Ratas de Nueva York
Por Magus [email protected]
Ratas de Nueva York es un escenario urbano presentado para los Ratkin, las ratas cambiantes de Hombre Lobo: El Apocalipsis, que describe la historia de los Ratkin en la ciudad de Nueva York, así como varios personajes destacados y bandas de Ratkin. El Libro de Raza Cambiante: Ratkin, o los libros sobre las Razas Cambiantes te resultarán muy útiles, especialmente si tienes planes de realizar una Crónica a largo plazo.
Una historia de las ratasAllá por el siglo XVI, un barco español surcaba los mares con un cargamento lleno de sueños imperiales de fortuna, y sin que nadie lo notara, o que por lo menos lo ignorara, con un puñado de sombras ágiles.
Las ratas negras (Rattus rattus), nativas de las costas mediterráneas y africanas, expertas en trepar por cuerdas y escabullirse en las bodegas de los barcos, viajaban a bordo. Llegaron a las costas de América con los conquistadores y colonos de Europa, atraídos por el olor a comida y madera fresca. Pero Nueva York, que comenzó siendo un modesto asentamiento holandés llamado Nueva Ámsterdam en 1625, todavía no era su destino.
Las ratas negras preferían los tejados y los barcos, escalando como acróbatas para evitar a los humanos y construir sus nidos. Se instalaron en los muelles de los primeros puertos, mordisqueando sacos de harina y otros alimentos, y construyeron nidos en las vigas de las primeras casas y tabernas. Fueron las pioneras, las exploradoras del Kaos: delgadas, de pelaje lustroso y ojos como perlas negras, capaces de saltar distancias imposibles y sobrevivir a caídas que matarían a un gato.
En las primeras décadas de existencia de Nueva York, el asentamiento colonial era un paraíso para ellas: un laberinto de callejones cubiertos de fango y desperdicios, mercados al aire libre, y barcos que llegaban periódicamente trayendo nuevas compañeras. Las ratas negras se multiplicaron en silencio, portando inadvertidamente enfermedades como la peste, que con sus mordiscos y pulgas propagaban en oleadas invisibles. Las guerras llevaron a que la colonia holandesa pasara a dominio británico en 1664, y el asentamiento pasara a llamarse a Nueva York, algo que era completamente ajeno para las ratas negras.
Sin embargo, el verdadero cambio llegó a mediados del siglo XVIII, cuando el viento que soplaba hacia el oeste trajo a un invasor más feroz y agresivo. A mediados del siglo XVIII, en vísperas de la Guerra de Independencia de los Estados Unidos de América, los barcos seguían atracando en el puerto de Nueva York, y en esta ocasión traían nuevos roedores polizones a bordo: las ratas grises, pardas, o de alcantarilla (Rattus norvegicus). No eran las ágiles ratas de los tejados; sino guerreras urbanas más grandes, adaptadas a la vida en el suelo y bajo él. En medio de barriles de vino y toneles de salazón cruzaron el océano para conquistar el Nuevo Mundo.
Cuando desembarcaron en Nueva York, las ratas pardas se encontraron todo un festín entre los desperdicios de los muelles, los vertidos de basura de la ciudad en crecimiento y las alcantarillas que comenzaban a construirse bajo las calles empedradas. Nueva York, con su población de inmigrantes hambrientos y mercados al aire libre, era el “cubo de basura.” Pero había una guerra que ganar.
Las ratas pardas no tardaron en invadir el territorio de las ratas negras. Más agresivas y prolíficas, las ratas pardas invadieron los sótanos, las bodegas, los túneles y las alcantarillas. Hacia finales del siglo XVIII las ratas negras habían sido casi desplazadas por completo, relegadas a los barcos y techos altos, mientras las ratas pardas reclamaban el subsuelo. Las ratas negras, ágiles pero más débiles, no podían competir con la fuerza bruta y la adaptabilidad de las ratas pardas, que excavaban madrigueras profundas y formaban clanes territoriales, repeliendo a cualquier intruso.
Durante el siglo XIX las ratas pardas se multiplicaron bajo las sombras de la Gran Manzana, mientras Nueva York se convertía en capital del comercio con oleadas de inmigrantes irlandeses, italianos, alemanes y de otros países desembarcando en Ellis Island. En 1838 Henry Meigs, un abogado de Perry Street documentó su “experimento con ratas”: selló todos los agujeros de su casa menos uno, cebándolo con pan y queso, y observó cómo las intrusas se volvían “gordas e indolentes”, domesticadas por la abundancia.
Pero no todos los humanos eran tan filosóficos. Las ratas devoraban los alimentos en los mercados, roían los cables de las primeras líneas de tranvía y propagaban el tifus y el cólera en los barrios hacinados del Lower East Side. En los muelles del East River, testigos de la época, describen a ratas arrastrando huevos enteros a sus guaridas, o bandas enteras de ratas invadiendo mataderos al anochecer. Eran los “fantasmas de la ciudad,” como las llamó un cronista del New Yorker en 1944, citando tres especies en pugna, pero con las ratas pardas como reinas indiscutibles.
El siglo XX trajo la era de la coexistencia forzada entre humanos y ratas. Con el auge de la construcción y la expansión del tejido eléctrico, las ratas se adaptaron: trepaban por los raíles del metro, inaugurado en 1904, y colonizaban los vertederos de basura de la enorme ciudad, donde se alimentaban millones de ejemplares.
Los estudios genéticos revelarían la astucia evolutiva de las ratas: las poblaciones de Harlem Oriental mostraban mayor diversidad genética gracias al flujo migratorio entre bloques, mientras que en Midtown, las ratas formaban “islas”, desarrollando rasgos locales como resistencia a los venenos. Durante la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial, las ratas pardas prosperaron en los refugios antiaéreos y las cocinas comunales, portando leptospirosis y salmonela que azotaban a los más vulnerables.
Actualmente se estima que en la ciudad de Nueva York viven unos 3 millones de ratas, y se han convertido en la “mascota no oficial” de la ciudad, aunque algunas leyenda urbanas afirman que el número podría ser de hasta 40 millones. Casi todas las ratas de Nueva York son ratas pardas, con apariciones esporádicas de nidos de ratas negras en puertos apartados. Las cámaras térmicas han capturado su “vida secreta”: conversaciones ultrasónicas inaudibles para los humanos, procesiones por plataformas de metro y picnis en los parques.
En el año 2023 el alcalde Eric Adams aprobó el Rat Action Plan, desplegando trampas con anticonceptivos y barreras en las aceras, pero las ratas reaccionaron con ingenio e instinto: son capaces de saltar más de un metro, nadar durante días y colarse por grietas de pocos centímetros. En un mundo de cambio climático, donde el calor favorece la aparición de bacterias como la Leptospira, las ratas de Nueva York han desarrollado perfiles genómicos únicos por barrio, resistiendo toxinas y extendiéndose viajando en camiones y trenes. Las ratas se reflejan en la ciudad de Nueva York: son inmigrantes voraces que han conquistado un territorio hostil con empeño y tenacidad. Las ratas negras fueron las poetas de los tejados, soñando con horizontes lejanos; las ratas pardas son las arquitectas del subsuelo, que convirtieron la ciudad en su imperio. En el metro de medianoche, cuando algo roza tu tobillo, te recuerda que no eres tú quien las visita, sino ellas quienes te permiten entrar. Y en la jungla de acero y neón han ganado la batalla de la supervivencia. Si piensas en hacerte un hueco en Nueva York, recuerda que las ratas lo han hecho primero.









