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DÍA VEINTE: LA PEOR NOCHE DE MI EXISTENCIA
-¿Qué miras, gilipollas?
Aquella frase llevaba una amenaza implícita. Un chico alto, fuerte, con el cabello rapado y mirada amenazadora, con una camiseta con la ideología de moda, y sobre todo, ganas de buscar bronca y marcar su territorio como macho alfa. Su jauría de seguidores lo respaldaba detrás, entre risas, miradas burlonas y el turbio ajetreo de la ebriedad.
-Nada, nada...-respondió Adam, intentando tranquilizar el ambiente, y que aquel matón se marchara en busca de otras presas.
-¿Cómo qué nada? ¿Y esto? ¿No lo ves?
Aquel chico lanzó su mano abierta como un rayo, y Aniceto se tambaleó debido al impacto, sorprendido, dolorido y asustado. Risas.
-Oye, ¿tú de que vas?
Tony había llegado como un caballero. Era el líder implícito de la pandilla, siempre atento a todos. El matón sonrió, satisfecho de haber encontrado la bronca que buscaba.
-Voy de que tu amigo se me ha quedado mirando como el gilipollas que es.
Tony le devolvió la bofetada. El matón lanzó un golpe. Sus amigos silbaron, y como una señal implícita, todo terminó estallando. Los amigos de Adam y Tony contra el matón y su jauría en busca de gresca. Se lanzaron vasos, botellas. Se intercambiaron golpes y alguien sacó una navaja.
Tony se quedó paralizado por la sorpresa al sentir la punzada en el vientre. Y siendo consciente de que la muerte estaba sobre él, miró a su amigo y le dijo:
-Adam...llama a la policía.
Y el terror hizo que Adam saliera corriendo. No en busca de la policía, sino lejos de aquel escenario donde la muerte acechaba. Corrió enloquecido por las calles sin rumbo hasta que de repente unos faros destellaron y lo dejaron paralizado. El sonido de un claxon, un empujón por los aires, el golpe contra el asfalto, y todo había terminado.
Y Adam se había encontarado en el inframundo, una víctima del azar.
Tony le miraba con una sonrisa afilada, y sus ojos vacíos. Con una mancha de sangre en su vientre que se extendía por el suelo. Adam volvía a estar aterrorizado.

-Me has vuelto a abandonar, Adam. Siempre serás un cobarde. -Aquella voz era la de Tony y a la vez no lo era. Era algo oscuro y profundo, algo que nunca lo abandonaría.

Las carcajadas del Olvido sacaron a Adam de su Tormento, mientras volvía a sufrir el dolor de la peor noche de su existencia.

