El frío de la madrugada golpeó el rostro de Nyx después de abandonar la reunión con Isaac Solomon y mientras caminaba por las calles casi desiertas de Nueva York. Manhattan era un territorio inhóspito de noche. A pesar de ser la gran capital financiera del mundo, no estaba realmente muy bien iluminada, había pocos transeúntes, muchas sombras moviéndose, las eternas columnas de humo saliendo de algunas alcantarillas. Todo ello acompañado de las patrullas policiales y el zumbido alejado de los drones hizo que el Brujah se protegiera más en su ropa en un deseo de pasar desapercibido.
Tuvo que dar algún rodeo para evitar algunos puntos de control aleatorio que la policía neoyorquina había dispuesto en algunas calles. Los anuncios digitales de algunos edificios recordaban la cercanía de la cumbre de la OTAN y animaban a dar "una cálida bienvenida" a los visitantes. Todo cuanto inspiraba Nueva York por la noche era de todo menos una bienvenida que pudiera calificarse de "cálida".
Y aún así, era un buen lugar para sobrevivir. Nyx admiraba la arquitectura que iba del neogótico al art-decó, del racionalismo a los grandes rascacielos futuristas. Había millones de posibilidades para alimentarse y vivir una no-vida con las menores interferencias posibles. Y la amenaza constante que se cernía sobre los Vástagos había creado no obstante un clima de poder menos opresivo. Nyx sentía que
prefería ese escenario a cualquier ciudad de provincias donde la no-vida fuera una rutina sin ningún tipo de reto intelectual.
Nyx llegó finalmente al punto que indicaba el papel y pudo leer las letras del edificio situado en pleno corazón de Manhattan, pero ahora mismo insertado en una calle vacía. "Museo Doctor Bernard Heller". Una menorah de piedra, el tradicional candelabro judío, decoraba la fachada de un edificio que parecía desierto. Había una especie de recepción en la planta baja, cerrada a cal y canto, y un telefonillo para llamar. Parecía el único acceso posible junto a un estrecho callejón donde se agrupaban en un lateral los cubos de basura y que corría paralelo a uno de los lados del edificio.
Pagliacci notó en el mismo momento en que abría las puertas traseras de aquella furgoneta blanca que el sabor metálico de la sangre alejaba por un momento el mordisco interminable del hambre. Llegó incluso a encogerse un poco sobre sí misma, como si acabara de pasar una terrible contracción o un salvaje dolor de estómago, notando cómo poco a poco ese latigazo furioso se quedaba dormido en algún lugar de sus entrañas. Corría por sus venas muertas una cantidad no pequeña de la sangre de otros desgraciados reconvertidos en Vampiro en algún momento de su existencia. El efecto inmediato nublaba su mente, despistaba sus sensaciones generando una especie de embriaguez onírica.
La Caitiff trató de controlar sus pensamientos mientras se apoyaba en aquellas puertas. Había estado al borde del abismo. No dejaba de preocuparse por la posibilidad de haber sido detectada, localizada o grabada de alguna manera. Pero incluso ese escenario no era peor que el de haberse dejado llevar por el pozo de la degeneración. Incluso después de muerta podía aferrarse a la vida.
Al abrir las puertas, un ligero gemido llega a los oídos de Pagliacci. Delante de ella hay una chica joven muy debilitada y delgada. Está atada y mira con ojos de horror lo que tiene delante. Pagliacci entiende que su imagen debe ser la viva imagen del infierno, totalmente embadurnada por la sangre, el barro y la humedad. La chica debe pensar que definitivamente ha llegado su hora.
No era Melinda. Sus rasgos asiáticos enfatizaban aún más su juventud.
Pero al menos estaba viva.
Montecristo
ansió durante apenas unos segundos que la mano de Hex se posaba en su hombro. Que lo detuviera. Que negara que estuviera ofreciéndole una esclavitud eterna como única solución.
Pero no sucedió.
El Tremere salió dolido, enfurecido y solo de aquellos baños, cruzó el pasillo donde aún una pareja remolona de estudiantes daba rienda suelta a la libertad del viernes por la noche. Sintió incluso cierta envidia, no tanto de la vitalidad de aquellos chicos como de la ignorancia en la que vivían realmente. Alejados de la permanente amargura que se escondía en la noche.
Aún así, la amargura era un sentimiento
real. En aquel teatro en el que sentía que estaba inmerso, Montecristo había optado por sentir dolor para seguir... sintiéndose vivo. Su libertad personal era quizá lo último que le quedaba. Su amor de juventud se moría, su antiguo jefe tampoco iba a sobrevivir demasiado tiempo. No tenía dónde asentarse, y la Camarilla parecía una infranqueable torre de marfil como indicaba su sobrenombre. Pero al menos sólo se servía a sí mismo. Y a sus fantasmas.
Llegó incluso a sentir cierto arrepentimiento por haber ofrecido sus muñecas. La idea de reconciliarse con Hex aunque fuera a costa de tener que volver a tener cara a cara a Virgil había sido tentadora durante un instante. Que Melinda disfrutara de esa misma sensación de libertad había hecho que mereciera la pena. Pero rara vez se conseguían así las cosas.
Montecristo salió al exterior del edificio y la noche heladora le saludó en forma de viento gélido. Los edificios de la Universidad de Columbia parecían fantasmagóricos barracones. El Tremere detectó la esencia del lugar, donde muchos veían un templo del saber que seguramente brillaba orgulloso bajo la luz del sol, él percibía un laberinto de trampas que su propio Clan había dispuesto para extender sus garras por el centro de Manhattan. Sabía que estaba cerca de Melinda. Pero no era tan ingenuo como para no intuir también que estaba en pleno centro del huracán, que seguramente estaría siendo vigilado.
Adentrarse en aquel juego de escondites dispuesto por los Tremere le atraía como un reto personal. Hacerlo en solitario sin saber exactamente a qué atenerse y con el pleno conocimiento de que la joven Sangre Débil estaba en manos de su hermano era probablemente suicida.
OFF: Ansia Pagliacci 1, Montecristo 3, Nyx 1
Nyx 2 niveles superficiales a la FV
Pagalicci mantiene su Humanidad, desaparece la Mácula
Montecristo mantiene su Humanidad, desaparece la Mácula.