#16
Mensaje
por Theazlin » 14 Jun 2020, 22:27
Alessa decidió que iba a ayudar a La Judith y, por ende, a Anetta. Tal vez, en parte, por la influencia de Curiosidad pero también pesaban pensamientos efímeros que surcaban su mente de forma rauda pero punzante. Uno reconoce cuando un pensamiento no es propio pero no por ello deja de ser, de alguna manera, personal al producirse en tu cabeza. Y la malkavian estaba convencida de que alguien o algo en su interior quería gritarle al oído: "Aprovecha la oportunidad política que esto supone. Ármate de aliados para lo que ha de venir así que no seas idiota y salva a la cantante, chiquilla de la Arzobispo, de una puta vez. Ya reclamaré yo el jodido premio cuando sea necesario". Es curioso como todo eso se puede resumir en un sentimiento, en una chispeante idea inalcanzable que te impele a tomar una decisión.
Aquella noche, en aquel momento y ante aquella mujer, la decisión de Alessa fue que iba a ayudarla. Y al instante se sintió sucia, casi asqueada de sí misma. Entendía lo que la cainita que tenía en frente le pedía: ayúdame a evitar que Anetta salga de los camerinos y haga una carnicería que nos obligue a cerrar el local y a hacer frente a todos los problemas que se derivarían de ello. Un tufo desagradable a Camarilla le invadió las fosas nasales hasta impregnarla por completo. Evitar que los humanos, simples arrojos de humo, se percataran... ¡Espera! ¡Claro! Ahora algunas cosas empezaban a cobrar sentido. Joder, el destino tenía un sentido del humor muy afilado al otorgarle a una hija de Malkav la capacidad de predecir el futuro. ¿Qué cojones es parte de los desvaríos propios de los dones de su clan y qué parte son retazos de las hebras doradas que unen pasado, presente y futuro? Em fin... arrojos de humo. Y ya se sabe, dónde hay humo...
—¿Y si no le haces caso y te largas del local? ¿No sería un espectáculo mayor que el de hace un rato? —musitó Curiosidad, de nuevo, pegada a su oído derecho...
—Joder, puta insaciable —contestó Alessa a Curiosidad mientras dirigía la mirada hacia su derecha. Y así es como la gente, amigos míos, acaba pensando que los hijos e hijas de Malkav estamos todos locos. Creen que hablamos solos cuando en realidad lo que sucede es que ellos están sordos a la otra mitad de la conversación. Alessa resopló. Las preguntas de Curiosidad nunca acababan y muchas veces se encaminaban hacia la dirección opuesta que Alessa tomaba. Claro. ¿De qué otra manera podría actuar Curiosidad si no era preguntándose acerca de las cosas que no iban a suceder? Las que estaban por venir eran dominio de Miedo...
Alessa se levantó e hizo una breve inclinación de cabeza dirigida a La Judith— Si me permites, voy a intentar "minimizar" la situación antes de que —Alessa se mordió, literalmente la lengua, justo cuando estuvo a punto de decir, con toda la sorna que pudiese, "rompamos la Mascarada". En cambio, tras notar la sangre en su boca cerró un instante los ojos y luego, retomando su actitud calmada, concluyó la frase— se vaya de las manos.
Extendió la mano, agarró la vela que alumbraba la mesa de ambas cainitas y, aprovechando la distracción que los ruidos provenientes del camerino le brindaban, la arrojó a una de las esquinas cercanas. Los humanos a su alrededor, volutas de humo que se habían girado, si eso era posible, hacia el camerino, parecían inquietas, casi como azotadas por una brisa que las deformara y amenazara con arrebatarles su forma y esencia y diluirlos en la noche. No muy alejado de la realidad, en el fondo. Alessa supuso que para los sacos de zumo que estaban en el local descubrir que una mujer había desgarrado y devorado a dos clientes y que ahora salía a por ellos era, sin duda, lo más cercano a perder el suelo de creencias que te sustenta y arrojarte al vacío del miedo, la incredulidad y la negación.
—¿Eso es fuego? —musitó primero suavemente, de tal manera que los clientes más cercanos apenas acertaran a entender la última palabra— ¡Oh, por Dios! ¡Es fuego! ¡El local está ardiendo! —exclamó, esta vez más fuerte pero sin señalar nada en concreto. Y aguardó. Solo unos instantes, los suficientes para ver qué voluta de humo se agitaba más, impelida por el temor. Allí, dos mesas más allá, la encontró. Dicen que el humo no es más que el reflejo de lo que arde, y no era distinto en los humanos. Aquel, concretamente, era un humo discontinuo, seguramente fruto de un carácter impetuoso; de un intenso color oscuro producto del miedo que debía impregnar su forma de ver la vida, y de poco recorrido, tal vez por no ser especialmente dotado intelectualmente. Era perfecto, rodeado como estaba por otros. Así que Alessa se concentró en él mientras retomaba su narrativa, ahora en voz lo suficientemente alta como para que todos, especialmente el sujeto discontinuo, negro y pequeño, la pudiesen escuchar— ¡Vamos a morir quemados! ¡Se ha prendido fuego en el local! Hay que salir de aquí!
