(C) [La Finca] Cien años de soledad (Eva Espinosa)

[Variable]

El hombre salió trabajosamente del taxi y sonrió a Eva.

- Muchas gracias por todo -dijo-. No hace falta que me ayudes, de verdad. Te enviaré un wasap de esos para que te quedes tranquila, ¿vale?

[Livia]

Le tomó la mano antes de que terminara de salir del taxi. Se quedó mirándolo, intentó conservar ese pequeño instante para siempre en su memoria. Le apretó la mano con suavidad. Le daba un vuelco el corazón dejarlo marchar pero se hacía muy tarde.

- Pásatelo bien en las vacas,¿vale? -dijo, con una sonrisa despreocupada - Envíame fotos para darme mucha envidia. Y sí, ¡sé que sabes hacerlo! Así que, sin excusas, ¿vale? Te quiero. Ten muy buen viaje. Y que no se te olvide escribirme, ¿vale?

Eva le dejó ir al fin, continuó siguiendo su figura hasta que finalmente desapareció. Se tragó todo lo que sentía, tanto el miedo como la duda, pero tenía que comenzar a pensar como un zorro perseguido no como una cría a la que acababan de dejar el primer día en la guardería. Sorbió un poco por la nariz e intentó concentrarse. Su objetivo era llegar a La Finca pero tampoco sabía qué podía encontrarse por lo que no le pareció lo mejor llevar un conductor que le iba a poner pegas por la velocidad o sumergirse en una rápida huida. Buscó en su móvil un lugar dónde pudiera alquilar un vehículo lo más cercano posible y que estuviera abierto.

[Variable]

Raúl se despidió con un cariñoso beso y se marchó solo hacia su portal.

A esas horas los negocios empezaban a echar la persiana, era encontrar algo abierto. Por suerte, encontró un lugar en el centro donde alquilaban coches para turistas. Seguro que barato no era.

Sin embargo, al menos era algo.

[Livia]

Eva, como buena autónoma que era pidió ticket pendiente de hacer la factura que justificara el gasto y que le podía pedir tan tranquilamente por la app. Tras pagarle el soberano multazo al señor taxista, que se lo tendría que estar flipando con el drama griego a susurros en tres actos que se habían marcado en el asiento de atrás su tío y ella, Eva le deseó buenas noches, alguien a quién ya hasta había cogido algo de cariño después de que la paseara por todo el puto Madrid.

Se echó la mochila al hombro y se dirigió a la empresa de alquiler que le iba a sajar la puta vida, pero más valía vida sajada que vida sesgada. Después de ver los precios se quedó mirando al dependiente. Eso era guasa, ¿no? Madre del Cordero, si es que no había forma humana. La estaban incitando al latrocinio. ¡Al latrocinio! Ya se vengaría ya... aunque fuese echandole la web abajo un ratito. Bueno, eso no era venganza era justa retribución.

Mientras Eva terminaba de rellenar los papeles y contaba con pena cada billete antes de dárselos al dependiente lo único que pensaba es que estaba en esta vida nada más que para pagar. Después de eso, cogió su puto, flamante Mini negro. ¡Qué pasada después de un 600! ¡Qué comodidad!

- Pórtate bien. Sé fiel y veloz, mi buen Rocinante. Eres mío dos semanas -dijo, acariciando el volante. Después de eso, puso música y se dirigió a La Finca, pendiente por si le esperaban sorpresas.

[Variable]

El trayecto hasta La Finca fue tranquilo. A estas horas, en sentido salida, no había ningún tipo de atasco (aunque en el sentido contrario, sí).

El pequeño Rocinante llegó a La Finca sin problemas. ¿Cuál era el siguiente paso, Don Quijote?

[Livia]

Cómo le había gustado ese coche. Estuvo barajando quedárselo. Conocía bien la magia del siglo XXI y tras echarle su tiempo creía poder entrar en los ordenadores de la empresa. Iba a tenerlo permanente alquilado. Bueno, eso no era robar era una justa retribución por ese precio que sí que era un auténtico robo.

