
{ https://www.youtube.com/watch?v=Z0CJxM3hm58& - Have mercy on me, O God }
Habían rodeado la totalidad de la muralla de la capital navarra, dejando ésta al oeste, y siempre tomando de referencia los cuatro puntos que emergían como flechas al cielo. Las torres del castillo real y la ya mencionada Atalaya; la torre de la catedral, románica entonces y futura Santa María de la Real y sepulcro de Carlos III y Leonor de Trastámara, y sólo superada por la de Santiago, destino de los viajeros. Y por último, el campanario de la iglesia de San Saturnino, que ocupaba uno de los burgos, de moda francesa y deje provenzal, y que sus fundadores, instigados por el obispo de Toulouse, aún conocían con el nombre galo de San Cernín.
En las afueras, existían multitud de gentes a las que no se les había dado foro en la ciudad, o los que directamente no podían pagar aranceles, e intentaban colocar sus mercancías a los viajeros. Aquello no era nuevo para Juan, y de nuevo le trajo el recuerdo de su maestro Jerónimo, o Gerard de Troyes, o cualquiera de las identidades de las que hiciera uso para subsistir en grandes urbes como aquellas. En definitiva, no era un ambiente desconocido para el joven Zuñiga.
También habían lavanderas que transitaban las puertas, con mulas cargadas de ropa sucia que frotaban contra las piedras del Arga, y mágicamente se volvían blancas. Algunas, las más lozanas, no dudaban en bañarse en el frío río sin pudor alguno, siempre y cuando tuvieran compañía que las defendiera, pues tambien era un trasiego constante de maleantes y ladrones, que no dudaban en hacer uso de sus navajas si provecho sacaran.
La puerta norte se encontraba entre el medio Baluarte de Parma y el de Gonzaga, algo más al noroeste, y parecía de hecho, la menos transitada, a pesar de que contaban con el Puente Nuevo que cruzaba desde la Juslarrocha. Separaba este camino, dos de los burgos, el ya mencionado de San Cernín, y la ciudad de la Navarrería, donde estaba el asentamiento original de la villa, y que había engullido el burgo menor de San Miguel y que contaba tambien con la Judería. Existía tensión entre los tres barrios y más de una y más de dos veces se habían dado de palos los unos contra los otros, y no hubiera obispo ni rey que mediera entre ellos.
La citada calle descendía con piedra húmeda, y casas bajas de tejas rojas y marrones, con caños salientes algunas, y en balconadas otras más altas, de al menos dos, o tres alturas la más grande. Era empinada y cuesta abajo, dejando la vaguada donde se asentaba San Saturnino, ahora a la diestra, y acababa dando en el Castillo Real y su anexo, la famosa Atalaya Hermética, para dejar en su reverso el burgo restante, el de San Nicolás. En la plaza real, se estiraba el mercado, atestado de gentes, con multitud de tiendas, con lonas de colores. Desde arriba, mientras descendían, parecía una enorme manta cosida con retales de telas, que abrigaba con mimo, el corazón de la ciudad.