Una visita inesperada
David Le Brun era una persona muy peculiar, y durante muchos años había vivido en su pequeña casita de Montroulez, en la costa de Bretaña. Vivía con relativa comodidad, sin derroches, ostentaciones ni gastos innecesarios, pero tampoco con una sencillez espartana. Entre sus vecinos circulaban rumores sobre supuestas riquezas y tesoros que había traído de sus frecuentes viajes, pero a David los rumores y murmuraciones parecían mas bien importarle poco, antes bien, refunfuñaba y se mostraba irritable ante los chismes y bulos sin fundamento. Si algo valoraba, sin duda era la honestidad.
Aquel día David terminó de comer, recogió la mesa, lavó los platos, se sacudió las migas de la barba, se lavó la cara, los dientes y las manos y se dirigió a su escritorio, una estancia amplia e iluminada, llena de libros cuya lectura tanto apreciaba, y tras comprobar que el papel era liso y blanco, que el tintero estaba lleno y la pluma bien preparada, se dispuso a disfrutar de la escritura.
Los Korred son guardianes de los secretos y tradiciones de las hadas, pues son su recuerdo y su encarnación a la vez. Un Korr posee numerosas facetas, pues pueden ser oradores de talento, bromistas errantes o los garantes de un antiguo pacto. Al margen de su aspecto, jóvenes o ancianos, ricos o pobres, siempre inspiran confianza.
Nada es más importante para un Korr que su palabra, y quienes afirman haber pillado a alguno mintiendo, o bien son ellos quienes mienten o se trata de una auténtica rareza, como los dientes en una gallina. Sin embargo, aunque valoran la verdad, eso no quiere decir que salga con facilidad de ellos. Un Korr puede omitir la verdad, interpretarla según el contexto, añadir letra pequeña. Algunos Korred especialmente malintencionados han elevado la manipulación de la verdad a una forma de arte, y pueden engañar a alguien cuando resulta necesario, lo cual ocurre de vez en cuando, sobre todo con quienes quieren amedrentarlos, imponerse por la fuerza, o simplemente dar una lección a los necios arrogantes.
David escribía con ritmo firme y pausado, con una letra inclinada y fina, como oscuras patas de araña, y con un estilo personal y elegante. Siempre había estado muy orgulloso de su letra desde que era pequeño, y la había perfeccionado con el paso de los años. Que otros se quedaran con sus ordenadores y máquinas para escribir. Para David un buen libro era el que estaba escrito a mano, preferiblemente por uno mismo.
En ese momento llamaron a la puerta, y David tuvo que hacer gala de su firmeza para no desviar la pluma de su escritura. Si hubiera sido más joven y descuidado posiblemente hubiera cometido un error o hubiese dejado caer una mancha de tinta, pero en aquel momento simplemente emitió un sonoro suspiro de paciencia y se detuvo, levantando la pluma.
De mala gana, se dirigió a la puerta. Dependiendo de su humor, simplemente hubiera seguido a lo suyo, pero una segunda e insistente llamada le llevó a apresurarse, convencido de que no le dejarían en paz hasta que hubiera acudido.
Por su misma naturaleza, los Korred son los súbditos ideales. Los nobles les inspiran respeto...al menos mientras sepan mantener su nobleza. Otras hadas y duendes los consideran conformistas y los tratan con sarcasmo y desprecio, afirmando que los Korred sólo existen para servir, pero a los Korred no les importa, por lo menos no mientras sus detractores sean más numerosos o se encuentren mejor armados. Entre los secretos que guardan se encuentra más de una maldición con efectos desagradables, lo mejor para que los demás los acepten como son o por lo menos sepan medir sus palabras.
Abrió la puerta y en el umbral apareció su vecino, Gaël. Era un buen jardinero, honesto y hábil, del linaje de los Boggans, y entre él y David había surgido una amistad que había perdurado con los años, cuando los dos ya peinaban canas y eran una pareja de respetables Gruñones. Aquel día Gaël se había puesto su mejor traje, de color gris verdoso, y llevaba un pequeño ramito de flores blancas en la mano, que temblaban con su ligero nerviosismo. Conociendo a su vecino y amigo, David supuso que iba a asistir a una cita.
-¡Buenos días, David! -Gaël saludó de forma directa y repentina, intentando aparentar una firmeza exageradamente cortés.
-Buenos días, mi buen amigo. ¿Qué te trae por aquí?
-No sabría como decirlo, pero… -sus palabras quedaron en el aire.
-¿Quieres pedirme consejo?
