mi hermana desapareció por uno de los túneles verdes. A mi también me llegó el momento, y llegué a ese infierno. Me escondí y esperé para poder regresar, y por fin he podido - con el esfuerzo empieza a toser fuertemente.

Helmuth, aun incómodo con la idea de la separación, salió de la estancia dirigiéndose con cierta premura hacia el Patio de armas, dónde se hallaban las caballerizas. No estaba muy seguro de si lo que necesitaba la chiquilla era simplemente agua, o alguna grave enfermedad la aquejaba, no importando demasiado la prisa que se dieran en traer el líquido insípido que necesitaban los mortales.

-Vayamos pues, cuanto antes. - Dijo rezongando - Pero esto me da mala espina.

Además, el hambre seguía amenazándolo con su presencia en lo más hondo de su pecho. No sabía qué ocurriría, si por algún azar del destino, llegara a perder el control de su bestia en un lugar como aquel...no quería ni pensarlo.

Kurt arropó a la pequeña con su capa mientras se mantenía alerta a cualquier tipo de incidencia que pudiese acaecer en aquella sala. Estaba claro que algo bastante grave le estaba sucediendo a la joven y que, probablemente, la maldad que habitaba el castillo y los extraños invitados que en él se habían alojado eran los responsables de ello.

Poco más podía hacer que acurrucar a la joven en sus brazos y tratar de mantenerla con vida, a la espera de la llegada de sus nuevos compañeros y de que la buena ventura se aliara con ellos...