DÍA VEINTIUNO: UNA DIETA ESPECIAL
A Kate le encantaba ir a casa de la abuela. A pesar de que alguna vez le habían sugerido ir a vivir a la gran ciudad, a la abuela Marine le gustaba vivir en su casita de madera junto al mar. No tenía muchas cosas, pero era alegre y acogedora, y todo estaba lleno de recuerdos. Kate comprendía por qué la abuela quería vivir allí.
La abuela Marine sabía muchas historias sobre el mar, de naufragios, piratas, viajes y otras muchas cosas. Había enviudado joven y no había vuelto a casarse, prefiriendo criar a su hija a solas. Sin embargo a su hija no le gustaba el mar, y le había dado la espalda para vivir con su marido en la gran ciudad. Marine se conformó, y siguió disfrutando de su vida junto a las olas. De alguna forma, lo estaba compensando con su nieta.
Viuda y sola, la abuela Marine había tenido que apañárselas, remando en la barca del abuelo Henri, remendando las redes y pescando por su cuenta. El mar le proporcionaba el sustento, con redes llenas de peces y mariscos que vendía en el mercado, y lo que sobraba iba a parar al puchero o se convertía en abono para el huerto. No se desaprovechaba nada.
Y viviendo al lado del mar, la abuela Marine era una gran cocinera. Sabía hacer ricas parrilladas de pescado y marisco, conservas de pescado y marisco, y algo que pocas personas sabían, es que sabía cocinar las algas que recogía del mar. Su comida nunca se hacía monótona. Un día podía haber anchoas, otro día jureles, merluzas, salmonetes, anguilas, lenguados, rapantes, pescadillas, pulpo, gambas, cigalas, cangrejos...La abuela sabía hacer de cada comida una fiesta.
Sin embargo, la propia abuela comía poco, sólo unos pocos pescaditos poco hechos, y que a veces tenían el aspecto de estar crudos. La abuela sonreía y decía que su dieta era lo que le permitía vivir llena de salud y alegría.
Cuando la abuela salía a pescar, a veces Kate la acompañaba, y otras paseaba por la playa bajo la atenta mirada de sus padres. En una ocasión había visto una foca tomando el sol entre las rocas, y Kate se había maravillado ante los ojos grandes y alegres de aquel animal, y sus bigotes grandes y graciosos, y su sonrisa grande y graciosa. De alguna forma a Kate aquella foca le recordó a su abuela, y como si lo confirmara, el animal le hizo un guiño con mirada de complicidad, antes de sumergirse en el mar con un chapuzón salpicado de espuma.
Los días en la playa y junto a su abuela llenaron de dicha la infancia de Kate, y cuando llegó el momento inevitable en que la abuela se fue, Kate miró debajo de su cama y se encontró con el mejor regalo que la anciana podía haberle hecho.
Una piel de foca llena con la alegría y la felicidad de Marine. Y Kate supo por qué a su abuela le gustaba el pescado crudo.

DÍA VEINTIDÓS: LA MODA NUNCA MUERE
Emily observó con ojo crítico la pasarela. Un desfile de apuestos jóvenes deleitaba sus ojos, exhibiendo sus modelos, y cultivando el orgullo en su interior. De una humilde modistilla y costurera había pasado a ser toda una diseñadora cuya palabra bastaba para elevar y hundir en el competido mundo de la moda. Debido a su situación, a menudo debía sentarse en un segundo lugar y hacerse pasar por una crítica, pero había aprendido a que los diseñadores aceptaran sus sugerencias, y aunque el nombre de Emily no se pronunciaba, unos pocos sabían muy bien dónde encontrar su obra. Bastaba con ojear cualquier publicación decente sobre el último grito de vestidos.
No había sido fácil, por supuesto. Había tenido que pulir sus instintos, templar sus apetitos, pero había sabido aprovechar sus dones para catapultarse a lo más alto...y también había sabido deshacerse de rivales especialmente difíciles. Sentía algo de lástima por haber tenido que eliminar talentos, pero ella estaba por encima de las presas. Así de sencillo.
Pero los desfiles de moda servían para algo más que exhibir sus modelos y deleitar su vista con orgullo.
-Me quedaré con ése -dijo cuando uno de los modelos, un chico hermoso de rasgos andróginos y vestido con un modelo negro y violeta se detuvo y dio una vuelta, mirando hacia el público.
Su asistente Armand asintió y bajó la vista. Su ama ordenaba, él obedecía.

Emily aguardaba con impaciencia. No se trataba tanto de una velada romántica, como de un sustento más básico y sangriento. Le gustaba alimentarse de modelos guapos, vestidos con sus hermosos diseños. Era como tomar un vaso de buen vino en una copa de cristal de primera.
Alguien llamó con suavidad a la puerta de su habitación. Armand, siempre eficiente y sumiso, apareció en el umbral.
-Srta. Barberi, le presento a Derek Diamond.
En cuanto Armand se echó a un lado, el chico entró en la habitación, vestido con su modelo negro y violeta. Miraba hacia abajo, tímido, lo cual agitó el ansia de Emily.
Déjanos a solas.
Emily se acercó al chico. Éste aguardaba en medio de la habitación. Posiblemente esperaba un encuentro sexual, un precio a pagar a cambio de fama y dinero. No sabía que se encontraba para sacar el hambre de una vampira.
-Mírame.
Emily se acercó, atrayendo a su presa con su fascinación sobrenatural. Lo besó delicadamente, y notó cierta reticencia que no hacía sino incrementar su hambre. Jugaba con su presa, acariciaba la suavidad de su hermoso diseño. Lo abrazó contra sí y lo besó. Sus labios se deslizaron por sus mejillas antes de dirigirse hacia el cuello...
Y el deseo de Emily se vio interrumpido por una repentina punzada en el pecho. El deseo se convirtió en sorpresa y terror.

