
-El examen tendrá tres horas de duración. Pongan su nombre, apellidos y aula en la esquina superior derecha de los folios que se les entregarán. La prueba consistirá en una única pregunta: Principales corrientes filosóficas desde la antigüedad hasta el siglo XX...
Vamos, todo.
José Manuel estaba preocupado. La asignatura de Historia de la Filosofía era de las más difíciles de la carrera. Se estimaba que sólo el 10 % de la clase aprobaba en cada curso. Vamos, lo justo para no tener que el examen no tuviera que repetirse. Y no es que se tratara de una asignatura especialmente difícil, pero el narcisimo del profesor Emerenciano Jiménez lo llevaba a crear un aura de dificultad, de exclusividad, de elitismo. Y la pregunta en cada examen siempre era la misma: Principales corrientes filosóficas desde la antigüedad hasta el siglo XX...pero la realidad es que daba igual que terminaras poniendo palabra por palabra todo lo que hubieras obtenido de los apuntes del curso y de los libros de la bibliografía, el profesor Jiménez siempre encontraba la subjetividad para suspenderte...o aprobar a los pocos elegidos que podían ponerse la medalla de haber aprobado la asignatura más difícil de la carrera de Filosofía. Las malas lenguas decían que el profesor aceptaba sobornos monetarios o de naturaleza más carnal, pero José Manuel estaba convencido de que simplemente Jiménez era un capullo integral y pagado de sí mismo, y que aprobaba o suspendía según le viniera en gana. Aquella era su última oportunidad de aprobar aquella asignatura que llevaba arrastrando años. Estaba seguro de que la conocía mejor que nadie. No sólo había tomado los apuntes, había leído libro y conversado con alumnos que la habían aprobado. No, estaba seguro de que cuando Jiménez aprobaba a alguien lo hacía siguiendo criterios que se le escapaban.
Hacía días que José Manuel no se encontraba bien. Un resfriado de otoño, sin duda. Pero ni la fiebre impediría que se presentara a aquella asignatura. Era una cuestión de puto orgullo. El folio blanco le enfadaba. Agarró su bolígrafo azul, puso el nombre, apellidos y aula en la esquina superior derecha y comenzó a escribir con furia, desperdigando patas de araña con fuerza, pensando en el tiempo que había desperdiciado con aquella carrera. La fiebre hacía que su corazón latiera con más fuerza. Su respiración era cada vez más agitada. Escribía y escribía: Platón, Aristóteles, Marco Aurelio, Anselmo, Tomás de Aquino...los principios filosóficos llenaban folio tras folio.
José Manuel no era consciente de que su compañero de al lado estaba mirándolo con la boca abierta, mientras la mesa se llenaba de folios escritos con una escritura apretada de patas de araña azules. El bolígrafo golpeteaba la mesa, y el estudiante resoplaba con una mezcla de furia y frustración, con el sudor cayendo en gruesas gotas por su rostro. La fiebre y el calor de la calefacción se combinaban. Finalmente, terminó con un gruñido de furia, y sacudió el pupitre. El bolígrafo se partió por la mitad, pero no se molestó en recoger los trozos. Se había manchado la mano con tinta azul.
Se levantó de un salto. Tenía que ir al baño. Notaba la fiebre, su vejiga y su corazón acelerado. Agarró el manojo de folios y con paso rápido se plantó ante un sorprendido profesor Emerenciano Jiménez, golpeando la mesa con los papeles y mirándolo con un rostro de locura que hizo que el profesor se encogiera sobre sí mismo.
-¡AQUÍ TIENE, BUENOS DÍAS! -Se despidió José Manuel con una despedida que más parecía una amenaza.
Salió disparado por la puerta del aula y entró en el primer baño de la izquierda. Los azulejos blancos resplandecían. Olía a desinfectante, a limpio. Los espejos de los lavabos le devolvieron una mirada enloquecida, con su pelo revuelto, un universitario larguirucho, de ojos negros y locos, cabello rizado y oscuro, con los dientes blancos y apretados. Temblaba descontroladamente. Tenía que calmarse. Había terminado.
Sacó una cajita de ibuprofeno del bolsillo. Las manos le temblaban y las dejó caer. Lanzó un grito de frustración. Tenía que calmarse. Tenía que refrescarse. Platón. Aristóteles. Kirkegard. Repitió mentalmente los nombres de los filósofos mientras abría el grifo. Necesitaba agua fresca. Tenía que calmarse. Su corazón parecía una locomotora.
Se remojó la cabeza y levantó la mirada. Su reflejo se la devolvió, pero su mirada era. Sus ojos eran los de un animal. Extendió la mano.
De repente, se sintió impulsado hacia adelante y cayó al otro lado del espejo como si atravesara una telaraña viscosa. Todo era...distinto e igual a la vez. Escuchaba voces, zumbidos, pequeñas arañas que recorrían el baño. Sus manos tenían garras y ¡Tenía pelo por todas partes!
Gritó lleno de frustración y su grito se quebró convirtiéndose en un aullido.