
Los dos hombres quedaron paralizados ante la aparición de Marcelo, cuya presencia inmortal se propagó por el lugar como la onda expansiva de un bombardeo aéreo. El más joven de ellos, viendo como la piedra se deshacía como arcilla en manos del brujah, dio un significativo paso atrás con la mandíbula colgando y los ojos abiertos como platos. Todo había pasado demasiado rápido para una mente tan poco preparada como la suya, y Gozza no tardó en comprobar el efecto de sus amenazas.
Aún con el polvo de los escombros entre los dedos, pudo ver como el rostro del hombre mutaba de la agresividad a la sorpresa, y de ahí al miedo. Un miedo casi espasmódico que sacudió su cuerpo como una descarga eléctrica. Entonces soltó, temblando como un niño, el tosco «armamento» que hasta hacía un momento le había conferido el rol de cazador, arrojando el tablón y el puñal delante de él, como si su tacto le quemase la piel. Como si de repente hubiese cobrado conciencia de que el cruel destino le había arrebatado cualquier fuerza que había pensado que tenía, convirtiéndole en una débil y asustadiza presa.
- Eh, no, yo...no...no...espera, tranquilo...yo solo... - y acto seguido, entre balbuceos, se giró y empezó a correr torpemente en dirección a uno de los pasadizos que tenía detrás - Mierda...hostia puta...- maldijo, alejándose bajo el eco de los crecientes ladridos del perro, pues el instinto de «Dante», lejos de sentirse intimidado, arreció con fuerza ante la amenaza de la bestia bípeda que tenía ante él. Depredador frente a depredador, se evaluaron y testaron.
Marcelo miró al magnifico animal y no pudo reprimir sentir algo parecido a la admiración. Los ojos de «Dante» estaban inyectados en fuego, y sus fauces abiertas, chorreantes de rabia, eran una promesa de dolor; pero no era aquello lo que despertaba tal sentimiento en el brujah, sino la subyacente cercanía que sentía y compartía con él: con su coraje, rebeldía y honestidad para con sus genes.
Fue mientras observaba al gran y noble animal cuando el instinto aguijoneó su consciencia. Algo no cuadraba allí, y rápidamente cayó en la cuenta de qué era: Marius.
El viejo sin techo no sé había movido un palmo de donde estaba, y aunque Marcelo pudo sentir el temor emanando a raudales de su ser, casi al punto de saborear como se le congelaba la sangre, el muy cabrón estaba siendo capaz de permanecer allí, sin moverse. Una puta estaca clavada en el suelo. El hombre no soltó el madero que tenía sostenido, y lejos de salir corriendo como el cobarde de su compañero tuvo los suficientes cojones para dirigirse al antitribu. Quizá por puro pundonor, o en un ataque de locura. Podía ser que porque no tuviese ya ninguna juventud que perder, o Dios sabía qué. El caso es que, para sorpresa del brujah, lo hizo.
- El chucho no es de mi propiedad, fue él mismo quién decidió seguirme - espetó, sacando una entereza que no sabía cuanto duraría. Unos metros más allá, Gozza pudo discernir su rostro erosionado, todo un crisol de arrugas y viejas cicatrices coloreadas, seguramente, por los efectos del vino barato - Tócale un pelo, o hazme un rasguño y no te diré una puta mierda. Ni a ti, ni a los otros - una tos llena de flemas interrumpió sus palabras, y por un momento dio la impresión de que iba a caer doblado al suelo. Tras escupir un cuajaron de bilis, se limpió con la manga del polvoriento abrigo la boca, tiñéndose los labios de sucia y sanguinolenta saliva. Cuando el ataque pasó, continuó hablando.
- Mírame, soy un viejo borracho y enfermo que lo único que tiene es la compañía de hijoputas como ese mierda de yonqui - meneó la cabeza hacía atrás, señalando la dirección hacia la que había corrido el otro - Estoy en las últimas, pero no soy ningún gilipollas, y reconozco la muerte cuando la tengo delante. No sé cómo se llama ese a quién buscas, pero sí que llevo viendo a un encapuchado vagando por aquí abajo desde que me alcanza la memoria. Así que, qué, ¿hay trato?
Antes de que Marcelo pudiese contestar, Marius cogió aire como pudo, se metió dos mugrientos dedos en la boca y lanzó un fuerte silbido. «Dante» levantó las orejas, miró a su amo y corrió junto a él; poniéndose a su diestra sin perder atención ni dejar de gruñir al brujah. El viejo le dio unas cuantas palmadas en el lomo mientras esperaba una respuesta - Shhhh...buen perro-.