Webvampiro

La huérfana se encontraba nerviosa, lo cual marcó el ritmo de sus palabras con un leve titubeo. Se llevó las manos a la chaqueta, sin, aparentemente, encontrar nada y clavó su mirada en el agente, diciendo:

-Por supuesto, agente, deje que vaya a buscarla. - La no muerta hizo ademán de marcharse, pero no se fue.- De todos modos, puede estar tranquilo, soy buena amiga de Jameson y está a salvo conmigo. Espere en el coche, denos unos minutos, por favor.

La vampira trató de imponer su voluntad, marcando sus últimas palabras con el poder de su sangre, un mesmerismo del que había llegado a depender demasiado y que le llegaba a repugnar. No obstante, pese a estar aplastando la libertad individual de aquel agente, no podía arriesgarse a prolongar la conversación.

-Por favor, Jameson, ayúdame a buscarla, sólo será un momento.

La no muerta le tomó la mano al temeroso editor, estaba irreconocible, lejos quedaba su potente vozarrón lanzando órdenes a diestro y siniestro en las oficinas del Independent o las grandes carcajadas repletas de ironía que le dedicaba a los becarios idealistas.

La tensión que sentía en su cuerpo no era física. Era una presión antigua, viscosa, parecida a la que sentía justo antes de que estallara la guerra en Manhattan. La misma que precedía al colapso. Esta vez, sin embargo, no podía permitirse el lujo de reaccionar. Solo observar.

Desde el piso superior, mantuvo la mirada en la calle. El policía seguía allí, pero ya no parecía solo una figura cualquiera. Si la Dominación fallaba, lo importante era saber cuánto tiempo más podían sostener esa fachada. Sin cartera, sin papeles, con la dirección ya comprometida.

Giró apenas la cabeza al escuchar el rugido de las motocicletas en la distancia. Bajos y sincronizados. Los Sons of Blood. El líder era inconfundible incluso a lo lejos. La figura grande, pesada, en la máquina más ruidosa. Si venían hacia ellos, no tendrían escapatoria sin prepararse. Y no pensaba salir a improvisar delante de un mortal armado.

Nyx agudizó el oído y la vista. Necesitaba saber si el grupo de motos avanzaba en su dirección o si solo pasaban cerca. Cada segundo que pasaba sin que giraran la esquina era uno ganado.

Y entonces se volvió hacia Montecristo. Lo escuchó desde su posición. La mujer menuda, de rizos oscuros. ¿La había visto antes? Tal vez, durante la inspección del refugio. El recuerdo era vago, pero sí: podía haber sido una vecina, alguien que pasaba a menudo cerca de la entrada. No parecía sobrenatural… pero tampoco parecía intimidada por Montecristo.

Nyx siguió observando. Montecristo podía defenderse si la situación se torcía. Pagliacci tenía al menos una baza más. Él, por ahora, sería los ojos del grupo.

Un atisbo de asombro asoma en el rostro de Jameson al comprobar la docilidad con la que aquel agente de la policía de Nueva York asentía y se dirigía de nuevo hacia su coche patrulla. Pagliacci sabía que corría un riesgo al mostrar de manera tan evidente sus capacidades sobrenaturales, si bien confiaba en que no fueran tan detectables como algunas otras monstruosidades que había oído que sus congéneres eran capaces de hacer. El editor del Independent entró al museo con paso algo titubeante y mirando hacia el interior, apenas iluminado por luces de emergencia y las que arrojaban una luz cálida y tenue sobre objetos muy determinados, como una elegante menorah de plata que gobernaba el principal pasillo de la estancia.

Pagliacci y Jameson se toparon de frente con Montecristo, que caminaba hacia ellos y cuya presencia hizo detenerse en seco al amigo de la Caitiff. Pagliacci pudo ver a lo lejos una figura femenina, seguramente la bedel del museo, que se mantenía quieta al fondo de un largo pasillo. Era la misma mujer que había abierto la puerta la noche anterior. Aunque ni Pagliacci ni Montecristo tenían constancia de cuál era su verdadera naturaleza, no era del todo ajena a que habéis dormido durante el día, por lo que sois conscientes de que puede ser una informadora potencial de cuanto habléis durante en el interior del museo.

Pagliacci hace un gesto a Jameson que indica que Montecristo es alguien delante de quien puede hablar. El hombre está hecho un manojo de nervios que apenas disimula. Su gesto se convierte en una súplica cuando se gira de nuevo hacia la Caitiff.

