(C) [La Finca] Cien años de soledad (Eva Espinosa)

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Segundos más tarde, y con una enorme resignación, Daniel se sentó en la misma silla donde habían cenado la noche anterior. No habían pasado ni 24 horas desde la firma del contrato. Cuando Eva se hubo sentado, Daniel intentó comenzar a hablar varias veces, con escaso éxito. Finalmente, consiguió decir algo.

- Soy un vampiro -dijo, sin más, no tenía mucho tacto, no parecía dársele muy bien-. A veces, mi existencia implica que tenga enemigos, como las cenizas y el traje de motorista que hay ahí fuera. Tenía que defenderme, no tenías que haber llegado tan pronto.

Empezó a frotar los dedos índice y pulgar de su propia mano izquierda, nervioso. Su imagen contrastaba enormemente con el aspecto formal y poderoso que había exhibido la noche anterior.

- No te asustes, ¿vale? No soy como Drácula. Bueno, sí, pero no igual, te prometo que no te he hecho nada, ni estaba interesado en beber... Err.

Se dio cuenta que quizás estaba incluso empeorándolo.

[Livia]

Eva apoyó un codo en la mesa y se quedó mirándolo mientras hacía esfuerzos por hablar. Se quedó un buen rato en silencio. No es que careciera de mal cuerpo, pero verlo tan torpe, tan incapaz de comunicarse como le sucedía a ella, terminó haciendo que empatizara. Así se le parecía mucho, estaba empezando a perderle un poco el miedo y, desde luego, no parecía el mismo que creía que estaba jugando con ella. Desoyendo su propia voz interna, hizo lo que tantas veces le hubiera gustado que le hubiera pasado a ella. Simplemente, que alguien se sentara a su lado y le dijera que todo iba bien. Así que levantó la silla a pulso y la llevó hasta su lado.

Si no hubiera pasado eso simplemente, quizás, le hubiera visto como una amenaza y buscado la forma de escapar.

-Si hoy me hubieran quedado balas no hubiera dudado porque sabía que si me pillaban tres de esos tíos me iban a ajustar las cuentas y no iba a volver. Me llevan amargando la vida desde que empecé con lo tuyo. No voy a sentir lástima por ellos porque sé que no iban a parar - dijo, Eva que parecía estar ignorando el hecho de que se creyera un vampiro. Hizo lo que también le gustaría que hubieran hecho con ella cuando cometía esas terribles faltas sociales, cuando su boca no parecía expresar bien lo que quería decir y terminaba poniéndose nerviosa. Puso su mano sobre la suya y simplemente le dijo - No pasa nada.

Eva puso una mirada divertida también porque no terminaba de creérselo. Su propia mente le decía que eso no había pasado.

-Así que eres un vampiro - dijo, intentando mostrar una sonrisa despreocupada y sin terminar de creérselo.

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La piel de Daniel estaba fría y pálida, no se había molestado en utilizar la sangre para obtener rubor. Intentó recobrar la compostura y separó la mano lentamente.

- Te... Tenemos que hablar sobre ellos, sobre el Lancea Sanctum y sobre todos los problemas quenos van a provocar -dijo-. Es una secta, una organización vampírica secreta que se dedica a promulgar una supuesta maldición vampírica que, nos convierte a nosotros, a los vampiros, en seres malditos que venimos a proporcionar un equilibrio al mundo.

Negó con la cabeza y rió.

- Sé que no me crees. Que quizás te parezca un loco, pero esto es cierto, es verdad. Esa gente me busca y, por ello, a todos aquellos con los que tengo relación. Como es tu caso.

[Livia]

No esperaba ese contacto frío y parpadeó aún confundida. Agradeció que retirase la mano era un tacto... desagradable. Cuchillos, vampiros, motoristas fantasma, sectas secretas estaba siendo mucho para un día de auténtica pena. No es que fuera el peor de su vida, pero la verdad ese puñetero día parecía estar haciendo méritos para conseguir ese título.

Cortés estaba comenzando a caerle mucho mejor que el día anterior, y aunque la estaba incluyendo en un barco que no sabía si le correspondía, qué menos que ayudar a su patrón. Además, parecía molar bastante más que en el puto papel de Drácula.