La malkavian abrió los ojos a pesar de tenerlos ya abiertos. El mundo se oscureció alrededor del hombre (pues se dio cuenta de que era un varón ahora que veía el leño y no el humo), que se hallaba sentado en una de las mesas y miraba hacia la esquina en la que ardía, en el suelo, la vela que Alessa había arrojado. Solo existía él, perdido en una inmensidad oscura. Los sonidos penetraban y, aunque distorsionados, permitían a la malkavian percibir los murmullos ascendentes de la sala.
Esperó. Esperó. Y esperó. Fueron uno o dos segundos, pero el tiempo es caprichoso en su percepción y, como un niño travieso, juega a estirarse y encogerse a voluntad mientras se ríe a carcajada limpia cuando uno se pregunta "dónde coño han ido a parar los últimos veinte años". Entonces el Niño-Tiempo se mira los bolsillos repletos y observa, divertido, todas las horas invertidas en cosas inútiles que has desperdiciado, todas las oportunidades que Pereza ha hecho pasar de largo y todas las excusas que Miedo te ha susurrado al oído para que Desidia pueda comer. Y en ese momento de amargura y desesperación fruto de ver media vida perdida el jodido Niño-Tiempo para las agujas del reloj para que uno pueda sufrir, como Dios manda, cada segundo de esa angustiosa sensación.
Bien, pues en aquel momento el Niño-Tiempo simplemente decidió que un segundo sería una eternidad. ¿Un juego? Tal vez, al fin y al cabo era Tiempo pero también era Niño.
Y tras esperar una vez más vio lo que estaba esperando. A la espalda del hombre se formó otra figura. Era una mujer y sus ropas parecían empapadas al tiempo que desprendían pequeños hilillos de vapor fruto de la descongelación. Era Miedo, que había venido a hacer una efímera visita al desconocido. Pero Alessa iba a invitarle a quedarse algo más que a saludar. Su mente se acercó a ambos lo suficiente como para escuchar los gélidos susurros que Miedo esgrimía al oído derecho del hombre. No tuvo más que, suavemente, posar sus manos en los hombros de Miedo y desplazarlo, lentamente, hasta el oído izquierdo y así, los miedos objetivos se convirtieron en miedos subjetivos, en temores egoístas que apelaban al instinto de supervivencia. Los susurros se tornaron en advertencias y, poco a poco, Alessa se retiró y observó su obra mientras el Niño-Tiempo, quizás curioso, le dejó observar un poco más. El cuerpo del hombre empezó a tensarse mientras procesaba los temores que ahondaban en su alma como puñales de hielo. Pero aún no era suficiente así que Alessa volvió a acercarse. ¿De qué puede tener miedo Miedo? De nuevo, posó sus manos sobre los gélidos hombros de Miedo y pensó. Notaba el helor en la palma de sus manos. Era el mismo que recorre tu espina dorsal cuando crees que el fin está cerca. Ese frío escarchado y eléctrico capaz de cruzarte el cuerpo como un rayo. Y entonces lo supo. Miedo es, en sí mismo, su gran enemigo pues en su interior reside la semilla del valor. Solo se puede ser valiente cuando uno tiene miedo. Así que Alessa le susurró al oído izquierdo una simple y sencilla frase: "Crece y deja que otro termine tu trabajo".
De nuevo, bajo el amparo de la oscuridad que envolvía el mundo y a unos metros del desconocido, la malkavian vio como Miedo se difuminaba lentamente para dejar paso a una nueva figura, una mucho más alta; una figura que vestía de rojo sangre, de negro noche y de gris penumbra; una figura que cubría su cabeza con una capucha de la que caían lágrimas de sal; una figura que extendió la mano y, con un simple gesto, atravesó la espalda del hombre y cerró su puño en el mismísimo corazón del desconocido. Era Terror y ese hombre era su presa. Se agachó, pues sobrepasaba los dos metros y medio de alto, y le susurró algo al oído. Alessa no alcanzó a escucharlo pero sabía que Terror era certero. No necesitaba mucho pues conocía los temores más viles y profundos de sus huéspedes. Y entonces, lentamente, Terror se giró para mirar a Alessa. Llamas, cenizas, Niño-Tiempo pirando sus bolsillos repletos de Alessas buscando respuestas que jamás llegarían mientras se reía con carcajadas profundas y muy reales, sus manos atadas con cadenas de hielo que no le permitían coger la llave del poder...
Alessa cerró los ojos a pesar de seguir teniéndolos abiertos y el mundo recobró su esencia a tiempo de ver como el hombre, presa de un temor inconfesable y un miedo atroz, se levantaba tirando la silla al suelo y gritaba entre sollozos:
—¡No quiero morir! ¡Joder! ¡FUEGOOOOO!
Las arenas del tiempo no siempre consiguen sepultar el dolor y llegar al olvido. A veces nuestra maldición es, precisamente, recordar.