- Ellie. Mi pequeña Ellie -Pagliacci recuerda que Jameson tiene una hija que tendrá como unos cinco años- No sabemos dónde está.
----------- Nyx comprobó que la mujer que hablaba con Montecristo era el contacto que Solomon le había dado para pasar aquí el día. La bedel del museo, probablemente Ghoul del Ventrue judío, si bien no tenía pruebas de ello, estaba visiblemente molesta y nerviosa. Seguramente se le había encomendado que el grupo estuviera sólo durante el día y luego no apareciera más por allí, y no le gustaba que el asunto se alargara.

El Brujah escuchó las palabras de Pagliacci y la dócil obediencia del agente de policía, a quien vio desde la ventana metiéndose en el coche patrulla, encender la radio y esperar con sus dedos tamborileando sobre el volante. Todo parecía en cierta calma, incluso el sonido de las motos se había perdido en la lejanía...

Pero era una falsa esperanza.



No tardaron en resonar los motores de las Harley Davidson enfilando las calles que daban al museo con aquel gigante al frente. También Pagliacci y Montecristo escucharon el sonido de las motos en el exterior, aunque de momento no tenían más pistas sobre su origen.

Nyx miró al policía. Mandaba un audio desde el interior del coche, pero al mirar por el retrovisor se dispuso a salir y dar el alto a los motoristas. Aquel bigardo de metro noventa fue reduciendo la marcha hasta frenar a poco más de un metro del agente de policía. Sus cuatro acompañantes hicieron lo mismo a cierta distancia. El Brujah hizo sus cálculos y supo que a aquella distancia no podría escuchar qué estaban hablando.

OFF: Nyx Ansia 2, Pagliacci Ansia 2, Montecristo Ansia 1

La periodista se sintió desolada al escuchar las noticias de la desaparición de Ellie, el golpe fue demoledor y estuvo a punto de tumbarla. Esta vez no había escapatoria, era la culpable de que aquella chica no hubiera vuelto a casa. Con verdadero dolor en la mirada y sin prestar demasiada atención a cuanto ocurría fuera o a su alrededor, tomó a Jameson del hombro y lo condujo unos pasos hacia el interior, buscando un rincón apartado.

-Van a por ti, ya ha empezado. Detrás de esto se encuentra gente muy poderosa, con contactos en la policía y el gobierno, el mismísimo Adam Rant se encuentra detrás de esta trama de corrupción y trata de personas.- La huérfana sacó el teléfono de Don de su interior, las teclas aún sucias del barro de la noche anterior, lo desbloqueó delante de Jameson.

-Este teléfono pertenece a un lacayo de Adam asesinado ayer por la noche, lo he obtenido de forma ilegal, de manos de su verdugo, aquí se encuentra una gran cantidad de información relativa a este asunto. Puedes publicarlo, puedes entregárselo a la policía, puedes intentar intercambiarlo por tu hija, lo dejo en tus manos. Pero no te fíes de ellos, tienen mucho poder y van a por ti, de hecho, tienen acceso a tu ordenador, saben quién eres.

La pander tragó saliva y dejó caer unas lágrimas por sus mejillas, le estaba soltando demasiada información de golpe a una persona en shock y al borde de colapso nervioso. Le había utilizado y ahora él estaba pagando el precio en sangre.

-Joder, Jameson, siento haberte metido en esto, lo siento. Voy a hacer todo lo que esté en mi mano por encontrar a Ellie.

Montecristo se relajó al ver que el invitado era conocido de Plagiacci. Había dejado sentenciada su conversación con la señora, y seguramente con la palabra en la boca. Lo último que necesitaba eran más ultimatums.

Escuchó a aquel invitado quejumbroso con el alma in crescendo en vilo. No podia ser. No podía estar repitiéndose. ¿Que estaba pasando?. Algo parecía claro, Ellie les llevaría a Melinda.

- Disculpe que me entrometa, pero le puedo asegurar que ayudaré a mi amiga a encontrar a su familiar - por un momento tuvo el antiguo deje de sacar la placa del bolsillo interno de su gabardina - ¿Cuando y donde fue la última vez que vio a Ellie?

El editor estaba a salvo, al menos por ahora. No parecía una trampa, ni un chantaje improvisado, ni uno de esos juegos de máscaras que la Camarilla adoraba. Pagliacci le hablaba con la crudeza de quien sabe que el tiempo se agota. Y Montecristo, a su manera, había intervenido con una cortesía inusitada, casi humana.

Nyx dio un paso atrás, y luego otro, y otro más, alejándose de la ventana. Nadie parecía reparar en él. El estruendo de los motores de las Harley había ahogado cualquier posible crujido del suelo, cualquier sombra fugaz que lo delatara.

