


San Guinefort fue un perro francés del siglo XIII que recibió veneración como un santo popular después de que se afirmara que se habían producido varios milagros en su tumba.
Su historia es una versión del tema del "perro fiel," similar a la historia del perro Gelert de Gales. Guinefort era un galgo que pertenecía a un caballero que vivía en un castillo cerca de Lyon. Un día el caballero salió a cazar, dejando a su hijo pequeño en una habitación junto a Guinefort. Cuando regresó, la habitación de su hijo era un caos: la cuna estaba volcada, el niño no esta a la vista y Guinefort saludó a su amo con las mandíbulas manchadas de sangre. Creyendo que Guinefort se había comido a su hijo, el caballero mató al perro.
Entonces escuchó a un niño llorar; dio la vuelta a la cuna y encontró a su hijo tendido allí, sano y salvo, junto al cuerpo destrozado de una víbora. Guinefort había matado a la serpiente y salvado al niño. Al darse cuenta de su error, la familia enterró al perro en un pozo, lo cubrió de piedras y plantó árboles a su alrededor, construyendo un santuario para Guineforta. Los lugareños lo reconocieron como un santo para la protección de los bebés, y según los cronistas de la época, muchas personas peregrinaban al santuario, trayendo a sus bebés para que los curara el santo perro.
El culto popular a San Guinefort continuó durante varios siglos, hasta la década de 1930, a pesar de las reiteradas amonestaciones y prohibiciones de la Iglesia Católica.