Derek respiró aliviado. Había acechado a aquella sanguijuela durante semanas antes de infiltrarse en su entorno como un aspirante a modelo. Aquel diseño amplio le había servido para ocultar la estaca. No esperaba tener que actuar tan rápido. Pero por suerte, Armand le ayudaría. Los malos tratos de Emily habían generado suficiente descontento para aborrecerla y querer deshacerse de ella. En cualquier caso, debía actuar rápidamente.
Abrió la puerta y Armand entró en la habitación. Traía un machete, un rollo de plástico negro y varias bolsas de basura.

Emily estaba aterrorizada ante su inevitable fin, pero la estaca no la dejaba moverse. En sus últimos momentos fijó la mirada en su diseño negro y violeta, su hermoso diseño...

DÍA VEINTITRES: ¿PUEDEN AMAR LOS VAMPIROS?
Juana Rey aguardaba en las sombras. Había hecho creer a su perseguidor que estaba huyendo de él, cuando en realidad lo estaba atrayendo hacia una trampa. Y estaba tan enfurecido que sin duda no había pensado en ello. La muerte de su esclavo favorito, Ernesto Pachenca, el líder de los Tigres, lo había sacado de sus casillas. A los chupasangres nada les hacía rabiar más que la sensación de perder el control.
La propia Juana había sido una víctima de las bandas en otra vida. Y en la oscuridad había aceptado una vida nueva de manos de un antiguo espíritu de los incas, Atauchi, que en su momento se había sacrificado por el bien de su pueblo. Con la fuerza de Atauchi su alma había sido renovada, y juntos habían resucitado en un cuerpo nuevo, decididos a proteger a la humanidad, siguiendo la voluntad de los antiguos dioses olvidados, pero que no olvidaban.
El vampiro apareció, con los ojos inyectados de sangre en la oscuridad de la entrada del callejón. Tras un momento de duda, avanzó, aunque con una mirada de desconfianza, y hacía bien en tenerla.
Desde lo alto de la escalera de incendios, Juana llamó a la fuerza de la tierra, y de repente el no muerto se detuvo, aprisionado en sus pies. No duraría mucho tiempo así, pero tenía que ser el suficiente. Juana saltó y le colocó el Talismán del Sol en el cuello. Hubo un aullido de dolor y aquella criatura comenzó a arder en llamas, consumido por la luz de su enemigo.
Juana se separó rápidamente, mientras la criatura azotaba el aire e intentaba deshacerse de la tierra que aprisionaba sus pies. Finalmente, aceptó su derrota y dejó de agitarse antes de derrumbarse en cenizas.
-Voy contigo, Ernesto.
Aquellas últimas palabras del vampiro sembraron la duda en Juana. ¿Podían amar los vampiros? Siempre había creído que eran demonios poseídos por el impulso de acapararlo todo. ¿Podían ser capaces de redimirse? Era mejor no pensar en eso. No podía sentir compasión por unas criaturas que eran una amenaza para la humanidad que debía proteger.