Aunque seguía de subidón, la verdad es que no se fiaba ni un pelo de nada. Eva aparcó frente a la puerta y observó la calle con detenimiento antes de salir. Ya no estaba acechando la casa así que podía permitirse ese pequeño lujo. Cuando se sintió segura, salió cerró con un click el automóvil (¡joder qué comodidad!) y abrió la puerta con cuidado. No es que fuera a molestar a alguien pero tenía todavía esa cosa en el cuerpo , de estar alerta, de ser prudente. Y le escamaba que Cortés no le había contestado aunque bien podía ser que le sudaba lo de abajo porque se creía intocable con su dinero y su fortín. Atravesó el jardín intentando ser lo más sigilosa posible y permaneciendo atenta. Volvió a repetir la jugada. Y tras abrir la puerta de entrada, hizo lo mismo.

No tenía muchas ganas de hablar con Cortés, y se fue directa a su cuarto. En mente tenía ponerse de nuevo con los códices, previa cena claro.

[Variable]

Cuando Eva llegó a la calle, vio que una de las motos negras estaba aparcada al inicio de la misma calle. Con temor, y puede que con premura, aparcó su Smart y entró en el chalet.

Nada más entró, la imagen que vio la sorprendió.

Daniel Cortés estaba reclinado sobre el suelo, levantando la mirada hacia ella. Iba vestido con una simple camiseta negra y calzoncillos. Sus manos estaban llenas de sangre y portaba un cuchillo con un extraño grabado. Su boca estaba abierta y mostraba unos largos colmillos. Bajo su cuchillo, había un conjunto de ropas de cuero negras, arrugadas, ensangrentadas y con un buen montón de polvo.

Cuando Eva entró. Daniel alzó la mano y dijo.

- ¡Espera, espera! -exclamó, algo nervioso-. ¡Puedo explicarlo! ¡Tranquila!

[Livia]

Ya iba con la mosca detrás de la oreja pero cuando entró, no supo identificar qué pasaba. Era como ver algo en la tele, algo que no te está pasando a ti, que estás cómodamente sentada en el sofá si no al desdichado protagonista de una película. Eva estaba petrificada con el corazón detenido, el aliento apresado entre las costillas como si le diera miedo soltarlo. No atinó ni a gritar. La mochila se le cayó del hombro y dejó las llaves colgando de la puerta. Se tapó la boca con ambas manos, como si eso fuera alguna clase de protección. No sabía qué coño era eso.No podía ni articular un pensamiento consciente. El instinto le estaba pidiendo que hiciera algo y ya pero tardó un buen rato en reaccionar.

Retrocedió un par de pasos. Con tranquilidad, que no se notase.

Eso no estaba sucediendo. No, no estaba pasando. No podía pasar. No era verdad.

Retrocedió otro par de pasos tomando una distancia prudencial para salir por piernas. Sí, así sin perder la visual como si fuera un tigre. Lo estaba haciendo perfecto.

- Pues ya puedes tener una explicación de puta madre... pensó en voz alta, como quien lo comentaba al protagonista de una película.

¿Dónde carajo había echado la pipa de su viejo?

[Variable]

Los colmillos se ocultaron y Daniel dejó caer el cuchillo al suelo. Se acercó un paso a ella, extendiendo las palmas de las manos.

- Vamos dentro, Eva, te lo contaré allí -dijo-. No quiero alarmar a los vecinos.

Se quedó quieto y pegó una patada hacia atrás, para echar el traje de motorista del suelo hacia la piscina cubierta. Tenía tantas cenizas encima que se desparramaron por las baldosas de la entrada.

- Mierda -exclamó-. Luego lo limpio.

Retrocedió en dirección a la puerta de la casa, dejando espacio a Eva.

- Por favor, ven conmigo.

[Livia]

Intentó tranquilizarse y no tuvo muy claro qué es lo que acababa de ver. ¿A su jefe cubierto de sangre en ropa interior apuñalando una gabardina? Se le puso cara de qué clase de puto pervertido era. Sí, era eso un puto pervertido. ¿No? Eso no iba bien no hacía falta tener el coeficiente intelectual de Einstein para darse cuenta que las cosas no iba bien.

- ¿Acabas de apuñalar un puto traje? -dijo con una mezcla de desconfianza y sin podérselo creer. Luego echó un vistazo a la ropa y a las cenizas. ¿Qué coño era eso?

Eva eres idiota y tu jefe es un puto pervertido. Se masajeó las sienes sin decidirse mucho. Al menos no tenía cuchillo.

Iba, o no iba. Porque después estaban los motoristas. Pero Rocinante le parecía un destino de ensueño para descansar en ese momento.

Tardó un buen rato antes de decidirse pero finalmente, entró porque tampoco tenía a dónde ir y fuera dónde fuese los motoristas la encontraban siempre.