
Desde que había regresado de vacaciones ya no era la misma. Susana había sido una chica tímida, apocada, y no especialmente atractiva. Pero a Miguel le gustaba así. Siempre intentaba animarla, ser el buen amigo que estaba dispuesto a consolarla en los malos momentos. Y había muchos. Las chicas del instituto la dejaban de lado y se burlaban de ella. Miguel siempre la había ayudado, y aunque nunca dejó de ser un amigo leal, no le importaba.
Pero eso había cambiado tras las vacaciones de verano. Era el último año en el instituto antes de afrontar la universidad. Al principio Miguel había pensado que había sido un último empujón de la pubertad, un regalo antes de llegar a la madurez. Susana había cambiado mucho. Lo primero era una belleza que muchos se preguntaban cómo era posible que no la hubieran percibido antes. Pero Susana también había cambiado en carácter, era más atrevida, más audaz, más ingeniosa.
Y Miguel se había alegrado por ella. De hecho, cuando comenzó a tener amigos, la felicitó, y además ella no lo dejó de lado.
Pero la envidia no había tardado en asomar. Sus compañeras de instituto, las anteriores reinas de la belleza, se sentían desplazadas por la "mosquita muerta" y fueron a por ella. Un día Susana había llamado a Miguel, llena de moratones y rabia frustrada. Había sido una encerrona. La habían hecho creer que podía ser su amiga. Miguel estuvo a su lado.
Primero la capitana de animadoras sufrió un resbalón en la ducha. Había sido un accidente con el jabón. Y después, una tras otra las chicas que habían humillado a Susana sufrieron accidentes. No todas murieron. Otras sufrieron accidentes que las dejarían marcadas para toda la vida. Y Susana sonreía.
Miguel se dio cuenta de que algo iba mal. No eran simples accidentes, ni una mala racha en el instituto. Susana parecía más la reina de un harén de aduladores, mientras sus rivales sufrían de manera inesperada. Caídas, atropellos, enfermedades...¿cómo podía ser algo deliberado?
Pero Miguel podía verlo. Quería a Susana, o lo que había sido Susana, pero ella ya no era ella misma. Comenzó a soñar, y los sueños le revelaron la verdad. Susana era una bruja. Las señales comenzaron a aparecer en el instituto inesperadamente. En los garabatos del encerado, en los grafitis del recreo, en los apuntes de las asignaturas...
Es una bruja.
Miguel creía que se estaba volviendo loco, hasta que una noche recibió una invitación a una lista de correo y supo que no lo estaba. Simplemente vía la verdad. Que los monstruos acechaban en las sombras. Vampiros, hombres lobo, brujos, fantasmas, y cosas peores. Susana se había convertido en una de esas cosas. Debía ser detenida. Miguel preguntó qué podía hacer.
Y un día Miguel quedó a solas con Susana. Le dijo que lo sabía, pero que todavía había esperanza. Debía dejar de matar, debía dejar de lado su magia negra. Y Susana se había reído e intentó atrapar su voluntad en una telaraña de obediencia, pero Miguel sabía. Había sido testigo. La telaraña se deshizo ante la sorpresa de Susana.
Miguel sacó su revólver y disparó sin pensarlo. Susana cayó con una mirada de sorpresa en el rostro. Entre las sombras los nuevos amigos de Miguel salieron con aprobación. Se desharían del cadáver y harían que pareciera un accidente.