DÍA VEINTICUATRO: MASCARADA
Michael disfrutaba de la fiesta. Era su primer Halloween en la universidad, y le encantaba el ambiente estudiantil. Cada fraternidad competía con las demás por llamar la atención, pero las mascaradas de disfraces sólo eran una excusa conveniente para montar una juerga de música, drogas y alcohol. Los chicos y chicas disfrazados de monstruos charlaban entre ellos y no se comportaban de forma muy distinta a cuando no llevaba el disfraz, quizás algo más desinhibidos por el ambiente de la fiesta.
A Michael le parecía bien. Hacía unas semanas que no veía a su novia Patty, y la fiesta era un desahogo para romper con su fachada de "niño bueno." A ver, no es que no quisiera a Patty...pero Michael consideraba que su relación era abierta, y quería algo más que una monogamia aburrida. Y Patty no tenía por qué enterarse.
Sonrió aviesamente, observando a las universitarias. Había una bruja putilla que tenía unas curvas despampanantes, y su disfraz sugería más de lo que mostraba. Se preparó para un encuentro casual y comenzar el divertido juego de la seducción.
Fue entonces cuando el diablo se cruzó en su camino.
Era un chico alto, rubio y de ojos azules, con un cuerpo de atleta, vestido con un traje rojo con capa negra, una diadema con cuernos y un tridente. Comenzó a hablar con la bruja y entonces su mirada se cruzó con la de Michael.
Era Julian. Pero no podía ser. Julian había muerto el año pasado. No, aquel chico era clavado, pero no podía ser.
Sin embargo, el diablo le lanzó una sonrisa, como si lo reconociera. Pero no podía ser.
La alegría de Michael se convirtió en intranquilidad. Intentó relajarse, pero no pudo evitar incomodidad. Apuró su vaso de vodka y decidió marcharse.
Estaba un poco bebido cuando llegó a la puerta de su habitación. Trasteó con la tarjeta identificativa cuando de repente, la dejó caer del susto.
El diablo estaba a su lado y le sonreía.
-Yo...yo...-intento formular una frase, pero el miedo no se lo permitía.
-¿Nos conocemos?
-Yo...yo...no, no.
-Oh, claro que sí, Michael.
-Yo...lo siento.
-¿Qué sientes? ¿Haberme matado para quedarte con mi novia?
Michael se quedó sin palabras. Las luces del pasillo comenzaron a parpadear.
-No te preocupes, Michael. Yo te perdono.
De alguna forma se sintió aliviado, aunque la sonrisa de Julian no era tranquilizadora. Parecía mas bien la de un tigre a punto de atacar.
-De hecho, debería estarte agradecido, ya que ahora tengo este cuerpo estupendo. Sin embargo, no puedo dejar cabos sueltos por ahí. Si alguien se entera de que Julian está muerto, me crearías incomodidades. ¿Lo entiendes, verdad?
-No...no.
-Eso es. Sabía que lo entenderías. Y ahora, desaparece.
Julian extendió su mano abierta, al mismo tiempo que sus ojos se oscurecían como dos pozos al abismo. Michael retrocedió, asustado, sin darse cuenta de que detrás de él se había abierto un portal hacia el olvido. Manos cadavéricas lo arrastraron al más allá y su grito no llegó a oírse antes de que el portal se cerrara tan rápidamente como se había abierto.
Begimo el Verdugo sonrió satisfecho. Todavía tenía tiempo de regresar a la fiesta y tomarse otro vaso de vodka a la salud de Michael.

