El
clac no sonó nada bien.
Nyx logró controlar el empuje de su Bestia, que le aullaba por dentro exigiendo sangre, violencia y libertad. Era un miembro convencido de su propio linaje, pero detestaba perder el control a la mínima como le sucedía a otros miembros de su misma familia. A pesar de que controlar esos arranques de ira era un esfuerzo sobrenatural, que además cada noche se estaba haciendo más y más complicado, intentaba hacerlo siempre para mantener la cabeza lo más fría posible.
Incluso en situaciones como aquella, en la que se lanzó a la carrera en un acto suicida muy propio de su Sangre, pero no tanto de su personalidad.
Pero no había otra opción para salir de aquella ratonera policial que podía acabar de una manera fatal para él. Por eso corrió decidido, clavó sus pies en el suelo, saltó cuando la puerta del copiloto comenzaba a abrirse con un brillo metálico apuntando hacia él, y golpeó con fuerza el capó para coger impulso y dejar a la patrulla detrás.
El problema es que lo que notó bajo sus pies no fue el capó.
Fue ese
clac.
El que hacen las vértebras al romperse.
Nyx maldijo en voz baja, pero siguió corriendo para alejarse de Coney Island. No sabía si a cada paso que daba, dejaba atrás no solo su futuro, sino su propia humanidad. Sea como fuere, tenía que salir de allí.
El sabor de la sangre reseca provocó una silenciosa arcada al Tremere. Quizá había pasado demasiado tiempo para que mantuviera información útil, quizá sus capacidades se habían atrofiado desde que era un vampiro errante. Había más restos de mugre y humedad en el sabor de aquella sangre que elaborados tonos férricos que pudieran darle información. Aún así, podía discernir en algún punto situado entre la parte superior de sus encías y su propios pensamientos
un leve matiz.
Era tan difuso que Montecristo dudaba de si realmente lo sentía o si era una ilusión fruto de su ansiedad y su deseo de hallar respuestas. Pero aún así, era lo suficientemente detectable para que pudiera notarlo como esa palabra que se tiene en el cerebro y en la punta de la lengua pero nunca acaba de llegar hasta las cuerdas vocales. Esa sensación de tener la respuesta dentro y no poder verbalizarla, como la de los mortales que intentan estornudar sin poder, era la que comenzaba a invadir su mente de una manera agónica y desagradable.
Montecristo apoyó un momento la cabeza en una de las paredes de aquel cubículo y cerró los ojos para concentrarse. El rostro de Pagliacci fue el primero en aparecer en sus pensamientos. De alguna manera
tenía que volver a verla. No solo por su relación de compañeros, sino por haber dejado que la Caitiff se llevara las monedas. Rápidamente despejó la cara de la Caitiff de sus pensamientos.
El Tremere intentaba negarse la solución que rondaba su cabeza. Conocía a un Vampiro que sería capaz de interpretar a la perfección aquel matiz que la sangre del suelo había dejado en su interior. Alguien que podía darle una respuesta más concreta, que vincularía aquella esencia efímera con datos tangibles.
El bastardo de su hermano Virgil.
El aire helado por la cercanía del East River golpeó el rostro de Pagliacci cuando salió de la estación de Fulton Street en dirección al muelle 16. Había prácticamente un coche de policía en cada cruce importante de avenidas, y en algunos incluso había alguna camioneta del ejército. Nueva York estaba tomada por las fuerzas del orden y en algunas calles pudo ver la bandera azul de la OTAN ondeando como señal de bienvenida a las distintas delegaciones que estarían ya llegando a la Gran Manzana.
A la Caitiff todo aquello le resultaba ajeno, aunque era consciente de que aquella militarización tendría a todas las sanguijuelas de Manhattan escondidas. Pensó en Nyx y en Montecristo, esperando que pudieran escapar de aquella ratonera en la que se había convertido Coney Island. Pagliacci quería pensar que aún había alguna oportunidad para el grupo. Y quizá para Melinda, estuviera donde estuviera.
Al muelle 16 se accedía después de pasar por debajo de un tramo de autopista por un túnel donde dormían varias personas sin hogar. Pagliacci aligeró el paso intentando evitar la llamada de su Bestia interior. Aquella sangre no le saciaría, a duras penas podría sacar de aquellas personas algo que le hiciera sentirse satisfecha.
Dejó atrás el túnel con la ansiedad creciendo en su interior y se introdujo en la zona de almacenes del muelle. La brisa era aún más fría en esta parte de Manhattan, y junto al East River se habían formado bancos de niebla que le daban a todo el lugar un aspecto fantasmagórico.
Pagliacci pudo ver la silueta del puente de Manhattan entre la niebla, así como pequeños puntos de luz que acompañaban a varias voces masculinas. Se escondió detrás de un contenedor de gran tamaño y observó en la distancia a un grupo de cuatro hombres conversando mientras fumaban; los cigarrillos eran el origen de aquellos puntos de luz. Los Shelby nunca dejaban su territorio descuidado. Evidentes en sus formas a la vieja usanza, pero no podía negar Pagliacci que les había valido para sostener un dominio en la Gran Manzana contra viento y marea.
OFF: Nyx Ansia 4 + 4 Niveles de Salud superficiales (4/5).
Pagliacci, Ansia 4 + 1 Nivel de Salud FV
Montecristo, Ansia 1