Si quería entender quién los había seguido, necesitaba acercarse. Ver. Oír. No confiar en lo que se contara después. Su cuerpo se tensó como en aquellos días en que su vida dependía de no hacer ruido al caminar por el pasillo de su edificio, cuando su padre dormía con la botella a medio terminar.

Salió del museo por una entrada lateral que ya había inspeccionado al llegar. Sin correr, sin mirar directamente al grupo. Usó los coches aparcados como refugios temporales, cruzando la calle por la sombra más densa. Avanzó hasta que las voces empezaron a materializarse entre el rugido persistente de los motores calientes.

"Ellie está desaparecida."

Lo había dicho Jameson con una voz rota. Podía haber sido Melinda. Otra niña arrastrada a la oscuridad por un sistema que no responde, por redes que se retroalimentan, por adultos que callan. Era siempre la misma historia: la primera vez es un nombre. La segunda, un rostro. A la tercera, ya no puedes dormir aunque quieras.

"Y tú, idiota, sigues intentando arreglarlo con verdad y justicia."
Nyx tragó saliva, oculto tras un Honda gris de cristales rotos.
"¿Qué harás cuando no puedas más?"

Tal vez esta vez aún estaban a tiempo.

Montecristo asume el peso de la conversación al comprobar cómo las palabras del amigo de Pagliacci han dejado a la Caitiff sumida en una profunda melancolía repentina. El Tremere notaba las oleadas de pesar que abrumaban a su compañera de Coterie. Él mismo sabía lo que era esa intensa sensación de culpabilidad. La había sentido al ver a Sienna, al chaval que quería hacerse el héroe y jugarse la vida, al ver a Hex convertida en algo que desprecia. La inmortalidad a veces no salía a cuenta.

Sin embargo, la historia de la joven Ellie le daba una oportunidad para centrar la mente en otra cosa que no fuera el tiempo corriendo, la Coterie en peligro y el misterio de aquellas viejas monedas. Su olfato de detective se había disparado.

Jameson apenas pudo contener las lágrimas y por primera vez desde que Pagliacci puede recordar se queda perplejo, sin palabras. La Caitiff intuye que las palabras se acumulan, que un torrente de preguntas asoma en la mente del experimentado periodista, pero la imposibilidad de encajar tantas piezas, tan complejas y extrañas, al mismo tiempo, le hace quedarse en silencio ahogando un sollozo de pura angustia. A duras penas podía asumir que Melinda estaba en un peligro potencialmente mortal como para cargar con idéntico destino para alguien aún más inocente, alguien que nada tenía que ver con los tejemanejes vampíricos.

Pagliacci era consciente de que la información que había puesto en manos de Jameson era una bomba de relojería que, en las manos y oídos equivocados, en posesión de gente que sabía más que la media de los mortales, podía tener consecuencias nefastas también para la estirpe nocturna. Y aún así, sentía que era lo más éticamente correcto que podía hacer. Quizá para acallar las voces de su propia mente.

Jameson se calma un poco después de asentir a Pagliacci y mira a Montecristo.

- Después de clase me mandó un WhatsApp para decirme que iba a darse una vuelta con una amiga de la infancia -a pesar de su estado emocional, su voz suena serena y sus ideas claras- Pero no ha vuelto y eso es muy extraño en ella. Por eso he llamado a la policía.

El hombre parece querer excusarse, aunque Pagliacci entiende que es la reacción normal que cualquier persona normal tendría en su mundo normal. Aunque Jameson vive sin saberlo en un mundo que no es normal.

- ¿Por qué van a venir a por mí? No lo entiendo, no sé nada de ninguna trama como esa... ¿por qué dices que me has metido en esto? Y... ¿cómo vais a ayudarme? Es un asunto para la policía, ya están en ello...


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Nyx sintió el peso de la responsabilidad moral sobre sus hombros a pesar de no conocer al amigo de Jameson ni a su hija. En cierto modo, a pesar de ser una sensación amarga, no dejaba de ser una sensación que aún le hacía sentir un vínculo con sus días como mortal. Quería pensar que sentirse afectado, o directamente interpelado, por este tipo de sufrimiento humano le alejaba del camino de la depravación que temía que cada vez era más numeroso entre sus primos de especie.

El Brujah intentó despejar los pensamientos de su mente mientras estaba agachado detrás de aquel coche. Era consciente de todos los frentes que acechaban al grupo y de la necesidad de encontrar una salida airosa cuanto antes. Y no tenía buena sensación con aquel grupo de motoristas husmeando por aquel lugar alejado de su territorio natural.

Nyx llega con la conversación ya empezada, aunque llega a distinguir la voz raspada del líder de los Sons of Blood y la contestación del policía.

