CAPÍTULO I:
UNA BREVE HISTORIA DE LA PENÍNSULA IBÉRICA
Pase la noche y venga la mañana,
Aparejados me sed a caballos y armas,
Iremos ver aquella su almofalla,
Como homnes exidos de tierra extraña;
Allí pareçra el que merece la soldada.
—Cantar del Mío Cid
La península ibérica ha sido el escenario de eventos históricos complejos, habiendo recibido numerosas oleadas de inmigrantes e invasores, que aportaron su propia huella cultural desde hace milenios: iberos, celtas, fenicios, griegos, romanos, suevos, visigodos...y en la Edad Oscura desde el siglo VIII se ha convertido en un vasto campo de batalla entre los reinos cristianos del norte y los reinos musulmanes del sur. Más allá de las fronteras de la religión, las relaciones entre los distintos reinos también han sido complicadas, como resultado de las alianzas políticas o los matrimonios dinásticos.
ANTES DE LA HISTORIA ESCRITA
Las primeras historias legendarias sobre la península ibérica sostiene que los descendientes del patriarca bíblico Noé, su nieto y bisnieto Tubal y Tarsis, fueron los primeros en establecerse en la zona. El nombre de Iberia recibe su nombre del río Iber, actualmente conocido como Ebro, y por extensión de los iberos, una cultura mediterránea de la Edad del Bronce que se estableció en la costa oriental de la península. El oeste y el norte estaban habitados por otros pueblos, vacceos, turdetanos, vascos y otros, que recibieron la influencia cultural de los celtas llegados de más allá de los Pirineos.
Entre estos primeros pueblos habitaban tribus de feroces hombres lobo, que durante milenios impusieron su particular Impergium sobre los humanos. Los ancestros de las tribus de Aulladores Blancos, Fianna y Roehuesos eran los más numerosos, y las tres tribus reclamaron los principales santuarios espirituales de la península ibérica: los Aulladores Blancos en el norte, los Fianna en el oeste y los Roehuesos en el este. Sus batallas y enfrentamientos contra monstruos legendarios todavía se cuentan en las batallas de los hombres lobo.
Pero el temor a las bestias que acechaban en la noche, llevó a varios pueblos a rechazarlos y ponerse bajo la protección de otros dioses. Se dice que con los celtas que se establecieron en la península ibérica hacia el siglo X a.C. llegó una anciana del clan Gangrel, que creó progenie entre los pueblos peninsulares. Sin embargo, quizás debido a su enfrentamiento con los hombres lobo o por otros motivos, continuó su viaje y cruzó el mar desde el oeste. Los Gangrel afirman que se trataba de la matriarca del linaje conocido como Lhiannan, y durante un tiempo los Druidas prosperaron en el oeste de la península ibérica.
Mientras las Lhiannan se establecían en el oeste, en el sur surgía una nueva civilización autóctona: Tartessos, una serie de asentamientos surgidos en la Edad del Bronce y que se beneficiaron con el comercio con los pueblos del Mediterráneo. Los tartesios crearon su propia civilización, y entre ellos aparecieron dioses que los protegieron de sus enemigos. El nombre de Gerión, que aparece en los registros Cainitas no está claro si pertenece a un anciano o grupo de Matusalenes, que tomaron la civilización tartésica bajo su protección. Se desconoce el clan o clanes de estos primeros antiguos, que durante un tiempo impulsaron el desarrollo de los tartesios, antes del ascenso de Cartago en el norte de África. Algunos hablan de monstruosos ancianos de los clanes Gangrel o Nosferatu, que recibían sacrificios de sangre de los mortales para evitar su ira.
