Webvampiro

Aparentemente has pasado la prueba, la señal es que vuelve a la rapidez vertiginosa de beber su té ardiente.

Muy astuta, señora. Simplemente he atado los cabos sueltos que quedaron en la celda de la prisión. Especialmente los de tu padre, todo el mundo está hablando de su generosidad.

Chasquea los dedos y muchos pasos parecen perderse en la oscuridad de los pasillos, ahora sí deberían continuar la conversación sin oídos curiosos.

Tranquila, Anaís. El buen Alessandro está protegido y lo seguirá estando por mucho tiempo. Tienes mi palabra, asesina.

Sonríe aclarándote que ya lo sabe todo de ti.

Podrías haber entrado sin preguntar con tus habilidades de cerrajería, directora del gremio. Sin embargo, respetaste el trato y viniste a golpear humildemente a mi puerta. Quédate tranquila que la mansión Perugi está a salvo. Nadie intentará acercarse a ella con propósitos nefastos. Y si alguien osare burlar la vigilancia que he montado a sus alrededores, sufrirá las consecuencias. Lo mismo si alguien de mi gente se distrajere… estará en serios problemas.

Vamos, el queso está bueno y el té frío es bastante insípido.


Su actitud sigue siendo tan acogedora como en la celda. Sabes que habla en serio, carece de motivos para mentir. Ha demostrado un sentido del honor que supera a la nobleza obliga. Su sangre nada tiene de azul y cumple su palabra al pie de la letra. Completamente distinto a la aristocracia rancia que busca subterfugios para obtener ventajas al escribir contratos que solamente beneficien a su riqueza sin importar el perjuicio del resto.

Dudo un momento antes de recuperar el brazalete. Tengo muchos otros similates, podría decir. Lo que ésta pieza vale soy yo quien lo decide, y al tener muchas otras piezas similares, lo que vale para mí es definitivamente menos de lo que te voy a pedir.

Pero creo que Angelino se ofendería si hago ésos argumentos.

Lo que definitivamente me sorprende mucho son sus conocimientos. Por supuesto que yo entiendo lo valiosa que es ésta pieza, pero no imaginaba que tenía una relación profunda con la familia Perugi.

Muy bien, digo. Pero tampoco yo soy estafadora. Lo que yo hice por tí tiene gran valor, pero fue sencillo, por lo menos para mí. Y cumplir con lo que pido, aunque no tan valioso, es una tarea muy compleja. Así que, si lo logramos, la deuda estará saldada.

Como correctamente has deducido, ni mi padre ni yo somos criminales... Bueno, mi padre por lo menos no lo es. Creo que desde que los he liberado yo, personalmente, sí que tengo el honor. Sonrío y hago un guiño. Pero se mantiene que no fuimos encarcelados con un verdadero pretexto. La verdad es que, tratando de salvar las vidas de mis primos, yo fuí atacada por los guardias. No sé cómo habrán escuchado ustedes la historia de Museo y la oreja, pero para ellos fué una justificación conveniente para encelarnos a mí y a mi padre antes de que nosotros pudieramos denunciarlos a ellos, en combinación con una daga que yo llevaba en mi morral, por motivos no relacionados.

Tomo otro bocado y lo bajo con el té, que está ahora a una temperatura más acorde a mis hábitos.

Lo que sospecho es que, al encerrarnos con ustedes, lo que ellos esperaban era un grupo de criminales salvajes desatando frustraciones contra una familia rica, en contraste a lo que sucedió realmente. Los muertos no pueden defender sus argumentos, después de todo. Y aunque éso no sucedió, como sabes, el rumor terminó expandiéndose, y el nombre de mi padre, junto a toda su carrera, quedó en el barro.

Su único crimen fue salvarle la vida a una anciana, a un niño de seis años, y a una bebé de dos.

Decido no mencionar la otra consecuencia indirecta: La locura de mi madre.

Lo que yo quiero, entonces, es evidencia de la conspiración. Hay por lo menos once guardias que conocen lo que sucedió realmente. Lo sé porque ellos mismos nos ayudaron en el hospital mientras salvábamos dichas vidas. No sabría dar referencias de nombres ni descripciones claras, pero hay una forma fácil de identificar por lo menos a uno de ellos. Apunto a la parte superior de mi oreja derecha.

Hurto, extorsión, soborno, o incluso una falsificación suficientemente buena. No me importa el método, pero la operación debe ser sutil, el resultado innegablemente condenante y, naturalmente, nada de ésto debe ser rastreable al apellido Perugi. Una vez lo tenga, yo me ocuparé del resto.

Dejo la taza sobre la mesa.

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