-¡Oh, sí! Tengo hoy una cita con Mabel Morvan, una buena dama de carácter, y me preguntaba si podrías ayudarme con algún poema.
David suspiró con paciencia. Había quienes le habían consultado para buscar antiguos tesoros, sobre el origen de un oscuro y desconocido linaje, pero no todos sus conocidos tenían necesidades tan elevadas.
-En cuestiones como la de socializar con una buena dama de carácter, amigo mío, no hay consejos infalibles. Conozco a Mabel desde hace años, y puedo decirte que no es aficionada a la poesía, ni a recibir halagos exagerados. El único consejo que puedo darte es que seas amable y honesto, y sobre todo, que seas tú mismo. Eres una buena persona, Gaël, y eso debería ser suficiente. Procura disfrutar de tu cita, y si el encuentro entre ambos termina ahí, no pasa nada. Los caminos siguen, juntos o separados.
Gaël se quedó pensando en lo que su vecino le había dicho, sopesando sus palabras. Sonrió tranquilo. Por lo menos el Korr había conseguido tranquilizarlo y darle seguridad.
-¡Muchas gracias por tu consejo, David! ¡Te debo una cerveza!
-No me debes nada, amigo mío, pero acepto igualmente tu invitación. ¡Buena suerte!
Y Gaël se marchó a su cita con la dama Mabel Morvan, para no hacerla esperar. David regresó a su estudio, tomó de nuevo la pluma entre sus manos y continuó escribiendo.
El saber y la memoria de los Korred son notables, y a menudo son requeridos como chambelanes, jueces o magistrados, o simplemente se busca su consejo sobre todo tipo de asuntos. El consejo de un Korr no sólo procede de su propia experiencia, sino del recuerdo de los precedentes, reglas, normas y tradiciones. A veces simplemente se trata de un buen consejo.
Debido a su conocimiento de las tradiciones y del pasado que muchos han olvidado, no siempre es fácil comprender a los Korred. Son leales y constantes en la amistad y el amor, pero también es posible ofenderlos por romper una regla desconocida. Suelen ser comprensivos con la ignorancia, aunque entre ellos también hay individuos realmente inflexibles hasta el punto de la locura y la inestabilidad.
En contraste, los Korred suelen mostrar más juicio y sensatez que otras hadas y duendes, hasta el punto de que rara vez actúan precipitadamente sin tener en cuenta precedentes, consecuencias e implicaciones. Valoran la sinceridad y la honestidad, y procuran rodearse de quienes muestran esas mismas virtudes. De la misma manera, les enfurecen la mentira y el engaño, que a menudo son respondidas con una venganza imprevista e implacable, a menudo más dura que la ofensa que la causó.
De nuevo llamaron a la puerta. David se sintió molesto. Parecía que Gaël buscaba de nuevo su consejo, así que haciendo acopio de paciencia se encaminó para abrir, pero se quedó con el saludo en los labios cuando vio a Mabel Morvan, que llegaba para la ocasión con un vestido de paseo primaveral azul y blanco y un bolso turquesa. Era la dama Mabel una mujer reconocida entre los Boggans locales, no sólo por su habilidad laboriosa como sombrerera, sino porque siempre estaba disponible para echar una mano o apoyar a sus congéneres, lo que le había dado una aureola de líder informal, a la que se consultaba sobre múltiples asuntos. Que hubiera venido a la casa de David le extrañaba, porque salvo encuentros corteses, no tenían una amistad fluida, como ocurría entre David y Gaël.
-¡Buenos días, señor Le Brun!
-¡Muy buenos días, dama Morvan! ¿Qué se le ofrece?
-Me encaminaba a una cita personal, pasaba por aquí y me pregunté si podría solventarme una duda.
-Consejos doy, que luego sean bien o mal utilizados, es otra cosa -respondió David con una sonrisa.
-Pues bien, en el día de hoy tengo una cita con un amigo suyo, Gaël Gwiseni.
-Algo había oído, sí.
-Querría saber si por casualidad sabría su talla de sombrero.
David enarcó sus cejas.
-Quiero hacerle un regalo y he pensado en un sombrero, pero quería que fuera algo inesperado y sorpresivo…
-Comprendo. Habitualmente utiliza una talla 58. Y su color favorito es el verde.
-¡Oh, muchísimas gracias, señor Le Brun! ¡Con eso tengo suficiente para empezar. ¡Buenos días!
-¡Y buena suerte, dama Morvan!
