Re: "Countdown" 3
Publicado: 16 Ene 2024, 21:56
I wanna feel sunlight on my face
I see that dust cloud disappear without a trace
I wanna take shelter from the poison rain
Where the streets have no name -Where the streets have no name, U2
{ https://www.youtube.com/watch?v=59dqhiA ... JoshCanady - Where the streets have no name by U2 - Cover by Josh Canady }
Paradójicamente, lo primero que hacía Montencristo para adaptarse a un lugar, era huir de él. Así lo había hecho desde que tenía uso de razón. Era su forma de mimetizarse, o al menos eso quería creer. Pero también era un ejercicio pragmático de localización. Su mente policiaca le obligaba a ejercer parte de todos aquellos conocimientos que adquirió durante su etapa en el cuerpo. Puntos de escape, calles aledañas, menudeo local, refugios alternativos... todo pasaba por su mente a la velocidad vertiginosa de un tren descarrilando, mientras ascendía, con las manos en los bolsillos de la gabardina y con el gorro de ala calado de medio lado ensombreciendo parte de su rostro, un par de manzanas con calles sin nombre en dirección al asilo donde residía un viejo amigo, su antiguo comisario Efraim Ellis. Una de las pocas personas que le apreciaban tal y como era. Que había apostado por él contra viento y marea. Y ahora, en aquellas noches aciagas sin rumbo, buscaba su tutoría, como aquellos días de casos sin resolver, donde con cientos de pistas inconexas, el viejo comisario era capaz de alinearlas con su particular hilo rojo de la sabiduría y la experiencia.
Las imágenes vividas aun se mantenían frescas, inmutables, en su memoria. Los olores y visiones del fuego destruyendo su espacio, le quemaban parte de su alma, como los costados de un pergamino en la chimenea. Tan reciente, como la visión de aquel extraño ser. Le vino a la cabeza cierta conexión con los Shelby que no era capaz de esclarecer totalmente, más allá, de cómo ya había hecho, imaginar como los poderes de la sangre de los tzimisce encajaban a la perfección con lo que había visto. También le vino a la mente, Melinda, que ya parecía relegada en sus pensamientos, en días donde todo quedaba atrás. Un lastre, como su sanctum, que tenía que soltar si quería permanecer en el aire. Tuvo que contener el aliento para no quebrarse cuando imagino las argucias que podría estar sufriendo por parte de Virgil. La venganza se avivaba en su interior con el soplo de aquella imagen. Sólo esperaba no llegar tarde, y que se tornará en alivio en algún momento en vez de instinto asesino.
El edificio tenía un aspecto colonial, con una enorme chapa de bronce a la entrada, con el nombre de algun alcalde con apellido de ascendencia italiana, que sellaba con su firma "su aporte a la gloriosa ciudad de Nueva York y a sus veteranos habitantes". Las solitarias sillas metálicas de los pasillos, y el zumbido vibrante de las máquinas de café, daban, junto al sempiterno silencio, fe de la enorme soledad que habitaba entre aquellas paredes.
No hacían falta bombones ni flores. Tan sólo un hirviente frapuccino de Starbucks, que por supuesto el viejo tenía prohibido tomar. Si ya de por sí, dormía poco, era insoportablemente quisquilloso para las enfermeras, los días que metía algo de cafeína en su cuerpo, su único vicio vigente de su extensa carrera policial, por otro lado. Su antiguo jefe y amigo, le recordaba en su imagen, el porque nadie era capaz de controlarlo. Le alimentaba sus alas de libre albedrio, y sin quererlo, reforzaba su espiritu anarquista.
- Ey, buddy - dijo tras hacer sonar en la puerta de su habitación, como hacía tambien en su oficina décadas atrás, y dejando que el aroma del café, terminara el saludo.
I see that dust cloud disappear without a trace
I wanna take shelter from the poison rain
Where the streets have no name -Where the streets have no name, U2
{ https://www.youtube.com/watch?v=59dqhiA ... JoshCanady - Where the streets have no name by U2 - Cover by Josh Canady }
Paradójicamente, lo primero que hacía Montencristo para adaptarse a un lugar, era huir de él. Así lo había hecho desde que tenía uso de razón. Era su forma de mimetizarse, o al menos eso quería creer. Pero también era un ejercicio pragmático de localización. Su mente policiaca le obligaba a ejercer parte de todos aquellos conocimientos que adquirió durante su etapa en el cuerpo. Puntos de escape, calles aledañas, menudeo local, refugios alternativos... todo pasaba por su mente a la velocidad vertiginosa de un tren descarrilando, mientras ascendía, con las manos en los bolsillos de la gabardina y con el gorro de ala calado de medio lado ensombreciendo parte de su rostro, un par de manzanas con calles sin nombre en dirección al asilo donde residía un viejo amigo, su antiguo comisario Efraim Ellis. Una de las pocas personas que le apreciaban tal y como era. Que había apostado por él contra viento y marea. Y ahora, en aquellas noches aciagas sin rumbo, buscaba su tutoría, como aquellos días de casos sin resolver, donde con cientos de pistas inconexas, el viejo comisario era capaz de alinearlas con su particular hilo rojo de la sabiduría y la experiencia.
Las imágenes vividas aun se mantenían frescas, inmutables, en su memoria. Los olores y visiones del fuego destruyendo su espacio, le quemaban parte de su alma, como los costados de un pergamino en la chimenea. Tan reciente, como la visión de aquel extraño ser. Le vino a la cabeza cierta conexión con los Shelby que no era capaz de esclarecer totalmente, más allá, de cómo ya había hecho, imaginar como los poderes de la sangre de los tzimisce encajaban a la perfección con lo que había visto. También le vino a la mente, Melinda, que ya parecía relegada en sus pensamientos, en días donde todo quedaba atrás. Un lastre, como su sanctum, que tenía que soltar si quería permanecer en el aire. Tuvo que contener el aliento para no quebrarse cuando imagino las argucias que podría estar sufriendo por parte de Virgil. La venganza se avivaba en su interior con el soplo de aquella imagen. Sólo esperaba no llegar tarde, y que se tornará en alivio en algún momento en vez de instinto asesino.
El edificio tenía un aspecto colonial, con una enorme chapa de bronce a la entrada, con el nombre de algun alcalde con apellido de ascendencia italiana, que sellaba con su firma "su aporte a la gloriosa ciudad de Nueva York y a sus veteranos habitantes". Las solitarias sillas metálicas de los pasillos, y el zumbido vibrante de las máquinas de café, daban, junto al sempiterno silencio, fe de la enorme soledad que habitaba entre aquellas paredes.
No hacían falta bombones ni flores. Tan sólo un hirviente frapuccino de Starbucks, que por supuesto el viejo tenía prohibido tomar. Si ya de por sí, dormía poco, era insoportablemente quisquilloso para las enfermeras, los días que metía algo de cafeína en su cuerpo, su único vicio vigente de su extensa carrera policial, por otro lado. Su antiguo jefe y amigo, le recordaba en su imagen, el porque nadie era capaz de controlarlo. Le alimentaba sus alas de libre albedrio, y sin quererlo, reforzaba su espiritu anarquista.
- Ey, buddy - dijo tras hacer sonar en la puerta de su habitación, como hacía tambien en su oficina décadas atrás, y dejando que el aroma del café, terminara el saludo.