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Contacto: Jules Jermaine Jackson, también conocido como 'Spike' o 'Tripe Jota', es un arreglador con cierta solera en los barrios de Nueva York. Hay pocos rumores en las calles, en los que Spike no tenga puesta la oreja. Y si no sabe de algo, hará lo posible por ponerse manos a la obra. Es de la escuela de que "la información es poder".

Está claro que esto tiene un precio, y sería mentir, sino dijera que ha tenido que recurrir a convertirse en un drug dealer para ganarse el respeto en el barrio, y contar con los oídos y ojos necesarios.

En realidad, Patrick tuvo de confidente al padre de Jules, Thomas. Pero Spike salda la deuda de su progenitor con Montecristo, que le libró de pudrirse en la trena por estar en el sitio equivocado. Hoy, el viejo Jackson, es un espejismo de lo que fue y no es partícipe de los actos de su hijo, que no ha hecho si no recrear sus pasos. Vive su vida encerrado en casa, viendo partidos de béisbol, comiendo pollo y bebiendo cerveza.

Rebaño

Rebaño:

Ben White es un taxista en entrada edad que cubre el turno nocturno en Nueva York. Es un hombre ordenado, casi de manera compulsiva, y suele, siempre a la misma hora y si ninguna carrera se lo impide, parar por la zona de las fábricas a cenar en su taxi, y posteriormente echarse una cabezada.




Amanda Adams es una joven parapsicóloga extremadamente interesada en el mundo ocultista. Colabora en podcast y prensa especializada en el tema. Regenta un pequeño apartamento en la zona. Por la noche, en sueños, ha sentido una extraña presencia en su cuarto que la paraliza.




Rebecca Neville es una bibliotecaria encargada del turno de noche, y además responsable de un programa solidario de la comunidad "1 libro por 1 comida" donde cualquier persona que done una comida puede llevarse un libro, o al contrario, cualquier persona que lleve un libro podrá comer esa noche en el comedor social.

Interludere (y otras historias)
{ https://www.youtube.com/watch?v=vn8Qcz8 ... l=AG-Topic - New York, New York by AG · BURИS · Biz Colletti }


- ¿Y por qué no te vas de la ciudad? - La pregunta de Madame Tza Tza quedó flotando en el éter, como las enigmáticas figuras que hacía el humo del incieso sobre el tapete púrpura. Montecristo apartó la mirada de los ojos de jade hipnóticos de Tza Tza y la clavó sobre la carta de tarot que había sacado del montón. La Torre.

Un escalofrío recorrió su cuerpo. No necesariamente por la carta que daba en el clavo, pues la evidencia declaraba, que la ciudad de la Gran Manzana, aún se recuperaba de los atentados de hacía un mes, donde dos torres habían caido en pleno Manhattan. Los malditos y bastardos sarracenos se habían metido en agujeros escondiéndose de represalias sobre sus paisanos, y en general todo vampiro con procedencia árabe, generando un conflicto en la Camarilla que empezaba por desquebrajar la misma. Aquellos Banu Haqim que se hacían proclamadores ahora de la más antigua de las taumaturgias, escondían sus morenos culos, y Montecristo no podía evitar una sonrisa de soslayo, pensando como eran ellos los que mantenían el mote de "Usurpadores".

La carta había caído con el peso de un rascacielos sobre la mesa. La Torre. La Torre de Marfil. No era sino una evidencia del conflicto que Montecristo vivía con la secta y con su Sire. El fuego de la desobediencia corría por sus óxidadas venas. Su corazón muerto latía rebeldía y aquello no generaba sino más y más problemas. Unos problemas que se arreglaban, precisamente con el axioma que presentaba la siempre acertada Decidora de la Fortuna.

