¿Jura usted y empeña su palabra de caballero y de hombre, sin protestar ni perder prórroga alguna en el plazo fijado, terminar con su vida cuando aparezca su nombre en el sorteo de rigor?-Juramento del Club de los Suicidas
Banda Sonora: https://youtu.be/IhziMTyp5vI
Bien hace el hombre en llorar
luego que viene a la tierra,
si supiera dónde nace
nunca los ojos abriera.
-Jorge Isaacs.
A veces la vida imita el arte, al igual que el título del libro de Stevenson en Colombia existió un Club de los Suicidas: El Club de los Suicidas del Eje Cafetero, que luego se expandió a ciudades como Pereira, Manizales y Medellín. Era una asociación de personas en su mayoría de ingresos altos durante la década del 30 en Colombia. Época en que se dieron los grandes procesos de modernización en Colombia y de desarrollo industrial, fruto de la República Liberal.
El Club se extendería en distintas regiones del país, y tuvo una fuerte influencia en el imaginario de la época, influenciando a los jóvenes, al asociarse a la valentía, el honor y la gallardía. Quienes se adentraban al club juraban que, llegado el momento dado, al recibir la carta del sorteo, se suicidarían. En caso tal de que no cumpliesen, los otros miembros le asesinarían.
La primera noticia del Club data de los 40, pero sus orígenes pueden rastrearse hasta los años 30. En ciudades como Pereira, el Club llegó a tener 117 miembros. Ésta enorme cantidad de personas demuestran la fragilidad de los vínculos sociales, la crisis de familia, sociedad, y religiosidad, que ocurrían en aquel momento. Los valores tradicionales eran desafiados por nuevas ideas traídas del exterior.
Los principales protagonistas de este tipo de suicidio eran hombres de altas esferas económicas y sociales, influenciados por literatura que iba en contra de la moral cristiana impuesta como único modelo de comportamiento.
Hay que tener en cuenta que la religión fue la encargada en Colombia durante mucho tiempo de administrar la educación pública. Y que le fueron dados poderes constitucionales en la constitución de 1886, dándole la capacidad de regular el comportamiento de las personas en el país. Ello junto con el papel que tenía la educación y la alfabetización, que seguían el modelo de “ciudad letrada” europea, en donde la gramática cobraba una enorme importancia. Disciplinarización no ajena a la violencia de clase y a la violencia étnica, que buscaba establecer jerarquías y formar individuos homogéneos obedientes a una hegemonía culta y a un estado que seguía un modelo pastoril y confesional.
Pero no todos los miembros fueron miembros acaudalados, algunos simplemente buscaban escapar de las deudas, las presiones y las dudas respecto a su existencia. A fin de cuentas, el progreso y la modernización habían traído nuevos problemas, y estaban cambiando el esquema de valores de la sociedad colombiana.
Los miembros del Club acudían a bares o cantinas, y escuchaban ritmos musicales asociados con el despecho: tangos y boleros. Acompañaban su escucha con altas dosis de licor, y bajo la influencia de canciones como: Cicatrices, Suplicio, Desesperación, Triste Domingo, Como se adora al sol, Desde que marchaste, entre otras, decidían poner fin a su existencia.
Sin embargo, las cantinas no eran el lugar donde sólo los suicidas se alentaban al suicidio. Así ocurría con el resto de la población general, la cantina era el único lugar en la sociedad colombiana donde el suicidio adquiría legitimidad. Como rito premortuorio, la cantina, el tango, la canción, los preparaba para el acto suicida.
Entre los métodos que usaban algunos preferían morir dentro de las cantinas, tomando café y arsénico; otros ahorcándose en parques; otros en sus casas o parajes solitarios con armas de fuego.
(María Prieto, presunto miembro del Club de los Suicidas antes de saltar desde el Hotel del Salto, en 1935).
La música y el licor apuntalaban la ideación suicida permitiendo interiorizar el malestar y la melancolía. Primaba el dolor emocional derivado de situaciones amorosas, económicas, honoríficas y pasionales, que actuaban de forma conjunta impidiendo que la persona pudiese hacer frente a dichos dilemas.
El Club cobraba membresía de ingreso y manutención; tenían códigos estereotípicos de comunicación y lugares clave de encuentro, casi siempre bares y cantinas, donde se escucha música de arrabal y tangos de contenido melancólico y depresivo. La organización contaba con procesos para llevar al cabo el suicidio, y podían suministrarlos a sus miembros, participar del grupo se consideraba un honor.
El Club se reunía los domingos, colocaba sus nombres en una lona negra y a las 6PM sacaban el nombre del fondo de la tula para ver quién salía en el sorteo. Al otro día, en su casa, se le entregaba la bala en un sobre, acompañado de instrucciones precisas; así mismo tenían un tiempo específico para el suicidio, y penas y castigos- persecuciones, señalamientos y asesinatos- para quienes evadían su responsabilidad de finiquitar su vida.
