#45
Mensaje
por Yaris » 04 Dic 2021, 11:03
Aymar sentía una profunda consternación por todo lo sucedido, desde el momento de la aparición del agote, cómo la trataron, su horrenda transformación, y la siguiente masacre sucedida ante sus ojos sin más opciones que la huida por salvar el pellejo. Ni siquiera era capaz de contar cuántas buenas gentes habían caído ante las garras de aquel ser, tantos sacrificios involuntarios para que ellos siguieran su camino.
Habían sobrevivido, sí, ¿pero a qué precio? Sentía que parte de él se había quedado en aquella taberna que, a pesar de haber salido indemne, sin un solo rasguño en su cuerpo, algo denteo de él había sido devorado por unos colmillos mitad hombre mitad monstruo lupino.
No lo sé, Jaime. - Guió a sus compañeros a resguardo de unos árboles, protegiéndose a duras penas de la lluvia, e intentando ignorar el revuelo que se sucedía en el pueblo, oídos sordos al dolor despertado al otro lado del río. – He escuchado historias, hay innumerables cuentos y leyendas en estos bosques… demasiadas cosas para narrarlas en el frío de una noche como esta.
Aymar conocía la magia, había leído y escuchado las pláticas de su maestro sobre tales criaturas, de las pocas lecciones que le interesaban realmente, pero en su interior, eran sólo mitos, cuentos cantados al abrigo de la noche, ante el fuego del hogar y vasos de cerveza rancia, historias para entretener, no algo tan real como para desparramar tus tripas de un zarpazo. Desechó tales pensamientos, sus temores, ahogó esas emociones ocultándolas en un pozo profundo dentro de sí mismo, deseando olvidar el suceso de hoy, a sabiendas, que jamás olvidaría lo ocurrido, ni su cobarde actuación.
Tomó aire e intento parecer seguro de sí mismo. - Coincido con Juan, no podemos volver al pueblo, y tampoco podemos descansar a la intemperie con esta lluvia. Sigamos el río hacia el oeste, allí encontraremos el camino a Navarrería, donde podremos descansar y encontrar cobijo. Esta noche evitaremos lo máximo posible cualquier bosque. Con suerte encontremos un granero, o alguna choza donde cobijarnos.
Aymar habría preferido no volver a casa. De ser posible habría evitado ir por el camino de Pamplona, desviándose por la ruta del norte y así ignorar su hogar, pero ahora, empapado, dolorido y derrotado, parecía que no hubiera más ruta que aquella.