Pagliacci hundió los colmillos y el rostro en aquel cadáver que poco a poco iba adquiriendo un aspecto más parecido al de un cuerpo reseco y momificado. Pasó por su garganta un desagradable sabor a pólvora y a asfalto, el calor de las llamas de una hoguera, el sabor del tabaco. Resonaban en su cabeza gritos de fiestas en los arcenes, disparos al aire, el lejano aroma de un bar de carretera. La Caitiff siguió y siguió, tratando de curar sus propias heridas en el camino y sintiendo que no era capaz de saciarse, como si aquella sangre maldita se escapara de su cuerpo al tiempo que la ingería.
Entonces, recordó.
Pensó en Melinda. En sus compañeros de Coterie si la vieran así. En la primera noche que despertó como una Vampira con el sonido de las olas golpeando las rocas en Ellis Island. Pensó que no tenía territorio propio, que su comportamiento salvaje la alejaba de ser aceptada en la ciudad de Nueva York en la que deseaba establecerse, ser alguien, tener una identidad reconocida.
Pensó en que estaba a punto de drenar el cuerpo de una Nosferatu cualquiera, de un desecho vampírico.
Se avergonzó de sí misma.
Pagliacci empezó a tener arcadas. Parte de la sangre salió de nuevo al exterior en un vómito que salpicó el rostro deshecho de aquella desgraciada que tenía debajo. Quiso llorar. El hambre seguía intacta, apretando como miles de alfileres debajo de cada poro de su piel. Golpeó con rabia el cuerpo muerto que tenía debajo de sí, llenándose de más barro, sangre y agua. Había estado a punto de caer definitivamente a un pozo del que seguramente jamás podría volver a salir.
Entonces, tuvo miedo.
Estaba cerca de uno de los principales aeropuertos del mundo. Podría haber cámaras. Podría haber drones invisibles en medio de la noche. Podría haber sido detectada. Tomó la escopeta y corrió con un aspecto que para cualquiera que la viera podría ser el de la pesadilla de una película de terror. Corrió entre los charcos, tropezando hasta el coche que aquel desgraciado había dejado abandonado y que descansaba sobre la rueda que había alcanzado con sus disparos.
Pagliacci abrió la puerta y se metió en el coche para después cerrar los seguros. El conductor no podría ir muy lejos. Aún así, por la cabeza de la Caitiff empezaron a aparecer las dudas. ¿Sería en realidad una asesina? ¿Se estaba planteando matar a un mortal que seguramente ya se habría llevado de esta noche un trauma de por vida y probablemente una herida de bastante gravedad?
¿En qué se había convertido?
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Montecristo sentía que aquel baño se había convertido en una celda de castigo. Tenía la tentación de sacudir a Hex, y al mismo tiempo se culpaba a sí mismo por tener la sensación de deberle algo. Le decepcionaba que su Sire se hubiera plegado. Que su hermano naciera ya doblegado. Que su Clan siguiera el camino de la dependencia cuando había tanto por lo que luchar fuera de refugios y dominios cada vez más asediados por quienes querían coleccionar estacas colgadas de una pared.
El Tremere sintió el peso de una condenación eterna. No existía finalmente el libre albedrío. Casi desearía estar muerto.
Muerto de verdad. Sobrevivir al destino natural de la vida le había llevado a estar al final de una larga cadena. Por mucho que intentara alejarse de ella, al final alguien tiraba al otro lado. ¿Era más libre Sienna al borde de la muerte que él siendo inmortal?
Sacrificio. Para algunos sería una derrota. Montecristo sentía que era una pequeña victoria al final. Quizá, y solo quizá, era la manera también de acabar accediendo a los profundos secretos de su propio Clan. Evitaba ese pensamiento, pero en el fondo lo ansiaba. Sabía que era egoísta. ¿Intentaba simular con un sacrificio por otro ser lo que en realidad era aceptar el camino más directo hacia lo que en el fondo deseaba su corazón muerto?
¿Realmente había ido a Columbia por su propia voluntad o era su Clan quien le había conducido hasta allí después de que se presentara en una de las sedes bajo su influencia en la noche anterior?
Nadie me controlará. El pensamiento cruzó la mente de Montecristo como un latigazo que le dolió en lo más profundo de su alma torturada. Dios sabe por qué motivo en ese momento pensó en Efrain Ellis. En la
decepción que sentiría porque se rindiera a un control externo cuando él dedicó tanto tiempo de su vida laboral a partirse la cara por que fuera independiente.
Montecristo retiró lentamente las muñecas. Pero lo dicho, dicho estaba.
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No hay condiciones que puedas poner, querido mío -dice Hex con una voz genuinamente... maternal-
La Camarilla sólo acepta la más absoluta lealtad en estos tiempos que corren. Sin nuestra Príncipe Panhard estaríamos todos bajo tierra para siempre.
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Solomon no era de los que cedían.
Nyx podía notarlo de una manera casi
primitiva. Ni una palabra más alta que otra, ni un mal gesto, pero una determinación infranqueable. Si los rumores que le rodeaban eran ciertos, el tipo llevaba décadas persiguiendo nazis, levantando un imperio financiero y ayudando a proteger el legado del pueblo judío masacrado desde el inicio de los tiempos. Alguien así, convertido en inmortal, era una pared sin grietas.
Algo habría que
tenía que interesarle. En esa línea viajaban los pensamientos desesperados de Nyx. Quizá su rostro transmitió algo de aquella ansiedad, ya que comprobó que Solomon chasqueaba los labios como si estuviera pensando en algún tipo de solución. Quizá había algún último asidero, aunque el judío no tenía intención de abrir la puerta a una colaboración firme como hubiera deseado el Brujah.
Abrió uno de los cajones de aquel viejo escritorio para sacar un bloc de notas y un papel. Nyx miró con curiosidad aquel gesto anacrónico que, sin embargo, no desentonaba con el aspecto general de aquel Patricio. En las noches actuales, escribir a mano había vuelto a convertirse en una sabia actividad para evitar los ojos digitales de la sociedad de la vigilancia.
Isaac Solomon garabateó una dirección, dobló con cuidado el papel y se lo dio a Nyx.
El Brujah leyó de refilón lo que había puesto."1 W 4th St. Susan Rosenstein". Y la firma de Isaac. Nyx comprendió que es cuanto podría sacar de esta conversación: un lugar donde pasar al menos un par de días protegidos. Casi un acto de caridad. Probablemente mejor en todo caso que aquel almacén de motoristas donde había despertado esta pasada noche.
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Mazel tov, señor Parker.
OFF: Ansia Pagliacci 5, Montecristo 3, Nyx 1
Nyx 2 niveles superficiales a la FV
He aplicado una Compulsión de Paranoia al Fallo Bestial de Pagliacci, que en cuanto a interpretación es el motivo por el que se encierra en el coche durante un largo rato
Pagalicci tiene 1 Mácula. 2 dados en la tirada de Remordimiento.
Montecristo tiene 1 Mácula. 2 dados en la tirada de Remordimiento.