DÍA VEINTICINCO: SIN FE
El padre George Brennan repasó las cartas que había recibido antes de dormir. Había mucho que hacer al día siguiente, la misión que Dios le había encomendado era importante, combatiendo a las fuerzas del mal donde morasen. La luz de la lámpara de su despacho parpadeó, y fue consciente de que había alguien detrás de él. Aunque no esperaba que alguien se introdujera en su privacidad, sabía que eso podía suceder. Aferró el pequeño crucifijo de plata que llevaba al cuello, un regalo de su madre, y se encaró con las sombras del otro lado de la habitación.
-Sal de ahí. No te temo.
Las sombras parecieron extenderse a ambos lados y una hermosa mujer apareció ante sus ojos. Del piel pálida, de ojos oscuros, y largos rizos de color negro azabache, iba vestida también de negro, como si fuera de luto, aunque su ropa era mas bien práctica.
-Deberías temerme, sacerdote.
El padre Brennan dio un tirón y rompió la cadena que aferraba su crucifijo y lo extendió hacia adelante.
-No des un paso más.
La mujer se quedo quieta, titubeante, como si hubiera tropezado con una pared invisible. Sus rasgos mostraron su molestia, pero después se relajaron.
-He venido a ajustar cuentas, sacerdote.
-Las cuentas que tienes que ajustar, monstruo, son entre tú y Dios. Te conozco, Camilla. En vida fuiste una ramera sin fe y terminaste cambiando tu alma por la vida eterna como Cainita.
Los rasgos de Camilla se contrajeron, con un gesto de burla y extrañeza.
-¿Crees conocerme? Tuve fe, sacerdote, hace mucho tiempo. Antes de que tú y tu secta de bebedores de vino la arruinarais. Echasteis a mis padres a la calle, y tuve que sacar a mis hermanos adelante. No hubo piedad ni misericordia ante las deudas. El jamón bien curado al que le rezaban los sacerdotes valía más que el hogar de una familia.
-Pudiste haber rechazado al diablo...
-¿Rechazado? Los demonios vinieron a nosotros en la noche. En la calle éramos una presa fácil. Devoraron a mi familia. Arrojaron a varios de nosotros a una tumba fría con la sangre maldita ardiendo en nuestras venas. Los que salimos nos atacamos como bestias caníbales, y sólo yo sobreviví, por pura suerte...¿De verdad crees que me conoces?
El sacerdote titubeó, pero no soltó el crucifijo.
-Pero yo a ti sí te conozco, George Brennan. Un sacerdote de la Sociedad de Leopoldo. Y un hipócrita. ¿Quién calló cuando uno de sus compañeros fue acusado de abusar de los niños de su parroquia en Liverpool y dio órdenes para que todo fuera silenciado y que fuera trasladado sin ruido ni justicia? ¿Quién ordenó la muerte de aquella familia "contaminada" que había servido a un vampiro sin saberlo para reconocer después que quizá se había extralimitado? ¿Quién torturó a la hermana de un vampiro y la obligó a pedir auxilio por teléfono a su hermano? Tu Dios sólo es una conveniencia para excusar tus pecados, hipócrita.
Las palabras de aquel demonio martilleaban sobre la conciencia del padre Brennan, haciéndolo dudar. Aferró con más fuerza el crucifijo de plata, pero Camilla había visto que sus palabras causaban el efecto deseado y no dudó. Rápidamente se lanzó hacia delante y le rasgó la garganta.
-Adiós, padre Brennan. Me alegro de que al final haya conseguido romper tu fe y que tu propio Dios te haya abandonado. Arde en el infierno en el que crees.