Tartessos se benefició especialmente del comercio con los mercaderes fenicios llegados del Mediterráneo oriental, que colonizan las costas mediterráneas de la península ibérica, estableciendo colonias en el sur, siendo la más importante Gadir, que con el tiempo se convertiría en Cádiz. Gadir fue el centro del poder fenicio en la península ibérica, así como el corazón de su culto a Melkart (que sería asociado posteriormente con Hércules). Aunque su culto terminaría desapareciendo, su nombre todavía sería recordado en varios lugares, como las Columnas de Hércules, que separan la península del continente africano. Según las leyendas Cainitas, la presencia fenicia había traído consigo a varios Seguidores de Set, y varios miembros del clan de la Serpiente del norte de África afirman que sus raíces surgieron en la península ibérica.
Además de los fenicios, los griegos también participaron en el comercio con la península y también establecieron varias colonias asentamientos como Rode (Rosas), Emporio (Ampurias) y Saguntum (Sagunto). De nuevo, los nuevos asentamientos y la prosperidad comercial atrajeron a sus parásitos no muertos, entre ellos algunos Cainitas de los clanes Brujah y Toreador, algunos procedentes de la próspera colonia griega de Massalia.
De todas maneras, la presencia Cainita en la prehistoria de la península ibérica es a menudo una cuestión de leyendas y conjeturas. No quedan testimonios de aquellas noches cada vez más lejanas, y si es así prefieren guardar silencio o quizás permanecer en el letargo de los milenios.
LA LLEGADA DE CARTAGO
La prosperidad de la península ibérica no tardaría en atraer la ambición de los imperios que se estaban formando en el Mediterráneo. La ciudad de Cartago, en el Norte de África, que había sido en sus orígenes una colonia fenicia, estableció sus propias colonias en las islas Baleares en el siglo VII a.C., y aprovechando la decadencia de las ciudades fenicias de oriente bajo el dominio de los pueblos de Mesopotamia, en el siglo VI a.C. tomaron posesión de Cádiz y otras ciudades ibéricas, fundando nuevos asentamientos comerciales en el sur.
Siguiendo a los conquistadores cartagineses llegaron Cainitas de varios clanes. Según el Periplo de Hanún, la crónica más antigua que se conserva sobre la presencia de los vampiros de la península ibérica, la conquista fue seguida por varios Brujah y Assamitas. Estos vampiros deseaban llevar el modelo utópico que habían construido en Cartago a otros lugares, y los asentamientos peninsulares, encontrando varios aliados entre vampiros ibéricos del clan Lasombra.
No está claro cuál es el origen de los Lasombra ibéricos, aunque algunos señalan al reino de Tartessos y al mítico Gerión. En algún momento indeterminado uno o varios ancianos del clan de las Sombras extendieron su sangre entre los pueblos de la península, y ya se encontraban allí cuando llegaron los Cainitas cartagineses. Aunque las fuentes permanecen en silencio al respecto, durante esta época parece que los recién llegados habrían entrado en conflicto con los vampiros del reino de Tartessos, y habrían provocado su decadencia y destrucción, siendo quizás el primer gran conflicto entre los Cainitas de la península ibérica.
Los Brujah cartagineses estaban liderados por una antigua profetisa llamada Yzebel, que se convirtió en la principal autoridad de los vampiros llegados de Cartago. Se cree que había sido Abrazada por el Antediluviano Troile, que después de aprender bajo la tutela de su sire había partido para establecer su propio dominio. Bajo la guía de Yzebel los Cainitas cartagineses alcanzaron la supremacía en el sur y el este de la península ibérica, utilizando tanto la diplomacia como la fuerza de las armas.
Pero el avance de los cartagineses fue enfrentado por una facción de Cainitas ibéricos dirigida por Zinnridi, un antiguo del clan Lasombra, que en torno al siglo IV a.C. consiguió unir a varios jefes y guerreros de su propio clan, muchos de ellos su propia prole. Zinnridi y los Lasombra consiguieron detener la expansión cartaginesa y crearon un primer gran dominio unificado en el centro y este de la península. Zinnridi era un estratega hábil y sólo su Muerte Definitiva a manos de la propia Yzebel impidió que los Lasombra alcanzaran el dominio total sobre la península.
