Los Pastores de Caín y Las Reinas de la Misericordia

Benezri…El segundo Obispo que entró en el Zarpas y Cuchillos aquella gélida madrugada, se tomó la molestia de recoger al mortal que yacía desmayado junto la puerta y después de reanimarlo, introducirlo en el local, evitando posiblemente que muriera de congelación.
Aquel oscuro personaje, de mirada profunda, con los brazos completamente decorados con circulares dibujos que imitaban brazaletes escritos en grafía arabesca, y cuya singular perilla aceitada, despuntaba bajo su barbilla, de un modo tal, que provocaba hilaridad en sus más acérrimos detractores en la ciudad, había acudido en aquella ocasión, en calidad de embajador.
Se decía, se comentaba, se rumoreaba, que el ritual que iban a presenciar sus más augustas personalidades de la ciudad de los milagros oscuros, traería concordia y paz a los cainitas que en ella habitaban. Y qué mejor escenario que aquel, para recibir al incuestionable defensor de la bandera de la concordia, el valedor de la palabra…el poeta de la noche.
Sin ser el líder de los Pastores de Caín, cuya responsabilidad recaía, sin embargo, en el Hermano Yitzhak, también sacerdote de la cofradía, Alfred Benezri representaba la cara política de la misma. Sus discursos y palabras, rivalizaban en firmeza y sabiduría con los de Valez y sin duda en agudeza y mordacidad con los de su más destacado rival, el ductus de 25:17. Y todo el mundo sabía, que de algún modo, esperaba su ocasión para asumir una responsabilidad, que desde hacía muchos años, pensaba que debía haber caído sobre sus hombros.
El Pastor venía acompañado de su ductus y de la aparentemente jovencísima Querubín, aquella niña vampiro, que a todos provocaba un sentimiento encontrado de ternura y horror, de tentación pecaminosa y culpa lasciva, pero a la que los más antiguos conocían como la guardaespaldas de los Mártires. Pese a su apariencia, la edad que realmente ostentaba, le impediría combatir en el ritual – por suerte para los otros participantes - y por aquel motivo, también había acudido la última incorporación a la manada, y chiquilla de Yitzhak, Sabrina.
El aspecto de aquel grupo de místicos, distaba mucho de lo que uno se hubiese pensado. Para la ocasión, habían elegido unos atuendos bastante elegantes, tratando de emular la apariencia de una familia acomodada del distrito de Westmount. Abuelo, padres e hija, siendo el anciano, un sacerdote practicante de alguna religión oriental.
Una vez dentro del local, los camareros se dieron cuenta de que Querubín no tenía asiento asignado, porque no se había anunciado su asistencia al ritual.
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Caballeros, por favor, no le den importancia a algo que no la tiene. - dijo el pastor con su profunda voz aterciopelada -
La niña se sentará sobre mis rodillas y contemplará el espectáculo sin molestar, ¿Verdad Querubín, querida? –. A lo que ella contestó con una inocente inclinación de cabeza, con ojitos de cordero degollado.
Cuando ya estaban asomando por las escaleras que descendían a la arena, sin embargo, fueron interceptados por otra pareja que acababa de llegar también justo detrás de ellos:
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¡Excellence! Qué agradable coincidencia. Con las ganas que tenía yo de besar su anillo – El cainita conocido como Sebastien Goulet, que había venido acompañado de su hermano Alex Camille, se plantó delante del Obispo con ademanes exageradamente amanerados, intentando alcanzar su mano, lo que provocó una situación bastante cómica, cuando el primero, aferró con fuerza la de la niña que llevaba cogida y sonrió de forma forzada mientras intentaba indicarle con la mirada y varios pequeños cabeceos, que aquel no era el mejor momento. Era un secreto a voces, que pese a que Goulet era firme defensor de la causa de los Pastores y de su candidatura a la archidiócesis, el Pander de los Pastores, no disfrutaba de la compañía ni del favor de las Reinas de la Misericordia, debido a sus más tradicionales y conservadores principios morales, heredados de su época mortal.