DÍA VEINTISEIS: LUCHAR HASTA LA ÚLTIMA GOTA DE SANGRE
-No me queda munición -Gerald Cotten miraba preocupado su pistola último modelo modificada con un toque de ayuda de la Tejedora. No era algo que a Francis le gustara, pero el arma era efectiva y el corazón de Gerald estaba en el lado de Gaia. De hecho, Gerald había resultado muy útil como guía en las entrañas de la ciudad. Conocía los lugares peligrosos que evitar, a un par de espíritus a los que pedir ayuda y lo más importante, conocía el objetivo a batir.
De hecho, si se encontraban en aquella situación, no era por culpa de Gerald. En principio, todo había ido como la seda. Si a Rascatripas no le hubiera parecido gracioso burlarse de la calvicie de un guardia de seguridad, no habrían llamado la atención. Lo que se convirtió en un intercambio de insultos, había terminado en una alarma. Lo peor de todo es que los guardas sabían que eran hombres lobo.
Una bala de plata había acabado con un sorprendido Rascatripas. Entonces se había desatado el caos. Intercambio de disparos. Gritos cuando Rowenna había estallado de furia y había adoptado la forma Crinos. Había conseguido acabar con cinco guardas antes de que fuera abatida con más plata. Pero seguían viniendo más.
Gerald, Francis y Katty habían decidido retirarse a una posición preestablecida, por no llamarlo huida descarada, pero las puertas del edificio habían sido bloqueadas. Katty había resultado herida intentando abrirlas, pero no cejaba en su empeño, tratando de utilizar sus dones. Necesitaba tiempo, así que Francis y Gerald se dedicaron a cubrirla, en una resistencia desesperada.
-Se nos acaba el tiempo -dijo Francis. Katty ¿Puedes darte prisa?
Katty no dijo nada, armonizando sus sentidos con el mundo del espíritu, mientras la puerta crujía.
En esos momentos, Gerald miró a Francis con una sonrisa triste.
-Preparaos para salir y no miréis atrás.
Francis se asustó. Comprendió que Gerald tenía un último truco y no iba a ser agradable.
En esos momentos Gerald cambió a su forma de lobo feroz, pero había algo más. No era un lobo normal, sino una bestia hecha de metal y engranajes, que vomitaba fuego y humo por sus fauces y cuencas oculares.
Francis estaba paralizado. Nunca había visto antes semejante don. Quizás tuviera algo que ver con el espíritu de locomotora al que Gerald y sus compañeros de clan rendían pleitesía.
En cualquier caso, aquel lobo feroz se lanzó contra los guardias de seguridad, mientras las balas de plata golpeteaban su piel metálica. Gerald se convirtió en un relámpago gris acero envuelto en llamas, abrasando todo lo que se encontraba a su paso hasta llegar al otro extremo de la sala. Y de repente hubo un fogonazo y estalló, en medio de gritos de terror.
Las puertas se abrieron y Katty salió de su trance.
-¡Vámonos!
Con reticencia, Francis miró hacia atrás. No había ni rastro de Geralt. Sólo cadáveres calcinados y escombros. Cuando llegaran junto al clan, Francis se encargaría de que Gerald fuera recordado, un amigo que se había sacrificado y lo había dado todo para que sus compañeros pudieran sobrevivir. Maldito fuera aquel Fetiche que tanta sangre les había costado.

DÍA VEINTISIETE: ALGO POR LO QUE VIVIR
Hacía tiempo en el que había sido temida y poderosa, dirigiendo una de las alianzas de magos más poderosas. El orgullo la había llevado a enfrentarse con enemigos demasiado peligrosos, y aunque había vencido por poco, había quedado tan debilitada que no pudo detener a quienes deseaban su caída. La acusaron falsamente, ella escuchó apática los cargos, y había sido expulsada de la capilla.
Lo peor de todo es que había perdido gran parte de su magia. Sus Talismanes, sus Manantiales, sus Familiares, todo le había sido arrebatado, y en la lucha contra sus enemigos su propio Avatar había sido dañado al quedar atrapada en la barrera entre mundos, de la que apenas había podido liberarse arrancándose una parte de sí misma para no quedar prisionera en el más allá. Era un milagro que hubiera sobrevivido, y aún así era una sombra de sí misma.
Acostumbrada a que otros la obedecieran, no había sabido seguir con una vida mundana, y finalmente había sido desahuciada y sin saber muy bien cómo, terminó en la calle.
Habían sufrido golpes muy duros, pero aún así, todavía seguía aferrándose a la vida. Ella, que había hecho inclinarse a los Señores de los Otros Mundos, había sido reducida a una mendiga harapienta, de la que nadie se acordaba. De hecho, la mayoría la creían muerta, consumida por la Paradoja.
Las arrugas habían aparecido en su rostro que en otros tiempos había sido hermoso, incluso con cien años. Sus articulaciones habían envejecido, y sin embargo, allí seguía.
¿Qué es lo que le daba la fuerza para seguir adelante?
Cuando todos le habían dado la espalda, otros que antaño había ignorado habían acudido a ella. Un gato le ofreció su cariño instintivo en un día especialmente malo, pero fue suficiente para que Auriana sonriera. Y después vino otro, y otro...Alguna vez había oído que para convertirse en una loca de los gatos se necesitaban cuatro, pero ella tenía toda una colonia a su disposición, de la que era una feliz protectora.
Todavía había chispas de su antiguo poder para protegerse a ella y sus seguidores felinos del excesivo frío y del excesivo color. Cuando iba al supermercado y la miraba con desconfianza, siempre había el cambio justo en su monedero para comprar la comida necesaria. Y cuando rebuscaba en los contenedores siempre encontraba una prenda limpia que le hacía falta.
Sí, aunque había perdido gran parte de su poder, Auriana había encontrado la felicidad a cambio. Nunca nadie la había visto sonreír tanto, acompañada de sus nuevos amigos, que le daban algo por lo que vivir y seguir adelante.