Sin embargo, la victoria de los Cainitas cartagineses fue breve. Habían sufrido graves pérdidas en sus batallas contra los Cainitas ibéricos, y poco tiempo después en el siglo III a.C. estalló la Primera Guerra Púnica entre Cartago y Roma. Yzebel no pudo ayudar a los Cainitas cartagineses y Roma se alzó con la victoria. Los Cainitas romanos, y especialmente los Ventrue, comenzaron a extenderse en el nordeste de la península ibérica, tomando como aliadas a las ciudades griegas e ibéricas hasta el río Ebro.
Tras la derrota los cartagineses mortales habían perdido varios territorios en el Mediterráneo e intentaron resarcirse mediante la conquista de toda la península ibérica, tratando de compensar sus pérdidas en Sicilia, Cerdeña y Córdega. Desde los asentamientos cartagineses del sur de la península ibérica el general Amílcar Barca extendió sus conquistas hasta el río Ebro, derrotando la resistencia de los pueblos locales, que se rebelaron contra los invasores. Istolacio e Indortes, dos jefes celtíberos, levantaron un ejército de 50.000 hombres para luchar contra los cartagineses. Al final la rebelión fue aplastada y los dos jefes condenados a muerte. Pero Orisón, otro jefe íbero, derrotó a Amílcar en Helike (Elche) y le dio muerte. El yerno de Amílcar, Asdrúbal el Bello, continuó la conquista y vengó a su suegro, derrotando y matando a Orisón. Tras consolidar la presencia de los cartagineses fundó la ciudad de Qart Hadasth (Cartagena), como principal base naval cartaginesa en la zona. Sin embargo, apenas unos años después Asdrúbal fue asesinado por un esclavo, siendo sucedido por Aníbal Barca, uno de los hijos de Amílcar.
Aníbal tomó el mando del ejército cartaginés para enfrentarse a una situación que empeoraba. Derrotó con rapidez a los rebeldes ibéricos y extendió las conquistas cartaginesas, llegando a saquear la ciudad de Sagunto, aliada con los romanos, y provocando su ira. Así comenzó la Segunda Guerra Púnica, en la que Aníbal llegó a amenazar la mismísima Roma tras la Batalla de Cannas, pero a sus espaldas el general romano Escipión invadió la península ibérica, apoderándose de las conquistas cartaginesas y finalmente invadió el norte de África para atacar Cartago, derrotando a Aníbal en la Batalla de Zama (202 a.C.). Tras la derrota cartaginesa, Roma se había convertido en el principal poder de la península ibérica, y mantendría su presencia durante siglos.
Con el comienzo de las Guerras Púnicas los Lasombra comenzaron a apoyar a los romanos, por razones en gran parte pragmáticas. Los chiquillos de Zinnridi, privados de su liderazgo, buscaron ayuda entre sus parientes de Roma, donde recibieron una acogida favorible, entrando en el orden del Senado Eterno. El apoyo de los Cainitas romanos les permitiría vengar a su sire y al mismo tiempo derrotar a sus enemigos mediante la fuerza de las armas, pudiendo someter y expulsar a los cartagineses de sus dominios. Durante esta época comenzaron a Abrazar a varios líderes militares con el objetivo a largo plazo de gobernar a la península. A medida que los romanos avanzaban, Cainitas de los clanes Lasombra, Malkavian y Ventrue los acompañaban, atacando a los Cainitas cartagineses, y provocando su expulsión. Los Brujah, dirigidos por Yzebel, se retiraron hacia el oeste de la península ibérica, donde dirigirían la resistencia de los pueblos ibéricos.