- No queremos problemas, señor agente, puede cachearnos si quiere. No hay nada raro, y las armas son reglamentarias.

- Mire, lo mejor es que dé media vuelta y salga de Manhattan, ¿de acuerdo? No sé si ha visto los controles de seguridad que hay, si se quedan por aquí tendré que llamar directamente al FBI y que ellos hagan esas comprobaciones.

- Bueno, ¿qué necesidad hay de eso? No se preocupe, ya le digo que sabemos lo que hay, no es momento de hacer tonterías, claro, no se preocupe... De hecho, de eso quería hablarle, porque hemos oído que hay gente que quiere liarla durante la cumbre, ¿sabe? Ya sé que no somos los ciudadanos más modélicos, pero tampoco queremos que esto se convierta en un sindiós, ¿sabe?


OFF: Necesito una tirada de @DarkOsca de Compostura + Sigilo a dificultad 2 (recuerda el Ansia 2)

La vampira se sintió culpable y furiosa, las emociones se entremezclaban en una cocción lenta que amenazaba con tumbarla o hacerla estallar. La intromisión de Montecristo, encima, no hizo sino empeorar la situación. El brujo ni se había molestado en mostrar una apariencia de humanidad y mantener el color de sus mejillas. Quizás Jameson no le diera importancia, pero para la huérfana era la puta gota que colmaba el vaso.

-Joder, Montecristo.- Dijo ella, fulminándolo con la mirada, no hacía falta añadir más.

Después se encaró hacia el editor y trató de reunir toda la calma posible para añadir:

-Este hombre es policía también, está investigando las desapariciones.

Tragó con dificultad y continuó.

-Te he metido en esto, decía, porque es un asunto muy turbio, contra gente muy, muy poderosa, que está dispuesta a lo que sea con tal de tapar la trama. Estamos hablando de Adam Rand, nada más y nada menos, prácticamente un senador de los EEUU. Sus contactos llegan a todas partes, desde el departamento de policía hasta la universidad de Columbia, en la que Modi Damodardas y Virgil Santos dirigen la trama de tráfico de personas. Hablamos de un caso como el de Harvey Weinstein o peor. Siento haberte metido en ello, porque no soy yo la única que puede pagar las consecuencias, sino también tu familia.

Dos lágrimas abandonaron sus ojos, emprendiendo un descenso invisible hacia su barbilla y, después, hacia el marmóreo suelo del museo.

-Aquí está todo lo que sé, todo lo que he podido reunir, en este teléfono robado. Ten cuidado, Jameson.

La huérfana dio un paso atrás, incapaz de soportar la culpa.

-Por favor- Le dijo a Montecristo- Acompáñalo al exterior por la puerta del almacén.

Montecristo apartó la mirada de Pagliacci casi de manera instantánea. Su paciencia tenía un límite y se estaba cansando de ser el muñeco kani de la periodista. Pero aquel momento, y aquel lugar, no era el momento adecuado para perder los estribos, así que una vez más dejo pasar el insulto soslayado de la caitiff. Tal vez, debería pensar la pariah, que los poderes ocultistas de Montecristo abarcaban la adivinación, o que por cualquier motivo, debiera conocer los más de medio millón de miembros del NYPD que calcula debieron pasar desde los 70, cuando él estaba en el cuerpo.

No enervó la sangre para ruborizar su piel, pero si soltó un leve suspiro de hastío que pareció de lo más humano. Sin mediar más palabra se levantó y abrió su brazo, indicando a su al parecer colega, la salida que Pagliacci le había indicado.

Mantuvo el silencio algo cabizbajo durante el breve trayecto. Abrió la puerta y le indicó la salida.

- No se preocupe, señor Jameson, encontraremos a su hija - hizo una pausa - y también encontraremos a la mía.

Nyx estaba fuera, Montecristo se había llevado a Jameson. Por un instante, estaba sola. El sonido lejano de las radios y las sirenas, de los motores, de la ciudad quedó amortiguado por sus propios pensamientos, por su propio dolor. Pagliacci se sentó a llorar y dejó que las lágrimas fluyeran, hasta secarse.

Después se levantó, recogió el rifle y se puso en movimiento, sabiendo que no podía volver allí, que su tiempo en aquel museo estaba contado, que había sido un regalo, pero que era y seguía siendo una paria, una descastada, una presencia nunca bienvenida, una verdad incómoda, una víctima silenciada.

Buscó en silencio una salida, una diferente a la que había tomado el brujo, más por evitar al editor, que al Tremere. Se movió rápido tratando de llegar a la calle, buscando a Nyx, poniendo en orden sus pensamientos.


[Compostura + Sigilo para salir sin ser vista: 2 éxitos.]

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