La humillación y la vergüenza no eran algo que Karen desconociese. Las había visto - no, sentido - de cerca cada vez que conducía sin rumbo por Copenhague, a altísimas horas de la madrugada, observando tras la luna tintada de su Mercedes a los negros y a las sudacas colmando las aceras de las oficinas de empleo; cerdos sin oficio guardando turno para ser los primeros en llorar por obtener un subsidio con el que, a su vez, traer a más cerdos sin oficio a Dinamarca, en una mal suerte de piara endogámica que lo único que sabía hacer era parir nuevas crías sin parar. Hijos de puta de piel marrón que con cada exhalación cubrían de pestilencia la pureza del aire danés, intentando que en sus manos cayese una pequeña porción del patrimonio del país que con tanto esfuerzo los mayores de la ventrue habían construido.
También las sentía cuando presenciaba como las nuevas generaciones de sangre danesa se dejaban arrastrar por las ideas anarquistas. Abyectos jóvenes entrando y saliendo de Christiania, desechando sus vidas persiguiendo la absurda idea de la libertad, la independencia y la autogestión con la misma indiferencia moral con la que se tira de la cadena del retrete. Basura que gustaba de definirse como «asamblearios», o «juventud roja», o cualquier otra alusión a ser parte de un grupo que proclamaba merecer más derechos de los que eran capaces de siquiera llegar a soportar, una vez caían bajo la influencia de los palurdos que les suministraban su utópica poesía política barata marxista. Bastardos sin razón ni corazón desvirgando a base de drogas, pintadas y bombas sus impresionables y moldeables jóvenes mentes; y lo que era aún peor, su patriotismo, hasta hacerlo añicos.
Sí, Karen conocía bien lo que eran la humillación y la vergüenza, pero casi siempre había tratado con ellas de forma «colectiva y ajena». Casi siempre, detrás del cristal, se podría decir que «al otro lado»; y, sin lugar a dudas, aunque le enervaba, podía con ello.
Pero sentirla en sus propias carnes era algo muy diferente. Ella misma, convulsa por sus propios actos esta vez, había sido el vórtice de la nauseabunda sensación que la corroía por dentro como un veneno; abrasando sus entrañas como si acabase de sufrir un aborto. Se vio así misma desde fuera y apenas sí se reconocía.
¿Cómo he sido tan sumamente estúpida? ¿Cómo puedo haber bebido de una fuente que aborrezco?
La alta autoexigencia que se imponía con cada despertar hacía que en ese momento se viese así misma como una prostituta: vulgar, asquerosa, estúpida y febril. Una puta a la que le da igual el sabor de cualquier boca una vez ha metido la lengua dentro. Su orgullo estaba herido por mucho, su dignidad sangraba profusamente, y fue el cabezazo lo que acabó de romper la reja que apresaba a su ser más feroz. Una vergüenza atroz se adueñó de ella por aquello que había dejado de ser en el último minuto, pues solo uno fue suficiente para convertir a la Reina en plebeya. A la noble que era en la chusma que odiaba. Sesenta segundos, tan poco y a la vez -para un vástago como Klausen - el tiempo justo para caer de la cumbre del cielo a las calderas del infierno.
¿Cómo he sido tan sumamente estúpida?
La ventrue, asqueada de si tras haber atentado contra su propia esencia y naturaleza, humillada ante su hermano por un mortal y con los colmillos desnudos era la viva imagen del loco que quiere ver arder el mundo consigo dentro para escapar de su propia desazón, de la desaprobación que la fustigaba por dentro como un látigo de fuego.
La bestia la había engullido, y Karen, sedienta de venganza y fuera de control, observaba el cuello del mortal con demente y salvaje glotonería. Sus colmillos aún teñidos de sangre clamaban por masticar carne y tendón hasta arrancarle de cuajo la cabeza. A los ojos del hombre, y también a los de Lars, aquello ya no era una mujer, ni siquiera una vampira, sino el abyecto y sanguinario monstruo que ambos mundos rechazaban y temían.
Si no lo hizo, y si no metió a su propio hermano de sangre en un remolino de destrucción, fue porque, pese a todo, su fortaleza de espíritu, su férrea voluntad, acabó por atemperar un ápice aquella sensación que calcinaba su vitae. Y porque, y que el diablo la llevase, pondría todo su empeño en ser merecedora de sí misma intentando mantenerse a flote entre aquel tsunami interior que la estaba ahogando.
Mas no iba a ser algo inmediato, ni fácil. Mientras luchaba por controlarse, tras el velo rojo que tintaba su agresiva mirada, vio como Lars salía de la habitación y cerraba la puerta, dejándola confinada como a un animal. Como una perra rabiosa acorralada, Karen emitió un rugido de furia y odio que retumbó en las paredes del cuarto, e institivamente se giró hacia el cuerpo que yacía en el suelo. La tormenta que tronaba en su mente empezaba a dispisarse, pero aún quedaban un par de rayos por ser descargados, y allí donde Lars no había plantado la suela de sus zapatos, el tacón de aguja de la ventrue se clavó, no una, ni dos, sino icontables veces en la masa de carne desecha y hueso astillado que antes había sido la cara de un cainita; salpicando de pulpa y masa encefálica el suelo y el bajo del Gucci de la ventrue. Solo se detuvo cuando al levantar la cabeza se vio reflejada en el cristal de la ventana. Aquella versión de ella misma poseída por la bestia le aterrorizó, y sirvió para que, entre lágrimas de culpabilidad y autocondena, empezase a retomar el control de sí misma.
(Gasto el punto de fdv)
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Off: Cómo es la vida, nunca había tenido la oportunidad de interpretar/narrar un frenesí; así que, ya me diréis si el post está en consonancia con la escena o tengo que editar alguna parte.
Por otro lado, varias cosas:
Ha sido culpa mía, lo digo tras releer mi post anterior, por no haber descrito con más precisión lo que Karen quería hacer. Al decir "lanzándose a la yugular del hombre con las fauces abiertas. Reclamando el justo pago en sangre que suponía retarla" la idea no era beber de él, beber literalmente quiero decir, sino clavarle los colmillos y rasgarle la garganta para que se desangrase. Quizás, no lo sé, haber sido más explicito hubiese conllevado un resultado diferente, pero repito: mea culpa al 100%, seré más cuidadoso en adelante
De hecho, me gusta en lo que ha acabado todo porque le da mucha más tensión y dramatismo a la escena ¿No os parece?
Lo segundo es que, según entiendo la escena, Karen ha quedado encerrada en la habitación con el "caracortada" y Lars se ha quedado fuera con el del cabezazo ¿no?. Es decir, el tipo estaba fuera, en el pasillo cuando Karen se lanza a por él. Doy por hecho, para que nadie tenga que editar, que el cabezazo consigue que ella de unos pasos atrás, de forma que entra de nuevo en el cuarto, pero como no he leído que el tío también entre...me lo imagino cubriéndose el cuello con las manos, aún en el pasillo, para intentar detener la hemorragia.
Ya me decís si esto es así o si tenemos que editar alguno de nuestros mensajes
Esta siendo muy chula la escena, compañeros, narrador