HISPANIA ROMANA
Los Brujah ibéricos se vieron fortalecidos por la llegada de Cainitas cartagineses procedentes del Norte de África, que huyeron tras la destrucción de Cartago al final de la Tercera Guerra Púnica (148 a.C.). Los Brujah ibéricos comprendían que no podían aspirar a derrotar la presencia de los romanos mediante la fuerza de las armas, por lo que actuaban con más sutileza esperando la oportunidad de contraatacar los dominios de Lasombra y Ventrue. Fomentaron la resistencia contra el gobierno de Roma, contribuyendo a demorar la conquista de la península ibérica hasta finales del siglo I a.C., Abrazando entre los caudillos íberos. La antigua Yzebel se retiró a las sombras, realizando pactos con otros Cainitas ibéricos, en especial varias Lhiannan que habían permanecido en el noroeste de la península ibérica, en gran parte aisladas.
Sin embargo, a largo plazo el plan de los Brujah de fomentar la represión de los romanos y esperar una revuelta generalizada de los pueblos ibéricos terminó fallando. Pero los romanos no sólo utilizaron la fuerza para consolidar su presencia en la península, sino que impusieron una progresiva romanización, atrayéndose a varios pueblos mediante ventajosas alianzas, y extendiendo su cultura y civilización sobre “Hispania.” La civilización resultó ser un arma invencible, y su influencia cambió por completo a los pueblos ibéricos, con numerosos edificios artísticos y obras públicas.
Los hispanos fueron uno de los primeros pueblos que entraron en el orden romano y pronto comenzaron a surgir entre ellos retóricos como Quintiliano, poetas como Lucano, Marcial y Silio Itálico, filósofos como Séneca e incluso durante el siglo I d.C. Dieron lugar a una próspera dinastía de emperadores con Trajano, Adriano y Marco Aurelio.
Y tras la consolidación del orden romano los Cainitas del Senado Eterno aparecían en forma de triunviratos para asentar su propia influencia. Grandes ciudades como Emerita Augusta (Mérida), Corduba (Córdoba), Caesaragusta (Zaragoza) o Tarraco (Tarragona) fueron gobernadas por alianzas de los clanes Lasombra, Malkavian y Ventrue, que también aceptaron en su orden a Cainitas de otros clanes, aunque los Brujah, debido a su oposición, raramente alcanzaron posiciones elevadas en el nuevo orden. Incluso cuando surgían las inevitables intrigas y conflictos, y el poder cambiaba de manos, el orden del Senado Eterno se mantenía imbatible.
EL CRISTIANISMO
Durante el dominio romano los pueblos de Hispania también recibieron el cristianismo. Según la antigua tradición el Apóstol Santiago acudió a la península ibérica, donde visitó la ciudad de Caesaraugusta y donde recibiría una aparición de la Virgen María, y de la misma forma Pablo de Tarso también visitó la península en sus viajes misioneros. Los “Siete Hombres Apostólicos” (llamados Torcuato, Tesifonte, Segundo, Indacelio, Cecilio, Hesiquio y Eufrasio) crearían las primeras iglesias hispanas.
Los hispanos que abrazaron el cristianismo en el siglo I se convirtieron en creyentes fervorosos, sufriendo martirios en las sucesivas persecuciones, especialmente en la persecución decretada por el emperador Diocleciano en el año 302. Sin embargo, a pesar de las persecuciones, el cristianismo se mantuvo, y la Iglesia de Hispania se convirtió en una de las más influyentes después de que el cristianismo fuera aceptado por el emperador Constantino en el año 313.
Muchos de los primeros concilios de la Iglesia se celebraron en Hispania, siendo los más importantes en Elvira y Caesaragusta. En el concilio de Elvira (324) se insistió en el celibato del clero (una práctica que no se extendería en el conjunto de la Iglesia hasta siglos después), y varias reformas de la iglesia hispana se añadirían al conjunto en los siglos siguientes. Con el cristianismo varios hispanos alcanzarian posiciones destacadas en la Iglesia como el Papa Dámaso en el año 366, que impulsarían la traducción de la Biblia Vulgata al latín, el principal texto canónico de la Iglesia medieval.