Y con una inclinación, la dama Mabel Morvan siguió su camino, apresurándose para llegar a su cita con Gaël.
Con un suspiro de alivio, mientras pensaba en el encuentro entre los dos Boggans, David se dirigió de vuelta a su estudio, sopló sobre las letras frescas de tinta y se dispuso a seguir escribiendo. Por fortuna, su paciencia seguía en su lugar.
Los secretos resultan especialmente atractivos para los Korred, y para algunos constituyen toda una tentación, debiendo conocerlos cueste lo que cueste. En cada generación del Linaje son muchos los aventureros que en algún momento u otro emprenden largas búsquedas con el propósito de descubrir conocimientos ocultos o solucionar misterios insondables. Por esta misma razón, los Korred suelen ser individuos tenaces y persistentes, aunque deban invertir todas sus energías y recursos, lo cual no siempre tiene un final feliz.
Entre los Korred los secretos constituyen una moneda de cambio mucho más valiosa que los favores, y debido a los numerosos abusos y traiciones que sufrieron en el pasado, no confían en las promesas de los extraños si no están debidamente respaldadas. Cuando ofrecen su confianza, se trata para ellos de un pacto sagrado.
David estaba redondeando elegantemente una “o” cuando volvieron a llamar a la puerta. Apretó los dientes de forma instintiva y maldijo en silencio. Lo que iba a ser una tarde tranquila y serena, dedicada a la escritura estaba siendo entorpecida de forma inesperada...o quizás no. David intuía que había puesto en marcha un proceso que no iba a detenerse.
No le sorprendió encontrar en el umbral de la puerta a Gaël y Mabel, agarrados de la mano, y con una sonrisa.
-Buenos días otra vez, señor Le Brun -rompió el silencio Mabel.
-Buenos días. Veo que en esta ocasión viene bien acompañada -contestó David con una sonrisa.
-Oh, sí. Perdone que le moleste de nuevo, pero hemos tenido una agradable charla y nos hemos dado cuenta de que los dos hemos recibido su consejo...y queríamos darle las gracias.
-No se merecen. Si he contribuido a su felicidad, para mí es suficiente.
Los dos Boggans se deshicieron en agradecimientos y se pusieron al servicio de David. Le consultaron sobre un lugar agradable para cenar, y tras sopesar sus gustos culinarios, David les recomendó una pequeña crepería bretona cerca de la estación de autobuses, regentada por un amigo suyo. Tras inclinarse espontáneamente en una reverencia, Gaël y Mabel se despidieron.
David suspiró de nuevo y volvió a sentarse ante el escritorio, frente a la hoja de papel escrita con delicadas letras de patas de araña y que aguardaba una conclusión. Tomando de nuevo la pluma entre sus manos, el Korr continuó con un trazo firme y oscuro:
La imagen e identidad de los Korred se encuentran estrechamente ligadas al Ensueño, por lo que son especialmente sensibles a los estragos de la Banalidad. Por esta razón, cuando no es estrictamente necesario, son reticentes a alejarse demasiado del Ensueño o adentrarse en territorios dominados por el frío banal. Sin embargo, si la ocasión merece el riesgo, actuarán a pesar de ser conscientes de su vulnerabilidad.
Aunque pasan mucho tiempo en los Feudos y dominios del Ensueño, los Korred se desenvuelven bien, escudados con su pragmatismo y honestidad, que les permiten evitar la locura durante más tiempo. También saben afrontar la derrota y el paso inevitable del tiempo, preparados para pasar el testigo y dejar que sus almas feéricas regresen al lugar del que vinieron. Mientras otras hadas y duendes se aferran al Ensueño hasta que su existencia se convierte en una pesadilla aterradora e insoportable, envuelta en el miedo a desaparecer o morir, los Korred simplemente asumen que llegará un momento en el que tengan que marcharse.
Volvieron a llamar a la puerta.
En esta ocasión el suspiro de David se convirtió en un resoplido que escapó forzadamente de entre sus dientes apretados, y resonó en la habitación. Las palabras, que hasta ese momento, bailaban en su mente, se desvanecían como la niebla bajo el sol. Esperaba que no se trataran otra vez de Gaël y Mabel, lo esperaba, mientras se incorporaba de mala gana y se dirigía de nuevo a la entrada.
Y en esta ocasión volvieron a insistir. Aún iban a terminar marcándole la puerta.
Abrió con energía y trató de mantener la compostura, aunque en esta ocasión quizás su sonrisa fuese un poco forzada. En cualquier caso, ahí se encontraban los dos.