- ¿Una secta? - preguntó, extrañada. Lo último que se le pasaba por la cabeza es tener toda la eternidad por delante y dedicarte a montar tu propia sección de los Testigos de Jehová. Menuda cutrez. Aunque cutrez de armas tomar. - Vale -dijo - ¿Y por qué te buscan? Porque localizado te tienen me parece a mí.

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- Ahora sí -repuso-. Creo que, de alguna forma, te siguieron la pista hasta aquí.

Tomo aire, aunque no lo necesitaba realmente.

- Algunos de los libros que hay arriba, en la biblioteca, son suyos. Digamos que... Mi familia era parte de esa secta. Eran unos hijos de puta de cuidado: unos sádicos que justificaban sus depravaciones con libros, citas proféticas y maldiciones. Acabé con algunos de ellos y puse mi granito de arena para que perdieran el poder de esta ciudad.

Estaba contando demasiado, y empezó a darse cuenta en ese momento.

- Hay cosas de las que está prohibido hablar, Eva -dijo-. Es mejor que no entre en detalles pero, escúchame: no puedes contarle esto a nadie. Está bajo nuestro contrato de confidencialidad y si llega a alguien, aunque sea a Raúl, conseguirás que nos maten a los dos.

[Livia]

La culpa, ella tenía la culpa de todo eso. Eso ya fue el auténtico remate para hundirla en la miseria de ese terrible día. Si pudiera reboninar, desde luego jamás hubiera ido a comerse una hamburguesa al McDonalds y el trato con Castillo se hubiera cerrado allí, entre fotos de Ronald McDonald. Apoyó los codos en la mesa, se quitó la gomilla del pelo y dejó que los rizos le cayeran en una cascada que le ocultara la cara. Se sentía mal no, lo siguiente. Todo lo que había pasado era culpa suya, por estúpida, por prepotente, por no tomarse un trabajo en serio .

- No sabes cómo lo siento que haya estos problemas por mi culpa... - musitó. Se quedó en silencio unos instantes, recreándose en su propia miseria pero eso no servía de nada. - Mi tito no sabe nada y además se ha ido de vacaciones. Madrid está un poco tenso.

Levantó un poco la cabeza. Ese día no iba a tener fin, según parecía.

- Un trato es un trato. No voy a decir nada. - aseguró, Eva- Ya que estamos ¿por qué no me dices para qué me has contratado de verdad? No me ha quedado nada claro qué quieres de mí.

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Apretó los labios y los torció hacia un lado.

- Tú no tienes la culpa de nada -repuso-. ¿Qué ibas a saber tú? Probablemente ellos te estarían siguiendo desde hace años.

Tamborileó con los dedos sobre la mesa.

- Te he contratado porque quiero que me ayudes a destruir completamente al Lancea Sanctum; porque hice una promesa y porque existe una profecía que tal vez sea palabrería... o tal vez no.

Sonrió y se puso en pie.

- Me alegra ver cómo te lo estás tomando. Tengo mucho trabajo esta noche, y voy a necesitar tu ayuda.

[Livia]

- ¿Cómo que años? - respondió, Eva, alarmada.

Había levantado la cabeza poniéndose muy derecha sobre su silla. Mucha información, mucho de todo para un día tan extremadamente intenso como estaba siendo ese. En ese momento, lo último que quería era ponerse a trabajar en nada. Lo único que quería era una gran y abundante fuente de nachos, unas cervezas y leer hasta quedarse dormida. Seguía con esa sensación de que no le estaba pasando a ella, de que despertaría en cualquier momento, pero por mucho que cerraba los ojos y volvía a abrirlos ahí seguía su jefe en calzoncillos y manchado de sangre.

¿Se lo estaba tomando bien? Sí, sí estupendamente bien. Tanto que le hizo gracia como si le hubiera contado un chiste. Una sonrisa fugaz comenzó a estirarle la comisura de los labios hasta que comenzó a reírse, suave al principio a carcajadas después. No supo cuanto tiempo estuvo riéndose incapaz de detenerse. Las carcajadas terminaron de forma abrupta cuando Eva enterró la cabeza entre los brazos, dejando desparramada la melena sobre la mesa. En aquel momento todo fue silencio en su interior. La calma del vacío y la nada. Momentos de ajustar esas piezas en su mente, pero pronto comenzó a entender que si alzaba la cabeza y su ensangrentado conejo blanco seguía allí, iba a tener que descender a un hoyo oscuro, a un mundo de locura que no le iba a gustar porque ya lo había rozado y que ya había considerado que era suficiente. Pensó en dolor de su tío y en cómo su padre tuvo que guardar silencio.