DÍA VEINTIOCHO: LO QUE ME HACE RECORDAR

A Daniel no le gustaba quedarse solo. Aunque ahora realmente nunca estaba del todo solo, el silencio de la soledad le aterraba. Por eso prefería estar siempre en compañía, charlar, y aunque no hablara, por lo menos estar rodeado de ruido y bullicio.
Cuando estaba solo comenzaba como un zumbido de moscas, casi como una risa zumbante.

Hola, Dani, ¿cómo estamos?

Nunca podía deshacerse del todo de aquella voz. Aquella voz que parecía conocerle íntimamente, hasta sus secretos vergonzantes. Le recordaba lo que había hecho en el vestuario del instituto para ganarse un dinero. Le recordaba la bofetada que le había dado a su madre cuando lo había sorprendido registrando su bolso.
Las drogas. Él no había tenido la culpa. Habían sido las drogas. Su cuerpo y su mente estaban encadenados e impulsados a conseguirlas. Si no fuera por las drogas las cosas no se habrían torcido. Ni hubieran aparecido las voces.

No, Dani. No fueron las drogas. Fuiste tú que no quisiste parar.

Las drogas hacían desaparecer las voces, pero atraían a las pesadillas. Cucarachas que trazaban signos en el suelo, en un baile imposible. Letras sanguinolentas o de vapor en el espejo del baño insultándolo, llamándolo cobarde.

Es que eres un cobarde, Dani. Un cobarde que siempre trató de echarle la culpa a los demás.

Cuando la policía lo arrestó, había delatado a sus compañeros. No calló nada. Trató de descargar todas las responsabilidades. Ellos lo habían metido en las drogas. Ellos habían robado. Ellos distribuían en los colegios. Él no tenía culpa de nada.

Tú tuviste la culpa como los demás. El juez lo dijo.

Su delación había servido para que le rebajaran la pena, pero no lo libró de la cárcel. Y uno de sus compañeros lo encontró en el patio de la cárcel y le dio una paliza de muerte. Terminó agonizando en la enfermería, mientras las moscas zumbaban sobre su cabeza, riéndose.

Es que eres de risa, Dani.

Y la tortura no terminó. En el más allá las voces continuaban. Su segador se había reído de él, y lo peor de todo es que las voces seguían riéndose de él, zumbando y burlándose en su interior, recordando todo lo que había sido. Por eso buscaba callarlas, por eso buscaba la compañía y el ruido.

Es fácil encontrar la paz, Dani. Sólo un saltito al abismo y el Olvido, y se acabaron las preocupaciones y las voces para siempre.

¡CÁLLATE DE UNA PUTA VEZ!

