Re: [EC] Escena: 00 - Auxilium et Consilium
Publicado: 23 Ago 2021, 08:50
Nazgul Theme - Lord of the Rings. Howard Shore
Durante el viaje imaginó docenas de excusas para enlentecer aquella travesía, problemas habituales en los caminos, de los que no encontró ninguno. El viaje había sido extraordinariamente corto, decepcionante, tranquilo, aburrido incluso, de no ser por los sentimientos encontrados y la dolorosa e inevitable despedida.
Esperaba una última aventura, un desafío a la altura de su montura, una historia a relatar junto al fuego del hogar durante las oscuras tardes de invierno, pero, al contrario, poco habría de destacar de aquellas cortas jornadas, tan efímeras como el olor que dejaba Juana al irse, o tan sutiles como esos placeres que se desvanecían en el paladar una vez disfrutados. Al ver a lo lejos la gran villa de Tudela, supo que incluso un viaje de semanas, peregrinando a Tierra Santa o al confín del mundo conocido, le habría supuesto el viaje más corto de todos.
Corto le pareció también el lugar a donde se dirigía. Aquella ruina, aquel montón de piedras puestas unas sobre otra, apenas en pie por gracia divina, se alzaba cual leproso tambaleante en lo alto de la colina. Tentado estuvo de dar marcha a atrás, huir de allí, dirigirse de nuevo al escriptorum del Magister, y reírse del susto y la broma que le gastaban al joven e ingenuo grog.
Fue aún peor al ver salir al homúnculo al que había de hacer entrega del mensaje. Mucho peor era la realidad que su basta imaginación que, mientras hablaba y le invitaba al interior, imaginó algunos desenlaces de aquel encuentro: quizás, una roca suelta del demacrado muro se soltara, desparramando los sesos de aquella criatura del señor; o quizás, un mal gesto del nuevo dueño provocara la ira de Quebranto, propinándole una coz que dejara su bazo como el trigo molido.
Sancho Elizalde lo miró curioso, ladeando la cabeza, con calma extrema esperando una respuesta del invitado. Fue consciente entonces Aymar de sus modales, parpadeando, sacudiendo la cabeza, desechó tales pensamientos, endemoniados y sombríos, de su cabeza. Bajó del caballo e intentó su mejor reverencia.
-Disculpad mis modales, vuecencia. Soy Aymar Garcés, en efecto, el mensajero de la Orden que vos esperáis. Os agradezco la invitación, y si no os es molestia desearía acabar cuanto antes. Siguió las instrucciones de su anfitrión, agarró de las alforjas todo lo que necesitaba y acarició el lomo de su compañero. Apenas entendía que es lo que pensaba el maestro de la Capilla en asuntos cotidianos, y aquella empresa en la que participaba, aún la entendía menos. Decían que Claudio de Solís nunca dejaba nada al azar, que siempre había una razón detrás de todo. Al entrar en aquel edificio ruinoso deseó con todo su corazón que así fuera.
Durante el viaje imaginó docenas de excusas para enlentecer aquella travesía, problemas habituales en los caminos, de los que no encontró ninguno. El viaje había sido extraordinariamente corto, decepcionante, tranquilo, aburrido incluso, de no ser por los sentimientos encontrados y la dolorosa e inevitable despedida.
Esperaba una última aventura, un desafío a la altura de su montura, una historia a relatar junto al fuego del hogar durante las oscuras tardes de invierno, pero, al contrario, poco habría de destacar de aquellas cortas jornadas, tan efímeras como el olor que dejaba Juana al irse, o tan sutiles como esos placeres que se desvanecían en el paladar una vez disfrutados. Al ver a lo lejos la gran villa de Tudela, supo que incluso un viaje de semanas, peregrinando a Tierra Santa o al confín del mundo conocido, le habría supuesto el viaje más corto de todos.
Corto le pareció también el lugar a donde se dirigía. Aquella ruina, aquel montón de piedras puestas unas sobre otra, apenas en pie por gracia divina, se alzaba cual leproso tambaleante en lo alto de la colina. Tentado estuvo de dar marcha a atrás, huir de allí, dirigirse de nuevo al escriptorum del Magister, y reírse del susto y la broma que le gastaban al joven e ingenuo grog.
Fue aún peor al ver salir al homúnculo al que había de hacer entrega del mensaje. Mucho peor era la realidad que su basta imaginación que, mientras hablaba y le invitaba al interior, imaginó algunos desenlaces de aquel encuentro: quizás, una roca suelta del demacrado muro se soltara, desparramando los sesos de aquella criatura del señor; o quizás, un mal gesto del nuevo dueño provocara la ira de Quebranto, propinándole una coz que dejara su bazo como el trigo molido.
Sancho Elizalde lo miró curioso, ladeando la cabeza, con calma extrema esperando una respuesta del invitado. Fue consciente entonces Aymar de sus modales, parpadeando, sacudiendo la cabeza, desechó tales pensamientos, endemoniados y sombríos, de su cabeza. Bajó del caballo e intentó su mejor reverencia.
-Disculpad mis modales, vuecencia. Soy Aymar Garcés, en efecto, el mensajero de la Orden que vos esperáis. Os agradezco la invitación, y si no os es molestia desearía acabar cuanto antes. Siguió las instrucciones de su anfitrión, agarró de las alforjas todo lo que necesitaba y acarició el lomo de su compañero. Apenas entendía que es lo que pensaba el maestro de la Capilla en asuntos cotidianos, y aquella empresa en la que participaba, aún la entendía menos. Decían que Claudio de Solís nunca dejaba nada al azar, que siempre había una razón detrás de todo. Al entrar en aquel edificio ruinoso deseó con todo su corazón que así fuera.