"¿Por qué no te vas?" - resonaba en su mente con el eco de cada voz que pasó por su corta vida y su larga no vida. Él, que había nacido en aquella ciudad; que se había criado entre ríos de alquitran, y paredes infinitas de cristal, acero y ladrillo; Él que había vivido los asesinatos de Malcom X o de Lennon; él que había visto en aquellas calles, las almas pérdidas con rostros de perdedor, de la única guerra en la que su páís no fue capaz de vencer; él, que había vivido la anarquía de StoneWall y o la desesperanza del lunes negro del 87; él que estaba siendo espectador de la caída de tres torres... Él, que era Nueva York. Nada, ni siquiera una estaca o los rayos del sol, le impidirían morir en otro lugar que no fuera su ciudad. Su pequeño gran y único mundo.

- No lo sé... tal vez debiera marcharme - reaccionó por fín el tremere con un ligero desdén, como si por primera vez, su fe en la Madame, en un microsegundo, se hubiera esfumado. Ella, sin barajar la carta y en un movimiento acetado de dedos, sacó una carta del mazo, y la volteó sobre la anterior de la Torre. "The Liar"... podía leerse en su parte inferior. Y la Madame río con aquella condenada sonrisa de labíos oscuros y mirada de jade.

Interludere (y otras historias) II
{ https://www.youtube.com/watch?v=fYgT7K6 ... =Linden815 - A Gallant Gentleman by We lost The Sea }


Patrick recorría las anchas calles de Harlem, con los últimos ecos de las misas gospel resonando por las esquinas. Cómo cada viernes que podía, se dirigía a su sesión semanal de autoinflingimiento y amargura. Aquel sentimiento que como grasa en las manos le impedía subir del pozo de la desdicha y de la soledad. No obstante, allí estaba, cómo si en el fondo estuviera cómodo en el agujero, sin hacer nada por romper con aquella espiral de descenso.

La vida del vampiro parecía apasionante en los setenta, cuando Hex lo hipnotizó con aquellas promesas de conocimiento y altos saberes, con una ascensión más allá del alma humana, con una eternidad no comprometida con problemas mundanos. Una auténtica farsa, como en si lo era ella. La vida del vampiro incluía un peligro constante, y sobre todo, una soledad atemporal y abrasadora que mellaba el espíritu hasta casi desear que te fuera extirpado.

Conocía el proceso de memoria. Miraba a ambos lados del callejón. Acercaba con sigilo el metálico cubo de basura a la vez que espantaba a las ratas que allí merodearan. Se apoyaba en la pared del ladrillo rojo y con un pequeño salto, conseguía descolgar la escalera de incendio. Ascendía los cuatros pisos en el mayor de los silencios, y se apostaba en la esquina, perfectamente ubicado para tener una perfecta visión de la habitación de Sienna Yen y no ser visto. El viento gélido de febrero le invadía el rostro y mecía sus cabellos hasta dejarlos sin control, en una maraña extraña que golpeaba contra la barandilla. Un viento que conseguía que sus lágrimas quedaran incrustadas de rojo en el párpado inferior, y no descendieran por sus marcados pómulos.

La envidía recorría su rostro, cuando veía las arrugas en el suyo. Sus ojos seguían teniendo aquella mirada cálida y acogedora, como un fuego en invierno, como la encarnación misma del concepto hogar. Allí estaba ella, encarando su vejez, disfrutando del placer del amor y la piel con su actual marido, sin que Patrick le importara lo más mínimo, o al menos eso quería creer, cuando sabía que al final, la envidia candente se le adentraba en las entrañas. Cuando daría él por volver a sentir, con tener una fecha de caducidad programada en el calendario. Lo que era cierto, es que su amor trascendía de lo físico. Era el alma lo que le dolía. Era ver su pañuelo en la cabeza y ver como su vida se apagaba por aquella maldita enfermedad.

Con el culmen estremecedor de los dos cuerpos, daba por finalizada su masoquista sesión de dolor espiritual y bajaba las escaleras cual gato callejero, dejando todo exactamente como estaba. Todo, menos su alma, que se encontraba ahora, mientras se diluía en la oscuridad de la noche, un poco más desquebrajada.