El suicidio en el Club era visto como un sacrificio heroico. Algo que iba en contravía de todo lo que dictaba la iglesia, que lo consideraba pecado mortal y sacrilegio, una elección en contravía de las leyes divinas.
Además, el suicida traía acusaciones de todo tipo a la familia y amigos de la víctima. Se los consideraba malos amigos, malos padres, etc.
El suicidio en los años 30 en Colombia se pensaba que solía deberse a: la ignorancia de las verdades religiosa y morales, el desconocimiento de los deberes sociales, el pesimismo y el aburrimiento, los malos amigos y los libros pornográficos, las películas, las enfermedades mentales, las conmociones sociales, la miseria y el divorcio. Entre otras causas estaban también: los malos negocios, las quiebras financieras, las relaciones de pareja inapropiadas.
La mayor parte de suicidas del Club fueron hombres, y sólo se conoce un caso de suicidio de una pareja. Prevalece el suicidio por monotonía y desesperación, producto de decepciones amorosas, el duelo o la desesperación de un ser amado. También se cuentan suicidas que lo hicieron por que ya no podían satisfacer sus gustos y caprichos. Suicidas pasionales, como el caso de Amariles y Sánchez que se abrazaron mientras tenían un taco de dinamita encendido entre ellos que finalmente dejó sus cuerpos en fragmentos menudos.
Para algunos el Club fue oportunidad de probar su honor y valentía, para otros una escapatoria de la gran crisis económica del café, que por efecto de la gran depresión norteamericana afectó drásticamente el estilo de vida de las familias pudientes, de ahí que fuese un club exclusivo.
Por otra parte, el suicidio era ante todo una reivindicación de hombría, y aquellos que se suicidaban eran capaces de anteponer sus deseos y necesidades a las de su familia, la sociedad y Dios.
Algunos suicidas también dejaban cartas a sus familiares. Sin embargo, las autoridades no contaban con medidas para contrarrestar el club efectivamente, y el suicidio, aunque estaba condenado por la iglesia era visto como algo natural en la época.
Una de estas cartas decía, dirigida a un familiar del suicida en Medellín decía:
Entonces me fui para Armenia y allí ingresé al Club de los Suicidas; una suerte me tocó y afortunadamente era el turno de otro- (El Diario, 1937)
El método preferido era la bebida con cianuro, seguido del disparo, la detonación de dinamita y el ahorcamiento. El Club era conocido socialmente, y su existencia se hallaba normalizada por parámetros de relación y de reconocimiento de bares donde el club solía operar.
“…Pero no es posible continuar así, sin intentar algo, muda de colores el que se atreva a hojear un libro de estadísticas en cualquiera de las inspecciones de policía. Con los retratos y una breve historia se podrían llenar más de cien páginas y saber que el Club de los Suicidas funciona normalmente y que cada ocho días se hace un sorteo, como si se tratara de un club de vestidos, para la fávida mortaja está inscrita casi una tercera parte de la juventud de Armenia(El Diario, 1937).”
En cuanto al uso de armas de fuego, el arma preferida era un revolver Smith and Weson y una sola bala.
El uso de la música permitía la identificación, uno de los tangos que más se solicitaba en las noches de licor previas a la muerte era el tango “Secreto” de Hugo del Carril, junto con el tango “Desesperación” que describe las intenciones de quien la interpreta de quitarse la vida. Hay que tener en cuenta que el tango en Colombia, en ciudades como Medellín, gozaría de gran acogida precisamente porque se asociaba a estas ideas de honor y masculinidad.
La literatura y la poesía bohemia también jugarían un papel importante, especialmente el modernista José Asunción Silva, el poeta suicida colombiano, Jorge Isaacs y Vargas Vila, la novela Ibis de éste último pudo haber influenciado a muchas personas a quitarse la vida. Se observa entonces cómo la música y la literatura potenciaban la angustia.
Los cubrimientos de los suicidios de los miembros del Club generalmente eran sensacionalistas, lo que llevó a que se caricaturizaran y se normalizaran en la sociedad colombiana. Algo característico del Club de los Suicidas es que de escenarios ocultos o sigilosos o al margen de la sociedad colombiana se pasó al escenario público, el suicidio como espectáculo, fenómeno de la sociedad de consumo y la sociedad de masas.
El espectacular suicidio de esta mañana en el café “Blanco y Rojo”, es sin duda uno de los casos más sensacionales de esta índole de cuantos se han registrados en esa ciudad. Una verdadera ola humana acudía al sitio trágico, con el fin de ver los fragmentos de sangre, huesos y sesos etc., adheridos a las paredes de los edificios vecinos(El Diario, 1940)
Bibliografía
El contenido del presente post fue tomado del siguiente artículo académico: https://revistasum.umanizales.edu.co/oj ... /4152/6808