Aunque los Lasombra afirman haberse contado entre los primeros creyentes cristianos de la península, su veracidad no está clara Sí parece que los Cainitas romanos consideraron la nueva religión una amenaza para el orden romano, y apoyaron las persecuciones, incluso provocando sus propios mártires. El Princeps Flavio Sidonio de Caesaragusta, del clan Ventrue, fue uno de los más fervientes opositores del cristianismo, aunque procuró actuar con sutileza.
Al margen de las afirmaciones de los Lasombra, sí parece ser cierto que varios Cainitas del clan vieron potencial en la nueva religión, más allá de la devoción o la ambición personal. Aunque en los primeros siglos varios Cainitas de diversos clanes participaron en la expansión del cristianismo hispano, cuando la Iglesia hispana se consolidó en el siglo IV varios Lasombra habían alcanzado posiciones de poder e influencia en la jerarquía eclesiástica. Aunque no fueron frecuentes, hubo varios enfrentamientos contra los Cainitas romanos que se aferraban al paganismo, pero los Lasombra habían percibido que la nueva religión había llegado para quedarse, y el viejo orden se desmoronaba.
LA LEYENDA DEL APÓSTOL SANTIAGO
Según cuenta la “Leyenda Aúrea”, después de la muerte de Jesús de Nazareth, sus discípulos se dispersaron a distintos lugares del mundo conocido, extendiendo el Evangelio como Cristo les había ordenado. Según la tradición cristiana, Santiago viajó a Hispania, donde pasó varios años predicando la Buena Nueva sin mucho éxito. Después regresó a Jerusalén donde murió en el año 44 durante una persecución contra los cristianos ordenada por el rey Herodes Agripa, siendo decapitado. Después de su martirio se dice que varios de sus seguidores llevaron el cuerpo hasta la ciudad costera de Jaffa, donde una nave los llevó milagrosamente a todos ellos (y al cuerpo del Apóstol) hasta Hispania.
Gracias a la ayuda divina tras una semana el barco llegó hasta Iria Flavia en la costa de Gallaecia. Tras obtener permiso de mala gana de la reina Lupa que gobernaba aquellos lugares, tras una serie de milagros, la reina y sus vasallos se convirtieron y el cuerpo de Santiago fue enterrado en una tumba en la ladera de una colina, donde permaneció olvidado y sin ser molestado durante los siglos siguientes.
Hacia el año 814, Pelayo, un ermitaño que vivía cerca de Iria Flavia, tuvo una visión, de la que informó al obispo Teodomiro. En su visión el ermitaño vio una gran estrella luminosa, rodeada por el resplandor de otras más pequeñas, brillando sobre un punto entre las colinas. El obispo creyó las palabras de Pelayo y ordenó que se investigara el lugar. Después de algún tiempo se desenterraron tres cuerpos enterrados en una tumba.
Al poco tiempo los cuerpos fueron identificados como los de Santiago y dos de sus seguidores, Tisefonte y Anastasio. Cuando el rey Alfonso II de Asturias tuvo noticias del hallazgo, viajó al emplazamiento de la tumba y rezó allí. Después declaró que Santiago sería el patrón y protector de toda la península ibérica, ordenando la construcción de una iglesia y un pequeño monasterio sobre la tumba en honor al santo.
La ciudad de Santiago de Compostela creció en torno a estos edificios. El origen del nombre del lugar también es otro elemento de la leyenda. Una teoría sostiene que el lugar fue conocido en un principio como Campus de Prima Stellae (“Campo de la Primera Estrella”) o Campus Stellae, después acortado a Compostela. Otra teoría es que el nombre deriva de la palabra latina componere (enterrar), ya que se sabe que un cementerio romano o una necrópolis cristiana existieron bajo el lugar actual de la catedral de Santiago. Las reliquias de Santiago fueron trasladadas a esa necrópolis después de ser desenterradas en el siglo IX.
Una vez el cuerpo de Santiago estuvo seguro, se esforzaron por dar a conocer el lugar. El obispo de Iria Flavia terminó trasladando su sede episcopal a Compostela, y durante el gobierno del primer arzobispo, Diego Gelmírez en el siglo XII, con la ayuda de los monjes benedictinos de la orden de Cluny, se convirtió en uno de los principales lugares de peregrinación cristiana de Occidente, convirtiéndolo también en patrón de la guerra contra los musulmanes que habían invadido la península.
