Webvampiro

Cada día las gentes de Nueva York se levantaban al amanecer, cubrían de sudor su frente con el esfuerzo de su trabajo e intercambiaban conversaciones en un centenar de lenguas, creyéndose que aquella metrópolis laberíntica era el centro del mundo. Nada más lejos de la realidad, pues arañas obesas y tenebrosas movían los hilos de los mortales desde el centro de sus redes, en impenetrables rascacielos.

-Ahora tienen una forma evidente de encontrarnos, Melinda - Dijo, recostándose en el sofá, rozando el cuero de su desvaída chaqueta con el plástico- Además de la magia, claro. No creo que a los tremere les resultara muy difícil echar unos huesos, cantar algunos versos en latín y ver nuestra silueta reflejada en un espejo o algo así.

Y, por si fuera poco, tienen dos poderosas razones para buscarnos. La primera de las cuáles es bastante evidente- dijo mirando Montecristo, que recogía abatido sus pertenencias- Además, no podremos ayudar a Melinda si nos capturan o asesinan. Si queremos salvarla, primero debemos ponernos a salvo nosotros.

La periodista respiró profundamente, verdaderamente temía que la Camarilla les diera caza y sabía que, a partir de este instante, sus cabezas tenían un precio.

- Pagliacci tiene razón - Los nombres de descendencia italiana siempre habían sonado con un tono jocoso en su boca. Por eso siempre maldecía cuando la víctima no tenía un árbol genealógico con ramas en Irlanda o Escocia. Y además, no era sino una paradoja más que hubiera elegido Morecristou como alter ego.

- Es evidente que tenemos la espada de Damocles sobre nuestra cabeza y una diana en el culo. - Quiso obviar, por su propia salud mental, las imágenes que se le emborronaban en la cabeza, donde su discípula era sometida a inhumanas torturas. - Existe magia de sangre que nos puede ubicar aqui. Es sólo cuestión de tiempo. - Echó un vistazo atrás, hacia el rincón más oscuro, y casi vio el fuego colgar de su retina. - Mañana todo ésto será pasto de las llamas - dijo intentando camuflar un deje de emoción con un carraspeo sobre la voz quebrada. - Y pasado, un montón de cenizas. - En su memoria se apresuró de forma paralela a intentar ubicar entre todos los grimorios, una receta que le permitiera confundir las cenizas de vástagos, las de ellos mismos, con las de un almacén humeante. No lo consiguió, al menos en aquel breve lapso de tiempo.

- Aquí os acogí una noche - no pudo evitar la solemnidad. La piña ante el infortunio. El momento en que la soledad del cainita desertor, en un particular destierro, había dejado de éstar menos solo.- Al menos, puedo estar orgulloso de salir por la puerta con vosotros, camaradas... - Alzo la mano con una copa ficticia - Brindo por ello.

Sacó el móvil mientras permanecía atento a las reacciones de sus compañeros de coterie, y se apresuró a agotar el último cartucho de aquella larga y negra noche.