Era una juntura muy cerca del techo que no terminaba de cerrar. Montecristo observó a su compañero Brujah que se las había apañado para subirse a una vieja mesa y sobre ella a una especie de taburete destartalado para palpar la parte superior de uno de los armarios metálicos de aquel almacén y, de paso, la arquitectura del techo. Nyx conocía los secretos de la construcción, sabía distinguir al simple tacto cuando
algo no estaba como debía estar.
Y aquellas piezas entre dos vigas
no terminaban de encajar correctamente.
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Voilà.
Nyx notó la emoción de su Bestia, que aunque seguía aguijoneando sus entrañas con la llamada del hambre, celebraba también triunfante sus pequeñas victorias. El Brujah empujó con fuerza hacia arriba, llevándose yeso, polvo y pladur por el camino hasta abrir un hueco suficiente para poder encaramarse al exterior.
Montecristo se disponía a seguirle cuando escuchó primero un zumbido y, décimas de segundo después, un tremendo impacto que tumbó a su compañero sobre el techo. El Tremere se echó de forma instintiva hacia atrás, intentando esconderse en las sombras. Desde aquel pequeño espacio pudo ver por el agujero del techo las luces de las tripas de un pequeño dron sostenido sobre cuatro hélices y armado con una especie de cañón de tamaño adaptado.
Nyx apenas tiene tiempo para reaccionar cuando ve aquella luz apuntando en su dirección y un picotazo en el hombro izquierdo que le hace tambalearse y caer sobre aquel tejado. En décimas de segundo hace análisis de daño, comprobando que apenas ha sido un rasguño, pero lo suficientemente profundo para ahondar en el mal estado de su cuerpo maltrecho desde la noche anterior.
Por primera vez quizá desde su Abrazo, Nyx teme por su existencia. El terror se apodera del Brujah al echar un rápido vistazo alrededor. Otros drones sobrevuelan la zona y media docena de coches de policía y una furgoneta del FBI están dispuestos alrededor de aquellos almacenes de Coney Island. A lo lejos ve a un tipo corriendo a toda velocidad en zig zag perseguido por otro de esos aparatos voladores. Sospecha que es el que llamó poco antes a la puerta.
El Brujah no tiene tiempo para hacer más análisis. Se siente rodeado, como un ratón en una jaula en un laboratorio, como una bestia salvaje entre muros que no puede saltar. Su deseo imperioso de huir de allí es cuanto gobierna su psique, asumiendo que se está jugando su propia supervivencia.
Pagliacci llega a escuchar un fuerte ruido procedente de donde están sus compañeros de Coterie, pero, agazapada detrás de uno de los coches patrulla, no tiene opciones de comprender qué está pasando. Solo le queda esperar a que Nyx y Montecristo sean capaces de sobrevivir a esa encerrona. La pregunta de si sus impulsos la noche anterior a la hora de acceder a aquel lugar pueden estar de este despliegue le reconcome por dentro, así como el destino de los pocos seres que aún puede considerar queridos.
Pero la Caitiff mantiene la cabeza fría. El despliegue policial es considerable, con agentes del FBI entre ellos. Es indudable que la inminencia de la cumbre de la OTAN ha llegado a forzar el punto álgido de la vigilancia policial en aquel Estado militarizado en que se estaba convirtiendo su país. A la mínima sospecha la respuesta policial estaba siendo demoledora. Suponiendo que
sólo fueran policías y agentes federales.
Pagliacci se concentró en escuchar la radio interna del coche patrulla detrás del que se escondía. Se entrecruzaban mensajes de operaciones en toda la ciudad. Las fuerzas del orden se estaban esforzando a destajo. Entre mensajes pudo entender que la Universidad de Columbia prácticamente había sido tomada por la policía. También llegó a entender entre aquellos mensajes que había una operación en marcha en la sede de la empresa presidida por Adam Rand en Nueva Jersey. En medio de aquel caos un esbozo de felicidad asomó a los pensamientos de la Caitiff al comprobar que sus movimientos en el tablero daban resultados a pesar de que el resto de piezas también daban sus propios golpes. También llegó a escuchar los mensajes cruzados en la persecución de un hombre que huía a la carrera de Coney Island, lo que le hizo suponer que se trataría de quien había llamado a la puerta del almacén.
Pagliacci pensó en Panhard. Montecristo en Hex. Prácticamente era la primera vez que la Caitiff pensaba en la lejana gobernante de la ciudad, a quien imaginaba enrocada como un noble en un asedio medieval. En el caso del Tremere, era mucho más habitual acordarse de su Sire.
Escondido entre las tinieblas, viendo que no hay escapatoria, se preguntaba si su propio Clan sobreviviría, y con él sus secretos, en la ciudad de Nueva York.
OFF: Nyx Ansia 3 + 4 Niveles de Salud superficiales (4/5). Está en medio de una Compulsión de Paranoia centrada en la huida, pero puedes escoger cómo interpretarla.
Pagliacci, Ansia 3 + 1 Nivel de Salud FV
Montecristo, Ansia 1