Como ocurrió en otros lugares, los Lasombra trataron de sacar provecho de la jerarquía eclesiástica que se formó en torno al culto a Santiago. Sin embargo, otros Cainitas no tienen tan claro que Compostela sea el lugar de reposo de los restos del apóstol. Afirman que durante los siglos oscuros antes del hallazgo, un antiguo del misterioso clan Salubri habría recorrido esas tierras, e incluso habría apoyado el surgimiento de la herejía de los priscilianistas. Este antiguo, que algunos llaman “Iacobus”, habría entrado en letargo en algún momento indeterminado, y hay quienes se preguntan si el lugar de reposo del anciano habría sido confundido con el del apóstol.
EL REINO VISIGODO
A medida que el Imperio Romano se debilitaba, varios pueblos, en su mayoría germánicos, atravesaron sus fronteras en el siglo V, en busca de nuevos territorios que conquistar y en los que asentarse. Ni siquiera Hispania, situada en el extremo occidental del Imperio, se libró de sus saqueos. La primera oleada de vándalos, alanos y suevos. Los alanos en su mayor parte fueron derrotados y en el año 410 se unieron a los vándalos bajo el liderazgo de Genserico y en el año 429 invadieron el norte de África.
Por su parte los suevos permanecieron en Hispania, alcanzando pactos con las élites locales y creando un reino el noroeste de la península en el año 411. Sin embargo, en las décadas siguientes continuarían extendiendo su influencia, aprovechando la marcha de los vándalos y la debilidad del gobierno imperial, conquistando la mayor parte del oeste de la península ibérica y llegando hasta la provincia de la Bética en el año 455.
Ante la expansión de los suevos, los romanos recurrieron a la ayuda de los visigodos, otro pueblo germánico que había saqueado la propia Roma en el año 410 bajo el liderazgo de Alarico, y que se había extendido por el sur de Francia y el nordeste de Hispania. En el año 456 un ejército de visigodos y romanos dirigido por el rey Teodorico II, derrotó al ejército suevo dirigido por el rey Requiario, deteniendo así su expansión. Sin embargo, el rey visigodo Eurico conquistó los últimos territorios bajo la autoridad romana en el año 466, apoderándose de la mayor parte de la península ibérica.
La presencia de los visigodos, en su mayoría creyentes de la herejía arriana, que considera que Cristo no era Dios sino una creación de Dios, provocó el inicio de conflictos con la población hispanorromana, en su mayoría cristianos católicos, aunque entre ellos también había algunas herejías autóctonas, como el cristianismo priscilianista en el noroeste. Los reyes francos, que también eran católicos, trataron de utilizar esta división proclamándose protectores de los cristianos católicos de Hispania y enfrentándose a los visigodos, consiguiendo expulsarlos del sur de Francia.
En el año 585 el rey visigodo Leovigildo consiguió someter bajo su dominio toda la península ibérica, tras poner fin al reino suevo, expulsar a los bizantinos y someter a los pueblos vascones. Sin embargo, tuvo que enfrentarse a varias rebeliones internas de la aristocracia católica, pero no obstante, consiguió mantenerse en el poder. Su hijo Recaredo, una vez llegó al poder consiguió alcanzar la unidad religiosa convirtiéndose al catolicismo en el Tercer Concilio de Toledo del año 589, fomentando la unión entre la aristocracia visigoda e hispanorromana.
