DÍA CINCO: TE ESPERO A LA SALIDA
Ser el chico nuevo del colegio no es fácil. Si además eres tímido, eso tampoco lo facilita. No es que los niños necesiten muchas excusas para ser crueles, pero Martin tenía varias papeletas para llamar la atención de los abusones del colegio. Pelirrojo, con gafas, tímido, de apariencia achaparrada. Podía soportar la tormenta de insultos, pero cometió el error de devolverlos con más ingenio.
Pete era el más alto de la clase. Y el más grande. Y el más gordo. Había compensado su fragilidad inicial con la fuerza de su cuerpo, y se había embriagado de un poder que le había llevado a convertirse con el tiempo en el líder de los matones. Y no podía consentir que un enano pelirrojo gafotas le plantara cara. Como los animales, tenía que ejercer su dominio. Así que pronunció las palabras rituales del desafío:
-Te espero a la salida.
Y allí estaban. Pete contra Martin. No es que fuera una pelea interesante, y muchos ya daban por sentado el resultado, pero de todas formas, el placer cruel de ver a alguien arrastrado por el suelo, y quizás un poco de sangre, había atraído algo de público.
Martin sabía que no podía competir con Pete en fuerza. No por el momento. Así que cuando la señal del comienzo de la pelea sonó, se limitó a esquivar las acometidas brutas pero torpes de Pete, ignorando los insultos de "¡Gallina!" "¡Cobarde!". Si Pete llegaba a atraparlo, la pelea se habría acabado, pero por el momento lo podía esquivar, y veía que su rival sudaba por todas partes en aquel patio bajo el sol. En cambio Martin, acostumbrado a correr por el campo, podía soportarlo bastante bien.
Continuaron un tiempo así, con Pete embistiendo y resollando, Martin casi bailando cada vez que su rival se cernía sobre él, saltando de un pie a otro, tocando un adoquín, como si fuera un juego. Y para Martin lo era.
De repente, un ladrido furioso atrajo la atención del patio. Un enorme perro negro, quizás un pitbul on con algo de pitbull, irrumpió soltando hilos de baba y enfurecido por aquel alboroto. Nadie sabía de donde había venido, pero nadie se quedó a comprobarlo. Todos salieron corriendo.
Pete y Martin se quedaron solos en el patio, y Pete, que temía a los perros se quedó inmóvil de terror en el medio del patio mientras aquella bestia que se le aconsejaba oscura, enorme, feroz y terrible, se acercaba con un gruñido y mostrando unas fauces llenas de dientes afilados. Sin poder evitarlo, Pete se echó a llorar.
Martin podría haber salido corriendo con facilidad, pero aquel niño, por idiota que fuera, lo estaba pasando realmente mal. Así que decidió que había llegado el momento de sacarse el as que tenía guardado en la manga. Se interpuso entre el perro y Pete.
-¡Vete! -le dijo, con voz autoritaria- ¡Vete!
Y el perro se detuvo, asombrado de que algo tan pequeño le hiciera frente. Y de repente Martin lo embistió, aullando y golpeando. Un golpe lo alcanzó de manera certera en el hocico, y cuando se dio la vuelta para lanzarle una dentellada, una patada bien dirigida le atinó entre las piernas. El animal, sorprendido y dolorido en su cuerpo y orgullo, se marchó corriendo, con el rabo entre las piernas, y aullando lastimeramente.
Martin se dio la vuelta y dirigió su mirada hacia Pete, sorprendido y asustado. Una mancha húmeda le mojaba los pantalones, con olor acre a orina. Martin arrugó la nariz y se dirigió hacia él.
-Vamos a dejarlo -le dijo-. Espero que estés bien. Ahora vete a casa y procura que no te vean -le señaló sus pantalones mojados.
Pete no volvió a meterse con el pelirrojo Martin, y de hecho, con el tiempo terminaron haciéndose amigos. Por su parte, Martin consiguió convertirse en uno más en el colegio, un niño listo y que destacaba en los exámenes, de la misma forma que en el Feudo local destacaba como tejedor de ilusiones.