- Por favor, sé claro y directo a partir de ahora -dijo, sin alzar aún la cabeza - De verdad, por favor, aunque creas que no voy a entenderlo pero no hubiera hecho cosas tan alegremente de ser consciente de algo de todo esto

Supuso que Fausto se sintió así en su descenso al infierno. Fausto se podía ajustar muchísimo más a esa situación pero no podía dejar de pensar en Alicia, la inocente Alicia, la despreocupada Alicia, la idiota de Alicia que solo le gustaban los libros con dibujos. Alicia la que cayó por agujero por perseguir a un conejo.

Se puso en pie dispuesta a acompañarle. Después de todo ese día, estaba demasiado cansada como para oponerse a esa sensación de irrealidad. Realmente, ya no sabía si estaba o no cansada, si estaba o no despierta. Pero tampoco le importó.

- Cuéntame lo que deba saber - dijo - Creo que voy a necesitar bastante café.

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Daniel enarcó una ceja.

- Creo que me resulta imposible ser más claro y directo -dijo-. Esto tiene que ir poco a poco o te volverás loca.

Comenzó a caminar en dirección a la cocina, desde la que se accedía a la entrada.

- Te pediría que no te asustaras si por casualidad ves algo del sótano. No es un lugar preparado para ser visitado por mortales -resultaba casi raro escuchar esa palabra en ese contexto-. Tenemos que mudarnos. Tengo otra residencia preparada para estos casos y conozco gente que nos va a hacer el traslado durante la noche. Habrá que escoger también, de arriba, los libros que queremos llevar y los que no.

Se señaló su propia sien.

- Yo los tengo todos aquí -dijo con seriedad-. Tenemos que elegir los que vas a necesitar para aprender lo que necesitas.

Dicho esto, cogió de la encimera de la cocina su móvil, apagado, y lo encendió y escribió un mensaje.

- No creo que tarden mucho en venir -dejó caer el móvil sobre la mesa de la cocina, con desdén.

[Livia]

Eva no se refería a ese momento, si no a la noche anterior. Hubiera sido realmente impactante que durante la cena le soltara un: "Hola. Soy un vampiro y me persigue una secta de vampiros hijos de puta. Ahora a ti también, así que ten cuidado con lo que haces". Impactante, sí, pero desde luego no se hubiera ido a comer, a tomar café, a entregar el libro y demás. Hubiera tenido mucho cuidado. Lo acompañó en silencio, escuchando lo que le decía. No terminaba de asimilar las cosas. ¿Cuándo había comenzado a ser tan lerda? Lo que sí estaba comenzando a perder esa intranquilidad que la hacía reaccionar rápido. El miedo se disipaba dejando un extraño vacío de pasividad. Si seguía moviéndose para seguirlo de un lado a otro era por pura inercia.

Dudaba que tuviera capacidad de asustarse más a esas alturas. Aunque, cuando recordaba a los motoristas, le daba un sobresalto.

- No pude avanzar mucho en la lectura. Estuve leyendo un poco de los textos monacales sobre Longinos y luego me quedé pendiente de empezar el Decem sanguine. Supongo que esos son importantes-respondió, por su evocador título. Como tenemos la incluía, supuso que esperaba una elección por su parte.

Por ella se los llevaría todos. Había amado hasta el más cutre y detestable de todos esos libros. Hasta su odiado Cien años de soledad, un libro que pensaba recuperar de las manos de Castillo cuando llegara el momento. Lamentó muchísimo no haberse dado al café la noche anterior y haber trasnochado. Continuó lamentando haber salido a comer e ir por sus cosas con tanta tranquilidad. Si hubiera estado advertida, no habría ido a Madrid eso desde luego. En el momento en el que trató con desdén al móvil, torció la boca en un mohín de dolor por el trato tan poco cuidadoso que le estaba dando al pobre cacharro. Como siguiera así no iba a llegar ni a la obsolescencia programada que solían meterles los fabricantes. Las pantallas eran muy delicadas.

En qué detalles más estúpidos se fija uno cuando pierde el sentido de la realidad.