-¡Buenos días, otra vez! -Gaël fue el primero en hablar-. Sentimos molestarlo de nuevo, pero hemos pensado que a lo mejor quería acompañarnos durante la cena.
La verdad es que David estaba tan ensimismado en la escritura que no había pensado en cenar. Quizás picaría algo de la despensa cuando el hambre fuese acuciante, pero ante la mención, se dio cuenta de que a su estómago parecía interesarle la idea. Pensó en su escrito, donde las patas de araña de tinta le tentaban para que regresara, pero quizás una pausa no le vendría mal, y quizás le vendría bien para inspirarse y seguir escribiendo. Finalmente suspiró de nuevo, pero esta vez con resignación.
-Bueno. Esperad un momento, que tome mi abrigo y el sombrero. David se acercó al perchero de la entrada, se puso su gabán verde, un sombrero castaño y puntiagudo, y unos zapatos marrones y gastados de caminar, y en un momento ya estaba preparado para salir.
Los Korred son de pequeño tamaño y suelen tener vientres abultados. Son aficionados a los trajes de color ocre o verde y a menudo llevan sombreros puntiagudos de ala ancha que disimulan sus largas orejas puntiagudas así como sus cabellos espesos y oscuros. Su abundante vellosidad facial les proporciona un gran complejo y los que no se afeitan con frecuencia a menudo llevan su barba y mostacho trenzados con pequeñas flores. Las mujeres Korred sufren esta misma aflicción (aunque en una proporción menor), lo que para nada provoca el rechazo de sus contrapartidas masculinas.
La crepería Lune d’Argent se encontraba en un rincón escondido de Montroulez, y bajo la luz del Ensueño, sus paredes de piedra gris parecían recubiertas de enredaderas que parecían susurrar entre ellas. Había varias mesas dispuestas en el exterior con sus correspondientes sillas, de madera rojiza gastada, y el aroma de la mantequilla derretida y la sidra artesana llenaba el aire. Un brillo apagado parecía filtrarse desde el interior.
Gaël y Mavel se sentaron frente a David, sonriendo, y en un momento el dueño del establecimiento, otro Korr llamado Thim, salió para tomar nota. Thim era más joven que David, pero ambos habían compartido varios viajes en el pasado.
-¡David, mi buen amigo! -saludó alborozado- ¡Y hoy traes compañía!
Los dos Korred se abrazaron efusivamente. Thim pasó un paño sobre la mesa, procurando dejarla como una patena.
-¿Y qué vais a tomar?
Gaël pidió una crepe de trigo sarraceno con relleno de jamón, queso, y huevo, y Mabel una crepe de champiñones. David, más reservado, prefirió una sencilla crepe de queso y tomate. Desde que había dejado de pensar en su manuscrito, y mientras se dirigían a la Lune d’Argent, había algo que le estaba rondando por la cabeza.
Charlaron mientras llegaba la cena. Gaël se encontraba radiante de felicidad y con ánimo festivo, mientras que Mabel se mostraba más reflexiva, aunque el brillo de sus ojos hablaba por sí solo y expresaba la alegría que no conseguía imbuir en sus palabras. Mientras tanto, David asentía, sonriente pero a la vez pensativo. Había algo que no encajaba, algo en lo que no dejaba de pensar. Y la charla lo estaba distrayendo.
De repente, de la crepería salió un pequeño Sátiro, que vestía con un traje gris y una bufanda roja. Llevaba un violín al hombro, y David pronto lo reconoció. Se trataba de Chanticler, el violinista.
-¡David, mi buen amigo! ¿Te acuerdas de mí?
¡Vaya si se acordaba! Hacía unos años David había intervenido para apartar al joven de las garras de la Banalidad en un empleo gris como ayudante de contable, y lo había animado a seguir su pasión: la música. Aunque no era el mejor violinista del mundo, Chanticler era feliz estudiando en el conservatorio, y ganando algún dinero como maestro particular de música. También era una presencia frecuente en las fiestas y celebraciones, especialmente cuando los Kithain estaban de por medio.
-¡Cómo no me voy a acordar, Chanticler! ¡Te veo bien!
Resultó que Chanticler había venido para dar un pequeño concierto improvisado en la Lune d’Argent, y estaba esperando a unos amigos que lo acompañaran en el concierto. Dedicó una desenfadada tonadilla a David y sus amigos, antes de retirarse para seguir ensayando, y dejarlos a los tres con su conversación.