DÍA VEINTINUEVE: NO CONFÍES EN ALGUIEN CON COLMILLOS
Claudia disfrutaba con el arte, expresándose a través de la danza, sus pies en equilibrio, el cuerpo extendiéndose como el tronco de un árbol hacia el cielo, y sus brazos en testigo acompañando el ritmo de la música del baile de los pequeños cisnes. Habían sido meses de mucho esfuerzo y la pasión del baile, y aunque no podía verse, de alguna forma ella podía sentirse ligada al momento, representando la coreografía, convirtiendo el movimiento de su cuerpo en la expresión definitiva de lo que el ballet podía ofrecer.
Recordó no sin cierto humor que al principio el ballet le había parecido aburrido, los trajes le habían parecido ridículos, hasta que un día vio la belleza que podía ofrecer al mundo. Ese día fue especial para ella. Sus primeras plumas crecieron, escuchó el canto agridulce de los cisnes, y un revoloteo sobre su cabeza, y había entrado en un mundo de Ensueño.
Un mundo lleno de maravilla, sin duda, y también de pesadilla, no menos cierto. Jessica había disfrutado explorando y conociendo a otros, aunque también había aprendido a ser precavida. Su belleza de cisne provocaba fascinación, pero también envidias y celos.
Titubeó. Allí, en un rincón, con mirada fascinada, se encontraba uno de sus admiradores.
Panzagrís era un ogro de cuento, y se sentía atraído por ella. Frente a otros se mostraba terrible y feroz, pero la belleza de Claudia, la Doncella Cisne, lo embelesaba. Ella había detenido sus avances, pues la belleza del cisne debía inspirar no convertirse en posesión, y educadamente había rechazado sus regalos e insinuaciones.
Pero Panzagrís era insistente, y las negativas no lo habían calmado, antes bien confundía el rechazo como una invitación a seguir adelante, cada vez más audaz. Y Claudia sentía cierta preocupación. Estaba bajo la protección del Duque Ruiseñor ap Gwydion, pero no estaba segura de que eso detuviera a Panzagrís.
Terminó el espectáculo con un sonoro aplauso y Claudia se dirigió apresurada hacia su camerino. Un aluvión de flores la esperaba, así como una lluvia de halagos y parabienes. Sin embargo, Claudia se apresuró, lo más educadamente posible, alegando que tenía prisa. La llegada inesperada de Panzagrís a la parte de atrás del escenario con un ramo de rosas rojas la apresuraba todavía más.
El ogro llegó hasta el camerino abriéndose paso con exageradas sonrisas de dientes afilados y con miradas asesinas ante quien quisiera interponerse. Sin embargo, Claudia no quería que nadie sufriera daño y había advertido que nadie se enfrentara con él.
Abrió la puerta del camerino con cortesía y saludó:
-Enhorabuena a la estrella de la noche.
Sin embargo, Claudia estaba de espaldas a la puerta, quitándose el maquillaje frente al espejo.
-Gracias, pero te dije que no quería verte más.
-Creo que te precipitas. No soy alguien tan fácil de rechazar. ¿No ves el amor que siento por ti?
-Lo que llamas amor no es más que tu obsesión personal. Yo no te amo, Panzagrís, y tu insistencia me molesta.
El ogro inspiró hondo, mordiéndose el labio inferior con cierto enfado.
-Estoy intentando ir por las buenas, Claudia.
-¿Por las buenas? ¡Me has estado acosando semanas! ¡Has amenazado a mis amigos y próximos! ¿A eso lo llamas amor?
-El amor adopta muchas formas... Y todo podría terminar felizmente si aceptas que en el fondo me amas.
-¡Y esto no es una de ellas! ¡No he cambiado de opinión! ¡Antes bien, has hecho que te aborrezca!
Panzagrís inspiró hondo, y su piel adquirió un tono gris rojizo, mientras que sus ojos parecían dos brasas candentes.
-¡Mira cómo me has enfadado! ¡Cómo te atreves a enfrentarte a mí! ¡Ingrata!
Y en esos momentos Claudia extendió el manto del cisne. El canto de las aves resonó en el camerino y su furia terrible como una tormenta de invierno pareció inundar la estancia.
-¡Mírame! ¡Escúchame! ¡Haz algo más que escucharte a ti mismo! ¡Soy libre de amar a quien quiera! ¡Sirvo al amor y nadie es mi dueño! ¡Ni el miedo con que me amenazas puede derrotarme!
Panzagrís parecía mucho más pequeño. De repente parecía que un enorme y majestuoso cisne había llenado la estancia. El canto de las aves atronó sus oídos, el sonido de una bandada alzando el vuelo invadió su mente.
Aquel día el ogro aprendió que por bellas que sean, no todas las princesas de cuento están indefensas. Durante muchos días anduvo cabizbajo y temeroso, asustándose hasta de las palomas de la calle, y dejó en paz a Claudia.