Las dificultades en Bavaria y el descubrimiento de su verdadero linaje parecen esfumarse en un pasado remoto, a pesar de que solamente han pasado algunas semanas. Apenas un pequeño libro con un sello de aquél símbolo de las manos abrazando la cruz ha acompañado a Piero de regreso a su natal Florencia, muchos misterios y enigmas se le han presentado después de su regreso… ¿qué más ocultaba el castillo? ¿y por qué toda esa gente parecía tan interesada en la pérdida de su esposa embarazada?
El negocio familiar debe continuar, pero todo lo vivido en la sede del tribunal del santo oficio sigue acosándolo noche tras noche. Un amigo que se sacrifica para que pueda escapar y, luego, el rescate de la gente buena de aquel lugar corrupto. Y ninguna posibilidad de considerar celebrar, del algún modo, mañana su decimoctavo cumpleaños. La mansión de la señora Dominica corresponde a su destino en esta ocasión. Ella es una de las damas a las que hubo brindado aquellas atenciones del pasado que dejó hace mucho. Aunque siempre está presente el riesgo que quiera pensar que es una oportunidad para aprovecharse de él como en la época en que se dedicaba a ese otro oficio oculto. Además de ser la esposa de ese profesor de la universidad que quería llevarlo en sacrificio a los esbirros demoníacos del enemigo.
Desde el sendero que lleva a la colina en que está emplazada aquella residencia, la aldea cercana parece encontrarse bajo ataque. Se escuchan gritos y mucho barullo, con algunas columnas de humo de hogueras encendidas. Al llegar a la puerta de la mansión y entrar al salón principal, el mayordomo le invita a esperar. El único detalle es que ruidos extraños surgen desde la escalera que lleva al sótano. Los cuáles corresponden a un grupo de personas que llevan a Raymond a un calabozo. Desde allá abajo, apenas alcanza a escuchar un murmullo de la conversación de Piero, pero le parece una situación similar al chascarro ocurrido en la cava con el lince. Atrapado irremisiblemente con un par de quesos junto al abad, logró salir después que hubo realizado un acto de ingenio. Ahora, se requiere bastante más, pues le han arrebatado las maletas en que llevaba unos grimorios maléficos tomados de un laboratorio que ha encontrado también en el mismo sótano, tras haber perdido su cochero y su carruaje en una emboscada unas leguas antes la noche anterior.
Habiendo recibido su consagración hace muy poco, apenas algo menos de dos años, todo este hallazgo ha sido un gran desafío… solamente comparable a las pruebas para entrar al gremio de perfumistas en París. La oportunidad de escapar y recuperar los textos infernales parece una posibilidad cierta en este momento. Nadie ha venido a la mansión, ni ha escuchado conversaciones en el primer piso. Solamente queda rezar para que quién haya llegado decida descender a investigar.
Piero se siente observado por el cuadro de su antiguo profesor que se ubica en el comedor contiguo colgando tras la silla de cabecera de la larga mesa. Todo parece demasiado confuso, especialmente con la coincidencia de la batalla allá afuera que parece lejana dentro de los gruesos muros del lugar. Pero, además de lo que se escucha, también hay un olor intenso de alcohol y esencias florales que surgen también desde el sótano. Algo que Raymond sufre en este momento, porque con ello su olfato parece bloquearse en él, impidiendo que perciba si existe alguna fuente maligna cercana. Sin embargo, ya sabe que lo que se destila en aquel sitio impío es más que simples perfumes. Algo que combinado con los sacrificios que ha alcanzado a observar en la aldea, podría significar un ritual infernal de grandes proporciones: pócimas que anulen las Gracias de la casa de Murnau.