-Bueno, ¿por dónde íbamos? Creo que se trataba de…
-Me parece que deberíamos dejarlo para después de la cena. ¡Aquí vienen las crepes!
Thim el camarero, manejó la bandeja con la experiencia de la profesionalidad, y de manera limpia y en un momento dejó las crepes y sus correspondientes bebidas ante cada comensal.
-¡Buen provecho! -terminó con una ligera inclinación y una sonrisa antes de retirarse.
Los Korred no pueden mentir. Eso no significa que deban contar obligatoriamente la verdad o que no puedan engañar a sus interlocutores de otras maneras, por lo general utilizando omisiones, generalidades, o complejidades que suelen provocar confusión en quienes los escuchan. En cualquier caso, un Korr no mentirá directamente, o el propio Ensueño será testigo de su mentira y sus propios compañeros Korred le darán la espalda.
El olor y la presentación de aquellas deliciosas crepes interrumpieron la conversación. De hecho, Gaël parecía especialmente entusiasmado, y no dejó de alabar los ingredientes, la composición, y sobre todo, la habilidad de Thim, el cocinero.
De repente una sombra se deslizó sobre los comensales. Una figura alta y delgada, con un sencillo vestido de negro se acercó al establecimiento. David no tardó en reconocerla. Al fin y al cabo, habían sido rivales durante muchos años, hasta que una ayuda inesperada en un momento de necesidad había establecido algo parecido, sino a la amistad, sí a un respeto mutuo debido al pasado compartido.
Doña Urraca era una mujer Redcap, con pálida piel arrugada, enorme nariz aguileña y unos anteojos que le daban un aire de malhumor al margen de su estado de ánimo. Llevaba el cabello teñido de negro recogido en un moño con una cinta de un vivo color rojo. Hiciera sol, o lloviera, siempre la acompañaba un gastado paraguas negro.
Sonrió, y el silencio se hizo bajo su sonrisa. Ni siquiera tuvo que enseñar sus dientes de aguja.
-Buen provecho.
David asintió cortésmente. Desde que las hadas y duendes del Feudo de Montroulez habían tenido a bien convertir a Doña Urraca en su jefa de seguridad -después de que David respondiera personalmente por ella-, la mala señora, con una reputación más que merecida de hechicera y carácter implacable, se encargaba de las defensas del Feudo, servida por una compañía de duendes especialmente preparados y prestos para la acción, no sólo para mantener la paz, sino defenderla de las amenazas externas.
Doña Urraca caminó altiva hasta desaparecer dentro de la crepería, y de la misma forma que en el exterior, por unos momentos el silencio se hizo en el interior, antes de que el bullicio de los parroquianos comenzara a elevarse de nuevo, tímidamente.
Gaël y Mabel sonrieron forzadamente, pero seguían callados, sin saber qué decir, así que David decidió actuar con naturalidad y cambiar de tema para devolver un poco de ánimo a la mesa.
-Una mujer impresionante, sin duda. Más de un vecino le debe su pellejo. Eso me recuerda…
Y David contó una anécdota sobre Doña Urraca, de cómo ella había salvado a un niño de ahogarse en el río, y el niño había crecido para convertirse en un conde la Casa Fiona, y agradecido, la había nombrado caballero ante la sorpresa de muchos nobles, que desconocían que el conde le debía su vida a una mujer de tan terrible reputación.
Además de guardar secretos, los Korred también piensan en el momento adecuado para compartirlos, una vez más, pensando en las consecuencias. De la misma forma, no dejan de recordar a las demás hadas y duendes las tradiciones, leyendas, y en general conocimientos que podrían correr el riesgo de ser olvidados. Muchos miembros del Linaje se convierten en cuentacuentos, pero sus historias siempre se encuentran enraizadas en la verdad, o si son ficticias, guardan una moraleja importante. En otras ocasiones, como si se tratara de un tesoro oculto, la verdad se encuentra escondida dentro de la narración, al alcance de quienes posean el ingenio suficiente como para descifrarla.
Entre la conversación y la cena, las primeras estrellas comenzaron a aparecer en el cielo oscurecido, y las farolas de Montroulez comenzaron a encenderse, como si quisieran responder a su luz. La noche caía sin prisa, y una leve brisa nocturna sopló sobre los adoquines de la plaza donde se encontraba la Lune d’Argent, arrastrando algunas hojas anaranjadas por el otoño.
