Capítulo Uno: Leyendas de plata
En Argentina no nos une la alegría, sino el espanto.
-Jorge Luis Borges
Gaia sueña.
Los sueños de Gaia se miden en eras, en edades, millones de años. Durante su sueño las tierras se agrietaron, se quebraron, se movieron, y las Américas se separaron del resto de continentes. Terremotos, volcanes, clima, y el paso del tiempo dieron forma a la tierra, las montañas se alzaron y cayeron, y en un rincón meridional nacieron los territorios que mucho tiempo después recibirían el nombre de Argentina.
Pero pasaron muchos millones de años antes de que eso ocurriera. Millones de años antes de que la humanidad pisara esas tierras, pero tras su llegada bastó con un parpadeo de tiempo para que los primeros cazadores y recolectores comenzaran a vivir en ciudades de hormigón y acero.
Las Razas Cambiantes han observado la evolución de la humanidad con fascinación y recelo, que ha dejado paso a la sorpresa y la preocupación con la llegada del Apocalipsis. La última batalla por el corazón de Gaia está a punto de comenzar...o quizás sea demasiado tarde y ha pasado el momento de luchar.
Mitos y leyendas
La humanidad llegó al continente americano hace al menos 30.000 años, durante la última glaciación, extendiéndose de norte a sur, pero los Garou tienen sus propias leyendas, que hablan de un viaje épico y peligroso, a través de la tierra y el hielo acudiendo a la llamada de Gaia para defenderla. Sin embargo, a medida que seguían a humanos y lobos por las Tierras Puras, los hombres lobo descubrieron que no estaban solos, y que había otras criaturas que podían tomar la forma de las bestias que habitaban aquel mundo nuevo para ellos.
Hubo desencuentros y conflictos, y hubo quienes invocaron antiguos agravios, pero la guerra terminó pronto porque no había necesidad de continuarla. Los Garou respetaron los territorios de las demás Fera, o simplemente la fuerza impuso el respeto. Los conflictos continuaron estallando de manera ocasional en un lugar u otro, pero la situación no llegó a degenerar hasta el punto del genocidio que la Guerra de la Rabia había provocado en el Viejo Mundo.
Entre los hombres y lobos de América surgieron tres tribus de Garou, los Uktena, los Croatanos, y los Wendigo, que pronto dominaron el norte, pero cuando llegaron al centro del continente los lobos se detuvieron, y los Garou decidieron que no seguirían más allá y prefirieron no aventurarse en las selvas impenetrables y las elevadas montañas que se extendían hacia el sur formando una colosal serpiente de piedra con el aliento de fuego de los volcanes.
Al margen de que sea cierto que los hombres lobo se detuvieron voluntariamente o no, las Razas Cambiantes dominaron durante mucho tiempo las tierras del sur de América, pero muchas tienen sus propias leyendas de cómo Gaia las creó y las puso allí al principio de los tiempos, uniendo los espíritus de la tierra y las bestias con los de los humanos que habían afrontado múltiples peligros y que habían llegado desde el norte, extendiéndose por selvas, montañas, llanuras, y desiertos hasta llegar al mar.
Las montañas de los Andes y las tierras que las rodeaban fueron reclamadas por los Gurahl, extendidos entre los osos de la zona, los Pumonca, que reclamaban la sangre de los pumas, y los Camazotz, que volaban en la noche acompañando a las bandadas de murciélagos. Las selvas se convirtieron en el refugio de los Balam, que rugían con los jaguares de la espesura, y de los Mokolé, los hombres caimán que recordaban el sueño de los antiguos saurios, y de las Nagah, que se escurrían siseantes con el veneno de las serpientes en sus labios. Aislándose del resto, las Ananasi se dedicaban a sus asuntos, tejiendo sus telarañas por todas partes, mientras los Rokea cazaban como tiburones en las profundidades del océano, y sólo muy de tarde en tarde mostraban interés por los asuntos de quienes caminaban sobre la tierra.
Hombres y mujeres de las primeras tribus americanas compartieron su sangre con las Razas Cambiantes, y la tierra permanecía en equilibrio la mayor parte del tiempo. Pero el mundo no era inocente y a veces estallaban los conflictos, y correspondía a los guardianes de Gaia corregir los tumultos y restaurar el orden natural de las cosas. Los excesos del Kaos eran apaciguados, y la corrupción manifiesta del Wyrm era combatida, y sus esbirros eran destruidos y perseguidos, o encadenados en prisiones de tierra y espíritu.
Los primeros humanos atravesaron la cordillera de los Andes, primero cazadores y recolectores, pero con el tiempo formaron culturas sedentarias, que desarrollaron la agricultura. La extinción de especies prehistóricas como los smilodones, los gliptodontes, y los hippidiones, preocupó a las Fera que habitaban en el sur, provocando tensiones, pero varios cambiaformas, especialmente los que habían nacido entre los humanos, comenzaron a enseñarles a vivir en armonía con la naturaleza, colaborando con los chamanes para mantener el equilibrio -aunque no siempre lo conseguían. Muchas Fera veían en la humanidad las señales de la Tejedora, pero su presencia era tan débil frente a amenazas más acuciantes, que con frecuencia preferían ignorar a los humanos. Por otra parte, algunos hombres y mujeres también comprendían y podían comunicarse con los espíritus, y a menudo vigilaban que sus propios congéneres no rompieran las leyes de Gaia, por lo que las Fera les dejaban hacer, ocupándose de sus propios asuntos.
Esta situación se mantuvo durante miles de años.
El Devorador de Huesos
Una de las leyendas que conservan las Razas Cambiantes de Sudamérica de la época prehistórica trata sobre el Devorador de Huesos. Se cuenta que cuando los primeros humanos atravesaron las montañas y comenzaron a cazar a las criaturas que encontraron, derramaron tanta sangre que provocaron el deshielo de un glaciar. La sangre dio forma y poder a Kruul’thax, el Devorador de Huesos, que se alimentaba de la sangre y corrompió a varios cazadores, incitándolos a matar y cazar más y más.
Un espíritu de Puma fue el primero en advertir de la amenaza, y las Fera de la zona se reunieron para enfrentarse a ella. La identidad de sus integrantes cambia según las diferentes versiones, pero habitualmente las canciones hablan de un puma, un murciélago, y un oso, que unieron fuerzas para detener al Devorador de Huesos.
Los Tres emprendieron un viaje, remontando un río hasta las montañas y se encontraron con humanos que no sólo habían engordado con el exceso de presas, sino que habían descubierto el sabor de la carne humana y disfrutaban del canibalismo.
Tras purificar la tierra de aquellas criaturas corruptas, los Tres dieron caza al Devorador de Huesos, en una cueva de hielo llena de restos espeluznantes. Acorralado, el espíritu tomó la forma de un enorme felino de dientes de sable con colmillos sangrientos y un aura de podredumbre. Los Tres lucharon valientemente, y al final se sacrificaron para derrumbar la cueva de hielo, aprisionando a su enemigo con ellos.
Se dice que los espíritus de los Tres todavía siguen conteniendo al espíritu en su prisión. Entre los cambiaformas se rumorea que el Devorador de Huesos podría no tanto ser un espíritu del Wyrm como una antigua Sanguijuela que se abrió paso desde la oscuridad.