LAS INVASIONES NÓRDICAS
La primera incursión vikinga registrada en Irlanda se produjo en el año 795, cuando saqueadores noruegos atacaron la isla. Las primeras incursiones fueron rápidas y de pequeño alcance, pero consiguieron detener la edad de oro de la cultura irlandesa y dieron comienzo a varios siglos de guerras intermitentes, en las que los monasterios y ciudades irlandeses fueron saqueados por los hombres del norte.
A mediados del siglo IX los vikingos comenzaron a construir asentamientos en varios lugares. El asentamiento de Dublín fue fundado en el año 852, convirtiéndose pronto en un importante centro de comercio, especialmente de esclavos. En el siglo X se había convertido en una ciudad amurallada. Después de varias generaciones, los habitantes irlandeses y nórdicos se habían mezclado, formando la clase de los gall-gaels (los “irlandeses extranjeros”).
Durante el siglo X también se produjo una nueva oleada de invasiones vikingas, que establecieron un control más localizado hacia el interior. Las invasiones no sólo introdujeron poblaciones extranjeras, sino que también establecieron redes comerciales con otros reinos europeos, e introdujeron monedas de plata en la economía local.
En respuesta a los ataques de los nórdicos, los reyes irlandeses establecieron alianzas, permitiendo incluso que los sajones se establecieran en la isla. Estas alianzas impidieron que los vikingos consiguieran el control total de la isla. El Alto Rey de Irlanda, Brian Boru, derrotó a los vikingos en la Batalla de Clontarf en el año 1014, que marcó el declive del poder nórdico en Irlanda, aunque las ciudades nórdicas continuaron floreciendo y expandiendo el comercio irlandés durante los siglos siguientes.
El rey Brian Boru consiguió unificar gran parte de Irlanda, aunque el reino nórdico de Dulbín mantuvo su independencia, hasta que el rey de Leinster, Diarmuit mac Maél capturó Dublín en el año 1052 y se convirtió en Gran Rey de Irlanda tras la desaparición de la dinastía de Brian Boru. El creciente poder de los reyes irlandeses provocó la respuesta de los nórdicos, y el rey de Noruega, Magnus el Descalzo atacó la isla en 1098 y 1102. El rey Muircherteach consiguió establecer una alianza con los noruegas, casando a su hija con el hijo de Magnus, y tras establecer la paz con los noruegos, inició una guerra contra el rey del Ulster y también intervino en la política de los reinos de Escocia, Gales e Inglaterra.
El rey Toirdelbach Ua Conchobhair de Connacht derrotó a Muircherteach en el año 1118 y se convirtió en Gran Rey de Irlanda, dedicando su reinado a modernizar su reina, construyendo los primeros castillos y una base naval en Dún Gaillimhe, que se convertiría en la ciudad de Galway. Su reino fue próspero y extendió el comercio de Irlanda a los reinos ibéricos. Sería sucedido por su hijo Rhuadhrí, que se convirtió en Gran Rey de Irlanda sin oposición.
El debilitamiento de las Lhiannan y sus aliados paganos, provocó el ataque de sus numerosos enemigos, que por primera vez en mucho tiempo veían la posibilidad de atacar la isla de Irlanda, la principal fortaleza del linaje de los Druidas. Las invasiones nórdicas trajeron feroces hombres lobo, enemigos feroces de los no muertos, pero con ellos también llegaron oleadas de draugar del clan Gangrel, deseosos de ajustar cuentas con los “traidores.” La Anciana Bodhmall tenía cuentas pendientes con la fundadora de las Lhiannan, y reunió a su alrededor una alianza de vampiros británicos para quebrantar el poder de los Druidas.
Bodhmall se enfrentó con la Anciana en algún lugar de Escocia. Venció, pero con su último aliento, la Anciana lanzó una terrible maldición sobre su adversaria y sus descendientes, debilitando su sangre y haciendo que sus cuerpos inmortales, aunque no pudieran morir, envejecieran. De esta forma, el dominio de los Gangrel británicos se debilitó, y muchos perdieron sus territorios ante la llegada de los vampiros que acompañaban a los vikingos.
Los descendientes del Altísimo se extendieron por las Islas Británicas, cayendo sobre los restos debilitados de las Lhiannan y sus enemigos. Otros clanes también tomaron chiquillos entre los nórdicos, especialmente los Brujah. Los vampiros irlandeses, que ya habían sido debilitados con la caída del paganismo, a menudo sucumbieron ante los recién llegados, pero otros consiguieron someterlos y hacerse un lugar en el nuevo orden.
A principios del siglo XII los clanes Brujah, Gangrel y Nosferatu eran los más numerosos en Irlanda, formando bandas de no muertos que reivindicaban algunos territorios y se enfrentaban entre sí. Algunos vampiros permanecían al margen de estos enfrentamientos, acudiendo a las primeras ciudades y beneficiándose del comercio. Unos pocos Malkavian y Salubri se aferraban tenazmente a los monasterios cristianos, mientras que las últimas Lhiannan irlandesas trataban de sobrevivir, protegiendo los últimos rescoldos del paganismo. Dirigidas por Magda de Connacht, los Druidas eran los últimos testimonios de un orden ya desaparecido, y los demás no muertos eran conscientes de la debilidad de la línea de sangre.