Thim salió de su establecimiento para levantar la mesa, y sonrió con aprobación a sus comensales. No le gustaba que ninguno de sus clientes se marchara a disgusto, y mucho menos con el estómago descontento, así que mientras recogía los platos y los cubiertos, preguntó:
-¿A alguien le apetece postre? Hoy tengo un far bretón con ciruelas.
-Pues no se diga más -dijo Gaël-. Hagámosle honores.
David asintió, pues además le gustaba mucho el far.
Y en un santiamén, Thim terminó de levantar la mesa, y regresó con tres porciones de far, acompañadas de tres pequeños vasos de cristal y una botella de chouchenn, un licor de miel y zumo de manzana. Dejó el postre encima de la mesa y sirvió generosamente los vasos.
-Esto va por cuenta de la casa.
Lo que había sido una visita inesperada se había convertido en una agradable velada. Una cena compartida con buenos amigos, una charla amistosa y una noche no menos agradable. Aunque al principio se había sentido un poco fastidiado por las sucesivas interrupciones, finalmente David se había dejado llevar, y no lo lamentaba. Siempre tendría tiempo de escribir y leer un rato antes de dormir. Al fin y al cabo al día siguiente ya no tenía que trabajar.
En ese momento en la plaza resonó un coro de voces suaves y alegres. Un grupo de personas se acercaban.
En nuestro camino siempre estás,
un amigo fiel, sin igual.
Risas, sueños, todo a compartir,
contigo en el mundo es más fácil vivir.
Cuando llega la tormenta, nos das tu mano,
juntos crucemos cualquier océano.
Con tu abrazo, todo es verdad,
eres amigo y fraternidad.
Por los momentos que no olvidamos,
amigo nuestro, por ti cantamos,
en cada paso nuestro siempre estarás,
compañero, maestro, en nuestro hogar.
Un coro de niños apareció por la esquina e irrumpió en la plaza. Los alumnos de la escuela feérica de Barnenez, grandes y pequeños, e incluso algún viejo alumno que no quería perderse la ocasión, habían acudido para homenajear a su viejo maestro David Le Brun, que se había jubilado aquella semana. Y junto a ellos se encontraban la mayoría de las hadas y duendes de Montroulez y los alrededores, y algunos llegados de todavía más lejos. David había llevado una vida activa y altruista, y los allí reunidos eran un buen resumen del legado que había dejado a su paso. No sólo alumnos instruidos en las tradiciones de las hadas, sino también vidas rescatadas de hundirse en el océano gris de la Banalidad, y proyectos construidos con amor.
David se encontraba sorprendido y su corazón comenzó a latir con más fuerza. Aquella calidez de sus amigos y vecinos lo llenó de fuerza, y sonrió, y su sonrisa de felicidad fue mejor que cualquier discurso.
Del interior de la Lune d’Argent salieron Thim, Chanticler, y Doña Urraca. Chanticler se unió al coro con la música de su violín, poniendo todo el énfasis y el talento que pudo. Doña Urraca, con una suave y enigmática sonrisa, dejó sobre la mesa una caja envuelta primorosamente en papel de regalo verde con un lazo negro, y Thim se acercó para palmear efusivamente a su viejo amigo.
-¡Enhorabuena! ¡Nadie había conseguido reunir a tanta gente en mucho tiempo!
-Y no resulta nada fácil distraer a un Korr -intervino Mabel-. Hemos estado planeando esta celebración durante mucho tiempo.
-Pues lo habéis conseguido, mis buenos amigos -dijo David.
Cuando la canción concluyó, los alumnos de David saludaron a su maestro por orden, y después, los amigos y vecinos. Finalmente tuvo tiempo de abrir el regalo que le habían hecho, y se encontró con un elegante y lustroso sombrero verde con una cinta negra y una hebilla dorada que irradiaba poder. David intercambió una mirada sin palabras con Doña Urraca, y supo que la mujer Redcap había tenido un papel destacado en su creación. Era todo un Tesoro de gran poder.
-Me he asegurado de que sea de tu talla -dijo Mabel-. Por suerte tú y Gaël compartís las mismas medidas. Todos hemos puesto un poquito aquí y allá. Es artesanía de primera. Te lo mereces.
-Muchas, muchas gracias. De todo corazón.
Y como eran las palabras sinceras y directas desde el corazón de un Korr, nadie podía dudar de que eran verdad. Y así, las hadas y duendes allí reunidos en Montroulez celebraron y se divirtieron hasta bien entrada la noche en alegría y compañerismo, dejando de lado las preocupaciones, y al menos por un tiempo, aquel rincón del Mundo del Otoño fue un poco menos frío.