La invasión visigoda provocó el estallido de conflictos entre los Cainitas. Brujah, Lasombra y Ventrue lucharon entre sí, apoyando la confusión existente. Los Ventrue aspiraban a restaurar el gobierno de Roma y el antiguo orden, los Brujah pretendían utilizar a los pueblos germánicos para crear un nuevo orden y expulsar a los vampiros romanos del poder, mientras que los Lasombra se dedicaron a consolidar su influencia sobre la Iglesia, tratando de acabar con el arrianismo. Fue durante esta época que también llegaron los primeros agentes de la Herejía Cainita a Hispania, pero se encontraron con que los Lasombra hispanos ya habían consolidado su poder sobre la Iglesia. Sus intentos de conseguir aliados y agentes se encontraron con un éxito reducido.
Al mismo tiempo la anciana Yzebel, del clan Brujah, intentó utilizar el reino suevo para extender su hegemonía sobre Hispania y una base de poder. Contó con la alianza de varios vampiros del linaje Lhiannan. Sin embargo, la anciana se enfrentó a una alianza de vampiros romanos y visigodos, principalmente Ventrue y Gangrel. Estos últimos estaban decididos a exterminar a las Lhiannan del noroeste de la península ibérica, por lo que no dudaron en aliarse con los vampiros romanos. De esta manera, Yzebel encontraba la Muerte Definitiva en el año 585, con el fin del reino suevo. Su sangre fue reclamada por los Ventrue, y el poder de los Brujah fue quebrantado en los dominios suevos. Sin embargo, en las sangrientas luchas entre ambos bandos, los Lasombra habían permanecido en gran parte al margen, y utilizando el poder de la Iglesia consiguieron extender su influencia sobre todo el reino visigodo. La conversión del rey Recaredo al catolicismo en el año 589 marcó para los Lasombra hispanos la victoria que marcó el auge de su poder en la península ibérica, que desde entonces sería considerada una fortaleza para el clan.
LA PROCLAMACIÓN DE HERMENEGILDO
Durante el reinado del rey Leovigildo, el enfrentamiento entre católicos y arrianos se introdujo en su propia dinastía. Hermenegildo, su hijo mayor, se convirtió al catolicismo, influenciado por el obispo Leandro de Sevilla y su esposa Ingunda. Su diplomacia con los bizantinos también provocó roces con su padre.
En el año 581 Hermenegildo se alió con bizantinos y suevos y se rebeló contra su padre. Sin embargo, el rey Leovigildo sobornó a varios de sus aliados y derrotó a otros, Finalmente Hermenegildo fue capturado en el año 584, y se puso fin a la rebelión. Rechazó el perdón de su padre y finalmente fue decapitado un año después.
Se dice que varios Lasombra hispanos cortejaron al príncipe Hermenegildo y lo llevaron a su conversión al catolicismo, pensando en utilizarlo para derrocar a su padre y acabar con el poder de los arrianos en el reino visigodo. Estos Cainitas incluso dieron su sangre a Hermenegildo y le ofrecieron el Abrazo, prometiéndole proclamarlo como “Princeps Totum Hispaniae.”
En cualquier caso, la rebelión de Hermenegildo fue derrotada y los Lasombra lo abandonaron. Sin embargo, mientras el rey Leovigildo se dedicaba a castigar a su hijo rebelde, los Cainitas se encargaron de “educar” discretamente a su hermano menor: Recaredo, que de esta forma se convirtió en el heredero legítimo y como una de las primeras medidas de su reinado se convertiría al catolicismo y lo convertiría en la religión del reino visigodo en el año 589.
Hay quienes dicen que los Lasombra sacrificaron a Hermenegildo para dejar paso a su verdadero peón, Recaredo, y desde luego el reinado del nuevo monarca visigodo resultó muy beneficioso para el clan. Sin embargo, también hay quienes dicen que los Lasombra que apoyaban a Hermenegildo actuaban sinceramente e incluso que llegaron a darle el Abrazo prometido, fingiendo su muerte. Sin embargo, tras recibir la sangre, Hermenegildo se retiraría para llevar una vida discreta de santidad. Desaparecería unos siglos después durante la invasión árabe.
Todavía hoy algunos Lasombra hispanos afirman descender del linaje del príncipe visigodo, que algunos Lasombra consideran incluso un santo Cainita.